Lorena Escudero (Soria, 1985) es doctora en Física e investigadora en la Universidad de Cambridge y escritora de microrrelatos. Ha publicado los libros Negativos (Torremozas, España, 2015), Formulario (La tinta del silencio, México, 2019) e Incisiones (Quarks Ediciones Digitales, Perú, 2021). Con su última obra, Oxímoron, acaba de recibir treinta monedas de plata pura de una onza de peso como ganadora del I Premio Iscariote al mejor libro de microrrelatos de microficción. No es el primer galardón que consigue, anteriormente recibió el premio extraordinario de doctorado de la Universitat de València por su tesis sobre oscilaciones de neutrinos en el experimento T2K.
No es difícil imaginarse a Lorena —lleva cazadora de cuero, tacones de medio metro y los ojos pintados como Nefertiti— entrando en la única discoteca de un pueblo industrial (déjenme llamarlo Puerto Acero) y deslumbrando al tipo que está acodado en la barra, soñando con amores imposibles. Pero también pueden imaginarla (la misma cazadora, idénticos tacones, los mismos bellos ojos), pidiendo un té con limón en el Ateneo, mientras un pedante entrevistador le pregunta por su última obra.
Ambas escenas ocurren en el Multiverso. En el primero, el tipo acodado en la barra le invita a un cubalibre de Bacardí, sin saber lo que se juega. En el segundo, el pedante glosa su obra, mientras el rencor corroe sus entrañas. En un tercer universo, la función de onda de los otros dos colapsa en una sola lista de preguntas. Y es que para comprender a nuestra invitada de esta noche no queda otro remedio que recurrir al oxímoron, esa interferencia cuántica entre lo posible y lo imposible, entre los sublime y lo ridículo, entre la ciencia y el arte, entre el amor y el olvido, entre el cielo y el infierno.
Defina oxímoron.
Algo a lo que damos vida combinando dos términos opuestos. Contradictoria esencia humana. Figura retórica a la que sin duda ha merecido la pena dedicar mi último libro de microficción publicado por la editorial granadina Nazarí, donde el lector encontrará como mínimo un oxímoron en cada texto.
Me atraen mucho las contradicciones, la belleza que surge de mezclar lo que parece imposible, inmiscible. Como si hubiera un punto entre los dos extremos de un imán en el que la repulsión no existe, en el que se puede sentir a la vez lo positivo y lo negativo. Ser contradictorios está en nuestra naturaleza, en nuestros actos y en nuestras relaciones. Complicidad y enemistad. Frío y calor. Amor y odio. Pero a través de ellos podemos llegar a conceptos nuevos, crear. Y una vez inicias la caza de oxímoron, están por todas partes.
¿Escribes o investigas?
Las dos cosas. O a eso aspiro. Como intento de conciliación, a veces me digo que investigar es lo que hago y escribir es lo que soy. Pero ninguna de las dos partes parece poder vivir en solitario. Sospecho que necesitaría una bala de cañón como la de El vizconde demediado de Ítalo Calvino para separarlas. Así que coexisten mientras compiten por el tiempo, como parásitos complementarios que se nutren el uno al otro (en plan oxímoron). Porque cada vez tengo más claro que mi forma de escribir es reflejo de mi forma de pensar, y que en mis textos se percibe esa influencia constante de la parte científica. Además me gusta mezclar ambas explícitamente. Por ejemplo usando lenguaje técnico o temáticas científicas. Creo que hay teorías y conceptos muy poéticos en la física y los utilizo en mis historias. Por ejemplo la dualidad onda-partícula es mi oxímoron favorito de la física. Mi segundo libro, titulado Formulario y publicado en México por La tinta del silencio, es una colección de historias todas ellas desarrolladas a partir de una fórmula o idea matemática o física. Tiene incluso la fórmula correspondiente impresa junto al texto. Y fue un verdadero reto, porque considero imprescindible respetar ambas cosas: la ciencia debe ser correcta, pero la historia tiene también que estar bien construida y ser interesante. Para mayor desafío, debido al formato de la colección, tenía que lograrlo en un máximo de cincuenta palabras por texto. Pero disfruté mucho escribiendo ese libro, buscando la vuelta de tuerca que nos lleva a la dimensión cuántica para cambiar el sentido de la historia (y nuestra visión de algo), o transformando una teoría en metáfora del final de una relación de pareja. Es algo en lo que sigo trabajando. Aquí va un ejemplo:
«Principio de expulsión de Pauli»1
En esta órbita, como en cualquier otra, solo tendrás cabida si eres capaz de girar en sentido contrario a lo que ya está establecido.
