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Librerías con encanto: Mal de archivo

Mal de archivo para Jot Down

«La librería es nuestra casa y de muchos más. Y algún día será de ella», dice Carolina señalando a su hija Isa que sube y baja las escaleras. Nos muestra el lugar con orgullo de anfitriona. Mal de archivo fue seleccionada, junto a otras siete de distintos puntos del país, para el premio a la labor librera 2023 que otorga la Feria de Editores de Argentina.

Una librería también puede ser un hogar. Así lo entienden sus impulsores que, hace diez años, montaron en Rosario un lugar para vender libros pero también para encontrarse con otros, compartir arte, charlas, presentaciones y un café. Son Carolina Elorza y Manuel Schillagi, estudiaron Bellas Artes e Historia, se conocieron en la universidad y ahora son los dueños de casa, aunque la cosa no queda entre la familia sino que se abre al grupo de amigos —sobre todo amigas— que se fueron sumando a un proyecto cultural que nació hace diez años en otra ubicación pero con el mismo espíritu. 

Son las primeras horas de una tarde invernal que arrancó con sol y terminó lluviosa. La charla empieza con Carolina, que nos aclara desde el principio: «el librero es Manu, yo me ocupo de otras cosas». De todas esas cosas fuimos charlando hasta que sumamos a Manuel a la conversación. 

¿Cuándo nace Mal de archivo? 

Manu, mi compañero, es librero desde siempre, desde que terminó el colegio. Estudió Historia pero siempre trabajó en librerías. Mucho tiempo trabajó en El pez volador, que es una cadena de compra y venta de libros usados. Después nos fuimos a vivir a España, a Barcelona y allá también trabajó en librerías; primero en Laie y después en una que no está más, Bertrand, ahí estuvo en el inicio y aprendió también sobre el oficio del nuevo también.

¿En qué época vivieron en España? 

Del 2007 al 2011.

En plena crisis.

(Risas) ¡Sí! Igual fue re casual. Mi papá cumplía años en Barcelona, mis hermanos vivían allá y nos dijeron «quédense hasta fin de año» y ese quedarnos por unos meses se convirtió en cuatro años. No nos exiliamos, fue algo más familiar y de experiencia, y volvimos ya con la idea de abrir la librería, incluso trajimos material. Durante el 2012 estuvimos varios meses armando el otro local porque el espacio para nosotros es muy importante y le ponemos mucho. Es como nuestra casa. Estuvimos varios meses y abrimos oficialmente en enero del 2013. 

¿Y qué es lo que querían de un espacio para la librería?

Queríamos un espacio que no sea solo algo comercial sino un lugar de encuentro. Y abrimos el bar, con mi cuñado y su esposa, también teníamos la sala de arte que gestionamos con una amiga, un espacio libre, blanco en el que hacíamos presentaciones, muestras, charlas, millones de actividades. Las tengo todas anotadas.

Muy rápidamente Mal de archivo se convirtió en lugar de reunión, ¿no?

Viene gente permanentemente. Manu tiene muchos amigos, él viene de un colectivo cultural que es Planeta X, también Oscar, un amigo que ahora tiene el bar, forma parte de ese colectivo. Ellos hicieron muchas cosas, más que nada de música, y mucha gente los conocía. Tenían una casa donde hacían recitales y fiestas, la primera casa de ellos fue en el piso de acá arriba, por eso terminamos acá. Y acá arriba nos pusimos de novios (risas). Por eso digo que es muy nuestra casa. Y de muchos más, no solo nuestra. Entonces el lugar fue sumando amigos y recibimos demasiada demanda,  mucha demanda de actividades. 

¿Y el nombre? 

El nombre es de un libro de Derrida. Manu lo dijo desde el primer momento y nadie dudó. 

Mal de archivo para Jot Down

¿Cómo está organizada la librería? 

Desde hace meses estamos reorganizando porque, quizás en volumen se edita menos, pero hay cada vez más editoriales, hay mucha producción.

¿Este espacio es más grande que el anterior?

