Eduardo Antin, conocido como Quintín, es un outsider de la cultura argentina que se hizo conocido como crítico de cine, al haber fundado a fines de 1991 la revista El Amante junto a su esposa, Flavia de la Fuente, y el autor de esta entrevista. Sin embargo, sus intereses se diversificaron y en cada uno de ellos se mostró original y con posiciones por fuera de los parámetros habituales de cada profesión. También dirigió el Festival de Cine Independiente de la ciudad de Buenos Aires (Bafici) entre 2001 y 2004.
Actualmente escribe en diversos medios sobre literatura y fútbol pero su formación original es la de matemático. También fue árbitro de fútbol y trabajó en diseño gráfico aunque en las redes (@FantasmaQuintin en Twitter) habla predominantemente de política.
Como se verá en la entrevista, Quintín publicó dos libros, uno acerca de conversaciones sobre vino —Más allá del Malbec, en colaboración con el enólogo Andrés Rosberg (Sudamericana, 2013)— y un diario de pensamientos sobre cine, La vuelta al cine en 50 días (Paidós, 2019). Sus críticas en la revista El Amante fueron recopiladas en dos tomos: Los años irreverentes I y II (A Sala Llena, 2019, 2020).
Entrevistado y entrevistador se conocen desde hace probablemente medio siglo y conversan asiduamente desde hace treinta y cinco años, con lo cual en la charla a menudo uno comienza una frase y el otro la termina. Hemos dejado esas articulaciones sin editar para reflejar el clima de confianza de la conversación.
Empecemos hablando de tu carrera como matemático.
Estoy pensando en escribir un libro que se llame El arte del fracaso. Tengo la sensación de haber hecho muchas cosas y haber fracasado en todas. Quiero decir: no es que me lamente de eso porque no sabría muy bien decir qué es tener éxito, supongo que no estoy preparado para eso, pero tampoco es algo por lo que me preocupé en la vida. Ahora lo lamento un poco porque mi infancia y mi juventud transcurrieron en una sociedad mucho más segura, donde uno —según la experiencia familiar— con tener un trabajo más o menos bueno estaba protegido para la vejez. Me hubiera gustado tener algo de lo que pudiera seguir viviendo después de haber tenido éxito. Eso me hizo pensar que había fracasado en todas las cosas que emprendí. De una manera rara porque no sé si aspiraba a otra cosa de lo que terminó pasando. La historia de todas las cosas que hice es la historia de cómo abandoné cada una de esas actividades. Algunas por decisión propia, otras no y otras vaya uno a saber. Pero me parece que todo es un poco así. Vos me preguntaste por la matemática y es un buen ejemplo: yo estudié matemática porque era un burro para la materia.
¿En serio?
Las personas en la escuela, sobre todo en la escuela secundaria, se nota cuándo tienen talento para las matemáticas y cuándo no lo tienen.
Y vos no lo tenías.
No. Y es claro eso. Hay gente que tiene una cosa natural y otra que no. Yo era de los que no. Y me empeñé en estudiar algo para lo cual no tenía talento.
O sea, había no un gusto sino un desafío.
Sí. Y esto es el otro eje de las cosas que hice, que siempre fueron desafíos, de cosas que no había hecho antes y que me resultaban atractivas. Me puse a estudiar matemática y, al principio, no veía una. No podía entender las cosas más básicas del primer año de la facultad, de las primeras materias. Me aplazaban. Hasta que empecé a encontrarle la vuelta después de mucho. Yo soy muy lento para pensar. Y al final le empecé a encontrar la vuelta. Y me recibí finalmente. Y me recibí siendo un matemático no del todo malo. De hecho, me dieron un cargo ahí para investigar y para ser docente. Y me pareció una actividad fascinante. Haber estudiado matemática es de esas cosas que uno tiene que agradecer: ninguna otra cosa —tal vez la música, pero no es una experiencia que yo haya tenido—, la belleza, entender algo que parece oscuro, demostrar un teorema. Son emociones intelectuales muy particulares. Y después iba encaminado a hacer una especie de doctorado, probablemente trabajar toda la vida en la facultad, etcétera, pero no sé, por pereza o por cierto rechazo, no tenía ganas de hacer la tesis. La tesis no era difícil. No hacía nada. Tenía que hacerla porque de eso dependía mi carrera y me ponía a hacer cualquier otra cosa. Y además venía otra cosa en ese momento, estamos hablando de los años 80, fin de la dictadura, normalización de la universidad, concursos, venía la época de la competencia por los cargos y la competencia académica.
Una profesionalización.
Una profesionalización. Yo estudié en una facultad donde todavía, por influencias anteriores, era más importante entender que publicar. Y después, publicar se convirtió en la única cosa importante. Empezó la universidad del paper, a imagen y semejanza de las universidades norteamericanas, que ya eran así hace un tiempo antes. En las europeas el cambio fue contemporáneo al de Argentina. Matemáticas en Argentina era una carrera de avanzada: no tenía grandes talentos pero se estudiaba lo mismo que estudiaban los franceses. Sin embargo, publicar un paper sobre una cosa menor que no le interesaba a nadie y estar todo el día pensando en el concurso…
No te interesaba.
