Joana D’Alessio (São Paulo, 1977) es una tromba, una pequeña masa de nubes que, con movimientos rápidos y giratorios, se deposita sobre la superficie. Le gusta hacer cosas, muchas cosas y variadas, armar proyectos y seguirlos de cerca, sumarlos a su nube. Estudió cine, trabajó en publicidad, armó su propia productora con la que produjo películas y series de televisión. Dio clases, empezó a escribir, publicó cuentos, armó una editorial infantil con una socia (Ralenti), empezó a escribir un libro, armó otra editorial (Vinilo), en 2022 publicó su novela rota Alguien a quien contarle todo y en 2023 el Pequeño tratado sobre la amistad, esta vez en su propia editorial. En solo dos años, los libritos de Vinilo se convirtieron en una marca registrada, en objetos de diseño, en miniaturas que reclaman colección y se leen en una sentada.
Podríamos empezar con el principio y hablar de que naciste en São Paulo. Aunque el nacimiento no siempre es el principio y una historia puede comenzar in medias res. ¿Fue una circunstancia fortuita que nacieras en Brasil?
Bueno, sí, mis padres se exiliaron porque el hermano de mi papá es desaparecido. Fue algo que marcó bastante la historia de mi familia porque se lo llevaron a mi tío con mi papá y con varias personas de la familia, que solo estuvieron como detenidas un rato, pero mi papá estuvo desaparecido un tiempo con su hermano en el mismo lugar. Después supimos dónde, porque él fue y reconoció el lugar —es el Pozo de Quilmes— y de hecho el año pasado, o sea cuarenta años después, mi papá declaró en el juicio y tuvo que ir a reconocer el lugar donde estuvo con su hermano. Su hermano era montonero y por mi papá le pidieron un rescate a mi abuela, tuvieron que depositar un dinero en un banco, lo soltaron a mi papá y le dijeron «olvidate de tu hermano, no lo vas a ver nunca más» y después de eso se fueron a Brasil.
¿Esa historia familiar la conociste de niña o cuando creciste?
Mi abuela hablaba todo el tiempo de eso , Sofía, la mamá de mi papá, que vivió 105 años y de quien hice un documental (Sofía cumple cien años), porque yo antes de hacer libros hacía películas. Yo iba a almorzar una vez por semana a lo de mi abuela y ella era una persona que contaba historias permanentemente y me hablaba y me contaba esta historia y lloraba y se escurría el llanto y seguía hablando y comía y era algo muy natural que ella tenía como incorporado a su vida y al cotidiano. Mi papá no tanto. A mi papá le costó más tiempo, tuvo otra relación. Hablamos mucho también con mi papá, pero la primera que hablaba era mi abuela.
¿Volvieron a Argentina cuando hubo elecciones, en 1983?
Claro, y de lo que más me acuerdo es de acompañar a mi papá a votar. Cuando ganó Alfonsín (Raúl Alfonsín, presidente electo en 1983) fue algo muy significativo, era algo en ese momento, se hablaba muchísimo de eso y tanto mi mamá como mi papá estaban como copados con Alfonsín, que estuviera volviendo la democracia y el discurso que él tenía, es algo que recuerdo como muy importante en mi familia.
Naciste en Brasil pero viniste acá desde muy chica. ¿Te sentís brasileña?
Mis amigos en el colegio me odiaban porque en los mundiales yo iba un poco por Brasil porque había algo emocional en mi familia, volvimos mucho de vacaciones, con mi papá hicimos un viaje a San Pablo como para revisitar y ahí hablamos más de su historia, cuando él ya fue más grande y pudo volver sobre esos temas, y bueno, para mí siempre fue como parte de mi identidad aunque yo soy porteña, argentina recontra mil, y ni siquiera hablo bien portugués ya. Mi papá y mi mamá siempre decían que los trataron muy bien en Brasil, ellos fueron allá porque mi papá pensaba que Brasil estaba cerca y, en las condiciones en las que iban, se subieron al auto y manejaron. Fue una historia muy tremenda de horror, de dolor, de sufrimiento y llegaron ahí sin hablar portugués y muy rápidamente consiguieron trabajo, mi papá era matemático y mi mamá era socióloga, y quedó un amor muy grande hacia Brasil, hacia la comida, hacia la música. Mi hermano hizo todo el trámite y tiene el documento argentino y yo nunca hice ese trámite, o sea, soy extranjera.