No, pero lo que allá era el espacio de arte acá es un patio que nos gustó usar para eso y también está el entrepiso donde tenemos todo lo usado y la parte de los discos, que está bien separada, los vinilos, CD, casetes que increíblemente la gente sigue comprando, hay melómanos… Y sobre la organización de los libros, en la parte de usados tenemos una pequeña selección en el salón para el público y después hay muchos más en una plataforma web donde los tenemos bien ordenados. Y en los nuevos está la sección de música, cine y teatro, la sección infantil y juvenil. En un primer momento, cuando abrimos yo iba a abrir una librería infantil y nunca sucedió porque no nos iba a dar el tiempo con dos librerías, la familia, una hija… y nos gusta, tenemos dos bibliotecas infantiles y cosas preciosas que no solo compran niños sino adultos, ilustradores, artistas. 

¿Ilustrados para adultos también?

Sí, sí… Estaba Zorro Rojo que edita en España y Argentina, pero ahora hay menos disponibilidad de esos libros, por lo menos de nuestra parte y hay alguna otra editorial, quizás un poco menos que antes… Y después tenemos poesía, que también hay mucho mucho mucho y arte, libros ilustrados y cómics, después está todo lo de ensayo dividido en secciones y narrativa, una gran biblioteca de narrativa.

La mesa ocupa un lugar importante, ¿cuál es el criterio para lo que va en la mesa? Porque uno inevitablemente va ahí.

Esa mesa la tuvimos antes que el local. La compramos en una compra venta y la restauré yo, estuve meses. Es como el alma de la librería. Y ese espacio es de Manuel.

¿Tiene que ver con el gusto personal?

Creo que siempre tiene que ver con el gusto personal porque no somos una librería comercial. 

¿Y qué son?

De comercial, nada (risas). Nuestro fuerte no es el comercio. Vivimos de esto pero, bueno… Tenemos solo editoriales independientes, no trabajamos con las grandes editoriales. Obviamente que hay editoriales grandes que tienen autores que nos interesan, pero es el cinco por ciento de lo que edita esa editorial y no podemos tener todo, no tenemos depósito y las condiciones también nos exceden económicamente. Por ejemplo, las grandes editoriales te evalúan y tenés que tener un nivel de exposición que nosotros no tenemos. No tenemos lugar y tampoco queremos, nos gustan más las editoriales chicas, en las que podemos tener contacto con el editor y la verdad es que no podría vender algo que no me gusta. Yo sé que vendo algo que es buen material, que es bueno, que está cuidado y lo vendo con esa confianza.

Antes de charlar con Manuel sobre los libros, te quería preguntar sobre algunas cuestiones económicas. Viste que en Argentina estamos siempre en crisis, pero a veces, más en crisis. ¿La gente sigue comprando libros? 

Ahora los libros están carísimos para nosotros pero, si lo comparamos con la ropa, no, son baratos. Un libro es algo que te dura mucho tiempo, lo podés poner en tu herencia (risas). Pero bueno, ese es el tema del papel, del monopolio que hay en el papel y que aumentó, en comparación a la inflación, tres veces más y venden con una ganancia exorbitante. No hay un control.

Del precio de venta, ¿cuánto se queda la librería?

Va del treinta al cuarenta, un promedio de treinta y cinco por ciento bruto. Por lo general la editorial le deja un cincuenta por ciento al distribuidor y el distribuidor te hace el treinta y cinco, que es poquísimo, porque es una ganancia bruta que es muy baja. Nosotros de ahí tenemos que pagar los gastos bancarios, el local, el papel, la bolsita, el señalador, todo. Lo que ganamos nosotros es lo mismo que gana el editor, la editora, las escritoras… O sea, todos estamos ganando miseria. Los únicos que ganan son las papeleras. Aparte el papel está a precio dólar siendo que es producción nacional, pero mucho se fue a la producción de cartón para la venta online, entonces destinan poco al mundo editorial, que es chiquito en comparación con otros.

Mal de archivo para Jot Down

¿Hay libros o autores que se ponen de moda o que se empiezan a vender mucho por un premio o una adaptación cinematográfica?

