«Hoy vemos en las pantallas de nuestros “cines” el hermoso espectáculo de las juventudes de Italia y de Alemania; vemos sus desfiles, su disciplina. Pero lo que más nos llama la atención es su fortaleza, su presencia, ese complemento a una mente sana de ideas, formado por el cuerpo musculoso, ágil, fuerte y siempre dispuesto a la lucha por el ideal». 1938 es el año; Azul el periódico, vinculado a la Falange de Córdoba. Y la Italia fascista y la Alemania nazi, el modelo. «¿De qué forma —se preguntaba el redactor de una notita breve, titulada “El deporte en el SEU”— han logrado esto estas naciones? No hay más que una: educando el cuerpo, haciendo el músculo, con lo que nosotros lo conseguiremos: con el deporte». Pero no solo con el fútbol, apostillaba: «El atletismo, la natación, el españolísimo frontón, el baloncesto, el remo, el excursionismo. Todos administrados poco a poco, pero constantemente […] También así hacemos Patria».
Unos días antes, en otra de las cabeceras provinciales de Falange, Imperio, de Zamora, el pedagogo fascista Adolfo Maíllo —que más tarde, en 1943, publicaría un libro titulado Educación y revolución, contra el «absorbente intelectualismo liberal» y el «respeto a la conciencia del niño de Rodolfo Llopis»—, firmaba un artículo largo y entusiasta sobre «La Pedagogía de la Nueva Alemania». En él, se explayaba especialmente sobre una de las prácticas educativas del Tercer Reich: el llamado Año Rural, «instituido en 1934 con el propósito de despertar en los muchachos de la ciudad la comprensión y el amor al campo, haciéndoles sensibles de nuevo a los valores de la tierra y a las formas esenciales de vida del pueblo». Explicaba Maíllo que
«Durante el Año Rural, los jóvenes hacen su vida al aire libre, cobijándose en campamentos que se suelen instalar en las proximidades de alguna pequeña aldea. Cada grupo de tiendas está dirigido, como los que utilizan las JUVENTUDES HITLERIANAS, por un JEFE DE CAMPAMENTO, secundado en sus tareas rectoras por cierto número de JEFES DE GRUPO. Aquel es generalmente un hombre maduro; pero estos son jóvenes también capacitados especialmente para tales menesteres en Cursos de carácter así mismo eminentemente práctico, en los que los futuros Jefes se entregan a las tareas campesinas propias de la localidad, endurecen su cuerpo con la virilizadora askesis de la gimnasia y el excursionismo, recibiendo además una preparación sistemática que les permite la comprensión y el cultivo de lo popular desde las formas locales y comarcales del deporte y los juegos, hasta la música folclórica, pasando por talleres de trabajos manuales de carácter artístico-profesional».
Soñaba aquel fascista español con emular, en la guerra ganada acá, aquella hitleriana manera de favorecer «el nacimiento y desarrollo pujante de un patriotismo nuevo, que no es la palabrería hueca del que SABE de su raza, sino la preñada realidad psicológica de UN SENTIRSE solidario con los restantes del pueblo, en la emocionada y fraterna realización de un común destino que transe el ser hasta sus estratos vegetativos». Y el excursionismo era pieza fundamental de aquella artillería educativa. Llevaba veinte años siéndolo para todos los fascismos del globo, cuyo ideario de una varonil palingenesia se fijaba fácilmente en las montañas como una de las forjas posibles del superhombre. Era montañero Codreanu, el líder de la Guardia de Hierro rumana. Hitler era amante de las Bergfilme, el «cine de alpinismo», del que hablaremos más tarde. Mussolini incluía —vemos en L’Alpino del 15 de enero de 1935— el Duce alpinista en el repertorio de sus representaciones como deportista en revistas ilustradas y noticiarios documentales. El irlandés Eoin O’Duffy, líder de los blueshirts, los «camisas azules» de la Asociación de Camaradas del Ejército, promovía las caminatas, el entrenamiento físico obligatorio y plantar árboles en lugar de cruces de piedra para homenajear a los camaradas caídos, defendiendo que el movimiento debía estar consagrado a lo físico y lo moral por encima de lo convencionalmente político, e imitar más a los boy scouts que a un partido político al uso. El esoterista fascista Julius Evola buscaba en la ascensión a los picos alpinos, provisto de una botella de whisky escocés y de su copia del Bhagavad–gītā, la epifanía del amor fati nietzscheano y la unión de «la ebriedad de la aventura y el peligro con un abandono confiado en todo aquello que, en nuestro destino, no es simplemente humano». Acudían los fascistas a las montañas y las utilizaban como símbolo, como referente alegórico, de un modo que refleja bien un panfleto de la Unión Británica de Fascistas de 1938: el fascismo —se explicaba allá— «es una batalla diaria contra las fuerzas de la corrupción y la complacencia, contra la aceptación perezosa de los males económicos; se glorifica en el espíritu sublime de mística camaradería y odia la sensualidad materialista de la democracia plutocrática. El espíritu del Everest frente al del night club».
