Aparecieron en los ochenta, mujeres en chándal pero maquilladas y con tacones, y hombres barrigones que daban a esa prenda un único uso deportivo: comprar el periódico de los domingos. Se hacía burla de ellos, pero al mismo tiempo se miraban con admiración las fotografías llegadas del otro extremo del mundo, el Nueva York referente de la moda informal. Los ejecutivos de Wall Street subían de las estaciones de metro con su traje y zapatillas deportivas en los pies. Todo hay que decirlo, las cambiaban por zapatos en la puerta de la oficina. Ambos fenómenos eran un síntoma de que la ropa deportiva comenzaba a ser aceptada como ropa de diario. Un fenómeno completamente consolidado después de la pandemia, que va a más, y que conecta su lejano origen, los años cincuenta, con el entretenimiento a distancia. La popularización de la tele en color trasladó a la gente del estadio al salón de casa con la misma naturalidad que hemos visto pasar de los locales físicos a los sitios en línea como Winamax apuestas deportivas. La ropa de deporte se hizo atractiva de forma masiva, por lo fácil que era verla, pero también porque todo el mundo la veía en color.
Desde principios de siglo, con la popularización del deporte de masas, las equipaciones se reproducían en blanco y negro en los periódicos, solo mucho más tarde se vieron en color en los cromos que coleccionaban los niños, y más tarde aún en las revistas impresas en cuatricromía. No es por casualidad que la primera prenda deportiva popular, el polo de tenis Lacoste, años treinta, fuera blanco. Pero pese a la popularidad de los deportes y lo vistosos que se volvieron con la tele en color, a nadie se le hubiera ocurrido ir por la calle vestido como en el terreno de juego o en el gimnasio.
La primera piedra del camino al chándal la puso la cultura juvenil de los cincuenta. Hasta entonces lo normal en un joven era llevar traje. Pero aquella nueva generación que por primera vez podía tener un coche, una radio, un tocadiscos, se encontraba viviendo constreñida por las normas sociales previas a la Segunda Guerra Mundial. Y ellos querían vivir conforme a unas nuevas reglas. A mediados de la década dos películas, Salvaje, 1953, con Marlon Brando y Rebelde sin causa, 1954, con James Dean, reflejaron esta realidad y además la dotaron de una nueva estética. Denominada bad boys, se manifestó en usar vaqueros, camisas remangadas y pelo con corte militar. Acababa de ponerse la semilla que iba a estallar definitivamente gracias a la canción That’s all right, grabada en 1954.
El tema se grabó en Sun Records, los estudios de Sam Phillips, un tipo que llevaba años pronosticando que el día que encontrase a un chico blanco cantando como un negro ganaría un millón de dólares. Ese chico había llegado, era Elvis Presley, y That ‘s all right la primera canción de rock’n’roll de la historia. Pero lo interesante no fue solo eso, sino que Elvis llevaba tiempo yendo a comprarse ropa a las tiendas de negros de la calle Beale Street, en Memphis. De donde salía con toreras, cinturones ribeteados y todo tipo de prendas «excéntricas». Su éxito hizo que copiaran su estilo, y la estética bad boy pasó a ser la de Elvis. Cambió la forma de entender cómo vestirnos en nuestro tiempo libre, o qué prendas servían para ocasiones especiales, fiestas, o para diario.
No volvería a haber una influencia tan grande sobre el estilo de vestir hasta Bruce Lee. Otra estrella mixta, si Elvis era actor y músico, al menos en su cabeza, Lee era actor y maestro de artes marciales. Su época de éxito tuvo una particularidad de la que careció el de Memphis, el poliéster. En los sesenta la nueva fibra se aplicó sobre todo a la ropa deportiva, porque evaporaba rápido el sudor, pero sobre todo porque permitía producir prendas de colores mucho más vistosos. Y eso era imprescindible ahora que las televisiones de los hogares ahora tenían color y las retransmisiones deportivas acaparaban la audiencia. Además aquellas prendas incorporaban cremalleras por todas partes, y aunque ahora nos parezca un detalle común, era una novedad que encandilaba a la gente joven.
La influencia cultural de Bruce Lee fue enorme, generaciones niños aprendieron kárate y judo, y los más mayores quisieron imitar su estilo. Lee cuidaba mucho su estilo de vestir, experimentó con la ropa disco, botas de plataforma, camisas muy abiertas cerradas con cordones, y hasta normalizó la ropa tradicional de Hong Kong. Pero con ningún estilismo marcó tanta tendencia como con su película Game of Death, estrenada en 1978, que podemos considerar el origen de la popularización del chándal. Concretamente uno amarillo con una raya negra. Quentin Tarantino le rindió homenaje en Kill Bill, enfundando a una espectacular Uma Thurman en su versión moderna.
El chándal pasó a ser la prenda deportiva más popular después de los vaqueros, y dominó en los ochenta como ropa de calle. Pero Lee apareció además con unas deportivas, las Onitsuka modelo Tiger México 66, del mismo color amarillo, y eso también marcó tendencia. La comedia televisiva Ted Lasso hizo un guiño para entendidos haciendo aparecer con ellas a uno de sus personajes. Esas deportivas, que están en el origen de la marca Nike, se unieron a la imagen que la gente tenía en la cabeza de Lee, y a las veces en que le vieron usar deportivas con traje, posiblemente el primero que lo hizo. Y así fue como en los ochenta llevar zapatillas de deporte con vaqueros para salir acabó siendo no solo lo normal, sino un signo de prestigio. Especialmente si usabas los modelos caros, como esas Nike Air Jordan que aún llevan el nombre de Michael Jordan.