Honrarás la santidad del pecador.
Eso dice en Oxímoron el «texto cero». Me gusta comenzar mis libros con un texto que considero fuera del conjunto, con el propósito de explicar la razón del libro, la historia detrás de la historia o el por qué del título. Además, a este texto cero le doy forma de diálogo, como hice también en mi primer libro. La verdad es que no recuerdo la razón pero se ha convertido ya en una tradición. Para hacerlo aun más diferente, supongo. En este caso, es una discusión entre padre e hijo sobre los diez mandamientos (¿o eran once?) y sobre si tiene sentido la santidad del pecador. El mensaje detrás de este nuevo mandamiento es que solo puede reconocer (y vencer) el pecado quien lo conoce. Quizás es mi sutil invitación a que pequemos todos.
¿Oxford o Cambridge?
Cambridge. Dice alguien que vivió primero en Oxford, durante varios periodos de tiempo a lo largo del doctorado, que adoraba esa ciudad y que cuando llegó a Cambridge no le gustó nada el cambio. Pensé que era muy rural. Y lo es, pero eso es ahora para mí su mayor encanto, y no lo cambio por una ciudad más grande. Aunque a menudo uno siente la urgencia de sumirse en el «caos humano», pero para nutrir esa necesidad se puede coger un tren que te lleva a Londres en menos de una hora. En cambio, los parques, las reservas naturales, las praderas de Cambridge, eso es inigualable. Me encanta vivir rodeada de naturaleza. Eso, e ir a cualquier parte en bicicleta.
En realidad a Cambridge llegué por accidente. Fui entrevistada primero para un trabajo en Oxford (¡que le dieron a uno de mis mejores amigos!), y mientras salían y no salían otros puestos posdoctorales con mi perfil, decidí intentarlo con el de Cambridge. No conocía al grupo y no tenía muchas esperanzas, y de hecho pensé que la entrevista me había salido fatal, pero me parecía buena idea para practicar y, por qué no, para subirme la moral con una entrevista en un lugar tan prestigioso. Y mira por dónde me ofrecieron el trabajo inmediatamente y terminé en el otro sitio. Cuando acepté el puesto tampoco pensaba quedarme: tenía claro que iban a ser los dos o tres años que decía el contrato y me iría a otro lado. Cambridge es un lugar muy de paso (un puerto, como dice uno de mis compañeros), y la mayoría de la gente que trabaja en la universidad viene para un par de años y desaparece porque es un entorno muy competitivo y extraordinariamente difícil establecerse de forma indefinida. Con esa idea me mudé a Cambridge pero ya ves, llevo más de siete aquí.
Aún no has sido, pero ya te perdí.
Y, para recordarlo, tengo una fresca cicatriz.
¿Tokio o Valencia?
Tokio. También viajé con frecuencia a la capital nipona durante mi doctorado, y me enamoré de esa ciudad. Iba por la toma de datos del experimento T2K y sus collaboration meetings, en los que se reúne la colaboración al completo, desde todas partes del mundo. Este experimento lanza neutrinos a través de la isla principal del archipiélago japonés que son recogidos en el detector SuperKamiokande, recorriendo casi trescientos kilómetros desde Tokai, a unas dos horas al norte de Tokio. Así que en cada viaje intentaba pasar un par de días en Tokio. Y aunque terminé mi doctorado hace casi nueve años y desde entonces solo he regresado una vez, a veces extraño estar allí. Es curioso cómo podemos echar de menos cosas y lugares que no han formado parte de nuestra vida durante mucho tiempo, que en realidad nos son ajenos. Por supuesto de Valencia también extraño cosas, sobre todo a mis amigos, a quienes he dedicado Oxímoron. El libro se gestó de hecho en Valencia y regresé hace unos meses para presentarlo, descubriendo que añoro más cosas: las calles, los edificios, el sol, la comida. Pero el choque cultural, estético y vital de Tokio fue incomparable. Se me quedó pegado a la piel.
Ni siquiera por combustión te olvido.
