Ha llegado el verano, una estación que algunos esperan con fervor, a los cuales únicamente podemos entender si pensamos en esas personas como relaciones públicas del infierno. Al preguntarles, les dirán que les gustan los días largos, el picorcito del sol en la piel (son emisarios de Lucifer, ya se lo advertimos), los helados, pero, sobre todo, las vacaciones. No les recomendamos que indaguen más llegados a este punto, porque lleva a un callejón sin salida conocido como «tiempo libre». Es decir, el concepto en sí está genial, excepto porque, traducido a la práctica, es una utopía desarrollada en cinco actos:
1. Llega la alegría por perder de vista unos días al jefe y a las obligaciones laborales.
2. Uno fantasea, energizado por el júbilo de lo anterior, con retomar actividades que recuerda haber disfrutado.
3. El cuerpo se rebela y dice que nanay, que entre el cansancio acumulado de todo el año (más el que le sumamos si decidimos llevárnoslo a hacer turismo) y los 40º a la sombra, el único movimiento que vas a practicar va a ser la vuelta y vuelta en horizontal.
4. Momento crítico: aparece en escena el aburrimiento, con «lo molesto que es, lo desagradable que torna el tiempo en que nos acompaña, la repugnancia que despierta por el momento presente», como indica la filósofa Josefa Ros Velasco en La enfermedad del aburrimiento.
5. A partir de ahí, empieza una búsqueda, un poco desquiciada, por llenar el tiempo con lo que sea, con la sola condición de poder realizarlo tumbado y sin demasiado esfuerzo.
Hay toda una industria dedicada a este quinto punto, unificadas bajo el bellísimo nombre de pasatiempos: tenemos las sopas de letras, los crucigramas, los autodefinidos, los sudokus, las siete diferencias y la más reciente incorporación, los mandalas. A ver, reciente para nosotros, los occidentales, expertos en faltar a otras culturas retorciendo sus representaciones místicas para ponerlas al servicio del comercio. En este caso, se prometen beneficios para la relajación y la concentración al colorear plantas, animales o personajes de Disney, ignorando, de entrada, que la palabra «mandala» viene del sánscrito y significa «círculo», facilitando con ello el olvido de la simbología cosmológica que la sustenta, así como el contexto y los usos religiosos. Por ejemplo, este que cuenta Mircea Eliade en Mito y realidad sobre los ritos tántricos indo-tibetanos:
En el ritual curativo de los Bihls […] el hechicero «purifica» el lugar que queda junto a la cama del enfermo y, con la harina de maíz, dibuja un mandol. En el interior del dibujo inserta la casa de Isvor y de Bhagwân y traza así mismo sus figuras. La imagen así dibujada se conserva hasta la completa curación del enfermo. […] Pero el mandala es ante todo imago mundi: representa a la vez el Cosmos en miniatura y el panteón. Su construcción equivale a una recreación mágica del mundo.
Estaremos todos de acuerdo en que, por muy satisfactorio que pueda resultarnos pintar el gorro de Goofy sin salirnos de las líneas, o por muy relajados que estemos tras una tarde intensiva de dar color a distintas variantes de La gran ola de Hokusai, sería inaceptable decir que nuestra destreza con los Alpino «equivale a una recreación mágica del mundo», o que alguna de las imágenes coloreadas constituye algo remotamente similar a «un cosmos en miniatura». De hecho, esta conversión de lo trascendente en un antídoto contra el sopor y el estrés no es un rasgo exclusivo de los mandala, ni siquiera de los pasatiempos o del verano. Es, en el fondo, la dinámica capitalista que ha tomado el control de nuestra existencia. El motivo es relativamente sencillo: a medida que íbamos derrumbando el edificio de la experiencia religiosa, las sociedades fueron saqueando aquello que les parecía beneficioso para introducirlo en una nueva normalidad, pero despojado de sus rasgos sacramentales. Para no sobrecargarles, les ofrecemos una interpretación dramatizada de cómo sucedió tal proceso histórico a lo largo del siglo pasado:
Alguien pensó que el concepto de día festivo molaba mucho, y que, entonces, ¿por qué celebrarlo solamente una vez a la semana? Y vio el capitalismo que era bueno, porque si todos los días son festivos, ninguno lo es, por tanto, la gente tendría un doble trabajo: el de su profesión, donde ganaría el dinero, y el de celebrar cada día «un culto sin tregua y sin misericordia» —como lo definió Walter Bejamin—, donde gastarían más de lo ganado.
Otra mente privilegiada cayó en la cuenta de que se necesitaba algo concreto a lo que rendirle culto, pero que esa sería una tarea para los que viniesen detrás. Aun así, les allanó el camino alegando que la vía habría de ser hallada por la vista, siendo este el sentido con más alcance y el más educado para los cristianos, que eran mayoría por entonces. Y vio el capitalismo que era bueno, porque lo familiar siempre se vende más rápido y en mayor cantidad.