Sí, bueno, Annie Ernaux se vendió un montón cuando ganó el Nobel y después hay modas. Ahora hay muchas escritoras mujeres, muchas que se ponen de moda, no digo de moda en el mal sentido, hay libros que son una bomba y todo el mundo los quiere leer. También a veces nos pasa que a nosotros nos gusta mucho algo y lo vendemos un montón.

¿Por ejemplo? 

No sé, ahora estamos muy fascinados con Nora Ephron y reeditaron los libros en Anagrama, Libros del Asteroide editó otro también y nos encanta y le decimos a la gente «tenés que leer esto». Es muy gracioso, a veces nos pasa eso con algunos títulos y después hay otros que se venden por sí solos como Dolores Reyes, Mariana Enríquez… 

En la atención al público está más Manuel, a veces vos, ¿quiénes más? 

Está Soledad que trabaja con nosotros hace un montón y es amiga y también un día a la semana viene a atender Gilda, otra amiga con la que yo estoy haciendo la editorial. Después está Belén Campero, con la que hacemos todas las actividades y Pau Turina que hace algo en las redes y algunos talleres y actividades.

Hacen muchas actividades con autores rosarinos y algunos de Buenos Aires. ¿Pasa lo mismo con otras provincias o en el mundo editorial todo confluye en la capital? 

No, todo pasa por Buenos Aires. Esto, lo del federalismo, lo pensamos mucho, yo estoy en un grupo de libreros independientes, somos como cien de todo el país y estamos tratando de formar una asociación que es una red de librerías independientes, y hablamos por ejemplo del transporte, porque el libro pesa mucho y el transporte es por camiones, claro, y nosotros pagamos todos los envíos. Hay algunos distribuidores que te pagan los envíos pero todos los transportes de Buenos Aires a Rosario los pagamos nosotros. Y nosotros estamos 300 kilómetros pero, para el que está en el sur o el que está en el norte, las facturas son exorbitantes y eso no solo perjudica al librero, sino también a las editoriales.

Yo creía que los gastos de transporte los pagaban las distribuidoras. 

No. Algunas sí, pero mayormente no. Y no es nada federal, nada federal. Las editoriales Serapis o Beatriz Viterbo, por ejemplo, que son de acá de Rosario, mandan los libros a Buenos Aires para que después nos los manden de vuelta. El libro va y viene, imaginate que es un gasto de transporte terrible y todo lo pagamos nosotros. Le vas sumando y te queda un diez por ciento. Las grandes cadenas tienen más margen pero es distinto, es un negocio y…

Y esta es tu casa.

Esta es mi casa.

Contame sobre el proyecto editorial que tiene la librería.

Es un proyecto… se podría decir, de amigas, que tenemos con mi amiga Gilda Vignolo. Es un proyecto cero estrés, no es que tenemos una planificación sino que hay proyectos que nos convocan y sentimos que está bueno hacerlos. Primero reeditamos un libro infantil, después editamos el Mapeo de lectura, de Belén Campero y Pau Turina y ahora estamos trabajando en una autobiografía de una amiga. El proyecto es más que nada eso, se llama Mal de archivo Emisiones y forma parte de hacer cosas con amigas, de hacer muestras, encuentros, talleres. Es muy muy muy modesto lo nuestro. 

Ahora que terminó con las fotos, llamemos al librero. Manuel, dice Carolina que el librero sos vos. ¿Qué tiene que saber hacer un librero, qué implica el oficio?

Primero todo empieza por el amor a la literatura, básicamente eso. Después es un oficio que te conecta mucho con otras personas, que eso es para mí lo más importante. Creo que esas son las cosas básicas. 

¿Cómo es la selección editorial? ¿Fue siempre la misma o fue cambiando? 

En principio tenía que ver con visibilizar libros de editoriales independientes,  editoriales artesanales, o sea los libros que no se vieran en la mayoría de las librerías, que son los que circulan habitualmente. Y ese criterio para nosotros siempre fue muy importante.