No, porque yo creo que la competencia es algo a lo que nunca me adapté. No soy bueno para competir. Y me daba cuenta de que lo que había era una vida un poco aburrida, que era la vida académica, un poco cerrada, y por otro lado una vida muy competitiva para conseguir un lugarcito. Y en esa época yo pensé que el mundo tenía muchas más posibilidades que el de un carguito en la facultad y hacer siempre lo mismo durante toda la vida. Y entonces esa es la historia de un fracaso. ¿Por qué no me doctoré en matemática? ¿Por qué no seguí trabajando de matemático? Y bueno, hay una suma de cosas, algunas de las cuales no las entiendo. Tienen que ver seguramente con mis neurosis y cosas así, pero es como un paradigma de mis trabajos, un paradigma de mis fracasos.
A mí me parece que vos no podés hacer algo que sea por obligación y que no te surja a vos. En este caso, la tesis de matemática. Por ejemplo, lo veo en El Amante: en un instante vos tenías que escribir un libro sobre cine y no te salía, no había forma. Y llegó un momento, cuando hablaba con terceros, que decían «Quintín tendría que hacer tal cosa» y yo decía: «Si no le sale a él, no lo va a hacer».
Sí, creo que eso lo sigo arrastrando ahora. Incluso hay cosas que se me ocurren a mí que se transforman en especies de obligación. Sí, eso es una limitación muy grande de la cual… algunas cosas sí hice, pequeñas. Y fueron esfuerzos…
¿Pero cosas que no te salían naturalmente y las hiciste porque era lo que había que hacer?
Qué sé yo. Yo escribí un libro sobre vinos con Andrés Rosberg. Era un tema que me empezó a interesar de grande, el del vino: me pareció que había un mundo ahí muy interesante de lo cual yo no sabía nada y quería saber. Típica situación de algo que no sé y…
Como la matemática.
Claro, exactamente igual. Y me atrae. Con el cine lo mismo. Y, bueno, conocí a Rosberg en una cata de vinos y se me ocurrió decirle: «Hagamos un libro de vinos». Y finalmente salió el libro de vinos. Nos juntábamos por internet en esa época y escribimos las conversaciones. No es que grabábamos sino que escribíamos cada uno. Eran conversaciones escritas.
Un intercambio epistolar.
Sí, pero en el momento, con el Google Docs. Muy buen método para hacer un trabajo en conjunto. Bueno, pero terminamos de hacer eso y el libro… nos habían pagado un adelanto. Las charlas esas tenía que editarlas…
Y no lo hacías.
¡Seis meses! Seis meses haciendo cualquier otra cosa, diciendo «tengo que hacer el libro» hasta que me intimaron de la editorial diciendo «mirá, te pagamos un adelanto…».
Claro, porque la parte que a vos te interesaba ya la habías hecho, que era charlar con Rosberg.
Claro, exactamente. Esta vez salió bien porque finalmente me puse a leer lo que habíamos escrito y estaba prácticamente terminado. Había que hacer un par de retoques, errores de tipeo y completar un par de cosas, entonces salió el libro. Si no era por este compromiso contractual…
Podría haber sido otro abandono.
Podría haberlo dejado ahí. Si después hubiera tenido que salir a buscar el editor, etcétera, nunca lo hubiera hecho. Bueno, y el libro que escribí de cine es igual: pasó exactamente lo mismo. Esto más bien parece una charla con el psicoanalista: «¿A usted qué le pasa?». «Me pasa esto: no logro terminar las cosas». Es así. Leo D’Espósito, un amigo, dirigía una colección de cine y me pidió que escribiera un libro, que yo eligiera el tema. Entonces inmediatamente le dije: «Sí, buenísimo. Tengo una idea para escribir. Voy a escribir un libro sobre adaptaciones. Voy a tomar un libro y la adaptación, y voy a hablar de las distintas adaptaciones, voy a comparar el libro con la película». Me pagaron adelanto. Pasó un año…
(Risas)
Me llamó Leo. Le digo: «Leo, estoy mal». «Bueno, yo te banco». Me cubría. Pero después me llamó el editor. Le digo: «Mirá, este libro no me sale. Se me ocurre otro libro». Algo que se le había ocurrido a Leo. Me puse y a los tres meses: «No me sale».
(Risas)
Entonces digo: «Tengo que hacer algo, me van a mandar los abogados para que devuelva la plata». Entonces dije: «Hay una sola cosa que puedo hacer: un diario. Me levanto y escribo de lo que se me ocurra ese día. Si te parece…». «Bueno, bueno». Y así hice el libro. Lo escribí en un mes, pero nada que ver con el contrato original. Esa es la historia de los dos libros que escribí. También, consecuencia de un entusiasmo pasajero, de un intento de conocer algo porque, por ejemplo, terminé haciendo eso del diario porque la idea original era juntar cine y literatura, ese era el origen. Nunca llegué a ninguna parte. Así que, bueno, eso está ahí, en el origen de la multiplicidad de actividades creo que está este defecto de carácter, esta mezcla de no ser bueno para la competencia, de no poder hacer nada que no me encante.