Antes de hacer libros, como dijiste, hacías películas. ¿Cómo llegaste al cine?
Yo estudiaba Sociología y empecé a estudiar también Filosofía, hacía un poco las dos carreras, y en algún momento, me acuerdo en medio de un verano con una amiga y le digo «che, ¿y si estudio cine?» Siempre fui muy cinéfila, pero como mi papá y mi mamá tenían un título universitario, a mí me llevó un tiempo decidirme a hacer otra cosa. Entonces ahí empecé, me anoté en una escuelita de cine cerca de casa y me recopé, hice el ingreso al ENERC (Escuela Nacional de Experimentación y Realización Cinematográfica) y me anoté para realización.
¿Cómo fue eso de hacer un documental sobre tu abuela?
Trabajé mucho con el documental de observación, es algo que me encanta y todavía lo uso, creo que lo uso un poco para escribir, y es como una idea imaginaria de que vos podés poner la cámara y registrar lo que pasa y produce una sensación en el espectador como de estar ahí siendo parte de eso y el documental de mi abuela es así. Son los seis meses antes de su cumpleaños número 100, mi abuela es un personaje espectacular porque tenía esa historia muy tremenda que es la del hijo desaparecido y a su vez era una persona tremendamente activa, lúcida, graciosísima, muy amorosa.
¿Y a ella le gustó tu idea?
Me dijo «estás loca, ¿qué tengo para contar?, me parece un disparate, no le veo el sentido». Prendimos la cámara y era como una actriz.
En cine trabajaste como productora y después te convertiste en editora de libros. ¿Son tareas que tienen mucho en común, no?
Es muy parecido. Como productora y como editora, al final lo que uno hace es perseguir a mucha gente (risas). No, lo primero que uno hace es tener una visión.
Vinilo entonces fue primero una visión, ¿cuál era?
Ya tenía mi editorial infantil Ralenti y en esa época estaba leyendo mucha no ficción, en algún momento me di cuenta de que casi todos los libros que leía eran diarios crónicas y me había enganchado mucho con la no ficción más literaria tipo Emmanuel Carrère, Joan Didion, Karl Ove Knausgård, tipo Crónica de mi familia de Vasco Pratolini, que es espectacular. Me di cuenta de que estaba leyendo mucho no ficción y de repente me imaginé… A mí siempre me gustaron las miniaturas, tengo algunas colecciones de miniaturas, y también siempre me gustó el diseño, los objetos, las cosas lindas, y me imaginé un poco esto del libro objeto pequeño con un concepto de diseño que llamara la atención y que hiciera este efecto de miniatura. Y me acuerdo que con Max Rompo, el diseñador con el que empecé, diseñamos el concepto. La idea era dar sensación de colección, que vos vieras un libro y los vieras juntos y quisieras agarrarlos y quisieras tenerlos todos. Esto desde la mirada comercial y también desde la experiencia de lectura, el hecho de que sea un libro breve te permite leerlo en uno o en dos momentos y que eso también sea una experiencia. A mí me ha pasado, me pasó con el libro de Mauro Libertella Mi libro enterrado, se lo regalé a la mamá de mi ex marido, se lo llevé, lo abrió, estábamos en un campo, me senté y, así como me senté, lo leí y siempre me acuerdo de dónde estaba, de cómo era mi vida en ese momento y también de lo que me provocó el libro mientras lo leía. Entonces esa experiencia de leer en un único momento, ahora que estamos haciendo mil cosas al mismo tiempo, me parece que está buena la posibilidad de concentrarse y leer un libro en un único momento.
Tuviste una visión de negocio.
Sí, sí, definitivamente, porque cuando quise empezar a hacer libros todo el mundo me decía «estás loca». Incluso la primera visión fue con Ralenti, haciendo libros infantiles porque hasta las personas que no leen le compran a sus hijos, está garantizado que los colegios compran libros, el Estado compra libros infantiles, hay un movimiento. Ahora hay un problema y es que se volvieron muy caros los libros y el papel.
Vinilo es una editorial muy nueva.
