Arte y Letras Arquitectura

Pérez Latorre, un arquitecto de su tiempo

José Manuel Pérez Latorre

Este artículo es un adelanto de nuestra trimestral Jot Down nº 44 «Distopías»

José Manuel Pérez Latorre (Zaragoza, 1947) es uno de esos arquitectos que ha entendido su oficio como una pasión, una vocación, un arte de su tiempo y una forma de intervenir en el espacio que lo acoge y que ha pautado distintos instantes de su vida. Se midió a sí mismo, desde muy joven, con la pintura y también con la enseñanza. Dio clases en la Escuela Superior de Arquitectura de Barcelona en el Departamento de Teoría y Crítica (1977-1986), pero, a partir de la obtención de su título en 1979, desarrollaría una carrera tan personal como singular, marcada por la curiosidad, la libertad, el uso de muchos materiales y el eclecticismo como estilo. Se ha ramificado en diversas direcciones: la edificación de nueva planta, la intervención y la transformación, la rehabilitación, el planeamiento y la construcción de plazas y parques.

Siempre ha sido un arquitecto muy reflexivo que hace una inmersión en la historia de la ciudad y su arquitectura para realizar un proyecto. Una de sus bases permanentes, más allá de una sensibilidad muy matizada, ha sido su formación y su curiosidad. En él se combinan el peso de la historia y la erudición, el legado de sus numerosos maestros (es decir, de la arquitectura misma), el diálogo con la materia, la indagación en el lugar del emplazamiento y el uso de la imaginación. Por pura coherencia fue atrevido, como consecuencia de sus análisis y, a veces, puede parecer que, por su temperamento complejo, perfeccionista y tal vez barroco. Siempre atendió a un modelo de belleza que se alía con la plasticidad, la variedad de texturas y de materiales, en busca de un acabado final que pueda sorprender, enamorar o invitar al debate. Como ha sucedido, de partida, por citar algunas obras concretas, con su rehabilitación de la iglesia del Portillo, con el Auditorio de Zaragoza, que quizá sea su obra más emblemática, «rotunda, nítida y clara», tal como la definió el estudioso Martínez Verón, o con la ampliación del Museo Pablo Serrano: en su primer proyecto aprovechó los usos de las naves de carpintería, donde había trabajado el padre del propio escultor, y en el segundo creó una estructura de cuatro alturas con terraza que no pasa inadvertida por su forma y sus texturas, y transformó por completo su interior.

Hablábamos antes de los inicios de Pérez Latorre y de esa pugna entre la arquitectura y la pintura. En una conversación de 2021, me decía: «La pintura ha ocupado siempre el mismo lugar que la arquitectura, pero yo diría que al principio mucho más. Siempre dudé entre hacer Bellas Artes y hacer Arquitectura. En aquellos años (66, 67 y 68), en los que todas las cuestiones sociales tenían importancia, me parecía que la arquitectura cumplía una función social mucho más potente e importante. Me incliné por ella». Consustancial a ese período fue también la revelación del Mediterráneo. Añadía: «El Mediterráneo, a todos los que hemos pertenecido, por qué no decirlo, a la Corona de Aragón, era nuestro mar. El Atlántico es el mar de Castilla. Los aragoneses hemos estado, y ahí está la historia, en islas como Cerdeña, Sicilia, donde somos reconocibles en tantas cosas. Al final, el viaje es la metáfora de la vida. Al lado del Mediterráneo se producían más cosas… Coincidíamos gentes. La gente que me ha marcado del Mediterráneo y su universo dionisíaco son personas que he conocido después, que sabía que estaban allí, en ese momento. Y éramos gente de Zaragoza, de Barcelona: éramos gente de otros sitios. Las mujeres catalanas (y llevo cincuenta años felizmente casado con una mujer de Madrid) fueron importantes en mi vida, en mi manera de estar, y me enseñaron un mundo que, en una ciudad gris como Zaragoza, no existía o yo no veía…».

