Este artículo está disponible en la revista Jot Down Places.
Cuenta la leyenda que, en el mes de abril de 1410, el infante Fernando de Aragón, a la sazón corregente de Castilla y aspirante al trono aragonés, andaba guerreando contra los musulmanes del Reino de Granada cuando se vio asaltado por la duda de conquistar antes las tierras de Loja o lanzarse sobre Antequera. Con este dilema se echó a dormir y, en sueños, se le apareció una figura femenina, vestida de blanco, que le susurró la famosa frase que todavía se utiliza cuando se toma una decisión de resultado incierto: «Salga el sol por Antequera y que sea lo que Dios quiera».
Y, de esta manera, tuvo claro cuál sería su destino. Se dirigió al cerro llamado de la Ermita, instaló sus reales y llevó a cabo su campaña de asedio hasta que consiguió entrar en la ciudad amurallada el 16 de septiembre de ese mismo año 1410. De inmediato, se identificó a Santa Eufemia, la del Bien Hablar, con la dama que tan fantásticamente había resuelto la disyuntiva y cuyo martirio se conmemoraba ese mismo día.
La tradición conjuga imaginación, fe y épica con ciertas dosis de realidad y reúne en un único relato a aquel infante segundón y a una mártir de Calcedonia convertida en la patrona principal de una villa situada a muchos kilómetros de la antigua Bitinia. Este infante gobernó enclaves mediterráneos y territorios usurpados a los nazaríes, ostentó varios títulos castellanos y aragoneses, pero, curiosamente, ha pasado a la historia como Fernando de Antequera, aunque no anduviera por estos lares más de seis meses. Transcurrido este tiempo, se marchó con viento fresco a continuar sus incursiones por reinos de moros, dejando a Rodrigo de Narváez y Biedma como alcaide y distribuidor de haciendas entre los caballeros que hicieron posible la hazaña.
Esos repartos serían el origen de los latifundios y de los numerosos títulos nobiliarios que aún ostentan algunas familias, así como de la gran cantidad de conventos pertenecientes a las órdenes religiosas fundadas al calor de la conquista. La mezcla de gentes que poblaron y repoblaron los campos con apellidos que delatan su origen norteño, aún evidente en algunos paisanos de este siglo, también encontraría en estos repartos su causa.
La Colegiata de San Sebastián, construida en el siglo XVI en el mismo corazón de Antequera, es el libro que mejor resume este matrimonio entre gobernantes terrenales y santos protectores. En su interior se halla el sarcófago con los restos de Rodrigo de Narváez, y su impresionante torre campanario de ladrillo, levantada a principios del siglo XVIII, se remató con el Angelote, una veleta de más de tres metros de altura que, según dicen, guarda una reliquia de Santa Eufemia.
Punto y aparte
La llegada de las tropas cristianas en el siglo XV y la transformación de la comarca en un enclave señorial y monástico con jurisdicciones propias puso fin a la dominación musulmana que se había establecido sobre los restos de una población romana que, a su vez, había hecho lo propio allí donde los primeros pobladores neolíticos encontraron buenas tierras para cultivar.
Antequera es, como otras ciudades de larga vida, el resultado de la superposición de culturas que dejaron su rastro en aquellas que las sucedieron. Situada en el surco Intrabético, entre la cordillera Subbética y Penibética, ha visto desfilar o acomodarse en sus campos a casi todas las poblaciones humanas que hoy documentan los libros de la historia patria, pues supieron apreciar las virtudes del lugar.
Las señales de la existencia de los pueblos que la habitaron se hacen presentes, en mayor o menor medida, en las piedras o sobre el papel. Por este motivo, la comprensión de las huellas que dejaron requiere de una estancia prolongada, ya que sería imposible que quedara satisfecha en una sola jornada.
La mirada de otras gentes
El viajero que llega por la A-92 desde Granada se encuentra, mientras desciende hacia el valle del Guadalhorce, con la peña de los Enamorados, una formación caliza que sugiere la imagen (de la que es imposible sustraerse) de una cabeza tumbada (concretamente recuerda al rostro de un indio) que se erige con una fuerza inusitada en la línea del horizonte. Este perfil ya era admirado por los primeros seres humanos que anduvieron por aquí, según consta en los petroglifos que dejaron.
El collar que forman los arcos que sustentan la nueva vía del AVE rodea por el norte este peñasco, añadiendo un elemento actual al paisaje construido desde tiempos inmemoriales y poniendo en evidencia que Antequera y su comarca son el fruto de la suma de muchas generaciones, incluida la que nos concierne.