Nació en el 2021 hace 2 años y, eso no lo pensé, pero lo que está pasando es que están tan caros los libros que estos relativamente son accesibles. Es algo lindo, es un libro, es un objeto, es un regalo, y tiene eso que se lo da el diseño, tiene unos colores potentes, están cosidos a hilo, tienen detalles. Y otra cosa que yo hice, pero que después se me volvió un poco complicada y en contra, es que cuando empezamos, parte del plan de negocios era imprimir cuatro libros juntos para bajar el costo unitario y al principio me funcionaba, después me empezó a costar porque los tengo que ir sacando en distintos momentos y, con la inflación que hay, tener los libros guardados en cajas no me conviene. Son unos tiempos que vuelven el negocio muy muy muy imposible, siempre fue difícil y ahora…
¿Cuán difícil es sostener económicamente una pequeña editorial?
Para las editoriales independientes el contexto es bastante desfavorable porque, con el tema del aumento del dólar y con la inflación, sucede una cosa que es que el papel es un insumo en dólares y escaso a nivel mundial, y se disparó el precio. Eso nos perjudica muchísimo, como siempre en tiempos de crisis los que más pierden son los más pequeños. Es muy difícil tomar decisiones y mantener el precio del libro dentro de una lógica. A mí, por ejemplo, con Ralenti me pasó que tenemos novelas ilustradas a color de 120 páginas que siempre fueron nuestros libros más vendidos, Las súper 8 y Estrambóticos. Es un libro que ahora, para no perder dinero, hay que ponerlo a 8.000 pesos. Y antes era un libro accesible. Un libro que siempre funcionó muy bien y ahora, bueno, se me está haciendo casi imposible reimprimirlo. Sumado a esto, los tiempos de cobro, porque las distribuidoras pagan a noventa días y es infernal. El editor recibe el 40 por ciento del precio de tapa de un libro a noventa días en un contexto de alta inflación. De ahí salen las regalías, el costo industrial de impresión, diseño, prensa, correctora.. costos fijos si los tuvieras. Es un pésimo negocio (risas). Otra cosa que pasa es que las librerías más independientes liquidan a treinta días y las cadenas liquidan a noventa o más, o sea, las cadenas pagan cuando quieren. Y no tenés opción, querés estar en las cadenas porque es visibilidad y volumen. Entonces, esa lógica lastima mucho a todo el sector, arrastra una vuelta financiera que no se termina de dar de una manera más o menos sana para las editoriales independientes. Y después cuando tenés un hit, un libro que se vende mucho y rápido, al toque te quedás sin stock, te cuesta un montón reimprimirlo y te cuesta un montón volver a distribuirlo y ahí perdés ventas, salís de los rankings… A nosotros nos ha pasado porque hacemos tiradas de 2000 ejemplares, no podemos hacer mucho más que eso, no podemos adelantarnos tanto como nos gustaría para no tener esos huecos. En una editorial chica, incluso cuando parece que metés un gol, es una tortura, capaz soy yo, que me gusta sufrir (risas). Se nos agota un libro y tengo que pedir mil presupuestos, ver de dónde saco la plata, ver si espero y lo saco con otro libro…
Suponemos que, aún dentro del mismo contexto, las editoriales grandes tienen una estructura económica que les permite otras posibilidades, ¿no?
Sobre las editoriales más grandes no tengo tanta información de primera mano, nunca trabajé en una, como autora nunca me publicaron tampoco, no sé. Entiendo que hacen tiradas grandes y eso los ayuda, sé que congelan el precio del papel, imagino que tienen otro tipo de arreglos y de margen y de capacidad de negociación.
La Feria del Libro de Buenos Aires es un gran evento pero también, cada año, se hace la FED, la feria de editoriales independientes.