Algo que sea pautado por otro.
Sí, pautado por otro que puede ser por una institución también. Trabajar en un lugar con determinadas reglas institucionales, una universidad.
Pasemos a la siguiente profesión. ¿Qué fue lo que te interesó de la crítica de cine?
Un saber. Yo no era un cinéfilo, era un espectador asiduo del cine, alguien que iba seguido al cine. Yo vivía a tres cuadras de los cines de Lavalle, me eduqué yendo al cine, mi viejo iba al cine, era parte de la educación común. Era una clase media que iba al cine.
Sí, era parte de su vida.
Un día descubrí que existía una manera de mirar las películas que no era ingenua. Y no era académica; para mí siempre fue muy molesto el discurso académico. Había algo que era atractivo intelectualmente y una manera de mirar el cine desde otro lugar, y ese lugar eran los Cahiers du cinéma y sus herederos en distintas partes. Entonces cuando descubrí eso yo pensé que quería ser los Cahiers argentinos, pero no tanto por hacer la revista sino por entender…
Pararse en ese lugar.
Tampoco. Pararme en ese lugar fue un acto de impostura. Yo creo que es a lo que me llevó el trabajo, en algún lado hay que pararse, pero lo que yo quería era entender qué había ahí, qué era esa cinefilia francesa donde los tipos tenían una certidumbre absoluta sobre las películas que yo nunca tuve. Incluso, creo que simulé muchas veces.
(Risas) Y que pudiste cambiar de opinión sin problemas.
Sí, sí, sí. Pero esa idea de que había casi una línea, una manera de entender el cine que era distinta, no sé si más profunda pero más original, más libre, que estaba, por supuesto —y en eso yo me identifico con todas las cosas con las que tuve que ver— del lado de lo amateur más que de lo profesional, de lo original más que de lo académico, de lo salvaje más que de lo rutinario, etcétera. Eso era lo que yo quería entender: cómo se podía pensar el cine para poder decir esas cosas. Siempre tuve esa fascinación. Después hicimos la revista por vos y por Flavia, porque estaban muy entusiasmados con hacerla, pero la revista en sí no era mi berretín (del lunfardo: capricho un tanto infantil). Mi berretín era abstracto. Bueno, había que escribir para eso, pero a mí lo que me interesaba era entender qué tenía Rivette en la cabeza.
¿Cómo evaluás tu producción como crítico respecto de esa certidumbre? Porque es interesante que te fascinaba gente que decía verdades como rayos, que se podían sintetizar en una línea. Y tu estilo era fluctuante, contradictorio, de desarrollo. Vos podés decir cosas graciosas e inteligentes…
Como cualquiera, sí.
Pero no te hiciste conocido como crítico por ese tipo de frases.
No, pero eso tiene que ver con la escritura. La escritura me parece que es una actividad que tiene sus propias reglas, que uno no las decide. Bueno, hay gente que las decide, pero por lo menos en mi caso, que nunca voy a hacer algo por reglas, es un lugar de máxima libertad. Aunque no lo he ejercido del todo pero en general, dentro de mis limitaciones, siempre fui por ese lado: por no estar sujeto a obligaciones cuando escribía, que saliera lo que saliera. Me parece que no tengo control sobre eso.
Claro, hay un Yo de la escritura que es más libre.
Sí, que está por afuera de otros. Ahí ya no tiene nada que ver el éxito o el fracaso, no tiene nada que ver la novedad. Eso es como la asociación libre, en algún lugar. Está en otro mundo, me parece.
¿Y sentís que abandonaste la crítica de cine?
Sí. Veo cada vez menos cine. Me interesa menos el cine. Además, cuando nosotros empezamos con la revista, era otro mundo del cine. ¿Cuánto tiempo pasó?
Treinta años.
Hablábamos sobre lo que veía todo el mundo, sobre las mismas películas. Había un universo de películas. Hay gente que todavía sigue hablando de las películas que se estrenan y ya no me interesa nada. Era un mundo muy jerarquizado ese y ahora es un mundo muy disperso. Gente por razones profesionales tiene que seguir agarrando un poco de todos lados siguiendo el movimiento de las cosas y los estrenos. Y tampoco hay muchos lectores.
Sí, no hay la misma conversación pública.
No hay una conversación sobre el cine en la que yo pueda participar. Y cada tanto uno dice, uno se encuentra con amigos y dice: «Me gustó esta película». «No, a mí no me gustó nada». Pero ya no me importa. Ya perdí la pasión por tratar de demostrar escribiendo que yo tengo razón, que mi gusto sobre la película está justificado y el de los otros no. Esa es una discusión que abandoné. En el fondo, ahí el fracaso se puede medir por el hecho de que no logré ser un crítico de cine… Es cierto que trabajé de crítico de cine muchos años. Uno puede decir que sí. Es como decir: barrí el piso todos los días, no me van a sacar el título de barrendero. Pero lo que no logré es ser un cinéfilo. Eso era lo que yo estaba buscando. El secreto era la cinefilia. En ese secreto de la crítica lo que buscaba yo era ese saber oscuro, oculto y misterioso de la cinefilia. Y yo no logré ser un cinéfilo. Volví a ser un espectador de cine como cualquiera.
