La periodista y escritora sevillana Eva Díaz Pérez no puede esconder la ilusión que le hace hablar de su barrio para un reportaje. Por eso la entrevista acaba siendo, en realidad, una conversación autobiográfica. Ella nació en Los Remedios, una barrio tranquilo y acomodado del oeste sevillano, pero su familia cruzó el río Guadalquivir para instalarse en lo que iba a ser «una de las primeras ciudades residenciales de España». La cuna del progreso capitalino, anunciaban los periódicos. Un lugar futurista, desconocido al principio y al que, cuenta Eva, para llegar en taxi había que pedir al chófer: «Lléveme usted al canódromo de Amate». Antiguo, antiguo, antiguo.
A inicios de los setenta, una pareja joven de un pueblo agrícola hizo las maletas con sus dos hijos para buscar un nuevo futuro en la capital. Sus nombres eran Isabel Martínez y Antonio Merat, abuelos de quien firma este reportaje. Ellos eran el modelo de familia prototípico que llegó a este barrio obrero de edificios de ladrillo visto y seis torres enormes de catorce pisos; matrimonios jóvenes, venidos de lugares obreros, en busca de oportunidades. La llegada de una población joven y hasta cierto punto homogénea inyectó vida al barrio desde el primer momento. Rochelambert pronto se llenaría de negocios, sucursales bancarias ¡y hasta un cine!
«Los niños de los barrios vecinos pensaban que le habían puesto al lado un barrio de pijos. Cuando salíamos al recreo del colegio, los chiquillos de Santa Teresa nos tiraban piedras porque decían que éramos niños ricos», recuerda Eva Díaz Pérez entre risas. Nadie llevaba razón, en realidad, pero las páginas de los periódicos anunciaban el proyecto como la llegada del mismísimo futuro a una capital de provincias como la Sevilla de finales de los setenta. Con el nombre de «Ciudad Residencial de los Condes de Rochelambert», así empezó llamándose el barrio, como para creer otra cosa distinta. La Ciudad de no sé qué Condes; ricachones. Más tarde, este barrio obrero, abrazado por otros tradicionalmente más empobrecidos, pasó a conocerse Rochelambert a secas.
En una de las calles que atraviesa la calle Puerto del Escudo, la arteria principal del barrio, Ignacio Sierra aguarda para contribuir a este barrio. Las altísimas temperaturas le obligan a esperar dentro de su barbería, una de toda la vida, biombo de mimbre y tacos de revistas y libros. Lleva treinta y cinco años cortando cabelleras en el mismo sitio, aunque él creció en el barrio vecino del Cerro del Águila: «En mi barrio, que en realidad es un pueblo, la construcción de Rochelambert causó sensación. ¡Imagínate! Con los edificios altos que se construyeron, parecía que iban a ponerte al lado de casa la mismísima Manhattan. Oía a las señoras, en las puertas de sus casas, decirles a sus amigas que iban a intentar convencer a los maridos para vender la casita baja en el Cerro y mudarse a una de esas torretas. Decían: ¡Los edificios tienen hasta portero, parece Los Remedios! No sé si, cincuenta años después, estarán arrepentidas de haberse mudado al 7ºA y no tener una puerta que dé a la calle».
Décadas más tarde, en la actualidad, la demografía de este barrio ha cambiado sustancialmente. Según un informe del Ayuntamiento de Sevilla, Rochelambert es el barrio más envejecido de la zona. Los matrimonios que se mudaban a la Ciudad Residencial ocuparon hasta la última vivienda disponible, dejando a sus hijos sin hueco para quedarse en su barrio. Ahora combina parejas mayores con familias jóvenes de migrantes, sin perder la esencia obrera con que nació este barrio «condal».