En realidad, había —hay— un fascismo al que le gustaban —le gustan— mucho los night clubs. Atravesados de paradojas («modernidad y tradición, conservadurismo y revolución, vértigo y certeza», resume José-Carlos Mainer), el signo del fascio, la esvástica, el yugo y las flechas, la cruz flechada, el labris, eran en todas partes paraguas de la coexistencia de un fascismo de la ensoñación aldeana y otro de la ebriedad del asfalto, el neón y el macadam. El futurismo de Marinetti, a quien le parecía más bello un coche de carreras que la Victoria de Samotracia, y que ansiaba hormigonar los canales de Venecia y apagar con la luz eléctrica el resplandor de la Luna, y la utopía agraria de Darré, que perseguía resucitar la forma de vida de los antiguos germanos organizando una red de granjas en las tierras conquistadas a los eslavos. La stracittà y el strapaese, la «superciudad» y la «superaldea», que en Italia habían enfrentado al escritor y dramaturgo Massimo Bontempelli, teórico de la primera, y el pintor toscano Mino Maccari, padre de la segunda (que en España tendrá su correlato, por ejemplo, en las ensoñaciones rústicas de un Nieves Conde, el director falangista de la aclamada Surcos). Entrambos fascismos, una de las pasarelas, de los afanes comunes, era el montañismo. Los dos fueron montañeros. El uno podía buscar, en los aislados parajes serranos de la patria, las aldeas que preservaban, incontaminado por la modernidad, el verdadero ser nacional; el otro acudir a ellas a conquistar récords deportivos y poner de rodillas a la naturaleza sirviéndose de los adelantos tecnológicos del momento. Ambos, procurarse en los riscos y los bosques un entrenamiento para la guerra que es el horizonte ambicionado de todos los fascismos y el conocimiento de los parajes en los que podría acabar habiendo que refugiarse de una invasión extranjera, y combatirla.
Adscrito más bien al strapaese, pero expresando bien la condición jánica por la cual el fascismo mira, a la vez, al pasado y al futuro, y pretende recrear un pasado más excelso que el propio pasado con las herramientas del porvenir, estará Arnaldo Mussolini, amante del campo y hermano del Duce, a quien este nombra director del Comité Nacional Forestal, entidad creada con la misión de renaturalizar la patria, pero renaturalizarla no restituyéndola, cual querría un reaccionario al uso, a un estado prístino anterior a la industrialización, sino creando una naturaleza perfeccionada. «La recuperación natural significaba […] secar pantanos y combatir la malaria»; y, a mayores, «una idea demiúrgica, terapéutica, para curar el cuerpo enfermo de la patria», explican los autores de Mussolini’s nature: an environmental history of Italian fascism. En 1928, Arnaldo proclama en un discurso en el que mezcla a la perfección esas dos sensibilidades, pasadista y futurista, que
«El paisaje tiene su importancia, pero nunca lo subordinaremos a los intereses reales y verdaderos de la economía de la montaña. El 50 % de nuestro territorio sagrado e impermeable es montaña, que necesitamos mantener poblada porque la llanura está saturada. Por tanto, queremos caminos para los montañeses, ricas praderas en lugar de magros pastos, razas alpinas pardas en vez de cabras destructivas. Junto a toda esta riqueza, debemos incrementar la pequeña y gran industria maderera, racionalizar la tala, proteger los manantiales, conservar la tierra y sistematizar los arroyos para evitar el encenagamiento de los embalses hidroeléctricos y cauces fluviales».