Si el viajero llega por la A-92 en sentido contrario, divisará a lo lejos el mismo icono desde el que se asoma el sol todos los días, el que cautivó a Washington Irving y a su amigo el príncipe Dolgoroukov en abril de 1829, cuando se dirigían a Granada desde Sevilla y decidieron parar unos días en Antequera, atrapados por la magia del lugar.
Una vez alojados, el americano escribió: «Todo en esta venerable ciudad tiene un marchamo decididamente español. Está suficientemente alejada de las más trilladas rutas del turismo extranjero como para no ver alteradas sus antiguas costumbres». A esta romántica descripción añadiría en sus diarios lo siguiente: «Di un paseo por las ruinas del viejo castillo moro, construido sobre los restos de una fortaleza romana. Sentado junto a una desmoronada torre gocé de un amplio y variado paisaje que, además, estaba cargado de recuerdos históricos. Me hallaba en el verdadero corazón de la comarca, famosa por las caballerescas contiendas entre moros y cristianos…».
De su relevancia en otros tiempos da testimonio asimismo la inclusión de Antequera y su entorno en el Civitates orbis terrarum, la magna obra compuesta en el siglo XVI por el canónigo Georg Braun y el grabador Franz Hogenberg, en la que, junto con las cartografías de los lugares que visitaron, incluyeron comentarios y descripciones de las más importantes ciudades europeas y españolas del momento.
Mucho que ver
Si el visitante ha concebido un plan cronológico para conocer esta ciudad, va a tener complicado disociar lo que fue de lo que es. El crecimiento a voluntad del tejido urbano ha dificultado la integración de pasado y presente, lo que da cierta incoherencia a la distribución del patrimonio con el que cuenta. El entorno, en manos de casas señoriales y propiedades privadas, no ha dejado apenas espacio al control de las instituciones públicas, como, por otra parte, ha ocurrido en casi todos los territorios conquistados por los reyes cristianos, así como en la mayoría de las ciudades de la Antigüedad y en los lugares de encuentro entre civilizaciones. Es necesario recordar que la protección de los bienes culturales no fue objeto de regulación hasta bien entrado el siglo XX y que las leyes estatales y autonómicas en vigor que velan por su conservación tienen su origen en la Constitución de 1978.
La divergencia de intereses entre lo público y lo privado y el diferente color político de los gobiernos con capacidad de intervención han generado situaciones chocantes, aunque da la impresión de que, en la actualidad, se está produciendo una sinergia entre las fuerzas políticas, económicas y sociales muy beneficiosa para la cultura y el desarrollo de la comarca.
Antequera posee algunos hitos patrimoniales de singular importancia, unos mejor cuidados que otros, y de un indudable atractivo para quienes prefieren disfrutar del pasado y de la historia.
La naturaleza del territorio interesa tanto a geólogos como a geógrafos. A unos quince kilómetros hacia el sur del núcleo urbano se encuentra el conocido Paraje Natural del Torcal, una formación caliza karstificada, de gran singularidad morfológica, que siempre ha sido fuente de recursos para las poblaciones del valle. Sus piedras, labradas como sillares, se han utilizado para la construcción de todo tipo de edificios y, además, la vegetación endógena y la fauna de pequeño y mediano tamaño han constituido un complemento en la alimentación de los labriegos del lugar hasta hace unos años, cuando se establecieron controles sobre las actividades cinegéticas.
Circula una anécdota entre los antequeranos que refiere un hecho bastante castizo: tradicionalmente, se molían las almendras y el resto de los ingredientes de los populares mantecados con piedra extraída del Torcal hasta que unos comerciantes franceses aparecieron por la ciudad vendiendo piedras de sílex —más duras y resistentes que la caliza autóctona—. Algunos pasteleros las adquirieron, pero las gentes notaron que no era tan fina la molienda y que el sabor de sus pastelillos navideños tampoco era el mismo, así que dejaron de comprar el sílex. Los tahoneros, advertidos de ello, recuperaron los utensilios de siempre y todo volvió a funcionar como mandaban los cánones.
En la actualidad, el paraje, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, recibe una importante cantidad de visitantes aficionados a la observación astronómica, puesto que carece de contaminación lumínica, sobre todo durante el fenómeno conocido como lágrimas de San Lorenzo o perseidas. Además este paisaje kárstico cuenta con una serie de rutas bien señalizadas para facilitar las excursiones de la multitud de senderistas que acuden a transitar sus caminos y se ha diseñado un recorrido de cuarenta y cuatro kilómetros con el objetivo de incluir el Torcal en el calendario de competición de las carreras de montaña.