Y mira que lo intento… Porque hay amores de los que no nos deshacemos ni reduciendo cada recuerdo a las cenizas. Nos siguen abrasando con su gélida llama, mientras intentamos no asfixiarnos con el humo de su pasado. Procurando además cumplir otro oxímoron: apagar lo que fue, avivar lo que podría ser, sobrevivir sin convertirnos en seres ignífugos.
«Ascuas»2
Te marchaste y encendí una hoguera con tus recuerdos. Quemar todo lo que hablara de ti, incinerar tu ausencia. Y aún hoy siguen ardiendo dentro de mí, con gélida llama, los momentos juntos. Ni siquiera por combustión te olvido.
¿Escribes o dibujas?
Escribo. Finjo dibujar. Al principio me avergonzaban las ilustraciones que hice para Oxímoron, mi primer libro ilustrado hasta el momento. Las descarté por infantiles durante varios años, después las recuperé y pensé que, aunque eran simples, tenían una estética definida que me agradaba. Están hechas con tinta, en blanco y negro y cada una con un pequeño toque de color (unas zapatillas de ballet, unas hojas o una corona) pintado con laca de uñas. Tenía una colección de pintauñas nada convencionales por aquel entonces: amarillos, verdes… y mi favorito, azul eléctrico. Llevé las uñas de ese color durante mucho tiempo. Como decía, durante años lo del dibujo se quedó en una curiosidad limitada a aquellas láminas hechas en Valencia. Pero recientemente, durante la pandemia para ser más exactos, he descubierto el linograbado y me apasiona. Así que he vuelto a retomar la ilustración, casi diez años después. Sigo haciendo diseños sencillos pero me sirven para acompañar algunas de mis historias que son muy gráficas, o para inspirarlas (como Barco en una botella, que se publicó el año pasado en la revista de microficción peruana Plesiosaurio, a la que también le diseñé la cubierta). He hecho también cubiertas de libros de microficción (alguno de la editorial digital peruana Quarks) o linograbados por encargo para textos de alguna amiga microficcionista (como la escritora mexicana Karla Barajas). Abrí incluso una tienda online (durante los confinamientos uno tenía mucho tiempo «libre») y he vendido algunos de los grabados internacionalmente (a desconocidos, añado). Sé que seguiré trabajando el linóleo, porque me encanta, pero tengo claro que lo mío es dibujar con palabras.
¿Qué superpoder te gustaría tener?
Parar el tiempo. Una de mis grandes obsesiones es el paso del tiempo y todas las vidas que me gustaría vivir. Muchas de mis historias hablan de vidas plurales y querría tener uno de esos relojes que te permiten parar el tiempo para cumplirlas. Aunque creo que eso era de una serie de televisión antigua, a los superhéroes de ahora seguramente no les hacen falta aparatos tan rudimentarios como los relojes, a los que por otro lado tengo pavor: no llevo reloj nunca, desde que me topé con el Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda a un reloj de Julio Cortázar.
La árida fertilidad del desierto.
Hay que cruzarla. La inhóspita página en blanco. Los que escribimos tenemos con frecuencia que enfrentarnos a esa estéril hora de desesperada búsqueda de una palabra. No se llega de otro modo al oasis de la historia.
«Oasis»2
Enfrentarse a un desierto, seco, sediento, confiando en su árida fertilidad, sabiendo que solo cruzándolo se puede llegar al manantial de la palabra, de la frase, de la historia. Que leas esto es un oasis para los dos.
Un libro.
Las ciudades invisibles, del ya mencionado Ítalo Calvino. Favoritos tengo muchos, libros y autoras y autores: Milan Kundera, Ana María Shua, Alejandra Pizarnik… Esa pregunta es imposible de responder. Pero a la pregunta de qué libro me hubiese gustado escribir sí tengo respuesta, y es esa.
Carrera de fondo que se completa en la duración de un disparo.
Así se llega a veces a conocer a una persona. Incluso a pesar de cuán larga haya sido la relación, la carrera de fondo juntos, de cuánto tiempo hace que nos conocemos, a veces es un instante, un fogonazo (rara vez el disparo de salida o el primer encuentro), para conocerla realmente. Este texto es un ejemplo de microficción donde hago lo que más me gusta: transgredir límites y adentrarme en otros géneros. La microficción juega con frecuencia a mezclar el relato con la poesía o el ensayo, y esa libertad es para mí uno de los mayores atractivos como escritora. En este caso, el texto podría compararse a un aforismo.
