Ruben Östlund empezó en el cine haciendo películas de esquí. Más tarde, y gracias a ellas, entró en la escuela de cine de Suecia y ahora es, sin duda alguna, uno de los autores más importantes del cine europeo (aunque parece que el mercado americano se le resiste un poco más).
A sus cuarenta y nueve años ya tiene a sus espaldas seis largometrajes de ficción. Sus dos últimos han recibido el gran premio de la Palma de Oro de Cannes y, Fuerza mayor, el cuarto, el de Un Certain Regard del mismo festival, sin contar innumerables premios europeos que no voy a enumerar por no cansar.
Sus películas se caracterizan por una mirada fría y cínica de nuestra sociedad, de la de Suecia y, también, de Occidente. Sus personajes se consideran a sí mismos moralmente buenos y, a lo largo de sus películas, descubren sus debilidades para, en la mayoría de ellas, seguir como estaban. Y es que esta creo que es una de sus principales características: Östlund cree que nuestra sociedad tiene problemas e incongruencias graves, y que el problema no es que las ignore, sino que las sabe y las perpetúa. La bondad y lo políticamente correcto son solo disfraces que nos ponemos al salir de casa, para ser intransigentes y nada empáticos con los que nos rodean.
Su filmografía nos muestra que Östlund es un cineasta inteligente y valiente, con una planificación buena y estéticamente agradable, que te coloca donde quiere que estés, en el mismo sitio desde el que él ve la sociedad. Sus reflexiones son interesantes y desarrolladas. Puede decirse que sus películas son un estudio antropológico que, en su mayor parte, es certero. Pero también es cierto que en sus últimas películas —por cierto, las de mayor repercusión— podría decirse que se regocija en su propia inteligencia y que se dedica, simplemente, a reírse de lo obvio.
Está claro que el director ha cambiado con los años, pero es que también ha cambiado su situación. Sus películas gozan ahora de mayores medios porque sus primeros largometrajes ya mostraban ese algo interesante, diferente, que lo han hecho destacar. Desde el inicio, su planificación es ágil y bonita a la vez que narrativamente elocuente y congruente.
También hay que reconocerle su capacidad para ver con clarividencia mordaz nuestra sociedad y por eso la critica abiertamente, pero no incluye ningún tipo de autocrítica en ella. Es evidente su tendencia a protagonistas masculinos, incluso en sus películas más corales. Son protagonistas llenos de faltas, de inseguridades, de errores y de debilidades, pero a pesar de que es clara su mediocridad, al final del todo siguen siendo los jefes, siguen siendo los que mandan, siguen siendo los machos alfa.
Pudiera ser que esa tendencia a la caricaturización extrema es un rasgo que el director y guionista comparte con esos protagonistas a los que él tanto critica. Esa gran distancia en la que ubica al espectador respecto de sus personajes es la misma gran distancia desde la que él mira a las personas. Östlund muestra la sociedad como algo a lo que no perteneciera, pero todos nosotros lo hacemos (él incluido).
Ahora que puedes ver todas sus películas gratis en Filmin (salvo El triángulo de la tristeza, que está para alquilar), ¿cuál crees que es su mejor largometraje de ficción?
(La caja de voto se encuentra al final del artículo)
Guitarmongot (2004)
El primer largometraje de Ruben Östlund es una historia sobre los habitantes de Gotemburgo, su ciudad natal. El bajo presupuesto es obvio, sobre todo en lo que respecta al sonido de la película, pero el sueco consigue aprovechar bien los pocos recursos para hacer una película decente.
El título, Guitarmongot, viene a significar algo así como «el mongolo de la guitarra». Es muy interesante que utilice este término despectivo para nombrar a su primer largo de ficción, porque ese desprecio y cinismo van a ser una constante en todas sus películas.