La FED es, para mí, el evento del año, para las editoriales independientes creo que es el evento del año. Lo que pasa ahí es que nosotros tenemos nuestra propia mesa y vendemos directamente a los lectores. Y eso tiene dos consecuencias maravillosas. La primera es algo que tiene que ver con la interacción, una escucha ahí qué libros gustan, percibe cuál es su público, te da un vínculo con los lectores y con el público de la editorial muy directo que es enriquecedor, te permite pensar cosas, sacar conclusiones, imaginarte cosas, interactuar, llenarte un poco como de esa energía que es la linda, porque a veces en el escritorio una está ahí agarrándose la cabeza porque los números no cierran y es todo complicado. En la FED se confirma el gran motivo por el cual una hace esto, que es que amamos los libros. Incluso, bueno, yo siempre hago mi FED de lectora, que consiste en elegir algún recorte para ver y elegir libros que me permitan no comprarme miles. Y puedo comprar con descuento, hablar con editores, eso me encanta. Hace dos años en la FED dije «voy a comprar sólo poesía» y fui a las editoriales de poesía a elegir cosas y compré seis o siete libros de poesía exclusivamente. Y el año pasado estaba en un pasillo al lado de las editoriales latinoamericanas, y entonces me dediqué a ver y a concentrarme en eso, que además son cosas que acá no se consiguen. Compré libros principalmente de esas editoriales latinoamericanas. Dos de mis preferidas: Montacerdos y Bisturí 10. Recomiendo muchísimo ese pasillo. Pero me fui de tema, o no. En fin, quería llegar a algo que es muy importante. La otra gran cosa de la FED es que los editores independientes podemos vender el libro y quedarnos con todo el precio del libro y cobrarlo prácticamente en el momento. Justo antes te contaba que en el esquema de librerías y distribuidoras cobramos un porcentaje del valor del precio de tapa del libro y a 90 días. Entonces, si hacés buenas ventas en la FED es un ingreso significativo. Y es un esquema muy distinto, que solo se da en las ferias, y esta es la más grande que yo sepa, o donde más ventas hacemos nosotros. La FED, los últimos años, fue un aluvión de gente, se hizo muy popular, muy conocida, la gente va un montón, la gente compra un montón, es una gran oportunidad para hacer una venta en condiciones muy favorables para el editor, que no pasa nunca.
Vamos a charlar un poco de tu relación con la escritura porque, además de editar, escribís y publicaste dos libros en dos años.
En realidad empecé escribiendo antes de editar, aún antes de tener Ralenti, yo tenía la productora y hacía películas, me dedicaba a eso. Nacieron mis hijas, que es la única fecha que siempre me acuerdo, y a raíz del nacimiento de mis hijas se me despertó algo como de observar y tomar nota porque me sorprendían mucho. Cuando empezaron a crecer y a adquirir el lenguaje, me sorprendían mucho, me sorprendían ellas, las cosas que decían y a la noche yo escribía los diálogos, las cositas que decían y se lo mandaba mi papá o a mi mamá, gente que estaba muy pendiente y le importaba, y eso de a poco se fue transformando en crónicas, cositas que escribía y ponía en Facebook o en redes, los compartía y todo el mundo me decía «¡ay, qué lindo!». Y además siempre me gustó leer y me gustaba escribir y un día fui a almorzar con mi papá; nosotros tenemos la costumbre de ir a almorzar y él trae una lista de temas que quiere hablar conmigo.
¿Real, una lista de temas?
Una lista sí, en una hoja A4 blanca que escribía todo recto así, con lo que tenía pendiente. Traía una lista de cosas materiales, una vez trajo una que decía «colonoscopía» porque en mi familia había antecedentes; eso se hace a los 50 años y él me dijo «vos te lo hacés a los 40». Ese era el primer tema y entonces decía «escribir». Y me dijo «siempre decimos que escribís lindo, tenés que hacer algo», y salí de ese almuerzo, le escribí una amiga «che, quiero empezar taller de escritura», fui a un taller con Virginia Cosin, empecé a llevar estos parrafitos y escribí un par de cuentos. Ella me dijo «este cuento está buenísimo, mandalo a un concurso», era el Concurso Mujica Lainez de San Isidro, y me acuerdo que yo le decía «¿estás segura?».
¿No confiabas mucho en lo que escribías?
Honestamente, yo me daba cuenta que había algo. Te voy a decir una cosa, yo siempre me sentí una persona esforzadita, buena alumna. Me esfuerzo, hago mi tarea, me pongo las pilas, me organizo, consigo las cosas porque soy una persona que se esfuerza y trabaja. Con la escritura lo que me pasó, no es que no me esfuerce, pero había algo que pasaba por otro lado, era algo como «hago algo que a la gente le gusta y no me cuesta tanto hacerlo» pero yo siempre había estado del lado de la producción, más de la organización, nunca había estado como en un lugar de creatividad.