Los arqueólogos destacan la especial relevancia de este paraje para la cultura megalítica, pues aquí se descubrieron los dólmenes de Menga y Viera y el tolos de El Romeral, monumentos que conforman el Sitio de los Dólmenes de Antequera, declarado Patrimonio Mundial de la Humanidad por la Unesco en 2016.
Estas estructuras tan particulares fueron levantadas desde el Neolítico por las poblaciones que vinieron presumiblemente desde el sur y han permanecido ocultas durante muchos siglos bajo capas de tierra en forma de túmulo. Son cuevas, quizá necrópolis, que la población autóctona conocía y con las que ha convivido de esa manera que parece horrorizar a los estudiosos de salón: allí se refugiaban los pastores, jugaban los chiquillos, se juntaban los amigos o se escondían los amantes hasta que los arqueólogos se interesaron y promovieron su protección.
No solo impresionaron a los científicos: los hermanos Viera, jardineros y aficionados a la arqueología, fueron los descubridores del llamado, en su honor, el dolmen de Viera, muy próximo al de Menga, en un recinto que cuenta en la actualidad con un centro de interpretación y un museo, además de un espacio al aire libre dedicado a Michael Hoskin, que es una lección de astronomía aplicada realizada en metal y piedra.
Este profesor de la Universidad de Cambridge fue el gran valedor de los megalitos antequeranos y la ciudad se lo ha reconocido con creces. Su interés por la llamada arqueoastronomía lo llevó a estudiar la orientación de más de tres mil monumentos en Europa y en el norte de África como un reflejo del conocimiento de los pueblos antiguos sobre los ciclos solares y lunares. Si sus trabajos se centraron en los levantados en estas tierras fue porque dos de ellos no siguen la norma general y casi única: el dolmen de Menga se orienta hacia la peña de los Enamorados (nordeste), quizá hacia la cueva de Matacabras, en la que se encontraron restos de pinturas esquemáticas, mientras que el tolos de El Romeral se orienta hacia el Torcal (suroeste), donde se halla la llamada cueva del Toro, la primera morada de los migrantes neolíticos. Según cuentan los guías, se sabe de la existencia de algún otro túmulo que todavía no se ha excavado y del que se han hallado unos indicios en las faldas de la peña, en una propiedad privada. Este es uno de los problemas recurrentes en estas tierras: la dificultad para acceder a algunas fincas en las que se sospecha que puede haber restos de interés arqueológico.
El territorio en el que se encuentran Menga y Viera se ha ordenado como recorrido de interés turístico, aunque ha habido sus más y sus menos a causa de la primera planificación de un edificio-museo de varias plantas que rompía la línea de visión que previeron los primitivos ocupantes. Este proyecto se acabó descartando por impropio y, en su lugar, se levantó el edificio actual, de una sola planta y con un tejado cubierto de vegetación, que se integra perfectamente en el paisaje.
El tolos de El Romeral, situado a casi cuatro kilómetros de los anteriores en dirección este, queda como una isla en su contorno, conformado por naves industriales y terrenos agrícolas sobre los que se está desarrollando el llamado Puerto Seco de Antequera. El amplio espacio que rodea a esta cueva circular dentro de su propio predio permite abstraerse del contraste entre la antigüedad y el desarrollo industrial, aunque sus accesos no están resueltos de manera satisfactoria.
Algo similar ocurre con los restos romanos que están apareciendo en el cerro del Castillo y que formaron un núcleo poblacional denominado Antiqaria —del que procedería el nombre de Antequera—, y otro conjunto situado al noroeste de la ciudad en el cortijo de Castillón, identificado como Singilia Barba, al que, en el siglo I, el emperador Vespasiano otorgó la condición de municipium o civitas libera.
Singilia Barba debió de ser muy relevante por su situación estratégica en las rutas comerciales que unían la costa con las ciudades situadas a lo largo del Baetis, el río que cruzaba la provincia imperial romana del sur de la península. El trazado ortogonal de sus calles, el foro, los edificios públicos de entretenimiento, como el teatro y el circo, y los restos de algunas villas informan de la categoría que llegó a alcanzar. Entre sus restos se han hallado cerámicas ibéricas y monedas visigodas, lo que muestra, una vez más, el conocido como efecto tell o superposición de culturas en un lugar destacado por sus recursos o su accesibilidad. La ocupación musulmana, que prefirió acuartelar sus tropas en el cerro del Castillo, condujo al decaimiento y posterior desocupación de esta antigua urbe en torno al siglo XII. Sus piedras han estado expuestas al expolio y han sido reutilizadas en diferentes edificaciones, el estado de semiabandono en el que se encuentra requeriría de una intervención importante para sacar a la luz la que tal vez fue una de las más destacadas ciudades romanas de las que Plinio el Viejo hizo mención en su Historia natural.
