Este artículo contiene spoilers.
El 30 de octubre de 1938, Orson Welles y su equipo en CBS Radio consiguieron, a través de la ficción, que un montón de oyentes supieran lo que se sentía ante el fin del mundo. Aunque haya sido un fenómeno exagerado por la competencia entre prensa y radio de la época, se puede afirmar que aquella narración de La guerra de los mundos, incluso a pesar de advertir que se trataba de un programa de ficción, provocó el pánico en muchos, y un instinto posterior al pánico: el de supervivencia. Centenares de personas salieron a la calle para abastecerse de víveres o abandonaron la ciudad que pensaban estaba siendo atacada.
Por otra parte, en 1998, PlayStation sacó al mercado el juego Resident Evil 2, desarrollado por Capcom. Incorporaba largas escenas cinemáticas a la narrativa de una aventura del género conocido como horror de supervivencia, y de este modo fusionaron, para siempre, el gusto y camino de dos artes como son los videojuegos y el cine. Sujeto completamente activo, el jugador, y sujeto completamente pasivo, espectador, se convirtieron en uno solo, y a la crítica sobre los videojuegos se aplicaron perspectivas narrativas clásicas, y estas perspectivas trascendieron a las publicaciones especializadas, llevando el ocio al terreno de la cultura pop.
El género apocalíptico, entendido como un horror (o no) de supervivencia que se alarga tras un evento que ha derrumbado la civilización, fue el principal depositario de todo lo bueno que vino a partir de la destrucción de estas paredes, ya fuese entre formatos o entre espectador y narrador. Como no podía ser de otra manera, un nuevo campo de juego para creadores de todo tipo propició la exploración de situaciones y dramas humanos de modo paralelo entre creadores de cómics, cineastas, novelistas, etc.
La saga de novelas de Los caminantes, de Carlos Sisí, los cómics de la colección de The Walking Dead, de Robert Kirkman y Tony Moore, así como su posterior serie de TV, son exponentes que pusieron de manifiesto que no había objeto de terror favorito para los consumidores, en el contexto postapocalíptico, que el de los zombis. Esto puede ser debido a que ofrecen un peligro del que es factible escapar a corto plazo y un reto que es una carrera de fondo, donde la resistencia mental y la planificación son más importantes que la capacidad inmediata de enfrentar el peligro.
Esta carrera de fondo nos permite conocer mejor a nuestros personajes y ponerlos en una situación que se da en pocos contextos: la de elegir si lo único importante es la supervivencia o perseguir una vida que merezca la pena ser vivida.
Distintos géneros han ahondado en la representación de la paradigmática pareja que hacían don Quijote y Sancho Panza. El uno, idealista y con poco conocimiento de lo sencillo y lo prosaico, difícilmente prosperaría solo en un mundo que no se guía por los códigos de justicia y honor. El otro, práctico, pero en cierto modo inspirado por la nobleza de su compañero, actúa como consejero realista y evita el conflicto antes de enfrentarlo. Este arquetipo de pareja tiene un desarrollo muy parecido en Sinuhé el egipcio, de Mika Waltari, a través del esclavo Kaptah y el propio médico Sinuhé. En ambos ejemplos, la extracción social de cada miembro de la pareja es determinante en su visión de las cosas, como finalmente sucede en El Señor de los Anillos entre Frodo Bolsón, señor joven pero importante en La Comarca, y su esforzado compañero, realmente un criado, Samsagaz Gamyi.
Otra línea separa a los miembros de estas tres parejas en cuestión de carácter. Mientras el héroe idealista de la historia se muestra austero y capaz de renunciar a las comodidades cotidianas en pos de un fin más elevado, sus acompañantes se representan como más débiles ante los placeres carnales y suelen lamentarse del hambre, del frío o de las penurias de la contienda. Alma racional contra alma concupiscente.
Protagonista y compinche.
Héroe y descargo cómico.