«Compleja simplicidad»2
Comprender a otro es una carrera de fondo que se completa en la duración de un disparo, rara vez de salida.
¿Pasado indefinido o futuro imperfecto?
Futuro, cualquier futuro, mientras no nos persiga como a los personajes de mi relato.
Explique cómo tratar a los caníbales.
Con respeto, desde luego. Con delicadeza incluso. Y con frialdad. Hay que conseguir una ensayada naturalidad que les haga creer que tenemos un corazón duro e incomible. Porque los caníbales, como tantas otras cosas desagradables, no se pueden evitar, pero se pueden distraer.
«Los caníbales»2
A los caníbales hay que tratarlos con respeto. Con delicadeza incluso. Hay que invitarlos a tomar el té (a cenar no es aconsejable), sentarse frente a ellos y mirarlos a los ojos mientras se sirven galletitas. No se agite, no se altere si comentan lo delicioso que estaba el vecino. Los caníbales son así y disfrutan provocando. Pero no debe entrar en su juego. Finja un ligero interés y siga sorbiendo de su taza. Con delicadeza, insisto. Procure tratarlos como si fueran un charlatán cualquiera, otro más que sueña con descuartizarle. Acceder a que laman sus dedos es opcional, pero no los meta en vinagre antes, eso son cuentos chinos. Pruebe con nuez moscada, que sí produce un sabor raro en la piel. Y ensaye naturalidad, practique hasta lograr una frialdad sin titubeos. Solo así, si consigue que crean en su in- diferencia, esperarán un corazón agrio e incomible y se irán a buscar a otra parte. Porque hay cosas, como los caníbales, que no se pueden evitar, pero se pueden distraer.
¿Qué características no le pueden faltar a un buen amigo?
La paciencia. Tengo mucho oxímoron que aguantar. También debe participar en las pequeñas locuras. Y si viene con contradicciones complementarias, mejor que mejor. Podría decirse que algunos de mis mejores amigos y yo, y mi amiga más antigua y querida en concreto, somos completamente opuestos. Pero se crea algo nuevo al juntar los extremos, como ya sabemos.
Están además esos amigos que asumen el papel de lectores beta y me dan su opinión sincera sobre los manuscritos, lo cual es muy difícil de conseguir y algo que aprecio muchísimo. A varios los he torturado con diferentes versiones de Oxímoron, que es el caso más extremo y ha estado durante varios años, a intervalos, sobre la mesa de trabajo. Pero esos son amigos especiales: para lograr abrirse así, con algo que está todavía en proceso de cocción, hace falta una confianza mayúscula (y que sean excelentes lectores, claro).
¿Me cantaría un tango?
Solo en el karaoke o en el papel. En este libro he jugado mucho con los formatos, más que nunca, y tengo de hecho una serie de tangos. No sé si alguien se atreverá algún día a cantarlos, pero yo me he divertido mucho creándolos. Para mí son un ejemplo de historia de pasión que nos lleva de un lado al otro, del sí al no. Perfecto caldo de cultivo de oxímoron.
«Tango I»2
Inestable certeza.
Lo nuestro es.
A veces sí.
A veces no.
¿Nos haremos amigos de nuestras IA?
¿Seremos dignos de su amistad? Estoy segura de que aprenderemos a integrarlas en nuestra vida diaria y seguiremos desarrollándolas. Ya somos conscientes del potencial que tienen en muchos ámbitos, por ejemplo en tratamiento de imagen o en creación de texto. Y más allá del día a día en un futuro próximo ayudarán a los expertos en la detección de enfermedades como el cáncer, por ejemplo. Pero creo que aún estamos lejos de la singularidad creadora (o al menos eso espero como escritora, dice la entrevistada con una sonrisa nerviosa). Aunque algunas parecen estar inventando bastantes contradicciones últimamente, igual son mi tipo.
¿Qué le diría a Alan Turing?
Le daría las gracias, por lo mucho que nos ha aportado. Y le pediría perdón por el modo en que fue tratado. Es una historia muy triste que ahora tengo muy presente desde que soy Fellow del Alan Turing Institute, el instituto nacional de inteligencia artificial y ciencia de datos en el Reino Unido. Le debemos mucho. Y yo, en concreto, creo que le debo una microficción.
¿A usted le seduciría un ángel?
