#FuturoImperfecto

Futuro Imperfecto #19: Alucinógenos, la cura para el mundo

alucinógenos
El doctor Harry L. Williams deposita chorros del alucinógeno LSD mediante una jeringa en la boca del doctor Carl Curt Pfeiffer. (DP)

Somos, junto a Portugal, el país de la OCDE que más ansiolíticos consume. Casi cinco millones de españoles ya los tienen en su receta como medicamento habitual, la mitad de los empleados públicos los consumen a diario, y entre la población general cada vez son más quienes toman benzodiacepinas de forma ocasional a lo largo del año.

No somos una excepción ni una singularidad. Aunque aquí en España el Ministerio de Sanidad calcula que un tercio de los españoles tiene este problema, la epidemia se extiende por todo el mundo. Y en los países sin datos oficiales, como Afganistán o el cuerno de África, la tasa de suicidios no deja de aumentar, lo que podría ser un síntoma del mismo problema. Estamos cayendo en una frustración y tristeza constantes, con cada vez más afectados. Y todo esto explicaría en parte ese interés universal por los alucinógenos como el nuevo medicamento maravilloso para la salud mental.

Pero esta no es una promesa más con aroma a futuro, como la inteligencia artificial, la fusión nuclear, el metaverso o las criptomonedas. Porque conecta con una larga historia cultural iniciada en la década de los cincuenta, la de la psicodelia, con su mayor foco de difusión, California, cuya influencia se extiende hasta hoy, alcanzando a los ejecutivos de Silicon Valley.

Evolución cultural y técnica del gran viaje, y su regreso a nuestro tiempo

El libro Microdosis de Enrique Bunbury, que posiblemente no tiene más interés que la experiencia personal del músico, es un buen ejemplo del creciente interés popular por los alucinógenos. Y de su doble origen geográfico, México además de California. Estas dos cunas del movimiento contracultural de la psicodelia son claves para entender porqué unas pocas evidencias científicas han despertado de nuevo la creencia de que estas drogas pueden ser la panacea.

El responsable académico de haber fomentado el consumo de LSD como cura universal para los males de la humanidad —conflicto, guerras, avaricia, competitividad desmedida— desde California en los sesenta fue Timothy Leary. Psicólogo e investigador científico en Harvard, abandonó la universidad asegurando que después del descubrimiento del ácido lisérgico la terapia psicológica ya no tenía sentido. Cualquier padecimiento mental podía curarse con drogas. En su máximo momento de popularidad organizó una campaña para ser gobernador de California, los Beatles compusieron el himno «Come Together» para la misma, y entre sus propuestas estuvo la legalización universal y completa de las drogas. Richard Nixon le denominó «el hombre más peligroso de Norteamérica».

La otra gran influencia californiana llegó desde la literatura, con el escritor Ken Kesey, autor de Alguien voló sobre el nido del cuco. Retratado por Tom Wolfe en Ponche de ácido lisérgico, aquella historia de un viaje alucinógeno influyó en el nacimiento de la cultura hippie y en su reivindicación de paz universal, amor libre y consumo de drogas para ayudar a conseguirlo.

México también fue fundamental por la inmigración de mexicanos a EE. UU. y por la enmienda constitucional estadounidense que protege la libertad de culto en el país. Amparados en ella, los practicantes de cultos indígenas que incluyen microdosis de mescalina —la sustancia obtenida del cactus peyote— han podido consumirla desde los sesenta en todas las áreas del sur donde estas religiones están presentes.

Aldous Huxley sirvió de conexión cultural con el foco mexicano, al publicar en 1954 Las puertas de la percepción, donde describe los efectos de la mescalina y su capacidad para elevarte a un nuevo nivel de conciencia. El grupo The Doors tomó su nombre en homenaje a este libro, y toda la poesía de Jim Morrison, igual que sus letras, son un ejemplo de espiritualidad colocada.

Lo que quedó de aquella época fue la idea de que una sustancia podía cambiar la forma de pensar de las personas y conducirnos a una humanidad más solidaria, amorosa y capaz de convivir. Era una teoría, pero varios estudios científicos publicados en los últimos diez años han demostrado que efectivamente podría ser así. El interés científico, empresarial y social por las drogas psicodélicas volvió a dispararse.

Y eso lo aprovechó un autor actual, Michael Pollan, para escribir el bestseller Cómo cambiar tu mente en 2018. En cuatro capítulos conecta cuatro drogas, el LSD, la mescalina, el MDMA (éxtasis, polvo de ángel) y la psilocibina, con la historia de la psicodelia y las promesas científicas actuales. Consiguiendo atraer el interés de los magnates de Silicon Valley, que siguen leyéndolo o pueden verlo resumido en el reciente documental que ha hecho Netflix sobre él en 2022.

Pero ¿son realmente los psicodélicos el nuevo milagro?