¿Y cómo te fue en el concurso?
Me dicen que había quedado seleccionada entre los diez, porque era para un libro de diez cuentos y, cuando voy a recibirlo, me entero que además era el primer premio y a mí me parecía una película, viste esas cosas que no te las crees todavía y creo que ese fue el momento en que yo dije «me lo voy a tomar en serio» y empecé a escribir lo que finalmente fue mi primer libro, mi novela o libro de cuentos, es como una novela rota o cuentos ensamblados. Pero también pensaba «nunca voy a vivir de escribir, hago una editorial». Igual tampoco es buena idea vivir de una editorial, pero me parecía algo tangible.
Ese primer libro es de ficción.
La no ficción vino después porque vino de hacer taller y cuando llegué ahí, ya tenía medio terminada la novela. Creo que también escribir ficción fue mi manera de empezar, tenía crónicas y las empecé a transformar con elementos de ficción, agarraba personajes que conocía y los mezclaba, mezclaba a varias amigas en una, y me acuerdo que en la novela se muere la madre y de hecho le pedí permiso a mi mamá porque estaba medio inspirado en ella el personaje. Empecé como a alterar, a adulterar un montón de cosas que conocía para poder usarlas, para que no fuera claro que era ficción.
¿Volverías a escribir ficción?
Sé que estoy tratando de leer ficción porque tengo una idea para un próximo libro. Viste que uno tiene etapas con la lectura, igual me cuesta la ficción, me cuesta leer ficción, me cuesta ver series, mi primera sensación es de rechazo, como que todo me parece falso, como que no me lo creo. Me puse a ver la serie de Fito Páez y no puedo soportar ver un chabón que ni siquiera se parece mucho a Fito Páez que está vivo, ¿cómo pueden hacer una serie? Igual me la pasé bomba, es hermosa la serie, es muy divertido verla. Y con la lectura creo que son épocas, empecé a leer a Sally Rooney, estoy leyendo a Leila Guerriero y a Janet Malcolm porque estoy tratando de escribir un perfil y entonces me pongo a leer perfiles para aprender un poco.
¿No tenés miedo a que se te peguen los estilos?
¡Ya quisiera! Hice taller con Fabián Casas y él decía «copien, pero copien bien», porque ya está todo un poco inventado. ¿Por qué no? ¿Por qué no agarrar un autor que te gusta y seguirle un poco la voz?
Hablando de lecturas, contaste que te había impactado la contundencia breve de un libro de Mauro Libertella y pensaste que querías algo así para Vinilo. Él trabaja ahora con vos como editor.
Me lo recomendó un amigo. Yo había leído Mi libro enterrado y era todo lo que sabía de él, le mandé un mensaje, fuimos a tomar un café y fue como un sentimiento de entendimiento instantáneo. Nos pasa algo divertido con Mauro, es muy buena persona, es muy inteligente, es muy trabajador, es una persona con la que es muy grato trabajar por todas sus características intelectuales y de personalidad y nos pasa algo gracioso: cuando tenemos una reunión con una tercera persona, por ejemplo, para dar una devolución de un libro, siempre nos peleamos a ver quién habla antes porque tenemos más o menos lo mismo para decir.
¿Les llegan muchos manuscritos?
A mí me pasa que me escriben permanentemente por redes sociales para ofrecerme cosas y yo no puedo contestar los mensajes porque no doy mucho abasto y si inicia una conversación en la que les digo que me manden un mail y después no puedo leer el mail… Es toda una expectativa que entiendo, yo también quise publicar mi primer libro y mandaba y mandaba y mandaba, pero no doy abasto. Después voy a buscar autores que me gustan, hacemos muchos libros de primeros autores, ese es otro concepto de Vinilo; El libro las diatribas y El libro de los elogios fueron idea de Mauro, son libros corales, son libros donde encargamos a escritores para escribir en contra de y a favor de. Y te estaba contando sobre el proceso de trabajo con Mauro; los dos leemos sí, lo ponemos en un drive y los dos dejamos notas. Él dice que yo dejo cosas más generales y conceptuales y él cosas más puntuales de estilo, pero los dos hacemos todo ese proceso: pensamos en el título juntos, miramos juntos las tapas con el diseñador, él escribe las contratapas…
¿Qué aprendiste editando?