El siguiente iluminado de la fila supo entender que la mejor intermediaria entre la vista y el culto eran las imágenes, y que estas habrían de desplegarse por miles, al alcance de todos, por cada rincón, simulando el interior de una catedral, pero a nivel mundial. Y vio el capitalismo que era bueno, porque cada individuo trabajaría para generar sus propias imágenes y porque «allí donde el mundo real se transforma en meras imágenes, las meras imágenes se convierten en seres reales, y en eficaces motivaciones de un comportamiento hipnótico», según definió Guy Debord.
Llegó alguien que sabía de muchas cosas y que dijo: las imágenes y los ídolos están muy cerca etimológica y epistemológicamente, tanto que, con el tiempo suficiente, las primeras se convierten en objeto de culto de/por sí mismas, dando lugar a los segundos. Algo que posteriormente describió C. S. Lewis con mayor carga poética al declarar que «las imágenes de lo Sagrado se convierten fácilmente en imágenes sagradas, sacrosantas […] Toda la realidad es iconoclasta», que venía a ser lo mismo que había dicho el primero, y que por eso al capitalismo ya le había parecido bien sin tanta formulación.
Y, al final, cuando apenas quedaban las ruinas de lo que había sido la religión, se personó el último saqueador y gritó: ¡el cuerpo! Y los demás rieron, creyendo que estaba loco, pero el capitalismo reconoció en él a ese otro que habían tomado por poco cuerdo un par de milenios antes, y alrededor del cual se había creado todo el imperio sobre el que ahora bailaban, así que no solo lo dio por bueno, sino que concedió a la idea un lugar central.
Nos estamos refiriendo, obviamente, a Jesucristo, y a la reformulación del cuerpo propiciada por el cristianismo al darle un valor superlativo en tanto que Verbo (logos divino) encarnado. La carne es, por un lado, la morada de la concupiscencia, capaz de corromper al Espíritu que habita en él, pero por otro, mucho más importante, es allí donde se efectúa la promesa de salvación universal a cambio de controlar los deseos provenientes de ella misma. El cuerpo, desde la perspectiva protocristiana, no es solo carcasa creada del barro, de lo cual terminarían resultando un ejército de gólems en la tierra y de zombis en el cielo, sino que es el epicentro de la individualidad dada para que voluntariamente se reniegue de ella. Suponemos que este tipo de jueguecitos eran los pasatiempos de aquella época, bastante más sádicos que los actuales y, quizás por lo mismo, con poca variedad temática, porque el que acabamos de presentar plantea un dilema casi idéntico al del árbol del conocimiento en el jardín del Edén y al del sacrificio de Jesucristo. Una muestra de lo que significaba el cuerpo puede verse en el Evangelio —presuntamente— redactado por Pablo de Tarso, del que nosotros vamos a citar un fragmento de la Primera Carta a los Corintios:
¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? ¿Y voy a usar yo los miembros de Cristo para hacerlos miembros de una prostituta? ¡De ninguna manera! Sabéis de sobra que quien se une a una prostituta se hace un solo cuerpo con ella, pues como dice la Escritura, serán dos uno solo. En cambio, el que se une al Señor se hace un solo espíritu con él. […] ¿O es que no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo que habéis recibido de Dios y que habita en vosotros? Ya no os pertenecéis a vosotros mismos. Habéis sido comprados a buen precio; dad, pues, gloria a Dios con vuestro cuerpo.
Las reglas estaban más o menos claras desde el principio: la circuncisión no era necesaria, el arrejunte estaba permitido dentro del matrimonio siempre y cuando uno de los cónyuges fuese cristiano, y se prohibía la adoración a ídolos, aunque la asistencia a los banquetes donde se sacrificaba carne para estos no se impedía, solo estaba desaconsejaba para no confundir a otras personas con menos conciencia monoteísta. La recompensa cuando te pasabas el juego también estaba clara: la resurrección de la carne. El problema es que, a excepción de Cristo, al resto se les prometió que resucitarían cuando llegase el Juicio Final, ese que casi todas las religiones anuncian que está a la vuelta de la esquina, pero que sigue sin hacer acto de presencia.
Los cristianos ven pasar los años, los siglos y empiezan a ponerse nerviosos, «agotados de esperar el fin», como dice esa canción de los Ilegales. Así que, antes de que las preguntas incómodas se tradujesen en deserciones, los encargados de mantener el orden (y su propia autoridad) señalan un nuevo evento maravilloso: que aquellos que han vivido acorde a la ley de Dios y que han muerto por la fe, esos a los que se llamó mártires y luego santos, conservan su cuerpo incorrupto después de la muerte. ¡Milagro! ¡Un oportunísimo milagro!