¿Faltaba algo así en Rosario? 

Había, hay otras librerías que tienen esos libros, pero por ahí mezclados con los libros más comerciales y, lo que pasa, es que las distribuidoras más grandes te envían mucho material y de alguna manera también te exigen un poco de visibilización y el otro tipo de libros, el libro independiente o artesanal, queda un poco apagado o en segundo plano. Si nos piden algún libro de las grandes editoriales lo traemos por encargo pero no los visibilizamos, es una decisión también medio política de vincularnos con otro tipo de editor, de distribuidor, de escritor. 

Ahora ya tienen diez años. ¿Fue cambiando el espíritu inicial? 

Al principio, en cuanto a la elección de los libros, estaba más vinculada al diseño, la arquitectura, al arte. Así lo habíamos pensado originalmente pero es un mercado chico y caro, la mayoría son libros importados y se fue disparando la brecha de los precios y, si antes eran caros, ahora son prácticamente incomprables. No se venden porque la gente no puede pagarlos. En eso sí fue cambiando bastante, traíamos muchos libros de afuera y también traíamos libros en otros idiomas —inglés, francés, italiano, portugués— y eso dejamos de hacerlo. Tenían poco movimiento y eran muy caros así que eso se fue apagando. Los distribuidores dejaron de traerlos.

Mal de archivo para Jot Down

¿Cuál es tu criterio de elección de los libros? El librero no puede leer todo, ¿hay algo del orden de la intuición?

Manuel: No solo una intuición. Hay una inteligencia colectiva que es fundamental. Gran parte, no solo de lo que recomiendo, sino de lo que hago y de lo que soy. es gracias a los demás: mis compañeras, blogs de autores y autoras en los que confiás y recomiendan libros.

Carolina: Los mismos clientes.

Manuel: Exacto, los clientes que te dicen «leí tal libro y está buenísimo» y yo no lo leí y entonces se va generando un ida y vuelta.

¿Cuáles son las editoriales que más te gustan?

Manuel: Blatt & Ríos me gusta mucho como editorial argentina de narrativa, tienen algo de ensayo pero la mayor parte es de narrativa, cuentos o novelas, generalmente son libros más bien cortos, me parece que tienen una buenísima selección. Tienen los de Pablo Katchadjian, del que soy recontra fan y editaron un montón de títulos. Después me gustan mucho las editoriales artesanales como Barba de abejas, Buchwald, esas editoriales están re buenas porque hacen todo; hacen el trabajo de selección, de traducción, de diseño y la verdad es que quedan espectaculares. ¿Qué más? De poesía hay un montón de editoriales buenísimas, por ejemplo, Caleta Olivia.

Caro: Zindo & Gafuri

Esa editorial Zindo & Gafuri tiene un arte de tapa espectacular, además hacen ediciones bilingües y las traducciones son al español rioplatense.

Es verdad, el diseño está buenísimo y además hicieron conocer autores y autoras que acá eran poco conocidas.

¿Se vende poesía?

Manuel: Hace unos años se empezó a vender más. Hace unos años, no. Se vendía re poco y era un sector marginal ahí abajo pero hace unos años mejoró muchísimo, empezó a haber mucha gente joven que empezó a escribir, muchas mujeres. 

Caro: Y en Rosario se hace el Festival de Poesía.

Manuel: Claro, hay mucho movimiento. Es uno de los mundos que más creció en los últimos años, en producción y en consumo. 

Carolina decía que se vende mucho la literatura escrita por mujeres.

Muchísimo, porque hay cosas muy buenas realmente. Las mexicanas Guadalupe Nettel, Valeria Luiselli, Verónica Gerber Bicecci, las tres son buenísimas. Bueno, Ana Ojeda, Valeria Correa Fiz que es rosarina y vive en España y es una capa… Aparecieron un montón de voces que antes no estaban y que son buenas. No es que se consumen porque escribieron mujeres, mujeres jóvenes latinoamericanas. Había mucho para decir, parece.

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Vamos a hacer un poco de antropología de los lectores. ¿Qué hacen?