¿Qué pensás ahora de esa cinefilia francesa?
Mirá, más general, ahora que hablamos de eso: una vez le dije una frase célebre… de las pocas frases célebres que dije en mi vida, que no es célebre, por supuesto. Estaba hablando con Daniel Guebel, escritor, amigo. Estábamos hablando de Proust, no sé por qué. Entonces le digo —me comunico por breves mensajes insultantes de whatsapp con él— una cosa sobre Proust que se me ocurrió en ese momento, que no debe ser nada original: que es que lo que demuestra En busca del tiempo perdido es que todo amor no correspondido es un amor no deseado.
Parece Lacan eso.
No sé, pero se me ocurrió ahí, hablando de eso. Y en realidad, aplicado a esto que estamos hablando, yo diría que en el fondo nunca quise ser un cinéfilo. En el fondo nunca quise pertenecer a ese mundo, como nunca quise pertenecer a ningún mundo, un poco eso.
Eso te iba a decir, es muy tuyo: pertenecés a una tribu de una sola persona.
Sí. Yo creo que esa es parte de la neurosis de la que estamos hablando. Probablemente el cine haya sido la actividad en la que más tiempo estuve y en realidad fue un amor no correspondido, pero porque fue un amor no deseado. O sea, nunca quise ser eso que creía querer. No puedo decir lo mismo de la matemática: yo hubiera deseado no ser matemático, pero entender la matemática es algo que hoy sigo pensando «qué lindo que es esto».
Lo asocio con el fútbol porque acá hay algo interesante: vos estás buscando algo en el fútbol también. Claramente, que vos escribas de fútbol no es un gusto menor, no es un capricho
Yo creo que es el gusto que más me ha acompañado a lo largo de los años. Entendido como afición intelectual.
Siempre lo pensaste al fútbol.
Claro. Cuando yo era chico, era adolescente y compraba El Gráfico, y los periodistas de El Gráfico les ponían notas a los jugadores, eso no era algo común, no era algo que se veía. Lo inventaron ellos. Por ahí lo copiaron de otros medios, pero yo creo que fue un invento argentino ponerles notas, de El Gráfico de los años 60, mediados de los 60. Y eso a mí me fascinaba: poder entender el fútbol para poder ponerles la nota que le corresponde a cada jugador.
Como que había un conocimiento.
Sí, había un saber ahí, un saber del fútbol. Y después también, bueno, ahí es como el cine: uno cree tener buen gusto. Con el fútbol uno cree tener buen gusto. Además, siendo hincha de River, una tradición del fútbol bien jugado, del fútbol estético se puede decir. En una época el fútbol era mucho menos triunfalista. Por supuesto, había mucha menos gente interesada en el fútbol. Se ocupaban del fútbol los que les interesaba el fútbol, no la gente…
Sí, todo el mundo, como es ahora, que se sienten obligado a…
… a ver fútbol y todos ven los mismos partidos, que son los de la Selección y los de un partido importante, y no saben nada. En cambio, seguir el fútbol cotidianamente, conocer a cada jugador… No a cada jugador de River, a cada jugador de cada equipo. Y ver dónde había algo que era nuevo, que era interesante. No sé cuál era la pregunta.
Cuál es el saber que estás buscando en el fútbol.
El ver un jugador y decir «este va a llegar a ser un crack» o «este va a llegar lejos» o «este está sobrevalorado».
Eso es puntual porque lo comparte todo el mundo que tiene un cierto gusto por el fútbol; el que se para en una plaza y dice «ese la mueve», pero vos vas a un lugar de pensar el mecanismo, la coreografía, la acción colectiva.
Sí, tenés razón. Yo creo que ahí hay una cosa que tiene que ver con que, si bien uno tiene una visión individualista del fútbol —el amor por los grandes jugadores, la idolatría, el decir «a este yo lo sigo de chiquito, lo descubrí una vez que tocó una pelota»—, la parte colectiva del fútbol es la más difícil. Antes cada equipo tenía un técnico y un preparador físico, ahora hay 50 personas preparando a los jugadores. El aficionado, el que escribe está muy lejos ya de poder entender todo lo que está pasando en el fútbol. Hubo una evolución del fútbol como no la hubo del cine. Quiero decir: en el cine hubo cambios tecnológicos, pero el fundamento más o menos es el mismo. El fútbol es otra cosa, creo. Me dejó atrás. O sea, yo sigo escribiendo sobre fútbol no sé por qué (risas). Voy a confesar que sigo escribiendo sobre fútbol porque me justifica las horas frente a la pantalla (risas). Y seguir teniendo ese gusto infantil por ver todos los partidos.