El Guitarmongot es el personaje que da título a la película. Es un niño de unos once años que idolatra a su hermano mayor y lo imita tocando la guitarra salvajemente y cantando a grito pelao. A pesar de que dé nombre al filme no puede decirse que sea el protagonista, porque esta, al igual que Involuntario y El triángulo de la tristeza, es una película coral. Las escenas del niño se entremezclan con las de su hermano, con una vecina que es una maníaca, con un grupo de niños gamberros… El director mira a todos sus personajes desde la distancia y pone la cámara tan lejos como él se siente de ellos.
Está rodada toda ella, a excepción de un plano, en planos fijos con trípode. Son planos distantes y bien compuestos en donde nos sitúa en un lugar observacional y nada empático: Östlund observa y juzga a los habitantes de Gotemburgo y a sus personajes. Deja que sus actos los retraten, sin intervenir.
Como no podía ser de otra manera, esta temprana obra del director tiene un tema muy definido y lo simboliza de manera clara y muy eficiente con la imagen final de la película. El niño de la guitarra, sube a un tejado y llena un montón de bolsas de plástico negras de helio. Después, las suelta. Esa gran mancha oscura sobrevuela la ciudad ante la mirada de los gotemburgueses que se preguntan lo que es, pero el director nos lo está diciendo muy claro: todos ellos son basura.
Involuntario (2008)
La segunda película es una mejoría de la anterior. Cuenta con un mayor presupuesto y, sobre todo, elige un tema más concreto y lo expone de manera más clara. De hecho, ya en 2008 Östlund comienza una práctica que hará en todos sus siguientes largometrajes: en una de las primeras secuencias, establece expresamente el tema a través de los personajes. Del mismo modo que Hitchcock adelantaba cada vez más sus cameos, el director sueco adelanta todo lo que puede la exposición del tema para que el espectador no pierda el foco y se centre en lo que a él le interesa. En este caso concreto lo hace mediante una escena en la que una profesora pregunta a una niña sobre cuál es la línea más larga entre dos claramente desiguales. La niña señala directamente la más larga, pero todo el resto de compañeros dicen que es la otra. En el segundo intento, la niña vuelve a apostar por su opinión, que es la correcta, pero en el tercero, sucumbe a la opinión del rebaño y cambia de parecer, eligiendo la que es obviamente más corta.
De esta manera, la película nos cuenta varias historias, que nunca se entrelazan, en la que demuestran cómo generalmente el «gentío» se equivoca y quien pretende alejarse de él, tenga razón o no, acaba arrollado por la masa.
La historia de los mediocres protagonistas de la segunda película de Östlund no tiene final. De hecho, este puede ser uno de sus mayores contras porque mientras que algunas de sus historias sí que tienen alguna conclusión más clara (aunque esta sea la de que nada cambia) otras simplemente las deja inacabadas.
Play (2011)
La película sigue a dos grupos de niños muy distintos que el director y guionista contrapone completamente. Así, los dos grupos no solo pertenecen a etnias diferentes, sino también a clases sociales diferentes e incluso visten de manera muy distinta. De hecho la ropa es parte de ese «juego» que los dos grupos de niños intercambian durante el largometraje. Pero es exactamente este juego el que va a revelar que, aunque parezcan antagonistas, todos esos niños están en la misma situación.
La historia empieza con dos amigos que cumplen el prototipo clásico de sueco y que están pasando la tarde en un centro comercial. Otro grupo de niños, en este caso, migrantes, también están pasando el rato allí. El jefe de esta última pandilla manda a dos de sus secuaces a timar a los rubios, para entretenerse. Así el destino de los dos grupos de amigos se une y acaban pasando el día juntos.
A medida en la que avanza el metraje, nos vamos dando cuenta de que los dos grupos de amigos tienen en realidad jerarquías internas muy similares y, de hecho, esto no es lo único que comparten. El mensaje de Östlund es que tanto unos como otros están solos, sin unos padres que quieran pasar el tiempo con ellos ni que se preocupen por sus hijos. El «abandono» está subrayado con una secuencia en la parte intermedia de la película en la que hay una excepción: uno de los niños sí que tiene una madre que se preocupa por él. Le ha indicado una hora de volver a casa y el niño quiere cumplirla. Ahí, todos arremeten contra el niño que vuelve a casa, empujados por la envidia de sentir que a él lo quieren sus padres mientras que los suyos los ignoran.