La llegada del futuro a un entorno empobrecido
En los tiempos de su construcción, Rochelambert destacaba por ser el único barrio de la zona que tenía seis torres de catorce metros en su calle principal. Debajo, decenas de locales comerciales. «Y hasta una boca de metro», apostilla Eva Díaz. Ese agujero en donde iría el transporte subterráneo, que durante años estuvo abierto y luego fue tapado a causa de la paralización —durante décadas— de las obras de Metro de Sevilla, era la prueba fehaciente de que, sí, había llegado el futuro. Tuvieron que esperar hasta 2007 para ver en funcionamiento la estación de Amate.
Por encima de las batallitas, Eva hace una pausa para guardar un lugar de oro a la calidad de la educación. Al nuevo colegio Pontífice Pablo VI y al instituto Luis Cernuda —ahora Salvador Távora— llegaron docentes jóvenes, con nuevas técnicas para la enseñanza y ganas de ofrecer una formación «de altísima calidad», recuerda Eva: «Cuando ingresé en la Facultad de Periodismo, en el primer curso vi muchas cosas que ya había dado sobradamente en el instituto».
Sin embargo, como tantos otros barrios, Rochelambert no regateó el problema que las jóvenes generaciones ochenteras tuvieron con la droga: «Cuando salía del instituto por la noche, porque tenía horario de tarde, si mi madre no venía a recogerme debía tener cuidado porque el problema de la droga llegó al barrio. En general, quienes estaban enganchados solían ser muy amables con los vecinos, pero eso no mitigaba la sensación de alerta», asegura Eva.
La popularización de la droga afecto al ocio de la juventud de Rochelambert. Jose Ceballos, cosecha del setenta y largo, lamenta que los lugares donde podía reunirse duraran poco abiertos: «Aquí fuimos castigados por los vecinos de los barrios colindantes. Cuando abría un par de copas, como en el resto de barrios no había, venía la gente de alrededor a divertirse. Más la que ya vivíamos aquí, claro. Rápidamente, estos garitos, en donde había música y buen ambiente, se desmadraban y tenían que cerrar por el goteo de denuncias que le caían».
«Le falta una cosa para ser perfecto»
Rochelambert es uno de lugares más tranquilos en los que se puede vivir en Sevilla. Los amantes del ritmo de paseo, la contemplación y el sosiego acertarían mudándose aquí. Sin acritud, más bien con envidia, pero linda con lo aburrido. Pasear sus calles es ver, todavía en Sevilla, a la gente llenando de conversación el ágora urbana, consumiendo en comercios locales y disfrutando de bares y restaurantes que mantienen precios razonables. «¡No es perfecto porque no tiene librería!», dice Eva Díaz con una risa a modo de queja —no irónica—.
Tanto la periodista como Jose lamentan que, cuando eran jóvenes, tuvieran que salir de Rochelambert para divertirse o consumir algo de cultura. El Cine Rochelambert cayó joven. Como alguno de los más de treinta cines que han cerrado en la capital andaluza desde los 70, pasó a ser un supermercado. Este, por estar lejos de los polos turísticos de la capital, esquivó la metamorfosis a hotel de superlujo.
Quien también puede refrendar de la ausencia de estímulos culturales en este tranquilo barrio es Ignacio Sierra. Además, de barbero, tiene el talento de la música: «Solo he tocado una vez en Rochelambert, mi primer concierto de hecho. Fue en la fiesta de fin de curso del antiguo instituto Luis Cernuda. Nunca más he vuelto a tocar aquí, siempre he tenido que salir. Las opciones para escuchar buena música aquí pasaban por ir al Waka, donde ponían grupos underground. También estaba la bolera, pero era más mainstream. Aun así, no había salas de conciertos como tal y aquellos antros eran más dados a ofrecer un plan lúdico-cannábico que cultural propiamente dicho. Con muy buen ambiente, eso sí».
Pero esos lugares, como ya hemos dicho, duraron poco tiempo. La juventud tenía que marcharse sí o sí para divertirse. Ya fuera para la fiesta o para consumir cultura, la oferta no estaba en su barrio. Los tres entrevistados concuerdan en que este hecho, en cierta manera, escupió a las nuevas generaciones del barrio. Acostumbrados a hacer vida fuera de él, cuando llegó el momento de la emancipación, miraron hacia horizontes en los que habían hecho vida. Sumado a que no había hueco físico en que quedarse.