A esas montañas llevan todos los fascismos a los jóvenes. El modelo italiano, donde la Opera Nazionale Balilla (ONB), para los chicos, o la Opera Nazionale Piccole (ONP), para las chicas, encuadraban a los niños italianos en actividades físicas pensadas como una suerte de primer entrenamiento militar, que incluían incluso réplicas a pequeña escala de los fusiles del ejército, y entre las que se contaban largas y fatigosas expediciones a la montaña, será remedado después en otros países, por otros fascismos que llevarán al monte tanto a niños como a niñas. De estas últimas se ocupará en Alemania, por ejemplo, el Bund Deutscher Mädel (Liga de Muchachas Alemanas), fundado en 1930, y que organiza excursiones y acampadas.
Volviendo a España, en otro diario falangista, El Progreso, encontramos el 30 de noviembre de 1937 una exhortación a practicar el deporte y, entre otras actividades, acudir a las montañas; así como el anuncio de que Falange reformaría el Magisterio actual para eliminar de él «el hábito sedentario intelectualoide» por medio de «excursiones frecuentes, cantos y desfiles». Se fundarían «entidades nacionales que practiquen el excursionismo y el alpinismo, los deportes y el canto coral unificador, nacionalizador» y se llevaría de nuevo, «a grandes y a chicos, a la augusta grandeza del campo y la montaña, a encontrarse a sí mismos y a reencontrar de nuevo los caminos ideales de su raza». Serían «resucitados los viejos juegos populares», y asociaciones deportivas juveniles irían «por los caminos de España dando al viento el son de los campos de nuestro folclore, elemento fundamental de corroboración y plenificación del espíritu nacional». Imponían «las viriles faenas de la construcción histórica hijas de la guerra que nos deparan los tiempos» el
«tener tensos y bien dispuestos los resortes de la acción, las palancas de la voluntad, y eso es cabalmente la educación física bien entendida: cultivo del coraje y de la decisión; escuela de confianza en sí mismo, por el valor del esfuerzo personal, y de colaboración interayuda, por la coordinación de actividades tendentes a un fin único, en el ensamble del equipo; optimismo, alegría, euforia; espíritu de servicio y disciplina».
En la montaña podría purgarse a los niños de «la cultura intelectualista y reseca que ha venido imperando». La juventud dejaría de ser, como lo había sido en la República para el fervoroso redactor que firmaba esta pieza, «una juventud podrida en su mayor parte, con hediondez de cadáver, totalmente insípida y frívola», envenenada por «las mixturas enervantes y semivenenosas importadas allende Europa».
Pero no solo se centraban los esfuerzos en los niños. En Italia, el régimen mussoliniano elaboró una clasificación de los deportes más fascistas que incluía el tiro al blanco y al plato, la caza, la esgrima, la natación, el piragüismo, los deportes de motor… y el montañismo, esto es, aquellos deportes que ayudaban a quienes los practicaban a adaptarse a la vida militar. En un segundo rango se ubicaban el atletismo y la gimnasia, concebidos como una suerte de calentamiento marcial. La guerra era la meca de cada rezo fascista, la gloriosa fuerza detergente que imantaba las conciencias. Y en la Rivista del Centro Alpinistico Italiano, se razonaba así en 1930 la utilidad militar del alpinismo:
«Un escalador ha caído. Que otros cien se levanten para el día siguiente. Que otros jóvenes esparzan edelweiss y rododendros sobre el cuerpo del camarada caído; y lo pongan con temblorosa devoción boca arriba, bajo la suave hierba. Entonces, ¡una vez más al asalto de las rocas y de la cumbre, para conmemorar al caído en la más alta y difícil de las victorias!
La medalla al valor en el deporte, la más alta distinción concedida por el Duce a los atletas excepcionales que baten récords mundiales o triunfan en competiciones internacionales, se otorgará a los alpinistas que venzan montañas con nuevas ascensiones de sexto nivel.
Todos los italianos deben saber vivir en un país montañoso. Todas nuestras guerras tendrán siempre lugar en las montañas, y el culto al montañismo, apasionadamente practicado y difundido cada vez más entre nuestros jóvenes, contribuirá a la preparación militar de la joven generación».