Es una película valiente que trata sin paternalismo a los dos grupos de amigos. Es indudable que el director comprende cómo los niños se relacionan entre ellos y que, de hecho, lo hacen tal y como lo hacemos los adultos.
También en este caso expone el tema tan pronto como puede, aunque más simbólicamente. A lo largo del largometraje se entremezclan secuencias de una trama inconexa en donde vemos cómo en un tren algún pasajero se ha dejado olvidada una cuna entre dos de los vagones. A pesar de las múltiples veces en las que se reclama por megafonía que la retiren, nadie lo hace y tienen que ser los trabajadores quienes la bajen. Como esa cuna, los protagonistas vagan por la ciudad sin que los padres se acuerden de ellos.
Fuerza mayor (2014)
Vencedora del premio Un Certain Regard, esta es la primera de sus películas que logra captar la atención del prestigioso festival de Cannes con un tema, desde luego, de actualidad: los roles de género en las parejas (heterosexuales).
La historia trata de una familia sueca que pasa una semana esquiando en un lujoso hotel en los Alpes franceses. Al principio de su escapada, una de las avalanchas programadas por la propia estación se descontrola un poco. Los protagonistas, que están comiendo en la terraza del hotel, primero lo miran con curiosidad y lo graban con el móvil, pero enseguida ven que la mole de nieve no para y temen por su vida. En ese preciso instante se detona la catástrofe. Mientras la madre corre a salvar a sus hijos, el padre huye, dejándolos atrás, tras coger el iPhone y sus guantes de nieve.
Östlund no hace de este gran dilema el final de la película, sino el principio. Fuerza mayor trata de cómo la decepción del rol de género del padre pone en peligro a la familia y la posición que todos ellos, incluidos los niños, toman.
La madre acaba teniendo que enfrentarse a un dilema terrible: romper su familia o seguir con un hombre que sabe que la abandonaría a ella y a sus hijos por salvarse el pellejo.
El premiado director muestra con incisión cómo los conceptos de la valentía y la cobardía tienen un significado social y otro verdadero y cómo este último apenas significa nada en realidad.
La ya elegante planificación de Östlund encuentra en esta película el mejor de los ambientes. Los orígenes en los vídeos de esquí del sueco se aprecian en cómo capta el paisaje, la nieve, la maquinaria… El fuera de campo es tan elocuente como lo que se muestra. Es una película inteligente que da que pensar y que contiene una, tristemente, desesperanzadora verdad.
Puede que esta sea la película en la que más se acerca, o lo intenta, a la sombra en la que todos los directores de cine sueco se van a encontrar para la eternidad, que es la de Bergman. Además de algunos cortos previos de Östlund como Escena autobiográfica número 6882, es evidente el eco que el director de Secretos de un matrimonio tiene en Fuerza mayor.
The Square (2017)
La primera de sus películas en ganar la Palma de Oro es una pregunta: ¿cuánto estamos dispuestos a sacrificar para ayudar a otra persona?
Como en su anterior largometraje, los protagonistas de The Square se ubican en la clase alta de la sociedad. En este caso todavía en un mundo más elitista como el del arte moderno. Todo el filme está lleno de comparativas entre esa supuesta civilización elitista y la bestialidad y relación animal que las personas tenemos entre nosotros en la sociedad. Todo ello reflejado en la secuencia «del millón» de la película, que, de hecho, no se explica del todo.
Como ya ha hecho en otras veces, el guion pone a Christian, el personaje principal, frente al tema de la narración. Una periodista, interpretada por la actriz estadounidense Elisabeth Moss, le pide que le aclare, ya que es el director del museo, qué es lo que hace del arte arte.