Y, sobre todo, una manera genial para ganar tiempo y dinero.
Por una parte, porque se mantiene intacta la promesa de la resurrección y, por otra, porque al no ser resucitados, «lo que queda, los restos» —el significado etimológico de la palabra «reliquia»—, puede ser exhibido. Se crearon leyendas sobre la vida de esas personas, que las congregaciones religiosas se encargaban de difundir, y las exequias se paseaban por distintas localidades, convirtiéndolas automáticamente en lugares de culto. Tener una reliquia se convirtió en sinónimo de poder y fortuna, por lo que se mercadeó con todo lo que ustedes puedan imaginar: desde las famosas astillas de la cruz de Cristo (con las que actualmente, según dicen, se podrían reconstruir centenares de cruces), hasta supuestos trozos de prepucio del mismo, o leche de su santísima madre. Mientras tanto, en el seno de la Iglesia, se mutilaron los cuerpos de los santos a todo lo que daban, «para multiplicar el poder milagroso de la reliquia», como explica Antonio Rubial García en Cuerpos milagrosos. Creación y culto de las reliquias novohispanas, donde se da detalle del papel que cumplieron los trozos de mejilla de fray Martín «para reforzar la efectividad del nuevo espacio sagrado que se comenzaba a construir en Nueva España». Aunque, quizás, el caso más sonado de despiece y diseminación de reliquias sea el de Teresa de Ávila, de la cual abrieron incontables veces el sepulcro para quitarle dientes, dedos de los pies, el pie mismo, el brazo, y la famosa mano que Franco decidió quedarse para su uso y disfrute personal (y que inspiró al equipo creativo de Vengadores: Infinity War para hacer el Guantelete del Infinito que porta Thanos).
Por supuesto, incorrupta no es la palabra que mejor define el estado de estas partes, así que las escondían (custodiaban, dirían ellos) en fastuosos relicarios, repletos de oro y piedras preciosas para deleite de los peregrinos, que ante tal espectáculo no se llegaban a cuestionar lo grotesco de lo mostrado, ni siquiera su veracidad, y mucho menos la contradicción que suponía tal fraccionamiento con lo predicado por los primeros cristianos sobre el cuerpo. No se lo preguntaban por dos motivos, ambos estrechamente vinculados a lo material: primero, porque suponía un contacto directo, directísimo, con lo trascendente, hasta el punto de poder ser tocado y/o besado, y esto sucedía en un contexto de festividad; segundo, porque las reliquias no eran veneradas por lo que fueron, sino por lo que podían llegar a hacer, que para algo eran milagrosas. Así que los creyentes se acercaban con la disposición de pedirles favores materiales, esperando ser escuchados después de su larga y a veces tortuosa peregrinación, como muestra de compromiso y sacrificio.
Más allá de la exhibición comunitaria y extraña de necrofilia que hay tras todo esto, aquel hecho abrió la puerta al paradigma de una realidad que podía ser santa sin ser unitaria. Todavía más: que a mayor fragmentación, mayor sacralidad. Y de ahí al colapso de lo sagrado hay un trecho muy pequeño, sobre todo al haber sido la cúpula de la Iglesia la primera en profanar sepulcros y cuerpos con fines económicos.
A lo mejor, si son ustedes consumidores asiduos de redes sociales, ya se han dado cuenta de hacia dónde nos estábamos aproximando. Para el resto: les hemos contado la historia de los orígenes, y de la lógica interna, de OnlyFans, una plataforma digital para mayores de dieciocho años (y esto no lo decimos nosotros. Es un requisito de la web para registrarse, aunque no haya ningún proceso de verificación para los usuarios), fundada por Tim Stokely y vendida a Leonid Radvinsky, también propietario de MyFreeCams, un lugar de sexo en vivo a través de cámaras web. Pero OnlyFans no es una página de porno, principalmente porque forma parte de otra industria, y porque el contenido visible —de primeras— es más erótico que pornográfico. Tampoco es una red social al uso, aunque sí es absolutamente dependiente de estas.