Esa calidad de la enseñanza de la que presumen Eva Díaz despertó a los alumnos para emprender actividades culturales en sus propios centros y asociaciones. La suya, la extinta Argentum, organizaba obras de teatro, recitales, campamentos y actividades sociales y solidarias. Por lo demás, muy poco. Ignacio Sierra define Rochelambert como un barrio al que se venía «a residir y a currar».
Un bastión rojo infalible
Cuando se acercan unas elecciones, jugarse un par de cervezas a quién ganará en Rochelambert apenas tiene gracia. El PSOE. Así ha sido desde que el barrio es barrio. El local contiguo a la barbería de Ignacio era la sede del partido socialista, «dos calles más para allá, estaba la del comunista», muy cerca del local de la AAVV Al-Quivir. Esta histórica asociación es la que más se ha movido por Rochelambert desde su fundación, en 1993. Tanto los partidos como las organizaciones civiles tuvieron un impacto notable en el barrio que, por su carácter obrero, se involucró en la militancia de izquierdas.
«Pero esta cultura del asociacionismo se ha perdido», asegura la periodista Eva Díaz. Para Ignacio, este hecho se debe a las nuevas formas de relacionarse de la juventud. Ni se critica ni se mira con nostalgia, las cosas han cambiado. La vida son ciclos. Aunque no siempre se cumplen. En las pasadas elecciones generales, el voto socialista y de izquierdas en general en Rochelambert superaba en diez puntos al de la media del país y sacaba una ventaja sustancial sobre el bloque de derechas. En las andaluzas de 2022, el voto se repartió por igual entre PP y PSOE.
Los nuevos aires llevan compases flamencos
Antes de finalizar la entrevista en la barbería, y a colación de los asuntos culturales que habíamos tratado durante la conversación, Ignacio celebra que hay un matrimonio que está trayendo mucha gente extranjera al barrio. «Muchachos de Estados Unidos, China, Japón y decenas de sitios que vienen expresamente hasta aquí para estudiar flamenco». Jose Ceballos también los conoce y revela que, hasta hace poco, su vecino de abajo era un joven neerlandés alumno de esta pareja.
Yolanda Lorenzo, bailaora, y Eduardo Rebollar, guitarrista, llevan la Escuela de Artes Escénicas Rebollar, en la calle Puerto de Somport. En este espacio, que podría catalogarse como un milagro del aprendizaje del arte andaluz, se aprende historia y literatura además de cante, baile y guitarra. Una cantera de talento en el corazón de Rochelambert. La escuela ofrece la posibilidad de tramitar un visado a sus alumnos extranjeros en caso de que lo necesiten y tiene convenios con una organización china para el estudio del flamenco. De Rochelambert, al mundo.
Traspasar la puerta de su academia supone cambiar de mundo. La verdadera pena de este reportaje es que no tenga sonidos, resulta complicado imaginar lo que sucede entre esas paredes. De golpe, una amalgama de acentos, intentos de hablar un español fluido, confluyen y saltan entre las conversaciones. Mientras espero para entrevistar a Yolanda y Eduardo, me derivan a la sala principal del espacio. Un alumno le ha pedido a su profesor grabarlo mientras toca la guitarra, es el último día de curso y quiere practicar en vacaciones. El maestro llama a un tal Antonio, que viene con Rafael, para que le acompañe en el cante con un tango. Pedro, le dice antes de arrancarse, «Estoy chungo de la garganta». ¡Y se marca una actuación sublime! Un flamenco espontáneo, genuino, improvisado. ¡De los que se pagan caro! Menos mal que estaba «malo de la garganta». Palmas, pataítas, la guitarra, y el niño que solo quería grabar con su teléfono igual que este periodista que teclea; flipando. Maravillado. ¿Cómo puede estar esto aquí y que no se sepa en toda la capital?