Un tema así es sin duda del agrado del reconocido festival francés, sobre todo teniendo en cuenta que la película enlaza el cuestionamiento del propio arte, y quién sabe si de sus propias películas, con algo muy humano como es el ayudar a otras personas. Christian se va a enfrentar durante todo el filme a personas que solicitarán su ayuda y, en otras ocasiones, será él quien la pida. La repercusión de nuestros actos en la vida de los demás es el leitmotiv de la película.
El protagonista tiene algo que resulta bastante excepcional en su filmografía, y es que parece que tiene valores éticos. Al acabar, Christian se ve afectado por lo ocurrido y tiene cargo de conciencia por lo que ha hecho. Esto hace de esta película algo más humanista que las otras del director, aunque respetando su visión cínica de la humanidad. Aun así, queda muy lejos de otras películas de su mismo tiempo, como Un héroe, de Asghar Farhadi, que también muestra la crueldad de la sociedad, pero desde una postura claramente moralista.
Las buenas críticas de sus películas anteriores otorgaron al director la oportunidad de hacer una película mayor y él la aprovecha. Sigue siendo inconfundiblemente una película suya, pero se aprecian algunos cambios, como la ya mencionada apuesta por una actriz reconocida internacionalmente y también, unos exteriores más ambiciosos. Es cierto que Östlund también cambia su acostumbrado gusto por los planos fijos y abraza los travellings, paneos y otros movimientos de cámara. Sin embargo, no creo que esto se deba a su nuevo presupuesto, si no a una natural evolución que todo artista experimenta.
Triángulo de la tristeza (2022)
La última, la más famosa y la más cara de sus películas es también la que mayor éxito ha tenido en taquilla, llegando a rozar el millón de dólares.
En el Triangulo de la tristeza nos encontramos con un Östlund magnánimo al que ya se le queda corto cuestionar a los individuos, los roles, el arte… y apunta con su mirada cínica contra (todas) las formas de Estado. Es difícil pensar en un sujeto más grande sobre el que el sueco pueda dirigir su crítica.
En un yate de lujo se mezclan todo tipo de privilegiadas personalidades que acaban todos literalmente envueltos en la mierda. De alguna manera, Östlund vuelve a enlazar, dieciocho años más tarde con aquellas bolsas de basura que sobrevolaban Gotemburgo, pero ahora, en un crucero de superlujo en alta mar.
Podría decirse que esta película es la que más se aleja de Play. En contraposición con el simbolismo de aquella película, aquí el tema y la metáfora se expresan claramente. En ocasiones llegan incluso a verbalizarla los propios personajes. Sin embargo, es cierto que también vuelve a las andadas porque, aunque hay una pareja protagonista, recupera el espíritu más coral de sus dos primeros largometrajes.
El director, con más medios que nunca, sigue siendo divertido, pero pierde parte del significado que le daba contención. La falta de sutileza de esta película no la exime de ser una película bien hecha y entretenida. Solo que a veces es demasiado todo y todo es demasiado. Ya en Fuerza mayor y también en The Square Östlund hace equilibrio sobre la cuerda floja de lo excesivo, pero en El triangulo de la tristeza se tira en caída libre, y según muchos, se estrella.
Además, el director se tropieza en esta película en algo en lo que no había caído hasta ahora. Todos sus filmes revelan una realidad incómoda de la sociedad que, sin embargo, es incómoda exactamente por eso, porque es verdadera. Pero aquí, quizás intentando explicar a personajes suyos como Thomas, el protagonista de Fuerza mayor, Östlund parece justificar el acoso sexual que «mayormente hombres» cometen contra (no solo) mujeres en que son normalmente los hombres quienes tienen el poder y que si fueran las mujeres quienes lo tuvieran, también lo harían. Al igual que al analizar muchos episodios históricos siempre hay quienes se afanan en intentar demostrar que los dos contendientes fueron igual de malos, Östlund intenta convertir el acoso sexual en una consecuencia del poder. Quizás el director, consciente de su visión ultramasculina de la vida, ha intentado justificarse, pero no lo ha conseguido.