Les ponemos en contexto: OnlyFans se creó con la intención de poner en contacto directo a los seguidores con sus ídolos, queriendo saltarse a los intermediarios que controlan el mercado. Era, de algún modo, una respuesta ante el distanciamiento cada vez más acuciado entre seguidores y seguidos y la necesidad de cercanía por parte de los primeros al grupo de los segundos. Si, por ejemplo, querías que un cantante te mandase un saludo personalizado, ya no tenías que esperar a que hubiese un concierto con opción a Meet&Greet, sino que simplemente habría que presionar a ese famoso para que se abriese una cuenta en la página azul, establecer contacto personalmente y pagar el precio acordado. Las grandes estrellas de los medios audiovisuales clásicos no entraron por el aro, mientras que el pago de un particular a un influencer con cierto caché (el propiamente influencer, por tanto) no podía equipararse al monto ofrecido por las marcas, lo que hizo que la propuesta fuese un fracaso. Cuando la empresa cambia de manos se propone un giro estructural: no hace falta que seas Madonna para que alguien pague por verte, primero, porque Radvinsky sabe de sobra que la gente está dispuesta a poner su tarjeta de crédito si lo que se le ofrece está relacionado con el sexo y, segundo, la fama hoy puede conseguirse por otros canales. ¿Cómo? Pues igual que se convertían en valiosos y en santos los restos mortales antaño. Contando historias, difundiendo la palabra por distintos lares que ahora no son lugares físicos, sino Twitter, Instagram y TikTok; creando intriga, morbo, misterio, fragmentando el cuerpo. Y no lo decimos de manera abstracta ni espiritual, no. Gran parte del éxito de los creadores de contenido (en su mayoría creadoras, en realidad) consiste en mostrar únicamente imágenes de sus manos, de sus pies, o de cualquier otra fracción física que se preste al fetiche, esto es, todas, pero separadas de las demás.
Una vez captada la atención del fiel, se le redirige hacia el espacio de encuentro, prometiéndole un contacto cercano y exclusivo («pero, naturalmente, pagando por eso, sin ser una cifra de dinero excesivo. Una cosa corriente, normal», que diría ese señor al que le echaron droja en el Cola-Cao, el bueno de José Tojeiro). El recién converso peregrina de un portal a otro, se compromete a seguir profesando su fe suscribiéndose al perfil de la persona objeto de idolatría, sin cuestionarse quién está, de veras, detrás de la pantalla, y comienza el festival de peticiones materiales. Según algunos testimonios de creadoras en OnlyFans, no es extraño que les soliciten todo tipo de reliquias, desde objetos personales hasta otras de orden escatológico, acorde a la segunda entrada para esta palabra en el DRAE.
Por qué querría alguien material orgánico de esa índole es algo que escapa a nuestra explicación, pero lo que sí sabemos es que, en el epicentro de todo el asunto, se encuentra la misma veneración excesiva al cuerpo que tenían los cristianos de la Edad Media, fundada en la creencia de su incorruptibilidad, solo que hogaño el milagro no lo ejerce ningún dios, sino la todopoderosa tecnología, y que el hueco que ha dejado la ausencia de trascendencia lo hemos rellenado con viejas formas de pasar el tiempo, de entretenernos, creyendo, ciegamente, que estamos asistiendo a algo nuevo y salvífico, mientras seguimos esperando a ese final que no llega.
¡Me ha gustado! Tanto que lo voy a compartir para hacer tiempo… ;P
Sublime… Apunte: es «cónyuge» y no «conyugue»
Llevo aproximadamente 10 años sin trabajar ni dar un palo al agua y no me he aburrido ni un minuto… Mi forma de vida se adapta firmemente al dolce far niente Mediterráneo y así seguiré hasta el fin de mis días …
Me ganas por un año, yo llevo 9 años sin dar palo al agua, y no hay cosa mejor en la vida. Vivir sin trabajar!! Para algunos el lujo es tener un Ferrari, te aseguro que no lo cambio por no madrugar y no tener jefe ni obligaciones. Por supuesto ni que decir tiene que lo primero para vivir sin dar ni chapa es tener claro que no te vas a esclavizar teniendo hijos, eso hay que dejarselo a los pobres de mente, o a los que tienen pasta de familia y no les supone un esfuerzo tenerlos. Lo que es incomprensible es gente que no llega a fin de mes se ponga a tener hijos cuando no tienen ni para pagarles los libros del colegio, pero a la gente no le puedes pedir que piense. Por eso trabajaran hasta el fin de sus dias. Y gracias a ellos puede haber gente como nostros que vivamos a cuerpo de rey sin dar ni chapa, hasta el fin de nuestros dias. Gracias chusma procreadora!!!
Al menos eres educado en agradecer a quienes te dieron vida y no pensaron, la «chusma» que te trajo al mundo, probablemente seas un accidente
Interesante opinión pero opino todo lo contrario, sin esa «chusma» no hubieras nacido asi que el único pobre de mente parece ser usted.
TLDR:
un puñado de referencias al tuntún (Benjamin, Jesucristo, Los Vengadores) y una publi más o menos encubierta de OnlyFans.
Pingback: Un paseo por la «dark web» actual, es decir Telegram - Jot Down Cultural Magazine
Pingback: Un paseo por la «dark web» actual, es decir Telegram - Jot Down Cultural Magazine - De Tecnologia España