Para decir «estoy trabajando».
Claro, puedo justificar. Le digo a mi mujer: «Estoy trabajando, estoy mirando los partidos» (Risas).
Cuando un técnico toma una decisión ahora, es mucho más difícil saber qué información maneja que la que manejaba hace 50 años.
Manejaba la misma que el espectador, digamos. Y ahora, ¿Qué se yo lo que le dijo el especialista en video número cuatro? Qué se yo. De todos modos, creo que más allá de las bromas, hay todavía un desafío ahí en escribir sobre fútbol que es poder tener una mirada global, porque todo ya se pierde en los detalles. Con tanto aparato, todo se mide en el perfeccionamiento de los pequeños detalles y ahí hay que encontrar una idea más global. No hay dudas de que los jugadores están mucho más preparados que antes. Corren más, tienen más técnica, comen mejor, no se emborrachan, practican desde muy chiquitos, porque hay un mito que dice que antes había potreros y estaban todo el día jugando en el potrero. Ahora en las divisiones inferiores se pasan todo el día pateando la pelota, mucho más que antes.
Claro, el jugador llega con una cantidad de horas de perfeccionamiento enorme.
Hay un perfeccionamiento técnico espectacular. En ese sentido, el fútbol progresó, pero los partidos son muy malos. Entonces, ahí hay algo que alguien debería entender. Yo creo que esa es la pregunta del millón, la que justifica seguir pensando el fútbol: por qué los jugadores son cada vez mejores y los partidos son cada vez más malos, cosa que es indudable para mí: ponete un partido de la liga española y decime… o de la liga francesa, que jugaba Messi. ¡Es insoportable! Entonces, los partidos solo se hacen soportables para los hinchas. Y esta es la diferencia con lo que se perdió de mi infancia y mi juventud, la nuestra: que antes uno podía ser neutral y mirar los partidos por el simple gusto de ver fútbol. Ahora el fútbol es para los que son hinchas de un equipo y lo único que les importa es que gane ese equipo.
No hay un placer estético ahí.
No. Te ponés a ver un partido entre dos equipos que no conocés y te querés morir.
Ahora debe haber empresas buscando jugadores.
Pero buscan jugadores con los que puedan hacer marketing. En el fútbol inglés hay un fenómeno increíble que es el del Manchester United. Desde que se fue Ferguson, el histórico entrenador, el Manchester United no volvió nunca a salir campeón y está en manos de unos americanos, los dueños, pero salir campeones no les interesa. Lo que les interesa es vender camisetas.
Claro, si sale campeón o no…
Es secundario. ¿Entonces, quiénes son los que quieren ganar? Los del Manchester City, que son unos jeques, que tienen el equipo por razones de prestigio político. O el PSG, que no lo consigue. Pero en el Manchester United, los hinchas odian a los dueños porque saben que lo único que les importa es una cuestión de finanzas. El Manchester City todavía tiene que ganar 50 campeonatos para estar a la altura de lo que venden estos tipos. Son mundos que uno, escribiendo sobre el fútbol inglés, difícilmente alcance a entender. ¿Cómo mantener un discurso? ¿Cómo mantener una escritura que deje de lado esos factores socioeconómicos y políticos?
Ahora, cuando vos ves fútbol y querías que gane el City la Champions, la Premier…
Esta es una revista española…
Sí, van a estar ofendidos por la mitad de las cosas que decís (risas).
Yo no conozco a ningún español que vea un partido que no sea de España. No conozco un solo español que vea un partido de la liga inglesa. Por ahí la final…
O sea que no hay un gusto por…
¡No! No les importa nada, es otro mundo. Después están los Valdano y todos esos que hablan de grandes generalidades pero, en verdad, uno no puede tener una conversación de fútbol con un español.
(Risas) Esto va a ser un destacado.
Porque ninguno ve un partido que no sea de España o del equipo de él, siquiera.
Cuando vos hinchás por el Manchester City, ¿qué es lo que pasó ahí que a vos te atrae? ¿Cómo describirías los valores que tiene el City?
La idea, el desafío de ganar todo lo posible, todos los torneos en los que se presenta siendo ofensivo, especulando menos que los contrarios, jugando a ganar todos los partidos. Porque en el fútbol parecen tener —es una paradoja muy interesante— la ventaja los que especulan con los errores del contrario y en sorprender al contrario cuando ataca. Y lo que hizo Guardiola fue perfeccionar hasta tal punto el sistema de juego que no podían ser sorprendidos. O sea que encontró la primera táctica defensiva basada en la ofensiva, cosa que es única en la historia. Yo no recuerdo alguien que haya hecho algo así. Bueno, sí, había equipos que tenían la pelota todo el partido y era imposible sacársela.
Vos decís que en Guardiola hay un interés en no ser vulnerado.