La revelación podía resultar inesperada o sorprendente; por eso, Pérez Latorre matizaba: «Yo creo que me sucedía lo mismo que le ocurre al Pijoaparte en Últimas tardes con Teresa, de Juan Marsé, un novelista clave en mi vida y en mi formación: muchos de los que no somos de Cataluña somos Pijoapartes e intentamos conquistar a Teresa en un momento determinado. No soy nada castellano a la hora de leer, estoy más cerca de poetas como Jaime Gil de Biedma o Luis Cernuda. Pienso en las cosas que le oía a Carlos Barral, que, además, era un personaje que me iba encontrando. Y con todo ello, estaba el mundo del arte. Mi primer Picasso de verdad lo vi en casa de una amiga de Barcelona. Acercarte a ese mundo te marca». Como detalle curioso, en vísperas de la inauguración del Auditorio de Zaragoza en la primavera de 1994, quiso alejarse del runrún que había producido el proyecto en la ciudad e invitó al periodista al que concedió la única entrevista sobre ese espacio a conversar en el monasterio de Poblet. «Desde aquí todo se entenderá mejor y no habrá ese ruido de fondo que distorsiona tantas cosas».

Pérez Latorre ha confesado a menudo que ha habido dos mundos complementarios que lo han ayudado a ser como es. «Uno fue el del internado, en el famoso colegio Lecároz del valle de Baztán. Siempre he dicho que por las mañanas veía una escultura de Jorge Oteiza, que había sido alumno allí, y que el piano del colegio había sido un regalo de Maurice Ravel y estaba allí, ante mí. Eran una serie de cosas que te abrían un mundo tan diferente y que se complementaba con ese mundo del Mediterráneo. Y Zaragoza ocupa siempre un lugar intermedio». Ese manantial de incitaciones que siempre ha sustentado su obra arranca de ahí.

Ese lugar intermedio que era o fue Zaragoza luego se convertirá en el lugar central de su trabajo, aunque también haya realizado proyectos en todo Aragón (Cantavieja, Fraga, Santa Cruz de la Serós, Tarazona, Tauste, Canfranc…) y fuera. «Zaragoza siempre me interesó y me sigue interesando. Me interesa más como análisis de la propia ciudad. Hay que pensar que la arquitectura no es un hecho personal. La arquitectura y más los servicios públicos se diluyen en la ciudad. Construyen la ciudad. Tengo un compromiso, y este es personal: soy un arquitecto del siglo XX y del siglo XXI, y más del siglo XX que del XXI. Creo que tenemos que dejar, no nuestra impronta, sino nuestra manera de ver el espacio, de ver la arquitectura. Pero, seamos sensatos, si miramos la historia del hombre en la Tierra, solo somos un grano de arena en la vida de la humanidad. La arquitectura debe servir».

Si uno se fija en su trabajo y en sus proyectos más complejos y reconocidos, ve que la mayoría de los más importantes y ambiciosos los concibió y ejecutó en Zaragoza: desde su intervención en el Teatro Principal, donde instaló dos grandes murales de Jorge Gay y José Manuel Broto, el Museo del Foro Romano (1988), el edificio de viviendas de Sagasta (2002), el edificio inteligente de la CAI, hoy sede de Hiberus (1992), el Auditorio de Zaragoza (1994), el Hotel Reino de Aragón (1998) o el Museo Pablo Serrano (2010), sin olvidar el Edificio de Aragón para la Exposición Universal de Sevilla 92, que ahora está instalado en Zaragoza a orillas del Ebro.

perez latorre. casa vert. retrato dejroge gayl. julio 2023. ac. 1bn

En otro diálogo, de julio de 2023, para la elaboración de este perfil señalaba: «¿Qué me ha dado la arquitectura? Me ha dado poder vivir. He leído, he viajado, he soñado alrededor de ella. La arquitectura era el instrumento fundamental para poder reflexionar sobre la vida, sobre las cosas, sobre los hechos; me ha permitido estar de pleno, diríamos, en esas cosas, y a veces poder reflejar en los proyectos parte de esas cuestiones. He sido un hombre afortunado en el sentido de que he podido hacer bastante lo que creía que debía hacer. A veces no siempre es así, la arquitectura también está sometida al encargo y a las directrices del poder cuando es obra pública».

Como se recuerda en su web, José Manuel Pérez Latorre «funde el trabajo de los materiales con delicadeza casi secesionista con el ladrillo de tradición aragonesa, contribuyendo a hacer ciudad». Su eclecticismo —algo que también practicaron grandes arquitectos de Zaragoza como Ricardo Magdalena o Félix Navarro, entre otros— se caracteriza por «la nitidez de las formas, la rotundidad en el asentamiento y el contraste de los materiales naturales (arcillas, hormigones, etc.) con otros más exquisitos (mármoles, ónice y alabastros). Estudioso insaciable de su ciudad, Zaragoza, traslada los dictados de la historia tradicional de la arquitectura a sus bocetos, tanto en el plano de la construcción como en el de los acabados».