Pero todo cambia si se ubica a estas parejas en un entorno apocalíptico de terror y supervivencia, que te obliga a huir y comer raíces, que hace descender a ambos todos los peldaños en la escala de necesidades de Maslow sin perspectiva de un remedio cercano. Las clases sociales ya no tienen sentido. No hay mayor aspiración que la de seguir adelante y, quizá, conseguir que los tuyos también lo hagan. Podría parecer que una personalidad austera y aguerrida seguiría siendo quien porte el protagonismo, la antorcha de la humanidad y de la razón pura, capaz de renunciar a todo por la misión que, en este caso, es la de sobrevivir. Sin embargo, el nutrido desarrollo de las ficciones apocalípticas ha alumbrado un nuevo conflicto entre personajes, una nueva pareja arquetípica que cambia la jerarquía de los roles, perfectamente representada en Bill y Frank.
The Last of Us es un videojuego de horror de supervivencia en entorno postapocalíptico, creado por Naughty Dogs para PlayStation y comercializado en 2013. Tuvo su adaptación a serie de TV en HBO, y el capítulo 3, titulado «Long, Long Time» y dirigido por Peter Hoar, se emitió el 30 de enero de 2023. Este episodio puso patas arriba la estructura narrativa de la serie y revolucionó a la opinión pública, porque hace protagonistas a dos personajes totalmente secundarios, los supervivientes Bill y Frank, y narra su historia de conflicto y amor a lo largo de los años.
Bill es un supervivencialista norteamericano que no se fía del gobierno y lleva mucho tiempo preparándose para una catástrofe, construyendo un refugio y dotándolo de víveres y armas. Hará lo que sea necesario para que ambos sobrevivan, incluso vivir recluido en su fortaleza dosificando los recursos y renunciar a cualquier trato con otros seres humanos. Se conduce según este código estricto y austero, y representa, grosso modo, el alma racional y la figura del héroe protagonista.
Frank es un tipo de ciudad poco apto para situaciones de peligro, que ha experimentado su sexualidad plenamente y adora los pequeños placeres de la vida. Aunque inicialmente pueda parecer que vive bajo las normas de Bill, constantemente las rompe o discute para volverlas más elásticas y emplear los recursos que tienen en proporcionarse placeres culinarios o artísticos, y también entra en conflicto con su pareja para poder abrirse a otras personas.
La clave del capítulo está en su título, que indica el largo paso del tiempo y cómo lo que puede ser lógico en una situación extrema, que es sobrevivir a toda costa renunciando a cualquier comodidad, a la postre acaba planteando lo expuesto al comienzo del artículo: si esa es una vida que merece la pena ser vivida. En un cierre de círculo conceptual, aquel que ostentaba el alma concupiscible y llamado a ser el secundario, compinche o descargo cómico en otra ficción, encarna en su defensa de los placeres humanos esa misma antorcha humana que nos identifica. Señala con cierta intrepidez el momento de arriesgarse a subir al siguiente escalón de la pirámide de Maslow en busca de lo placentero, lo cómodo, lo bello, y, en ese sentido, se convierte en el protagonista.
Porque ha sido idealista durante los peores días del horror que ambos han vivido, entendido el idealismo como ubicar el propio intelecto en la que aún no existe o lo que es imposible de alcanzar. Su empeño en cultivar fresas solo por el placer de disfrutar de ellas es más que mero hedonismo; se trata de una declaración de intenciones a través de la memoria. «Recuperaremos lo que hemos perdido», dice esa proclama, «o, de otro modo, olvidaremos quiénes somos».
Tanto es así que, debido a la enfermedad y a la vejez, Frank no concibe seguir viviendo cuando su cuerpo ya no responde y lo transforma en un ser dependiente. Este declive se manifiesta con sutil talento en el contraste entre el cuadro que intenta pintar cuando las manos le fallan y el que aparece pintado sobre su cama cuando Bill lo ayuda a acostarse. Consecuente hasta el final, empeñado en sobrevivir solo en una vida que merezca la pena ser vivida, el concupiscente, pícaro y poco apto para las situaciones de riesgo Frank decide acabar con su vida. Y, tal como sucede en los ejemplos de ficciones anteriores entre las parejas de otros personajes arquetípicos, Quijote y Sancho, Sinuhé y Kaptah, Frodo y Sam, el protagonista devenido en secundario, en este caso el aguerrido Bill, inspirado por la nobleza de su compañero, lo imita.