En otra finca privada, llamada Las Piletas, se encontró, en 1955, el famoso Efebo, una escultura de bronce realizada por el procedimiento de la cera perdida que fue la copia romana de una figura griega de corte praxiteliano. Durante muchos años perteneció a la familia Cuadra, en cuyo palacete de la calle Lucena ocupaba uno de los rellanos de la escalera hasta que, en los años cuarenta del siglo pasado, el consistorio la adquirió para convertirla en símbolo y enseña.
El Efebo se expone en el Museo de Antequera, en el palacio Nájera, situado en la plaza del Coso Viejo, donde convive con una buena colección de hallazgos arqueológicos y exposiciones temporales. Coincidiendo con el Día de Andalucía (28 de febrero) se premia a los antequeranos destacados por su contribución al nombre y la cultura de la ciudad con la entrega de una estatuilla que representa su efigie.
Musulmanes y cristianos
Las tropas musulmanas asediaron y ganaron la urbe entre el 714 y el 716, quedando Antiqaria sometida a la cora de Reyyo, que tenía su capital en Archidona. Sobre el reducto romano se construyó una primera fortificación y, posteriormente, una medina amurallada que hoy se conoce con el singular nombre de fortaleza de Papabellotas. Sus habitantes, ya mezclados con los conquistadores, se distribuyeron en alquerías por todo el territorio en torno a esa fortaleza que contaba con varias torres y una mezquita aljama en su interior, construida sobre un templo anterior.
El recinto fue agrandándose y, a mediados del siglo XIV, constituía un espacio imponente rodeado de una muralla con barbacana y jalonada de torres cuadradas, esquineras y albarranas. Los nazaríes hicieron de este baluarte un lugar privilegiado, apetecible, cómo no, a las órdenes militares y a los reyes cristianos que veían en él un territorio de vital importancia en lo estratégico y un puntal de renombre en el listado cada vez más amplio de sus conquistas.
Cuando Fernando de Antequera conquistó la plaza cambió el signo de estas tierras: las antiguas alquerías fueron tomadas por caballeros convertidos en nobleza rural y se hicieron «repartimientos de heredades, casas y viñas entre los primeros pobladores cristianos», en palabras de Antonio Bonet Correa; las órdenes militares trataron de instalarse pero fueron las religiosas las que tomaron ventaja construyendo monasterios e iglesias. El pintor y archivero municipal José M.ª Fernández realizó un estudio exhaustivo de todos los edificios en su libro Las iglesias de Antequera, publicado en 1943 y reeditado en varias ocasiones. Jesús Romero Benítez, quien fuera alcalde entre 1994 y 2003, calcula en su Guía artística de Antequera, que la ciudad llegó a tener cuarenta y cuatro edificios monumentales, entre ellos, veinticinco iglesias, conventos y otros espacios religiosos.
Desde el siglo XVI al XVIII, Antequera fue un lugar poblado de artesanos y artistas que llegaban a la ciudad para satisfacer las demandas de franciscanos, dominicos, agustinos, jesuitas, clarisas y un largo etcétera de comunidades religiosas que convivían en una ciudad sin categoría de diócesis arzobispal. La iglesia de San Zoilo se considera la primera en ser erigida y, poco después, se construirían la del Carmen, en la parte alta de la ciudad, la ya citada colegiata de San Sebastián, la de San Juan de Dios, la de los Remedios, Santo Domingo, San Agustín y unas cuantas más que constituyen un extraordinario catálogo de los estilos gótico tardío, renacimiento, manierismo y, sobre todo, barroco. Las desamortizaciones del siglo xix causaron estragos en el patrimonio; algunos edificios se mantuvieron a pesar de la desbandada de eclesiásticos y de las rapiñas de sus objetos litúrgicos y otros permanecen aún hoy como cascarones varados en una población que creció, durante largo tiempo, encasillada en estamentos, como se puede observar en un callejero plagado de casas señoriales y pequeñas viviendas que alojaron a nobles y caballeros, jornaleros y campesinos.