Si todos los arquitectos dibujan e incluso pintan, el caso de Pérez Latorre es especialmente significativo: ha dibujado y ha pintado muchísimo. Paralelos a su obra arquitectónica, ha hecho proyectos oníricos e ideales, como las bibliotecas imaginarias de muchos amigos, y ha realizado varias exposiciones, entre ellas «El mar de nuestros muertos» en el Palacio de la Aljafería, donde mostraba la versatilidad de su arte y hacía un homenaje al Mediterráneo. Pero antes llevó casi un diario de sillas, pintó flores, paisajes y, por supuesto, dibujó con alma de artista todos sus edificios, especialmente, el Museo Pablo Serrano: cuando se inauguró la ampliación en 2010, junto con la muestra de apertura, presentó una selección de dibujos, acuarelas y pinturas de las salas, fachada, laterales, escaleras y secciones de un edificio complejo. 

Pérez Latorre, alumno de Rafael Moneo, siempre ha reconocido la huella de sus maestros: «De Le Corbusier, la fuerza de las texturas; de Mies van der Rohe, la concepción del espacio; de Wright, la precisión del asentamiento del lugar, y de Adolf Loos, la calidez y exquisitez de los materiales; de José Antonio Coderch, la luz; de Sáenz de Oiza, la contundencia». En esa elección de asuntos y descripciones refleja también sus preocupaciones y la cadena de ecos y matices y elementos que ha tenido en su cabeza en cada proyecto.

Siente que había trabajado con su equipo con responsabilidad y respeto en un montón de proyectos: «Nunca me han obligado a hacer algo en lo que yo no creyera o que no quisiera. No puedo hablar del edificio que más me representa o más me retrata: para mí, todos los edificios tienen algo de todos, dialogan entre sí y dialogan con la historia de la arquitectura, que es algo que he hecho siempre», nos decía este pasado julio en su domicilio del Paseo María Agustín. Y abundaba en ello, por ejemplo, al abordar su trabajo inicial en la estación de Canfranc: «Canfranc, como todos los edificios históricos, como todos los edificios que podríamos decir que no tienen propietario claro, necesitaba que tú le preguntases al edificio qué es lo que ha sido, qué es lo que quiere ser. Tienes que conseguir hablar con él. Es decir, este es un problema, diríamos, en cualquier obra. Me da igual que sea la Catedral de Murcia, que la casita del labrador o yo qué sé. Tienes que coger ese edificio, mirártelo atentamente y establecer con él un diálogo lo más profundo posible. Para ello necesitas conocer su historia. Porque en su historia están muchos de los elementos que te puedan permitir después intervenir». Es decir, Pérez Latorre fue un innovador pero siempre desde este hilo de continuidad con el pasado y esta atención al futuro. Y eso ha sucedido en otros empeños suyos, entre ellos uno de los penúltimos: la fábrica de cervezas Ambar en La Cartuja (Zaragoza).

Perez latorre y Ana Palacio. Ac. hor. julio de 2023. 1bn
Perez Latorre y Ana Palacio.

Muy a su pesar, no fue ajeno a algunas polémicas. Una de las últimas surgió cuando una revista publicó que su ampliación del Museo Pablo Serrano era una de las construcciones más feas de España. «Lo tomo con tranquilidad. Es una opinión. Son puntos de vista. En otra ocasión, me sucedió al revés. Una revista quería contar el edificio porque les había parecido muy atractivo. Yo le digo a mi equipo que no se preocupe, que hay que seguir trabajando con compromiso, rigor y calidad», contaba el pasado julio ante la presencia de su mujer, Ana Palacio. Es consciente de que, como todo, la arquitectura suscita debates, no pasa inadvertida y, de inmediato, con su presencia y con sus usos, forma parte del paisaje del alma y de la vida de la ciudad. Pérez Latorre, además, no ha sabido pasar de puntillas ni ha pretendido exhibirse: tiene personalidad, sello, carisma, conocimiento, y sus proyectos no nacen de la nada. Es laborioso y prolijo, se entrega, estudia e imagina, y no teme crear volúmenes que pueden parecer artefactos, término que nunca le disgustó ni entendió como peyorativo, sino como «algo hecho de arte y con arte. En el Museo Pablo Serrano se trataba de hacer un museo moderno, y eso significa siempre hacer un elemento que atraiga a la gente. No puedes hacer cualquier cosa».