He aquí la importancia de la ruptura de paredes mencionada a raíz de las experiencias con la locución de La guerra de los mundos y el diseño de Resident Evil 2. Los formatos se hacen vasocomunicantes, así como los géneros y subgéneros, y en la interpretación de las obras se crea un conflicto en el que puede medrar el aprendizaje mutuo. A un nivel de análisis artístico es necesario ignorar la parte de esta polvareda levantada que viene de un púbico descontento con la presencia de personajes que no son heteronormativos. Sucedió algo parecido, por ejemplo, con Aaron, el personaje interpretado con Ross Marquand en la serie The Walking Dead, concretamente en la escena en que besa a otro hombre.
Pero ese capítulo, «Long, Long Time», no trata solo de la relación y evolución entre Bill y Frank. También versa sobre la virtud de predicar con el ejemplo, que es otra manera en que la cultura, y los ideales, se transmiten fuera de la influencia de las escuelas y los medios de comunicación; en un mundo apocalíptico, por ejemplo. Porque Joel Miller, mercenario que se ha vuelto cínico a través de la pérdida, y protagonista heroico de la serie, es inicialmente el reflejo de ese Bill austero que ha renegado de los placeres de la vida. Ellie, la protegida dicharachera y curiosa de Joel, funciona como la sombra de Frank en este reparto de roles. Y el conocimiento de la tragedia de Bill y Frank supone uno de los puntos de inflexión entre Ellie y Joel. En cierto momento, el mercenario deja de cumplir su encargo solo a cambio de algo que le conviene, incluso acaba ignorando el objetivo en apariencia idealista de que dentro de Ellie está la clave de la supervivencia de la humanidad.
Y comienza a reírse con sus chistes.
Protege a Ellie, más allá de que le recuerde a la que hija que perdió, porque revive en él la propia idea de ser padre, y esto quiere decir, entre otras cosas, que una vida en la que se necesite sacrificar a alguien como Ellie para sobrevivir quizá no merezca la pena ser vivida.
Bill y Frank son, por tanto, ejemplo de lo que da de sí la aspiración humanista y artística dentro de la exploración de un género que puede consagrarse a mucho más que escenas de acción y de angustia, y reflexiones someras sobre líderes heroicos y tiranos, o la importancia de mantener el orden dentro del caos. Estas reflexiones no habían sido necesarias para disfrutar de una buena historia en un entorno extremo, donde los protagonistas están rodeados de peligro y poco pueden hacer aparte de sobrevivir. No habían sido necesarias hasta que se pusieron sobre la mesa. Ahora es posible que los espectadores, cuando piensen acerca de un personaje, no solo quieran saber a qué se dedicaba antes, cuáles son sus habilidades y cómo resiste el pánico; también querrán saber si les gusta la música, y las fresas.
Este post está a la altura del episodio. Enhorabuena.
Para que mi comentario no se quede en una felicitación añadiré un pensamiento optimista. ¿Qué más cosas vendrán en el futuro si los artistas siguen pensando como Frank?
Aquí estaremos para disfrutarlo.
Muy interesante reflexión. No me había planteado el capítulo en los términos en los que lo hace el autor, tal vez porque el ruido mediático en su momento fue grande y puso el foco en lo woke. El género postapocalíptico muestra mayor riqueza de la que en principio se le podría atribuir. La referencia a las novelas de Carlos Sisi me ha hecho preguntarme qué otras novelas del género me puedo estar perdiendo: conozco la saga de Los caminantes y también la de Manuel Loureiro cuyo título ahora no recuerdo, pero seguro que hay más y me encantaría leer un artículo sobre el género que me descubriera más posibles lecturas de este tipo. En cualquier caso, gracias y enhorabuena por este artículo. Saludos.
Le felicito, esto es una muestra de una crítica tal y como debería de ser, podrían tomar ejemplo otros que se hacen llamar «críticos», un análisis profundo más allá de lo superficial que puede cambiar el punto de vista del expectador y le puede hacer sentir el deseo de volver a ver la obra desde un ángulo diferente y enriquecedor.
Gran Capítulo (Para mí el mejor) e Interesante reflexión. En este mundo lleno de superficialidades y lugares comunes es de agradecer. De verdad.