Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, se estima que más de un millón y medio de ciudadanos alemanes fueron expulsados de Checoslovaquia. Casi siete años antes, en 1938, los primeros ministros del Reino Unido y Francia, Arthur Neville Chamberlain y Édouard Daladier, habían autorizado a Adolf Hitler anexionarse la región checa de los Sudetes en los Acuerdos de Múnich.
Según Marek Toman (Praga, 1967), autor del cómic Los niños expulsados, más de tres millones de alemanes vivían en esta cordillera de los Sudetes al finalizar la guerra. La respuesta inmediata de la Tercera República checoslovaca, influida por la esfera soviética, fue expulsar a estos ciudadanos alemanes de la región justificando que se trataba de un castigo colectivo por haber colaborado con la Alemania nazi. Los testimonios de quienes sufrieron estas movilizaciones forzosas de población fueron recogidas por la ONG checa de reparación y memoria histórica Post Bellum.
Esta organización, a través del programa Memory of Nations, ha entrevistado tanto a víctimas de la Segunda Guerra Mundial como de la etapa comunista desde 2008. De entre los setenta testimonios de niños y niñas que fueron expulsados de sus casas en los Sudetes con la caída del Reich, Marek Toman ha realizado un conmovedor cómic centrándose en cinco de ellos. El nexo común de estas historias es la incomprensión, las dudas, el silencio y, por supuesto, un dolor muy hondo, casi infinito. Con estos proyectos, asegura el autor en una reciente entrevista a Revista Mercurio, la República Checa busca cooperar con Alemania por la memoria histórica de estos momentos tan convulsos y dolorosos.
Esta obra, además de contener un relato histórico de gran valor por volcar en sus viñetas los relatos en primera persona de sus protagonistas, merece un comentario por sus ilustraciones. Cinco jóvenes ilustradores e ilustradoras han dado vida y emociones a esas historias, con una firma por relato, elevando la impronta artística y el valor de la edición.
El desgarro en los ojos de un niño
Los niños expulsados recorre las duras infancias de Franz Gruss, Rosemarie Kraus, Kurt Kempe, Annelies Henning y Jidrich Janíček. En cada relato, tanto ellos como sus familias son expulsados de su hogar. A todos les reprochan ser alemanes. En la historia de Annelies, la pequeña de Liberec, se detalla más sobre los movimientos forzosos:
Llamaron a la puerta, pero no abrimos. Aunque luego volvieron y abrimos. Se llevaron a mi padre a la estación. Un soldado ordenó a mi madre abandonar nuestra casa. Teníamos una hora para hacer el equipaje. Ella dijo que la sal y el pan eran lo más importante. Fui a esconderme. Tenía que cuidar de mis hermanos pequeños. Me colgaron al cuello una bolsa con pan. No me llevé ninguno de mis juguetes. Ese día terminó mi niñez.
El testimonio de Kurt Kempe, quien vivía junto a su familia en Postolprty, se remonta incluso a antes de los Acuerdos de Múnich, cuando su escuela «era checa» y, tras el pacto, «se convirtió en alemana, donde seguían juntos judíos, checos y alemanes». A ojos de unos críos, aunque se puede observar el proceso de cambio político y fin del conflicto bélico, los acontecimientos son casi siempre inciertos y poco concretos. El cómic aúna a la perfección la dureza de una situación en zona de conflicto con la ingenuidad de los más pequeños. Ninguno sabe adónde va, ni tampoco muy bien por qué, solo escuchan ruidos estruendosos, pasan por hoyos gigantes que «huelen como el demonio» —por las fosas comunes— ven que la gente de su alrededor va desapareciendo.
[Cuando nos echaron de casa] Podíamos llevar tres kilos de cosas, todo lo demás se tenía que quedar en casa. Las llaves tenían que quedarse puestas en las puertas. (Kurt Kempe, de Postolprty)
Cuando las familias alemanas fueron expulsadas de Checoslovaquia, estas tuvieron que dejar sus bienes y la república los repartió para su beneficio. Como recuerda el propio autor del cómic a Revista Mercurio, otra de las voluntades de la nueva República Checa cuando cayó el Telón de Acero fue cooperar con Alemania para restaurar la propiedad privada. Esta obra es una prueba de las aspiraciones del país centroeuropeo por cerrar heridas que se abrieron con el fin de la Segunda Guerra Mundial.
El fin de la niñez por culpa del conflicto es un tema recurrente en las páginas del cómic. Todos tuvieron que llevar una vida a escondidas, bien haciéndose pasar por checos si conocía la lengua, bien mudándose a otras ciudades o escondiéndose en casa. Algunos de ellos, los varones, pasaron por las juventudes hitlerianas. Este hecho, otrora importante, pasa a hurtadillas por la historia y apenas es tenido en cuenta como una huella de culpa sino como algo común. En ningún momento se apela a la ideología como argumento de las expulsiones; el hecho de pertenecer a los grupos juveniles del Reich era lo que tocaba hacer en ese momento. Los protagonistas de estas historias no se sienten responsables ni simpatizantes de ninguna postura política, todos coinciden en que la desgracia ocurre por su «condición étnica» alemana.
El sentimiento de pertenencia
Si bien la intención del cómic es la reconstitución pacífica del conflicto, la rendición de cuentas y el recuerdo, lo cierto es que en los relatos siempre hay un gusto subyacente a nostalgia. A pesar de ser niños, y de conocer del todo la gravedad de su situación cuando fueron expulsados de casa, no han podido volver a sus hogares y cada uno tuvo que reiniciar su vida en Alemania. La mayoría, además, en la parte oriental por ser la más próxima a los Sudetes. Con el aislamiento occidental, muchos siguieron en la pesadilla de la precariedad y la pobreza. Casi todos relatan en sus entrevistas que intentaron o lograron cruzar la frontera hacia la República Federal Alemana. En el caso de Annelies Henning, además, este traspaso del Telón de Acero sucedió dejando a su hija —mayor de edad— en el lado oriental. A partir del momento en que estos niños expulsados de los Sudetes toman conciencia de su vida, esta se convierte en una lucha por sobrevivir a las condiciones.
Los niños expulsados es una obra que aspira a dignificar la memoria a través de unos objetivos que son volcados en el cómic con toda la crudeza del relato y, paradójicamente, la inocencia de las viñetas. El trabajo de Post Bellum, centrado en el sentido reparador de la experiencia, buscó las voces de los niños para desmarcar los testimonios de las razones políticas o ideológicas. El genocidio, que sucedió contra los alemanes en Checoslovaquia, es repudiable en cualquiera de sus formas. Después de cada historia, además, Marek Toman, autor, y Jan Blazek, encargado de los textos de la obra, dan contexto y explicación a aquellos detalles que se le escapaban a los niños, como quién se quedaba sus casas o qué sería de sus ciudades. Algunos de ellos todavía no han vuelto.
Hay regiones de habla alemana en Francia, en Bélgica, regiones de habla alemana en Italia, en toda Europa. Uno piensa si cada país europeo quería un pedacito de Alemania para su uso (el asedio del este y del oeste, la idea nazi) o eran comunidades de emigrantes que se fueron y se establecieron allí. Eran comunidades de alemanes que salieron de su país y no tenían por qué ser parte de Alemania.
Había areas germanoparlantes en varias partes de centroeuropa siglos antes de que Alemania fuese Alemania.