Los fascistas afluían a las montañas de Italia también a reverenciar los lugares de memoria de la Gran Guerra. El Touring Club Italiano había comenzado a organizar peregrinaciones a los escenarios alpinos de la guerra ya en los veranos de 1919 y 1920, en colaboración con el Ministerio de la Guerra; y en los años siguientes constituiría paquetes turísticos con el señuelo de la promesa de experimentar la dura vida de un soldado de los Alpes. La ascensión a los picos Adamello y Cadore, donde se había desarrollado, entre nieves perpetuas, la llamada guerra blanca, era el gran atractivo. Sobre estos cimientos, y con la colaboración del TCI (italianizado a Consociazione Turistica Italiana en 1937), el régimen fascista iría creando después toda una infraestructura de caminos bien pavimentados, refugios confortables y monumentos, que se volvieron muy populares como destino vacacional entre las clases medias del país. A mediados de los años treinta —resumía la revista mensual del TCI—, el «heroico Pasubio», el macizo montañoso en que se habían producido algunos de los combates más cruentos de la primera guerra mundial, se había convertido en el «turístico Pasubio».
La Opera Nazionale Dopolavoro, creada por Mussolini en 1925, organizaba actividades de ocio para los obreros, y entre ellas, acampadas, marchas senderistas, excursiones espeleológicas… El falangismo español hará una traducción literal de este programa creando, ya en plena guerra y en los primeros años —los más netamente fascistas— del franquismo el llamado Post-Trabajo, un programa de actividades que incluía excursiones, cuyas convocatorias vemos menudear en los periódicos del partido de aquella época. Así, por ejemplo, esta del 3 de diciembre de 1937 en el diario Falange de Palma de Mallorca:
«EXCURSIONISMO.
El interés despertado entre los nacionalsindicalistas por ese aspecto del Post-Trabajo es enorme. El excursionismo entra como es sabido en nuestras actividades como un medio magnífico y como tal será y es cultivado con especial atención.
El próximo domingo y gozando los post-trabajistas de las mismas ventajas que los socios del Fomento del Turismo, la excursión a realizar es a Valldemosa Gruta de Son Verí; Pastorix; Montaña; Alquería d’Avall y Buñola.
Salida de la ONS Goded 34, a las 7’30 de la mañana en autocar dirigiéndose a Valldemosa. Aquí se apearán los excursionistas y seguirán a pie por Sa Coma; Gruta de Son Verí; Pastorix; Montaña; Alquería d’Avall y Buñola donde se tomará el tren de regreso.
Comida individual.
Inscripciones hasta el mediodía del sábado en la ONS Goded 34, en la Sección de Post-Trabajo o en la Casa Primo de Rivera.
Se suplica a los post-trabajistas que lleven en lugar bien visible su distintivo».
En los años del hambre, tras el final de la guerra, la comida es señuelo de estas excursiones. España está habitada de millones de Carpantas atentos a cualquier posibilidad de echarse algo extra al coleto. «La Junta Directiva está llevando a cabo activas gestiones acerca [sic] de las Autoridades para conseguir un aumento de pan para aquellos productores que asistan a la misma, así como también una cantidad de arroz para poder obsequiar a los mismos con una “paella colectiva”», leemos el 28 de marzo de 1942 en el también balear semanario Sóller, en la convocatoria de una excursión a la playa —futura meca hippy y nudista— de Es Canyaret para «todos los camaradas afiliados a “Educación y Descanso” y sus familiares», que incluía un «concurso artístico» tras la comida.
Se buscan también, como los fascistas italianos en el teatro de la Gran Guerra, lugares simbólicos; la veneración laica de santuarios del Movimiento. En Pueblo leemos el 1 de marzo de 1941 de una excursión a El Escorial «donde se visitará la tumba del Fundador». Los restos de José Antonio Primo de Rivera, fusilado por los republicanos en la cárcel de Alicante el 20 de noviembre del 36, y enterrado en una fosa común en la propia prisión, habían sido exhumados dos años después para trasladarlos al nicho 515 del cementerio de Nuestra Señora de los Remedios y, de allí, el 19 de noviembre de 1939, se habían vuelto a exhumar para trasladarlos al monasterio de San Lorenzo del Escorial, en un ataúd cubierto de terciopelo negro, acarreado durante diez días por falangistas que se turnaron cada diez kilómetros, entre salvas de cañón y fusil. De la Estación del Norte de Madrid salía, otro par de años después, aquella excursión para la que «los productores» (la palabra obrero estaba proscrita) podían inscribirse en unas oficinas sitas en la avenida José Antonio, o sea: la Gran Vía.