Absolutamente. De lo único que se preocupó en los últimos años fue de que perdió un par de finales o de que quedaba eliminado en Champions. Se daba cuenta de que le ganaban equipos como el Real Madrid, por talento, o equipos como el Inter, por su persistencia en el juego italiano basado en los errores del contrario. Era vulnerable a esos equipos que eran inferiores. O el Chelsea, un equipo claramente inferior, que le ganó de contraataque una final. Y se propuso que no le vuelva a pasar sin dejar de tener la pelota todo el partido. Lo cual, como desafío, es muy grande. Que al tipo le haya salido bien eso es increíble. Pero a costa de que los jugadores se vayan, porque vos decís: Gündogan, que fue fundamental, hizo goles decisivos, este año tuvo una participación extraordinaria, y se va porque están dispuestos a pagarle todo lo que quiere y se fue al Barcelona, pero hay otros que se van a Arabia Saudita, a cualquier lado, porque están hartos de eso. Y después, el fenómeno de Haaland, que trajo a un tipo que es cyborg. Pasa 15 horas entrenándose, entre los cuidados y los entrenamientos, y ni siquiera fue fundamental para ganar, pero le metió presión a los contrarios. Finalmente, Haaland sirvió para que no es hagan contragolpes, para que se tuvieran que cuidar.
¿Y la literatura?
Bueno, ahí está el punto más difícil. Así como más o menos logré convertirme en un crítico de cine, con la literatura no hay caso. Escribo de literatura hace 20 años y trato de convertirme en un crítico de libros. No en un crítico literario ni en un teórico, de esas cosas no entiendo nada, pero también ahí hay un saber, decir: ¿cómo encontrar lo auténtico? Porque en el cine, aún las películas malas tienen cosas interesantes. Y en la literatura hoy está pasando al revés: para mí, los libros buenos son malos. O sea, la literatura es el reino de lo profesional y de lo inauténtico. En el sentido de que los escritores son como los jugadores de fútbol: se perfeccionan, se entrenan, son profesionales, empiezan de chicos, saben todo lo que hay que leer, van a la universidad. Antes los escritores no iban a la facultad a aprender. Hoy un escritor tiene que ir a las facultades donde se enseña escritura creativa y se aprende a ser un escritor, como este Hernán Díaz, argentino, que supuestamente triunfa porque ganó no sé qué premio, pero hay miles de todos los países. La industria editorial es un sistema de alta competencia, es un deporte de alta competencia. Y hay una cantidad de gente asociada: los editores, los críticos, los profesores, los agentes, los encargados de prensa. Una industria descomunal que hace que —salvo los bestsellers, esas cosas que alimentan a todo lo demás— los libros los lean los profesionales. Yo creo que la literatura es un sistema expulsivo en general.
Una comunidad cerrada.
Sí, hay una periferia de gente que algo lee, a la cual los críticos pueden decirle qué hay que leer. Pero yo veo que los libros son muy malos. Los escritores son gente preparada, inteligente, culta, ingeniosa, pero no tienen nada en el fondo. Y entonces es muy difícil. Y mientras tanto hay un montón de gente que tiene el deseo de escribir, pero también se confunde el deseo de escribir y el deseo de publicar. Creo que fue Lamborghini el que dijo: «Primero publicar, después escribir». Es una frase que los profesores de literatura repiten a cada rato, no sé muy bien por qué. El deseo de escritura es reconocible en general en las primeras novelas. Después lo único que queda es la carcasa… Pero no logré encontrarle la vuelta. Sigo buscándola, pero no la encuentro. Me parece que me falta saber mucho, me falta leer mucho. Lo que trato de hacer ahí es encontrar algo que me interese, que parezca verdadero, pero no, puedo decir que fracasé en toda línea. Fracasé como profesional de la crítica y también fracasé en mi intento de saber. Y es lo que más tiempo me ocupa.
¿Te la pasás leyendo?
Sí.
¿Más que el fútbol?
Sí, sí. Sí, es lo que más tiempo me ocupa.
Escribís, por lo menos, sobre cuatro libros por mes.
Por lo menos. Sí, en La Agenda. Cuatro libros por mes, más Perfil y algunos más. Sí, ahora me interesaría tener otro lugar para escribir porque leí demasiados libros y no sé dónde escribir.
¿En serio?
Sí. Ahora que paró el fútbol europeo, en dos semanas leí como veinte libros.
Y en términos de curiosidad intelectual, ¿Qué lugar ocupa la política? Porque al final te la pasás hablando, en algún sentido, de política. Pero no parece haber un saber que te interese ahí sino una cosa más moral, ¿no?