Los ochenta también influyeron en la moda deportiva femenina, usada para diario, aunque esta vez fue mediante las cintas de vídeo. Su legado son esas mallas o leggings que ahora se usan como un pantalón más, y que hasta se hacen imitando a los vaqueros. Su origen, un fenómeno viral, protagonizado por la actriz, activista y feminista Jane Fonda. La apasionante historia de la actriz como activista, defendiendo los derechos de las mujeres en Hollywood, los de los soldados en la Guerra de Vietnam, y tantas otras causas hasta el día de hoy, tuvo su vertiente también en facilitar una práctica deportiva que permitiera a las mujeres entrenarse, alejadas del ambiente de alta testosterona de los gimnasios de los ochenta. Creó su método de aeróbic para que las mujeres pudieran hacer ejercicio en casa, y lo publicó en un libro. Cuando le propusieron rodar esas rutinas de ejercicio y venderlas como cinta de vídeo, no le gustó la idea. Asociar su imagen de actriz a entrenadora parecía un mal paso para su carrera en Hollywood. Pero al final decidió que como muy poca gente tenía reproductor de vídeo, casi nadie lo vería, y era un dinero fácil. Un error histórico. Apenas lanzadas sus cintas, el vídeo se volvió barato, popular, y se adoptó masivamente. El boca oreja difundió el aeróbic de Fonda por EE.UU. primero y luego por todo el mundo, hasta que salieron imitadoras en televisiones locales, como la misma Eva Nasarre en España. Y por supuesto la moda copió sus leggins, calentadores y cintas para el pelo, que la mayoría de chicas llevaban por la calle, y hasta la misma Madonna en el escenario.
El camino al uso de la ropa de deporte a diario estaba casi completado. Lo remataron, en un círculo virtuoso, los negros estadounidenses con el hip hop cuando se popularizó en los noventa. De la imitación de Elvis a que todo el mundo quisiera imitar el uso de chándal con grandes cadenas de oro, y las chaquetas puffer, que siempre se habían empleado como prenda de equitación, o de caza, pero que los cantantes de hip hop llevaron a la moda de la calle y los escenarios. No todo el mundo, claro, quería vestirse como un negro, pero el estilo de aquella música tuvo una influencia especial en Latinoamérica, fundamental para entender el paso de la ropa de deporte no ya al uso diario, sino a la categoría de ropa de salir. Los jóvenes latinoamericanos se sintieron reflejados en las letras del hip hop, que denunciaban la violencia y discriminación a que se veían sometidos en sus barrios. De ahí acabaría pasando al reguetón, y de él al mundo entero, elevando definitivamente el chándal a la categoría de ropa de estrella de la música. Ya solo necesitó el empuje de la pandemia para elevarse a la categoría de ropa de lujo.
Desde 2020, una de cada cuatro prendas de ropa y calzado que se venden en el mundo son deportivas. En nuestro país, a partir de esa fecha, más de la mitad de ropa de deporte vendida se usa para usar en el tiempo libre y no para practicar deporte. En principio se esperaba que fuera una tendencia propia de los confinamientos, y que luego, como dijeron las firmas de alta costura, la gente volviera a arreglarse. Ha ocurrido, pero no como Louis Vuitton, Gucci o Chanel esperaban. De hecho ellos se han apresurado a incluir los chándales, la ropa de ciclista, o el neopreno en sus pasarelas. Y en un giro de guion absolutamente a lo Bruce Lee, ahora se lucen con zapatos y botas de tacón de cuero. ¿Chándal con tacones? Ahora sí.
Hoy el escenario cultural es fragmentario, así que no hay músicos, músicas, actores o películas capaces de influir masivamente por sí mismos en las modas. Pero sí tenemos un caso significativo que nos remite a las redes sociales, y que refleja esa nueva forma de vestir, con ropa deportiva, que es también una nueva manera de pensar. El de la marca Sporty & Rich. Prendas deportivas diseñadas como ropa de lujo, para vestir a diario. Al nombre, que habla por sí mismo, se une su origen, surgido como un collage de Instagram con sujetadores, camisetas con logos, y prendas de deporte que solo eran un diseño de photoshop. Mensajes de aquellos de cómo vestir si estás encerrado en casa, que se hicieron muy virales durante la pandemia. Al ser difundidos y marcados con un «me gusta» por un grupo de influencers con muchísimos seguidores, los creadores del collage las convirtieron en prendas físicas, y hoy es una marca consolidada, de lujo, que vende carísimas mallas, sujetadores deportivos, y prendas similares.
La tendencia es ya imparable. Tanto, que si alguien en el futuro piensa en la actual sociedad post pandemia, tal vez solo la imagine con ropa de deporte, igual que nosotros siempre imaginamos a los romanos en toga y sandalias, o vestidos de legionarios.