Lo que dice la ciencia

Para ser eficiente en consumo energético, nuestro cerebro genera hábitos automáticos y selecciona recuerdos, lo que permite guiar nuestra conducta sin apenas pensar. Su expresión física es una estructura de conexiones neuronales que nos ayuda en la vida diaria. No es infrecuente que al conectarla hayan quedado fijos también en ella algunos traumas que nos conduzcan a la depresión o a otros problemas de salud mental. Y tal como experimentamos todos una vez somos adultos, nos cuesta más tener flexibilidad para adquirir nuevos hábitos o habilidades. La estructura neuronal es muy rígida y muy difícil de romper, así que luchar contra el origen físico de la enfermedad mental resulta a menudo casi imposible.

Lo que han demostrado los últimos estudios científicos es que los componentes activos de los hongos alucinógenos, el cactus peyote, el LSD y el MDMA pueden romper esa estructura. No solo eso. Permiten reconectarla de nuevo y superar completamente el trauma. El estudio científico más popular demostró que la psilocibina lo lograba en depresivos. La promesa es que podría hacerlo con una sola dosis, y para siempre.

Pero de momento la panacea no ha llegado. Cada droga alucinógena no solo funciona de manera distinta en el cerebro de cada paciente, sino que cada cerebro parece necesitar una dosis diferente. Es verdad que podrían acabar siendo tan revolucionarios como los antidepresivos, que supusieron un salto adelante en el tratamiento de la salud mental. Pero los científicos no están seguros, la afirmación viene más bien de las empresas farmacéuticas, que suben en bolsa cuando anuncian sus investigaciones con alucinógenos.

Queda además una pregunta por responder. Qué pasa con el mal viaje. Aquellos pacientes cuyos cuadros clínicos se agravan con estas sustancias, o esos casos, en el uso recreativo, donde personas que no tenían una patología psiquiátrica la han desarrollado. Especialmente neurosis y psicosis.

Popularidad gracias al boom de las microdosis

El estado de California está contemplando la despenalización de las drogas psicodélicas, como ya ha hecho con la marihuana. Aunque llevan tomándose allí por motivos recreativos y religiosos desde los sesenta, han sido los empresarios y directivos de Silicon Valley quienes han vuelto a ponerlas de moda. La mayoría participan en fiestas recreativas donde se consume psilocibina, ketamina, LSD, ayahuasca, peyote, etc. Se convocan mediante el servicio de mensajería cifrado Signal, cobran cientos de dólares por dejarte asistir, y defienden los beneficios de las microdosis para hacerte mejor en tu trabajo, sobre todo porque para sobrevivir allí tienes que ser excepcional. En estas fiestas se ve a personal de Facebook o Space X, el propio Elon Musk toma ketamina de forma habitual, y el fundador de Google Sergéi Brin, setas alucinógenas.

En España existe una oferta similar a través de reuniones psicodélicas privadas, y de las entidades religiosas registradas como oficiales en el Ministerio de Justicia. Las primeras ofrecen ocio turístico en la naturaleza a modo de retiro espiritual, donde experimentar con sustancias alucinógenas es parte de la experiencia de sanación. En las segundas el consumo forma parte del propio culto, como es el caso del Santo Daime con ayahuasca, o la iglesia umbanda con hongos alucinógenos, ambas de Brasil. En ninguno de ambos casos la promesa es análoga a la californiana, mejorar en tu trabajo, sino más bien está conectada con sanarte espiritual y físicamente.

Cualquiera puede además comprar por internet o en tiendas físicas plantas, setas y trufas para preparar ayahuasca o extraer psilocibina, y como en el caso anterior esto es debido a un área gris de nuestra legislación. El mejor ejemplo para explicarlo es la respuesta que dio en 2021 la Agencia Española del Medicamento a la plataforma española en defensa de la ayahuasca. Dado que todas las plantas usadas para preparar esa bebida contienen DMT, sustancia sujeta a prohibición como droga, no puede consumirse, fabricarse ni venderse. Otra cosa es que compres esas plantas para decorar tu jardín o cultives setas para coleccionismo.

En cualquier caso, sea en Silicon Valley o en el último rincón natural de Cataluña, no hay evidencia científica de que las microdosis generen los beneficios que prometen, más allá de su función recreativa. Y el uso farmaceútico y controlado siempre va acompañado de terapia, para que la reconexión cerebral se haga adecuadamente, eliminando el trauma.

Lo más alucinante de este viaje es querer usar psicodélicos para curar los males de nuestra sociedad en vez de cambiar las condiciones que los provocan. Es lo que Leary, Huxley, Morrison, los Beatles, o cualquier jipi de los sesenta hubiera llamado un mal viaje. (RAE informa, hippie es jipi).


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6 Comentarios

  1. «la mitad de los empleados públicos los consumen a diario». ¿Podrías indicar la fuente de esta información?