Un repaso a sus principales edificios lo demuestra. Ahí está el Museo del Foro Romano o Foro de Caesaraugusta con el cubo de ónice, que a muchos les hacía pensar en la pirámide del Louvre y que, para él, entre otras cosas, fue una conversación con su pasado de niño en esa plaza, la plaza de la Seo. Su intervención en el Principal fue muy estudiada y hoy ese escenario, con más de doscientos años de edad, es una referencia decisiva de la escena española. Le dio un sentido al ambigú, acondicionó los camerinos y, entre otros elementos, encargó dos grandes murales de José Manuel Broto y de Jorge Gay, con el que también contaría en el Auditorio de Zaragoza, probablemente su proyecto más complejo y más brillante, que tiene muchos puentes con la arquitectura de Zaragoza a lo largo del tiempo.

Se inauguró el 5 de octubre, de carácter polivalente, posee 22.500 metros cuadrados, con un amplio y moderno interior, marcado por sus pilares de gran altura. Cuenta con varias salas: Sala Mozart, que es esa caja de madera o isla del tesoro con cabida para casi dos mil personas, Sala Luis Galve, Sala Mariano Gracia, Sala de Videoconferencia, once salas de reuniones, Sala Multiusos y Sala Hipóstila. El equipamiento, pionero por su versatilidad, rivaliza con los mejores auditorios de Europa. Pérez Latorre hizo un trabajo de fondo especialmente intenso, viajó por toda Europa y tuvo en su cabeza y en sus diseños también la Basílica del Pilar y la Catedral de La Seo. El Auditorio de Zaragoza, que puede ofrecer más de doscientos conciertos al año, es un escenario ideal y refinado para los conciertos y ciclos musicales, la comunicación, el arte, las conversaciones de toda índole y el espectáculo. Su sonoridad ha sido elogiada por doquier y por grandes figuras como sir Neville Marriner, Zubin Mehta, Montserrat Caballé, Ute Lemper, María João Pires; la lista es extensa. Y algunos de ellos, sojuzgados por la propuesta del arquitecto, quisieron conocerlo para decírselo de propia voz. «Cuando concebí ese proyecto con mis colaboradores, lo que sé es que quise que la Sala Mozart fuera un gran instrumento, como si fuese el corazón de una guitarra», decía el pasado julio.
Anterior a este edificio fue el Pabellón de Aragón en la Exposición Universal de Sevilla de 1992. Responde, en el sentido de la construcción, a ese modo ecléctico que tiene Pérez Latorre de trabajar con la belleza, el uso y los materiales. La pieza, que tiene algo de gran escultura, regresó a Aragón, se donó a la Confederación de Empresarios de Aragón y se instaló muy cerca del río Ebro y el puente de la Almozara. No pasa inadvertido: es una construcción de arquitectura de su época.

José Manuel Pérez Latorre es un enamorado de Jaime Gil de Biedma (el poema de su vida es «De vita beata»), de Luis Cernuda, de Juan Ramón Jiménez, Fernando Pessoa y de Carlos Barral, entre otros muchos. Posee una excepcional biblioteca, de arte, de arquitectura y de literatura, y una particular pinacoteca con obras de muchos amigos artistas, como los citados Broto y Gay, pero también Pepe Cerdá, Luis Berdejo y tantos y tantos, entre ellos Piranesi, que también lo vinculó a Marguerite Yourcenar. Es un apasionado de la amistad y las tertulias, y hasta su enfermedad solía hacerlas con el pintor Jorge Gay, el poeta Gerardo Alquézar y el médico Ángel Artal, casi a diario. También se ha sentido atraído por la escritura: hizo columnas y textos de colaboración para periódicos como el desaparecido El Día de Aragón y más tarde en El Periódico de Aragón y Heraldo, y ha firmado varios catálogos. Y siempre lo ha hecho con la meticulosa voluntad de analizar su obra y sus fuentes, de contarse y de transmitir una forma de ser desde la hermosura, la serenidad, la elegancia y la inteligencia.

José Manuel Pérez Latorre

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