Con bastante probabilidad. Sobre todo si utiliza oxímoron en el proceso. La figura del ángel me resulta muy atractiva, esa mezcla de esencia humana y divinidad, de perfección y belleza y destrucción y caos. La he usado en varias historias, también en libros anteriores. En este encontramos que un ángel seduce a María, y que otro corre el peligro de ser diseccionado por niños curiosos.
¿A quién le importa que oscilen los neutrinos?
¡A mí! Y a miles de físicos de partículas por el mundo. Aunque en realidad nos debería importar a todos porque, si comprobamos que los neutrinos y sus antipartículas, los antineutrinos, se comportan de forma diferente, oscilan de forma diferente, esto podría explicar nuestra existencia y la de todo lo que nos rodea. Podría conectarse con la asimetría entre lo que llamamos materia y antimateria sin la cual ambas se habrían aniquilado por completo en el origen del Universo. Mi tesis doctoral estudió precisamente esta característica de los neutrinos, su capacidad de oscilar. Un neutrino puede ser creado en una de tres especies (o sabores): electrónico, muónico o tauónico. Pero cada una de estas tres especies es una mezcla de estados de diferente masa, y al desplazarse el neutrino en cuestión, esa mezcla varía, oscila. Volviendo al ejemplo del experimento T2K, es posible que creemos un neutrino de tipo muónico en Tokai, pero que cuando llegue a Kamioka sea de tipo electrónico. Este fenómeno ha sido demostrado por diferentes experimentos y su descubrimiento fue premiado con el Nobel en Física en 2015, y el premio Breakthrough en física fundamental en 2016 (del que por cierto fui una de los muchos galardonados y tengo una medallita preciosa en casa para demostrarlo). En Formulario hablo de este fenómeno valiéndome de la metáfora:
«Personalidad múltiple»1
(OSCILACIONES DE NEUTRINOS)
Dicen que el Universo está lleno. De materia. Pero para los de mi especie, que no interaccionamos casi nunca, todo es un inmenso vacío. Los otros dos que viajan conmigo están de acuerdo. Nos intercambiamos a cada cierta distancia, para hacer un poco menos solitario el viaje.
¿Entender el Big Bang o curar el cáncer?
La física, y la física de partículas en concreto, son el amor de mi vida. Con frecuencia me preguntan qué motivó mi decisión de cambiar a la investigación contra el cáncer y no tengo una historia conmovedora que contar al respecto. Simplemente recuerdo llegar a casa bastante tarde una noche desde el laboratorio Cavendish y pensar, ¿de verdad es más importante poner todas estas horas de trabajo, toda esta financiación y esfuerzo para conseguir una mejor precisión en la medida de un parámetro? ¿No podría hacer algo con un impacto más tangible, más inmediato? ¿Algo que quizá pueda ayudar a otras personas, salvar vidas? Aún trato de responder a esas preguntas, pero ahora lo hago desde el departamento de Radiología en la Universidad de Cambridge. Es un ambiente muy diferente, para empezar porque mi despacho está dentro de un hospital, y echo de menos muchas cosas, sobre todo a mis compañeros y la forma que teníamos de discutir ideas y hacer brainstorming en una pizarra o por chat. Pero en todo campo hay problemas interesantes, y lo que he aprendido es que la manera de pensar y de buscar soluciones a esos problemas que tenemos los físicos es inigualable, y puede llevarnos a grandes hallazgos allá donde los busquemos.
¿Dejará algún día de navegar?
Nunca. De un modo u otro, tengo que navegar. Si me quedo quieta me asfixio. O quizá no he encontrado aún ese punto de confluencia que supone «la réplica exacta de todos mis puertos». El título de ese texto es un oxímoron más sutil, homenaje a Rafael Alberti y a su Marinero en tierra.
Si fuera usted arquitecto: ¿qué palacio de congresos derribaría?
Buena pregunta. La verdad es que no se me ocurre ningún ejemplo concreto. Creo que todos pasamos en algún momento de nuestra vida por un proceso de rebeldía destructiva en el que derribamos muchos invisibles palacios de congresos. No solo construidos por nuestros padres, como es la idea central del texto, también por el entorno en el que nos hemos criado o por lo que la sociedad intenta imponernos. Incluso pueden ser versiones de nosotros mismos en el pasado, que debemos derribar para seguir construyendo. La pregunta es: ¿estamos acaso destinados a repetir las mismas construcciones después? Tal vez la serie de los Arquitectos, que comenzó en un libro anterior, Incisiones, y continua en Oxímoron, necesite una tercera parte.