Es un castigo. La política me persigue. También ahí hay algo que tiene que ver con un saber, que tiene que ver en torno a esta idea mía tan anticomunista, que es: ¿cómo fue posible el engaño del comunismo durante más de un siglo? Cómo es imposible de romper, cómo las dictaduras comunistas o las dictaduras supuestamente de izquierda duran, mientras que las dictaduras de derecha caen. Cómo vuelven, cómo hay gente que sigue repitiendo los mismos esloganes y dispuesta a despreciar la vida de los demás. Pero yo creo que ahí lo que más me atormenta de todo esto es que yo no me puedo parar en las posiciones anticomunistas clásicas, digamos. Yo no soy un liberal en el sentido de amar al capitalismo. A mí el capitalismo me parece una porquería. No es que prefiera al socialismo, pero a mí no me parece que la manera de estar en contra del comunismo sea el capitalismo. De ninguna manera me parece eso. Me parece que eso es una falsa disyuntiva. Y eso también me atormenta porque también fracasé en el intento de hacer de eso un sistema de pensamiento político. No lo sé. Yo solo tengo atavismos. O sea, yo nací en una casa de izquierdas, en el sentido de cierto aprecio por la justicia social, contra la explotación, pero finalmente, en algún momento, como mucha gente, concluí que el comunismo era la mayor forma de explotación y de desprecio por los seres humanos. Y el Estado más policial de todos. Pero tampoco puedo decir «me voy a afiliar al Partido Liberal y voy a salir a proclamar las teorías de Hayek o de Mises». Yo creo que la gente de los países capitalistas vive muy mal. Yo creo que ser pobre es un desastre en cualquier parte y eso sigue siendo así. La injusticia sigue existiendo. Lo que pasa es que en los países comunistas, además de ser pobre, uno corre el riesgo de morir por decir lo que piensa. Esa es la diferencia entre los sistemas, más allá de que el capitalismo haya tenido tanto éxito que los chinos, que son un régimen de los más represivos del mundo y de los más crueles… probablemente las políticas del Estado chino sean las más crueles que hayan existido nunca. El capitalismo puede ser parte de…
De un régimen así.
De eso. Y eso también es una cosa que yo no sé qué solución tiene. Y también ahí hay algunas cosas que durante mi vida me atrajeron, como que había alguna manera de escapar de esas aporías de las batallas políticas. O sea, quiero decir, en la Argentina el peronismo para mí empezó siendo una forma de la socialdemocracia, con algunas influencias del fascismo, pero terminó siendo un sistema de corrupción universal. Y del otro lado hay unos aventureros de la política que no tienen estatura. Están los criminales y los corruptos y los mentirosos de un lado, y los oportunistas del otro. Me parece que eso pasa casi en todas partes. Es muy difícil admirar un político en el día de hoy, de cualquier parte del mundo. Creo que el sistema está hecho para que los políticos sean gente degradada. Yo creo que no estoy preparado para esto. Llegar a la vejez sin la preparación para entender esto me molesta. Es probablemente un fracaso de orden moral, si se quiere. No encontrarle cuál es la posición moral de esto. No sé, qué se yo. Y estar todo el día hablando de política, tema en el cual estoy perdido, me parece un fracaso descomunal.
Me ha gustado mucho la entrevista. ¡Enhorabuena a Jot Down, al entrevistador y al entrevistado! Me siento representado en esa frase, en esa idea: la historia de mi vida es la historia de continuos fracasos y abandonos. ¡Un cordial saludo!
Un existencialista racional y lógico, si esta combinación existe, y un amante (por algo el título de la vieja revista) de cosas tan importantes como el cine, el futbol, la literatura y el vino. Gran entrevista.
Poder identificarse con el entrevistado en casi todo es una sensación bastante inusual. Disfruté mucho la nota pero al mismo tiempo me llenó de nostalgias. Por ejemplo, ya no me entretengo en las librerías, entro y salgo, luego vuelvo a casa a leer lo que ya tengo en mi biblioteca… Y ni hablar del cine, me lo paso saltando de plataforma en plataforma para ver dónde puedo volver a ver tal o cual película. Felicitaciones a los participantes de esta conversación.
Frase de sobrecito de azucar: «éxito, fracaso, esos impostores»
Nadie es exitoso o fracasador en continuo, de hecho los exitosos cuentan las que ganan, nunca las que pierden, y los que piensan que fracasan porque abandonan una determinada búsqueda no advierten que su éxito está en la búsqueda, no en el eventual hallazgo.
Doy fé que Quintín es un obsesivo buscador, un exitoso de la búsqueda y en eso radica su brillantez.
A mi me gusta Quintin, me gusta leerle en Caimán Cuadernos de Cine como me gusta leer a J Rosenbsum y Adrian Martin… me alegro de leerle y ponerle cara..
No tengo nada en contra de las malas peliculas, son mas amenas que la mala escritura en mi opinion, pero el drama es que nos estamos quedando sin salas para las buenas o mas arriesgadas.
En Edimburgo estos dias, tras el cierre del Edinburgh Film House, 4 pantallas de arte y ensayo desde el 89 hasta octubre del 2022, la joya en la corona de las salas de Escocia , Mark Cousins ha tuiteado que en Edimburgo el finde pasado hay 88 pantallas con Oppenheimer y unas 60 con Barbie ( o al revés, no me acuerdo) pero que su peli sobre al Welles no tiene sala para estrenarse…
Con el cierre de The Edinburgh Film House, que es la misma empresa de the Edinburgh Film Festival, hemos perdido dos pantallas en Aberdeen también…
Es decir, hemos perdido mas o menos el 50% de nuestras salas de pelis en V.O y nadie hace ni dice nada…. se dice aquí que han sacrificado a las salas para salvar al Festival que le pega a la burguesía de Edimburgo 100%…
Nos queda el GFT en Glasgow y alguna sala por ahí que sobrevive de milagro.