De importancia extraordinaria es la real colegiata de Santa María, construida en el siglo XVI con sillares procedentes de Singilia Barba en el interior de la medina musulmana, y a cuya muralla se fueron agregando, con el paso de los años, las casitas que conformaron la ciudad extramuros que se fue extendiendo hacia el valle. Algunas de esas viviendas tan pintorescas se están reconvirtiendo en apartamentos, de impresionantes vistas, destinados al turismo sosegado que se pretende atraer.
El convento de San Agustín fue recuperado y acondicionado como ayuntamiento conservando su disposición alrededor del patio central y su magnífica escalera. Otras iglesias mantienen el culto o son sede de alguna de las muchas cofradías de Semana Santa que procesionan tanto en los días de Pascua (las de Pasión) como en otras fechas a lo largo del año (las de Gloria).
La Antequera del siglo XXI guarda las formas, las alturas y el trazado de sus calles en el núcleo urbano tradicional, lo que, en ocasiones, dificulta la accesibilidad y la circulación de vehículos. Este es uno de los retos de las ciudades con mucha historia: la convivencia armónica del pasado y el presente y su adaptación a las necesidades actuales respetando al mismo tiempo el legado de sus antepasados.
Cristóbal Toral, el laureado pintor realista, escribió hace unos años que Antequera tiene tres recorridos emocionales o discursos: el artístico, el que ofrece la naturaleza y el de la vida cotidiana. Existen multitud de publicaciones y páginas en internet a través de las cuáles el visitante puede trazar las rutas que le permitirán conocer las dos primeras, pero para saber cómo es y qué está ocurriendo en la actualidad hay que recorrerla de la mano de sus propios habitantes.
Turismo cultural frente al de masas: turismo sostenible
En Antequera no hay chinos, me cuenta Carmina Salcedo, profesora de Lengua y Literatura que ejerce en un instituto de la costa, pero que regresa los fines de semana al pueblo en el que nació. Tiene razón: frente al turismo de masas por el que apostaron Ronda o la propia Málaga, en Antequera no se desarrollaron las infraestructuras que hubieran permitido integrarla en los circuitos de los grandes turoperadores. Su condición de ciudad de interior y cierta renuencia de sus habitantes a modificar las formas de vida tradicionales han pasado de largo sobre ese modelo que, de otra manera y con el tiempo, los ha conducido hasta el más selectivo turismo cultural.
Matilde de Talavera es la directora del proyecto de dinamización de recursos y de uso de los espacios históricos para actividades de ocio (teatro, conciertos y exposiciones) que tiene su centro en la colegiata de Santa María. El programa sigue la idea con la que fue creada la Fundación de Ciudades Medias del Centro de Andalucía que agrupó bajo la marca Tu Historia a los Ayuntamientos de Alcalá la Real, Antequera, Écija, Estepa y Lucena.
Es una experiencia ambiciosa que engloba las comarcas de interior de las provincias de Córdoba, Granada, Jaén, Málaga y Sevilla. Su objetivo, según reza en sus estatutos, es «potenciar el conocimiento del legado histórico artístico de este territorio a través de una adecuada gestión endógena y, para ello, oferta al viajero un menú de actividades ligadas a recursos monumentales».
«Andalucía sin maletas» es el lema bajo el que se han propuesto crear un tipo de turismo sostenible que pasa por ofrecer la posibilidad de pernoctar en cualquiera de las poblaciones de interior, creando una red de alojamientos y servicios de restauración que propician las estancias medias de los visitantes. Es una forma, sugiere la directora de la colegiata, de dar trabajo y oportunidades a los jóvenes en un sector, el terciario, sobre el que se está apostando fuerte a varios niveles.
Enclave económico, al fin
La economía tradicional se ha basado en la agricultura del cereal y del olivo y en las industrias derivadas de estos cultivos, especialmente, la producción de aceite; el sector secundario apenas tuvo desarrollo si exceptuamos la fabricación de mantas, que ya no se tejen. El trazado antiguo de las líneas de ferrocarril no favoreció una economía que se mantuvo durante mucho tiempo en stand by, ligada al sector primario.
Antequera es la segunda ciudad, después de Madrid, que cuenta con dos estaciones del AVE: la de Santa Ana, situada a unos doce kilómetros del casco urbano, y la llamada Antequera-Ciudad, en el interior del mismo. Ambas ofrecen la conexión con las ciudades de Granada, Málaga, Sevilla y Madrid. Pero el AVE es un tren de pasajeros, y el gran proyecto de establecer un puerto seco en el corazón de Andalucía conectado con Algeciras pasará por la renovación de las vías que tradicionalmente han hecho este trayecto, lo que requerirá de importantes inversiones para atender el tráfico comercial que se prevé.