Explique por qué escribe microficción. Sea breve.
Por la libertad, el juego y la belleza en la concisión.
Hay quien asegura que mujer y ciencia es un oxímoron. Dispare a quemarropa.
En efecto hay quien lo asegura y parece mentira que todavía se piense así en pleno siglo XXI. Sinceramente es algo incomprensible. Pero es la realidad que vivimos y contra la que debemos seguir luchando. Incluso en lugares privilegiados como Cambridge que deberían servir de ejemplo. Aquí me presenté el año pasado a un puesto y de los diez candidatos éramos solo dos mujeres. Y yo me pregunto ¿dónde están el resto de candidatas femeninas? ¿En qué punto del proceso se pierden? Sabemos de sobra que no es cuestión de capacidad ni de habilidad ni de voluntad. Creo que es una cuestión de trabas. Este año he entrevistado a mujeres científicas por el mundo para escribir una colección de historias. Entre las mujeres que entrevisté en la India hubo una catedrática muy activa en iniciativas para visibilizar a las mujeres científicas en su país. Me dejó sin palabras cuando me confesó que estaba cansada de que sea una labor adicional que tenemos que hacer nosotras. Que es muy encomiable, por supuesto, pero que requiere y consume tiempo y energía que los hombres no tienen necesidad de emplear en esto y pueden dedicar a su carrera. También hay una parte de sesgos inconscientes: si miramos la composición del panel que hacía las entrevistas para aquel puesto al que me presenté encontramos lo mismo, dos mujeres y siete hombres. Hacen falta más mujeres en todos los puestos y niveles. Pero queda mucho por hacer para conseguirlo. Y no se trata solo de educar a las niñas para que estudien ciencia, aunque este es el propósito original de las historias que estoy escribiendo. En realidad, todos los niños comparten la misma curiosidad, independientemente de su género se interesan por todo lo que los rodea. Es la sociedad la que manipula, redirige y limita esa curiosidad. Ahí es donde todavía tenemos que educar y que normalizar. Hacer entender que una mujer puede ser mujer y madre y científica, y lo que le apetezca ser, y ser feliz y tan competente y exitosa como cualquier hombre. En la ciencia y donde sea.
Si alguien te pregunta: ¿me das fuego? ¿Te parece que va con segundas?
Espero que sí. El fuego que lleva uno dentro no se comparte con cualquiera. De hecho el momento más difícil a la hora de escribir un libro es compartirlo, dejarlo ir sabiendo que ese fuego dejará de esconderse, buscará a otros. Quemará y quedará. Scripta manent.
¿Finjo luego escribo?
El poeta es un fingidor, nos dice Pessoa, ¿no? Creo que fingimos menos de lo que parece. Cuando empecé a compartir mis textos, por aquellos tiempos en los que asistía a la tertulia Atril en Salamanca, yo iba al instituto, y claro, me daba mucha vergüenza. Así que siempre intentaba distanciarme de la voz narradora, que solía ser una voz masculina, alguien que no tenía nada que ver conmigo. Con el tiempo me he dado cuenta de que es una empresa imposible, porque siempre hay un rastro de quiénes somos y cómo percibimos el mundo en lo que escribimos (aunque sigo sin ser una asesina en serie, lo prometo, que por aquella época además mi género era el negro). Y tiene que ser así, debemos ser sinceros o el texto no cuajará. Creo que fue con uno de mis textos, “Haiku de asedio», que dije basta: lo encontré un día y me pregunté muy seriamente por qué lo había escrito en masculino y no encontré respuesta. Nada en contra por supuesto de escribir desde otro punto de vista, pero este era un texto muy personal y no tenía sentido. Así que lo arreglé y decidí dejar de esconderme. Os lo regalo, es un texto antiguo pero inédito:
«Haiku de asedio»3
Te quiero mío
acondicionaré
tu corazón.
Dice el tango: Vuelvo al sur. Como se vuelve siempre al amor. ¿Está de acuerdo?
Sí. El amor, las parejas, las relaciones, son una de mis mayores obsesiones. Tienen ese magnetismo que nos hacen regresar, para bien o para mal. No podemos vivir sin amor, no merecemos vivir sin amor. Y el amor aparece en muchos de mis textos. Siempre vuelvo a él.
Háblame de los girasoles.