«El artista no se puede crear. Aquí formamos al que nace con ese gen artista, le pulimos el talento, pero no creamos artistas. Con esa condición se nace», dice Yolanda, Yoli, con la mirada clavada en los ojos del entrevistador. Sabe de lo que habla. Ella lo es. Cuando era niña, doce años, empezó a dar clases de baile a las vecinas del bloque en una salita de su piso para sacarse unas pesetas. La cosa fue a más, se formó en el arte de la coreografía, conoció a su compañero de vida y en 2005 «se pusieron en serio» con la formación de talento flamenco en Rochelambert. Y hasta ahora.
Yoli y Eduardo, antes de montar la academia, ya habían recorrido el mundo exportando cultura andaluza. Ahora la enseñan y la divulgan. El cuarenta por ciento del alumnado es internacional, lo que refuerza el intercambio cultural en el barrio: «Algunos de los chicos que vienen a aprender con nosotros se alquilan el piso aquí, se traen a sus amigos de sus países y, un día cualquiera, te ves en el bar de aquí detrás a un grupo de cinco holandeses pidiendo cervezas y con una tertulia», presume Yoli orgullosa. Can Wang, el primer guitarrista profesional chino, «el Gitano de Pekín» —qué arte más grande—, aprendió en Rebollar y se ha quedado a vivir en el barrio: «¡Es todo un emprendedor! Nosotros tenemos un convenio con una organización que él ha montado para traer alumnos de China». Al igual que Wang, Alec Willis llegó. Desde Boston hace unos años para estudiar flamenco en la academia. Ahora es profesor del centro.
La academia se está conociendo poco a poco en el barrio, pero Eduardo lamenta la falta apoyo que hay por parte de las instituciones: «Tenemos muchos alumnos de fuera, de pueblos de Sevilla o de barrios, ¡pero muy pocos de este! Además de las clases, hacemos una labor importante por la divulgación del flamenco y ni se sabe. Hemos colaborado con la Universidad de Texas. Es cierto que somos artistas, no empresarios. Pero también creamos inversión indirecta, nuestros alumnos consumen en los bares del barrio, supermercados, alquilan pisos aquí… esto hay que potenciarlo más». Con razón.
El futuro, todavía, es incierto
Rochelambert ya ha visto un puñado considerable de generaciones crecer en sus calles. Eva Díaz Pérez, aunque ya no viva allí porque le gusta ver «cosas antiguas, iglesias antiguas, casas antiguas» que en el barrio no existen, se siente muy orgullosa del que considera que es su hogar. Aunque Ignacio Sierra advierte que hay barrios vecinos, como el suyo, el Cerro del Águila, en que el sentimiento de pertenencia es mayor. En gran medida, porque tiene más historia y por la más que popular Hermandad Nuestra Señora de los Dolores del Cerro, que procesiona el Martes Santo de la Semana Santa de Sevilla y cuya virgen, la de los Dolores, tiene miles de fieles y adeptos. «Eso hace mucho», asienta Ignacio. La Agrupación Parroquial Paz y Misericordia de Rochelambert es relativamente nueva y poco numerosa, su cofradía procesiona el Viernes de Dolores. Es decir, antes de que empiece «lo bueno». Junto al Sábado de Pasión, estos son los días de los escalafones inferiores si se permite correr el tremendo riesgo de hacer un símil deportivo con las cofradías semanasanteras de Sevilla.
Pocos saben lo que puede ocurrirle al barrio en el día de mañana. Lo que es seguro es que no es el lugar marginal y peligroso que un día la cadena Cuatro quiso ensuciar con su polémico Callejeros sobre Rochelambert en el año 2009, por el que alzaron la voz en protesta numerosas organizaciones y colectivos. Jose Ceballos aclara que muchos de los entrevistados ni siquiera eran del barrio, pero los seleccionaron «por ser pintorescos, en la línea de una cadena cuyos espacios documentales destacaban por ensalzar al frikismo frente a la verdadera ciudadanía».