Tres grandes empresas van a establecer sus centros logísticos de distribución a las afueras de Antequera: Mercadona, que ya ha construido un conjunto de naves industriales, Ikea y Lumon, una compañía finlandesa dedicada al sector del acristalamiento. El impulso económico de estos tres gigantes va a permitir la creación de muchos puestos de trabajo y el desarrollo de otras industrias secundarias del sector servicios.
Una ciudad muy viva
Siguiendo aquel consejo de Cristóbal Toral, le pido a Paco Peramo, un antequerano de pro, muy amante de su tierra, que me acompañe. Este hombre polifacético, muy popular por su trabajo en el hospital comarcal y por sus colaboraciones en prensa, radio y televisión local (101 TV), conoce todos los entresijos, los proyectos y las actividades que tienen lugar en Antequera.
Me invita a desayunar unos molletes y me cuenta que la producción artesanal de estos panecillos estuvo a punto de desaparecer bajo el imperio de las amasadoras hasta que un movimiento vecinal consiguió detener esos avances para continuar con la tradición: resultan deliciosos mojados en aceite de oliva virgen. En los últimos años, las cooperativas de aceite de oliva se han transformado en empresas muy competitivas y han diversificado su producción, alentando las conservas de vegetales y otros productos autóctonos para los que han conseguido la identificación geográfica protegida (IGP).
Mientras paseamos, me va mostrando algunos lugares de importancia: el antiguo cine, que está siendo reconvertido en teatro municipal; la calle Comedias y su cercana Vestuarios, en la que tenían lugar las representaciones al aire libre; la plaza de toros, construida en 1848 y conocida como la Maestranza Chica, que tiene un mercado de verduras en la parte baja; la calle Toril, que fue mercado de abastos durante la Segunda República; la Escuela Municipal de Música, a la que acuden más de setecientos alumnos de disciplinas como la danza y el teatro; el Museo de Arte Contemporáneo, instalado en el palacio de los Colarte, y un sinfín de rincones, cada uno con sus anécdotas y peculiaridades. Me cuenta que las cofradías son muy poderosas y tienen mucha presencia en la vida y en el calendario feriado de Antequera (la Magna de septiembre) y que, paralelamente, está creciendo el interés por los carnavales para los que se están conformando algunas comparsas con sus chirigotas.
Las fiestas mayores tienen lugar con motivo del Día de Antequera, que se celebra el 16 de septiembre, festividad de Santa Eufemia, día en el que se hace entrega de las Medallas de la Jarra de Azucenas (uno de los símbolos que aparece en el estandarte de Fernando de Antequera con el lema «Por su amor») y se elige a la Regidora, con su corte de seis Manolas, que tendrá el mando simbólico durante todo el año.
Menciona una larga lista de actividades recreativas y de ocio, entre las que destaca algunas de las más importantes: la campaña Luz de Luna, que realiza rutas y actividades nocturnas en las noches de verano; el Antequera Live Festival (ALF) y el Nájera Jazz, que tienen lugar en el mes de julio; la Semana del Teatro, y lo que describe como «apuesta por el turismo deportivo» que ha traído a la ciudad la última Copa del Rey de Balonmano, una etapa de la Vuelta Ciclista a España y un Campeonato de Fútbol Sala.
Llegada la hora de comer, es obligatorio probar las especialidades de la cocina antequerana: la famosa porra (versión local de la sopa fría de tomate con ajo, aceite, pan y otros ingredientes, prima hermana del salmorejo y del gazpacho) y los dulces alfajores, mantecados o bienmesabes con lo que se rematan los almuerzos o se acompañan las meriendas.
Concluyo que Antequera no se puede conocer en un día porque es una ciudad en la que hay mucho que ver y disfrutar y porque sigue siendo el corazón de Andalucía en muchos sentidos, más allá de lo que le otorga su privilegiada posición geográfica. Habrá que volver.
Estereotipado y poco documentado. Y la fuente a la que acude para la visita…
Interesante, conozco tosa esa zona. Pero noticias, en vez de Cádiz o de Antequera, dices Sanxenxo, Langreo, Santoña, Cambrils y parece que ya tienes un titular.
Muy interesante todo lo que escribe Laura Minguez Valdes