El peculiar fascismo frailuno español —etiqueta acuñada por Miguel Oltra— se fija también en santuarios propiamente dichos: La Prensa nos informa por ejemplo, el 30 de abril de 1945, de la inauguración de la «temporada de excursionismo» de la Sección Femenina con una visita a la Virgen de Montserrat. El yugo, las flechas, la cruz y el cayado, el bastón montañero, que en la Alemania nazi, que ese año periclita, se había convertido en un instrumento de combate. Max Everest-Phillips es autor de un libro curiosísimo titulado Hiking with Hitler: the walking stich badges of the Third Reich, en el que estudia algo tan pequeño y, sin embargo, tan interesante como las Stocknägel, las «insignias de bastón», muy utilizadas en Alemania, donde hunden las raíces de su aparición en los peregrinajes medievales, y que los nazis convirtieron en un soporte más para su omnipresente propaganda. Los nazis, en efecto, también fueron montañeros; también ellos buscaban en el monte la reconexión con el Blut und Boden, la sangre y la tierra de los auténticos arios, cuyos veneros iría a buscar una famosa expedición al Tíbet acaudillada por el naturalista Ernst Schäfer, entre abril y marzo de 1939. Geheimnis Tibet, el documental de 1943 realizado por el propio Schäfer para narrar su experiencia, será uno de los últimos Bergfilme nazis, las «películas de montaña» que maravillaban al mismo Hitler.
El boom del turismo alpino había fastidiado, en los años veinte, a los pioneros de la escalada alemana, entre los cuales se generó un sentimiento de nostalgia de la montaña como un espacio puro y natural, alejado de la civilización; sentimiento que, en muchos casos, derivó en simpatía hacia los muchachos del NSDAP sin demasiada dificultad. Los nazis potenciarán la figura del escalador como representación del ideal masculino: fuerte, habilidoso, capaz, también, de apreciar la belleza; y entre los directores de Bergfilme, la preponderancia del pensamiento nazi estará tan extendida que Adam Wandruszka dirá: «El Tercer Reich comienza a mil metros sobre el nivel del mar». Una de esas directoras es Leni Riefenstahl, directora de La luz azul (1932) antes de serlo de las célebres El triunfo de la voluntad y Olympia; actriz, primero, en alguno de los filmes de Arnold Fanck, alpinista y cineasta y el gran maestro de este género, con títulos como La montaña sagrada (1926), El infierno blanco de Pitz Palü (1929), Tormentas sobre el Mont Blanc (1930) o El éxtasis blanco (1931). Riefenstahl es también la actriz protagonista de esa Das blaue Licht rodada un año antes del advenimiento nazi, donde interpreta a Junta, una joven extravagante que vive aislada en una montaña y es objeto de la hostilidad de los vecinos de un pueblo cercano. Estos la relacionan con una extraña luz que, en las noches de luna llena, aparece en la cima de la peña y causa la muerte de los jóvenes de la localidad cuando tratan de alcanzar la cima para desvelar el misterio de su procedencia, que es el contacto del resplandor lunar con unos cristales preciosos, ubicados allá arriba.
Las películas nazis llegaban también a España. El 21 de diciembre de 1937, encontramos en el Correo de Mallorca la crónica de la proyección, en el Cine Born, de tres películas alemanas como parte de un «acto de confraternización hispano-alemana», y entre ellas, además de Zafarrancho de combate y Ecos de la patria (desfile «ante el espectador [de] los esfuerzos de esta gran nación en su lucha contra el comunismo»), de Viaje a Albania, donde «se nos ofrece —explica el redactor— ocasión de conocer las viejas tradiciones alemanas de amor al excursionismo entre la juventud. La Juventud Hitleriana cultiva ese deporte con especial cuidado, atendiendo a las virtudes de una vida sana y libre. Acompañamos a un grupo de intrépidos muchachos en viaje de vacaciones escolares a través de bellísimos parajes de la pintoresca Albania».