De todo un poco, es variado. Mucha gente va a ver los libros usados, eso tiene un boom y no creo que sea solo por una cuestión económica, tiene algo el libro usado. A mí me gusta más el libro usado que el nuevo. Empecé trabajando con libros usados y antiguos. El libro nuevo es más frío, el otro tiene una historia, hay algo de investigación, de las ediciones, con tapas fuera de lo común y también tiene eso de que ya fue leído. Y están seleccionados, nosotros no compramos cualquier cosa que nos traen, primero elegimos libros que sabemos que se puedan vender pero también que sean buena literatura o ensayos o poesía que sean primeras ediciones.

¿Cómo manejan ese mercado? ¿Recorren, salen a buscar?

Mucho es de la gente que pasa. ¿Viste que hay un cartel afuera «compramos libros usados»?, a veces nos mandan las fotos y entonces elegimos. Pero antes era ir a domicilio, a cualquier lado. A mí me encanta.

¿Encontraste joyitas?

¡Sí! Porque muchas veces son de gente que los ha heredado, han muerto los padres o el que compró una casa de alguien que falleció, son cosas así. Es muy raro que alguien en vida venda su propia biblioteca. Y sí, se encuentran cosas y eso es re lindo.

Entonces, hay gente que viene y va directo a ver los usados, ¿hay otros que te tienen como referente, que vienen a buscar recomendaciones?

Sí, hay gente que viene y me pregunta, que viene habitualmente y me dice «a ver qué me puedo llevar». Y está bueno, que confíen así es un montón y yo les digo siempre «díganme después si está bueno, si no está bueno, charlémoslo», a mí me interesa eso. El ida y vuelta con la gente es lo mejor porque además se establece algo afectivo.

¿Qué libros te gustan mucho y considerás que deberían venderse más? 

Bueno, hay una editorial que se llama Las cuarenta, una editorial argentina que edita prácticamente todo ensayo y tiene una colección, Cuarenta ríos, que son ensayos de escritores y escritoras jóvenes sobre actualidad política y es una colección que me parece increíble. El primer libro fue de Silvia Schwarzböck, un ensayo que se llama Los espantos que es sobre estética y dictadura y los otros libros, no es que directamente están vinculados a ese, pero van estableciendo un diálogo. Está el de Malena Nijensohn que se llama La razón feminista, son escritoras y escritores jóvenes pensando más allá de los clásicos libros de ensayo que vienen de Europa o de Estados Unidos que muchas veces piensan a Latinoamérica con la cabeza de ellos y por ahí no saben interpretar qué es lo que está pasando acá y me parece que es superfresco. Esa colección en particular me parece que tendría que circular más. 

Además del proyecto editorial, ¿qué tienen por delante? 

Manuel: Bueno, no es fácil sostener una librería, más allá de todo lo hermoso que estamos charlando, a nivel rentabilidad económica es complicado y cuando vino la pandemia y nos mudamos, es como que nos habíamos ido achicando un poco en ideas, también en proyectos porque no nos daba el tiempo, tampoco el dinero. Y en ese momento pensamos que, en lugar de ir cada vez achicándonos más, decidimos ir por más, decirle a otra gente que se involucre… Más gente. Eso le dio más vitalidad. 

Caro: Proyectos tenemos siempre porque no podemos estar quietos.

Manuel: Y por ahí nos gusta más eso porque no somos los libreros clásicos, ratones de biblioteca. No es nuestro perfil, somos más de organizar eventos, encuentros, muestras.

¿Hacen publicidad, cómo se conoce la librería, aparecen en los circuitos culturales recomendados para la gente que visita la ciudad?

Por ejemplo ahora aparece en las recomendaciones de Google y se le da bastante bola, ahí hay un montón de gente que la ha recomendado bien y funciona bastante el boca a boca, tenemos también muchas amigas y amigos libreros de otros lugares, entre libreros nos vamos recomendando. Y nunca hicimos mucha publicidad, en realidad nunca hicimos publicidad. 

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