«Me pone de los nervios que se diga que este es un barrio obrero amenazado por la delincuencia. Lejos de haber degenerado, Rochelambert ha hecho todo lo contrario», protesta Eva Díaz. Declara sentirse muy orgullosa de haber vivido la «utopía» que fue su barrio cuando ella creció en él. Ceballos, no obstante, cree que algo de eso que Eva vivió de niña persiste: «Muchos marginales de los alrededores siguen viéndonos no como gente de clase trabajadora, sino como pijos de un barrio de nombre francés, y eso les da carta blanca para desplazarse aquí a delinquir, quemar papeleras o liarla en Halloween, como en 2022 la liaron en Los Remedios, pero sin que salga en los periódicos».
Demográficamente, la población está marcada por los matrimonios mayores y las familias jóvenes de origen migrante. En la actualidad se suman algunos alumnos de la escuela Rebollar, pero la reposición irá en aumento. Ignacio espera estos nuevos tiempos con intriga. El modus vivendi de las familias ha cambiado, pocos matrimonios jóvenes con hijos desean mudarse a un piso de dos habitaciones en un barrio con mucho tráfico rodado, contadas zonas verdes y pocas plazas de aparcamiento disponibles. «Pero la concentración de población en las grandes ciudades no para de crecer, ya nadie va a ruralizarse. Además, ¿quién tiene ya varios hijos? Nada es descartable», vacila en los coletazos finales de su entrevista. De seguro, esos hijos de quienes llegaron por primera vez al barrio no volverán. Pero quién sabe, quizás a Rochelambert le espera ser un oasis de intercambio de culturas y consumo local. Ya empieza a serlo. Buena falta haría en Sevilla.
Soy uno de los primeros vecinos que llegaron al barrio, en el 68/69, con apenas 5 años. Viví el crecimiento de la barriada con los «amigos» del bloque 5,(aún en la actualidad tenemos nuestra Kedada) porque en aquella época eran bloques, 5, 7, 1….
Conocimos y jugamos en las casitas bajas, el mercado de abastos, la farmacia… Donde ahora se erige el instituto Distrito VII, posteriormente Luis Cernuda y actualmente Tavora…
Soy de la segunda promoción (orgulloso), dónde estudiamos buenas personas y trabajamos por un barrio mejor, de la que gran parte de sus avances fueron gracias a la asociación de vecinos, cuya sede estaba en el bloque 7, ahora está en otra parte del barrio…. Sí en verdad, quieres hablar y sentir el barrio, pàsate por el bar sótano (ahora Entrecalles), preguntar por Antonio el relojero y los antiguos vecinos que aún seguimos viviendo en el barrio.
Llegué al barrio en enero de 1971. Viví en el bloque 1, calle Puerto de los Alazores. Treinta años residiendo en ese barrio tan grande y tan humilde a la vez. Familias trabajadoras, emprendedores de pequeños comercios que empezaron y por encima de todo, juventud. Jóvenes sanos, con aspiraciones, con ansias de cultura y de aprender. Estudié la EGB en el CN Paulo Orosio y el BUP en el IB LUIS CERNUDA (promoción del 82), hoy Instituto Salvador Tavora. Fundamos un grupo de teatro (TEATRO 7), dirigimos un periódico en el instituto y también constituimos una Asociación de Antiguos Alumnos en dicho centro. Me quedo con a todas las personas que conocí, en el barrio y en los barrios de los alrededores. Me quedo con amistades que aún conservo y cuando vuelvo a mi barrio me embarga la añoranza.
Mis padres compraron un piso en Puerto Lumbreras, me fui con 6 meses, en 1970 y estuve allí 26 años. Tengo buenos recuerdos. Hace algunos años, volví a visitarlo con mi madre y volví a ver gente en la calle, de tertulias en los bares. No me pareció un barrio inseguro.