He estado en la maravillosa y espectacular Isla de Bute estos dias, que era en el siglo 19 un destino muy concurrido de turismo de Glasgow.
Desde hace mucho no, y tiene un punto decadente y fantasmal que a mi me gusta mucho, pero también su sala de cine, por lo que es una población de pico mas de 6000 habitantes…
Es maravilloso ver semejante resistencia…
PD el tema de la burguesía de Edimburgo es un tema aparte, es una burguesía muy particular y del todo distinto de las otras burguesías de Escocia, perfectamente retratada por la escritora Muriel Spark en su formidable «The Prime of Miss Jean Brodie»…( «I am Miss Jean Brodie and I am in my prime…»… ) una de las mejores novelas escocesas del siglo xx..
La Spark según sus propias declaraciones obraba en función del concepto Edimburguese de «y no obstante»… un concepto que se ve reflejado en una frase tipo, «y no obstante, llueve…»…
La Spark juraba que se convertio al Catolicismo siguiendo el principio de «nevertheless» y que toda su obra literaria se debia a la dinámica subyacente de esas palabras «y no obstante»….
Creo que mi futuro puede pasar por montar un pequeño festival de cine espanol en la isla de Bute que con sus apenas 6000 habitantes, no obstante, tiene una sala de cine… a Quintin le invito por supuesto….
No conocía al entrevistado pero uno se identifica con lo expuesto. La curiosidad. La búsqueda por traducir intuiciones profundas sin texto en encuentros que reúnan lo fragmentado. Satisfacción o Frustración. Persistir o aceptar lo que viene. Necesidad de cambio. Otra cosa. De eso va la vida, cambio y llenar lo que falta.
Un abrazo afectuosísimo a Quintín, inolvidable en sus clases de Algebra que tuve en Exactas en aquellos años que él menciona. Sólo otro egresado de esa Facultad como es el autor de la nota puede hacer esta entrevista haciéndole recordar aquellos años. Abrazo a ambos, muy agradecido por la inteligencia que destila la nota
En cuanto lo que comenta Quintin sobre Alex Fergusson, o Fergie como siempre se abrevia ese apellido, pues ya lo habia hecho todo con el Aberdeen antes de llegar al Manchester.
Yo lo vi en el Easter Road, donde juega mi equipo, el Hibernian, salir corriendo al césped para abrazar a sus jugadores del Aberdeen en mayo de 1980, al ganar a los «Hibees» 5-0 y con esa victoria la liga escocesa, rompiendo asi el monopolio del Celtic y Rangers llamado en conjunto «the old firm», cosa que el Aberdeen volvía a hacer varias veces en los 80…
Era un equipo excelente con Archibald y un Gordon Strachan en estado de gracia… un equipo que levanto la Recopa en el 83 contra al Real Madrid, una victoria mítica por lo que es un club mediana, sin los recursos de las hermanas feas del Celtic y el Rangers….
El Aberdeen de Fergie lo gano todo en los 80 y dominaba el futbol escoces. Para mi lo que hizo con el Manchester es admirable, pero con el Aberdeen obró directamente un milagro…
Al perder ese partido 0-5 en el mayo de 19i0, el Hibernian descendió, creo que estaba llorando aquel día en la grada de Easter Road con mis 10 anyos. Siempre me quedare con esa imagen del joven Fergie corriendo a abrazar al capitan, Willie Miller… que tiempos, en los 80 el futbol escoces era maravilloso…
Sentí haber estado 12 minutos leyendo casi exac-ta-men-te la historia de mi vida. Qué hermosamente sorprendente es toda historia de vida, al fin. Y qué reconfortante encontrar tanta honestidad. Marche un abrazo fraterno para Quintín!
«Llegar a la vejez sin la preparación para entender esto me molesta. Es probablemente un fracaso de orden moral, si se quiere.»
Iba a entrar aquí justamente para destacar esto. Qué acertado, qué triste.
Conozco a Quintin en principio por sus críticas cinematográficas y por sus endiabladas reflexiones al respecto. Lo sigo en su columna semanal de Perfil, más que nada porque me divierte leer a él y su vecino de página, en un astuto entrevero de ideologías disímiles. Suelo no coincidir en general con sus ideas, y siempre traté de conocer más del tipo detrás de sus opiniones. Pero el domingo pasado me desconcertaron sus comentarios con respecto a su abandono de la cinematografía. Fue un shock, algo que se me escapaba de mi entendimiento. Y por eso entré a guglearlo para llegar al verdadero nivel de comprensión, y así aterricé en esta entrevista que, más que nada, me permite bucear en su verdadera personalidad. Pero ¿es un outsider cómo -quizás- el mismo pretende, un «contra» o un sutil elaborador de una imagen externa con buen marketing personal? Admirable.