  2. francisco clavero farré

    Cuando se descubrió el LSD Hoffman con Ernest Junger y otros de gran categoría intelectual hacían sesiones en casas particulares. De ahí salieron obras y reflexiones importantes. El asunto con cualquier droga es que, como dice el columnista, acciona sobre cabezas e inteligencias distintas. No soy muy optimista sobre el uso de las drogas para sanar la mente. Por supuesto pueden ayudar. La juventud en los sesenta y adelante pareció tener gran fe en las drogas, alguno creyó ser el primero en probarlas; los resultados en general fueron desastrosos: las cabezas eran muy limitaditas. La prohibición añade glamour y ceba el hampa. Un lío.
    Yo, exprofesor de insti, tuve a veces momentos ingratos: padres, alumnos, inspectores, directores agresivos. Claro, las benzodiacepinas auxilian; pero la solución era y será mejorar el ambiente.
    En la vejez me volví moralista: sólo el viejo vino, legal y lleno de cultura en nuestra sociedad. Ni drogas de farmacia, ni trato con hampones para adquirir no se sabe muy bien qué.

  3. Las drogas siempre con nosotros.
    Los años 60/70, una generación que quiere cambiar el mundo, que se organiza en grupos, que propugna el amor libre, que va contra la autoridad, que se reúne en grandes festivales hippies. La generación del “laissez faire”. Usan el cannabis, y ácidos, tipo lisérgico, drogas grupales que alteran la percepción, su apóstol Adolf Huxley¸ Todo esto, se proyecta en acciones políticas, recordemos los movimientos del 68. Pero, se fracasa
    Le sucede otra generación, que ya no quiere cambiar el mundo, quiere alejarse de él, el yonqui introvertido, urbano, individualista, poco amigo del funcionamiento grupal, los opiáceos, la heroína, le proporciona un sensacional vehículo para viajar a sus adentros, su apóstol, Jean Cocteau.
    Luego vienen los estimulantes, ácidos, químicas y el alcohol siempre con todas las generaciones y en eso estamos.
    La búsqueda del placer, en el centro de todo
    Ahora queremos Benzodiacepinas, para el malestar, las noches de insomnio etc.
    Estamos orientados al placer, sobre todo nustra imposibilidad de tolerar el malestar, el sufrimiento.
    Se nos muere una persona querida y queremos pastillas para no sentir dolor, nos preocupa el futuro de nuestra hija, y, queremos pastillas para no sentir. Si estamos inquietos queremos pastillas para esa inquietud, si estamos muy tranquilos, queremos pastillas que nos movilicen.
    Creo que por ahí van alguna cosas

  4. Anónimo García

    Uno de los principales puntales que se añadieron a la gran ‘bola’ de la ciudadanía estándar desde hace siglos fueron precisamente los alucinógenos. Cuando el «pan y circo» ya no funciona, las drogas ‘prohibidas’ hacen bien su trabajo… Yo hubiera titulado a éste artículo «Alucinógenos, la cura para la inteligencia», aunque tampoco no son muy necesarias las drogas para el sometimiento sistemático de los ciudadanos: ya son lo suficientemente estúpidos (ya lo dijo Einstein). El sistema piramidal societario funciona a la perfección, ya que para ello no es necesario ilegalizar ni penalizar el alcohol, el tabaco, el juego, el porno, el feminismo, los influencers, los anuncios de la tele y un largo etcétera de pequeños placeres ciudadanos que conforman el entretenimiento perfecto para distraer las mentes urbanitas y modernas de una sociedad «sana y conglomeradamente fuerte» mientras trabajan, consumen y pagan impuestos (pues eso: pan y circo).
    Pero oiga (ya lo digo yo): sólo faltaba que ya no pudiera ni fumarme un cigarrillo ni tomarme una cerveza con los amigos, amigas, amigues… Claro, berrear cual ciervo en el bar de la esquina es un derecho constitucional. Cual sabia es la ‘vox populi’ (la voz del pueblo), el don del ‘perreo’ (no de la palabra).
    Por cierto: aquello de antes de la gran ‘bola’ no deja de ser, por su propio peso, la pirámide de siempre, casi o más antigua que la pirámide de Guiza (la de Egipto, no la del futbolista).
    «Al loro, que no estamos tan mal ¿eh?» Ciertamente vivimos muy bien sin preocuparnos de las cosas gubernamentales y esos rollos políticos y otros demás rollos de los de arriba; Mientras, el mundo y nosotros mismos nos vamos a la mierda, podemos disfrutar de los pequeños placeres mientras nos afanamos lo nuestro (lo que cada uno pueda, claro, de lo poco que nos reservan y conceden -aunque mejor sería decir ‘prestan’, ya que tenemos que pagar de nuevo lo que ya es nuestro-).
    Para finalizar: siento no haber podido explicarme mejor (hoy tengo prisa en no preocuparme demasiado).

    Vamos maaal, muy maaal.

  5. Pingback: Le Parolier: «Manhole», de Grace Slick - Jot Down Cultural Magazine

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