Qué gran análisis de sus películas. Me ha dejado con muchas ganas de ver toda su filmografía.
Hay un error en su edad, ya que nació en 1974 y, por tanto, no puede tener 52 años.
Gracias por dar una àmplia perspectiva del enfoque de sus películas, no soy experta en cine, pero me ha dejado con ganas de ver alguna de ellas. Se agradece saber quien hay detrás del «telón» y qué pretende.
Muy buen artículo sobre el cine de Ostlund, muy detallado y muy completo. Gracias por darnos a conocer tan bien a este director tan especial.
Muchas gracias por descubrirnos con este artículo la obra de Ruben Östlund.
Tengo referencias de fuerza mayor y el triángulo de la tristeza.
Excelente síntesis por parte de Ione Monje.
Muy bien hilada toda la filmografía en un buen artículo
Fuerza Mayor es una de la mayores genialidades que yo haya visto, y the Square le sigue por muy poco, tenia ganas de ver el Triangulo de la Tristeza pero aunque el primer acto si se nota algo de su cine, me pareció hiperbólico, la parte buena es que es difícil pasarse tanto en la siguiente.
El artículo nos ofrece una excelente aproximación a la filmografía de Östlund. Lúcida mirada de un director que sitúa notablemente el marco en el que se instalan las contradicciones morales de las sociedades del bienestar y, todo ello atravesado de un profundo nihilismo que, finalmente procura al espectador la activación reflexiva de su mundo interior.
Gracias, Ione, por tus inteligentes palabras.
Me gustó The Square, y este detallado artículo, en que expones tan bien el cine de Östlund, me invita a ver todas sus películas.
Magnífico análisis de la obra de Östlund. No conocía toda su obra y aprovecharé para ver las películas más antiguas, algunas totalmente desconocidas, gracias a este repaso tan completo.
Un análisis muy detallado y acertado
Muy bueno el análisis detallado de cada película. Coincido con que las mejores obras de este autor son aquellas en las que disecciona las relaciones entre personajes sin llegar a la caricatura. Y también en que eso no quiere decir que no sea siempre interesante. Se agradece tanta buena información.
Excelente aproximación con este artículo al universo de uno de los más claros representantes de la futilidad y la banalidad en que se ha convertido esta sociedad regida por “likes” y demás plataformas del escaparate.
Me sumo a los parabienes que ha merecido el artículo, excelente compendio crítico o descriptivo (¿Hay alguna diferencia?) de las películas de Östlund, si bien es cierto que únicamente he visto «Fuerza mayor». Me llama la atención que en algunos comentarios se destaque a «esta sociedad» o «la sociedad del bienestar» como objetivo de una supuesta crítica del director. Si me atengo a la citada película, tengo la impresión de que el conflicto que plantea (y los «subconflictos» que se derivan de él) podrían suceder en cualquier tipo de sociedad, lógicamente cambiando el atrezzo -en un sentido amplio-.
Un gran director. Casi un Buñuel contemporáneo minado por Cannes. Quizás su búsqueda de originalidad en los argumentos sea una rémora para sus películas. Me gustó «Fuerza mayor», aunque considero «The Square» su obra más lograda.
Estupendo análisis. «Fuerza mayor» me pareció muy buena, incluso mejor en posteriores visionados. Con muchas ganas de ver «Triángulo de la tristeza».
Lo que un personaje de una obra de ficción haga, o deje de hacer, no representa, necesariamente, la opinión del autor. Cuando escribes: «Östlund intenta convertir el acoso sexual en una consecuencia del poder «, lo haces basándote en las acciones de uno de los personajes. Siguiendo esa lógica podríamos acusar a todos los autores de infinidad de opiniones no solo controvertidas, sino directamente ilegales. En los primeros párrafos del artículo escribiste esto que me gustó «La bondad y lo políticamente correcto son solo disfraces que nos ponemos al salir de casa, para ser intransigentes y nada empáticos con los que nos rodean. » Pues, eso.