Falange hacía pedagogía del buen excursionismo a la par que lanzaba anatemas contra el malo. La guerra de exterminio absoluto que fue la por ellos llamada Cruzada, una guerra total, deliberadamente alargada para masacrar hasta la última flor de la primavera republicana, librada, no contra «el comunismo», pese a que esa fuera su bandera, sino contra el siglo XIX, contra el liberalismo, entendiendo el comunismo simplemente como el vástago último de la revolución liberal, no se olvidó, en su concienzuda damnatio memoriae, de las excursiones progresistas al Guadarrama. De las que, organizadas por la Institución Libre de Enseñanza, fueron memoria entrañable de varios capitostes de la República y el PSOE, caso de Julián Besteiro y de las posteriormente realizadas por organizaciones de izquierda. La sierra que divide las dos Castillas debía ser, literalmente, purificada. En el diario La Rioja leemos el 14 de agosto de 1937 una crónica bélica que recuerda —haciendo una curiosa contraposición de cordilleras— que «julio había sido el mes del Guadarrama: cuando los soldados de Mola hicieron llegar, como una purificación, a los picos empequeñecidos por el bárbaro excursionismo de las juventudes socialistas, el alma romancesca, medieval y tradicionalista, del Pirineo».
Fascismo frailuno este, decíamos. Pero no por ello un fascismo más suave, más piadoso que el italiano o el alemán; y, de hecho, el fascismo más verdadero para algunos de sus defensores, entre quienes se contó —agradecemos a Edgar Straehle ponernos sobre la pista de este pasaje— el escritor José Pemartín:
«El fascismo, el absolutismo jurídico hegeliano, no solo puede y debe darse en España, sino que es España la única nación europea donde cabe en un sentido absoluto: porque nuestro fascismo, nuestro absolutismo hegeliano-jurídico, ha de sustentarse necesariamente, como Forma, en una Substancialidad histórica católico-tradicional; es decir, fundamentada en la verdad trascendente. Hemos dicho anteriormente que teníamos derecho en España a ser más papistas que el papa; del mismo modo podemos ser más fascistas que el mismo fascismo, porque nuestro fascismo ha de ser perfecto, absoluto: “fl Fascismo es una concepción religiosa”, ha escrito Mussolini. El fascismo español será, pues, la religión de la religión…».
Aquel fascismo más fascista que el fascismo triunfó donde sus hermanos no lo hicieron. El alemán y el italiano fueron derrotados. Pero allá por donde pasaron sus jinetes, la hierba tardó en crecer. El centenario Club Alpino Italiano, preexistente al fascismo, pero fascistizado después, no retiró a Mussolini de su Registro de Miembros de Honor, ni readmitió formalmente a sus miembros judíos purgados tras la promulgación de las leyes raciales de 1938 (un proceso que implicó retirar los nombres de alpinistas judíos de algunos refugios de los Alpes) hasta 2023, de resultas de una investigación del periodista e historiador Lorenzo Grassi. La purificación democrática de las sierras mancilladas es más lenta que la de las cruzadas contra la razón.
La flipante cantidad de clubes de senderismo, montañismo… del País Vasco y Cataluña no son casualidad. Se le ha olvidado ese detalle incómodo al tipo que ha escrito esto. Olvido, por supuesto…
Y usted ha olvidado dejar la caspa y el odio en casa y centrarse en leer el artículo. Bueno, de hecho, dudo que lo haya leído entero.
Cierto, en las agrupaciones de Cataluña aún se utilizan «grados» equiparables a los flechas, arqueros y guías de la OJE franquista. Y no olvidemos las facilidades que los pederastas encuentran en las noches de acampada, nunca he entendido que chicos de 17-18 años prefieran pasar los fines de semana jugando a juegos de pistas con niños de 11 o 12, antes que ligar con chicas (o chicos) de su edad.
Precisamente la OJE sigue existiendo, pero lo suyo es mirar la paja en el ojo ajeno…
Y
Y… Digamos que si yo fuera un jóven fascista y/o nazi viviendo en la Europa moderna y viera cómo la UE entera apoya incondicionalmente con dinero y armas ilimitadas a un gobierno genocida y neo-nazi en Ucrania, gobernada por un demente que nos quiere meter a todos en la 3°GM pues… Pensaría que son muy buenos tiempos para ser fascista. Luego no se alarmen si de pronto el fascismo y el nazismo resurgen cómo quien no quiera la cosa. Porque lo hará. Seguro ya lo está haciendo. Buena suerte.