Este es uno de los textos que más ha cambiado a lo largo del proceso de corrección del libro. La versión original estaba escrita en andaluz y el relato hablaba de la vida en el campo, junto a los girasoles. No me terminaba de convencer el texto, le faltaba algo, pero la ilustración estaba hecha y quería conservarla (otras no tuvieron tanta suerte). Así que seguí trabajando la historia, que terminó convirtiéndose en el relato de un desesperado orgullo, del girasol que muere sin el sol, de cómo nos maltrata a veces el amor. Además es un ejemplo de texto en el que juego con las palabras y su sonoridad, con cada párrafo versionando el mismo inicio en el que ese orgullo se va consumiendo…
«Amor de girasol»2
Con sumo orgullo me niego a mirarte cuando regresas por las mañanas. ¿Dónde has estado? ¿Cómo es ese mundo en el que desapareces? ¿A quién alumbras allá?
Consumido. Noto tu calor en mi espalda y me resisto a girarme. ¿No te das cuenta de que para mí es la noche cuando no estás?
Con sumiso orgullo tiemblo, cedo lentamente al encuentro, te busco. ¿A quién quiero engañar? Me moría por verte.
¿Se puede ser sabiamente inocente? ¿Y desgraciadamente dichoso? ¿Y cobardemente valeroso?
Creo que lo que no se puede es evitar serlo. En algún momento de nuestras vidas completamos esos oxímoron. Incluso les damos la vuelta. Puede ser que comencemos siendo sabiamente inocentes para terminar convertidos en inocentes sabios.
¿De qué se mueren los espejos?
De soledad. De vacío. De fraudulentos reflejos.
«Vida y muerte de los espejos»2
El espejo ha muerto hoy. He tardado mucho en darme cuenta porque, egocéntrico de mí, confié en su fraudulento reflejo y juzgué que alguna enfermedad me corroía al verme amarillento y desenfocado. Tiempo malgastado en innecesarias citas médicas hasta que oí un débil crujido del vidrio, una especie de tos, y comprendí que el que se moría era el espejo y no yo.
El espejo ha muerto hoy. Me senté ante él porque me parecía triste dejarle dando sus últimas bocanadas colgando solitario en la pared. Imaginé que querría reflejar a alguien por última vez antes de apagarse y recordé con él a las personas que había conocido en esta casa: a mí, a mis dos esposas, a alguna mujer de más, a algún amigo de menos, a mis padres. Me pregunté si habría echado en falta reflejar niños.
El espejo ha muerto hoy. Me sonrió un poco con mi propio rostro antes de marcharse. Cerró mis ojos y la imagen se desvaneció. Ahora es una brillante lámina sin contenido. Quise enterrarlo siguiendo la costumbre de devolver las cosas a su materia prima, ya se sabe, polvo al polvo, y lo llevé a la playa. Allí lo sepulté entre miles de granos de arena, bajo millones de reflejos de luz.
¿Tú también ves la vie en rose?
Creo que ahora veo la vida de muchos colores, y que esto se refleja en Oxímoron. Antes dominaba el negro, de hecho mi primer libro se titula Negativos, y las historias eran más «oscuras». En cambio ahora hay más variedad, y un lugar predominante para la ironía, para la carcajada multicolor. Me siguen gustando las historias que cortan como puñales y que se asoman a los callejones oscuros. Pero uno tiene que reírse. Y no es fácil conseguir la carcajada del lector, espero que alguno de los textos lo haya logrado.
¿Aconseja el llanto seco? ¿Y qué más?
Y devolver todas las puñaladas. (Texto favorito del entrevistador, dejaremos a la imaginación del lector el por qué).
Notas
(1) Lorena Escudero. Negativos. Ediciones Torremozas, España (2015).
(2) Lorena Escudero. Oxímoron. Editorial Nazarí, España (2022).
(3) Lorena Escudero. Inédito.
Primer comentario a las apuradas sobre los párrafos iniciales, ya que tengo que dar un vuelta en bici para aprovechar el fresco: Me parece que al final, pero al final final, cuando nadie se anime a apagar la luz, lo único que explicará el sueño que viene y el «incubo» (prefiero este término latino más que el diminutivo pesadilla) pasado será, digo, la poesía. Y es muy probable que muramos por falta de sueño/s. Cuando vuelva retornaré. ¡Pero qué genial inicio! Señora, y no piense que soy un impertinente, pero ya me enamoré. Gracias por ahora.