A mí lo que me pasa es que, cuando edito y cuando escribo, estoy pensando en que se mantenga un interés y una atención a lo largo del texto y también que siempre siempre se puede mejorar y trabajar un poco más. Son dos ideas con las que trabajo y depende también cuán dispuesto e interesado esté el autor. Y son libros cortos, muchas veces el proceso también es de ir sacrificando. Ingmar Bergman, el director, tiene una frase «kill your darlings», porque a veces en función de la totalidad tenés que quitar. En mi libro de cuentos tenía cosas enteras que trabajé y trabajé y trabajé y que dejé afuera porque no terminaban de encajar en el rompecabezas.
No las defendiste hasta último momento.
No, a mí no me gusta defenderme. Si no va, no va.
En tu último libro Pequeño tratado sobre la amistad estuviste en un doble rol de autora y editora.
A mí me daba muchas dudas autoeditarme, supongo que como vengo a la literatura medio de costado, me parecía que me iban a juzgar, ¿no? Como que me estoy publicando a mí misma, si bien ya tenía un libro y a mi libro le había ido bien, me parecía que me iban a criticar o a juzgar por autoeditarme y una noche fuimos a cenar con Violeta Noetinger, mi socia en Ralenti, y vino una amiga suya, Flor Cambariere, que es una editora con un largo recorrido y ella me dijo «estás loca, editalo, ¡amistad y plantas, ya!». Era corto, era no ficción y además yo trabajo con Big Sur, que es una distribuidora espectacular, tengo un diseñador espectacular, un editor espectacular. Fue importante para mí que alguien de afuera me validara, Flor fue editora en Random House por muchos años y tiene mucha experiencia. Para mí era una voz autorizada de la industria la que me daba el impulso, y después ya me entregué y sufrí un poco en mi doble rol.
La crisis económica es fenomenal, ¿por qué la gente sigue leyendo, comprando libros?
La respuesta sería: es un misterio. Como el amor, supongo. Los grandes temas de la vida son un misterio. Pero bueno, me encanta la pregunta, a ver… Yo creo que la literatura y los libros principalmente son un gran consuelo. La vida adulta en general tiende a ser una cosa compleja, difícil, llena de microproblemas que hay que resolver a cada rato y de cosas muy muy tristes a las que ni siquiera nosotros mismos sabemos cómo sobrevivimos. Me parece que en la literatura las personas encuentran compañía y consuelo. Creo que muchas personas logran duelar algo a través de un libro. Como dice Carrere en Vidas ajenas, cito de memoria no textual: intenté en este libro curar con palabras lo poquito que se puede curar con palabras. También casi que lo opuesto: meterse de lleno en un libro es un descanso a ese fluir caótico y lleno de demandas y complicaciones que es vivir, un libro nos da la posibilidad de entrar en un mundo, eso nos permite descansar de los propios problemas. Y no sé, a mí por lo menos hay algo que me da mucha tranquilidad de leer, una sensación como de relajar y bajar, y para mí eso se vincula con el hecho de que la literatura es lineal, esto de una palabra detrás de la otra. Es algo brutalmente poderoso. Tan simple y tan fuerte. Una puede ver una serie mirando el teléfono, hay otro tipo de formatos que pueden convivir con la interrupción permanente que es algo a lo que estamos vitalmente sometidos. Pero cuando una se sienta y lee, puede ser un rato corto igual, quince minutos. Una amiga mía siempre decía que ella intentaba leer al menos quince minutos. Así leés un montón, como diciendo, bueno, guardate un ratito para leer, es acumulativo, no hace falta por ahí leer todos los días muchísimo. Pero bueno, a mí me da tranquilidad, me baja, es como una meditación, ¿no? Creo que el gran superpoder de esta época va a ser la capacidad de focalizar, estamos asediados por estímulos, tener la mente puesta en algo por un rato es maravilloso, da mucha tranquilidad, algo se acomoda. Y los libros nos dan esa oportunidad. Un poco me fui de tema, pero bueno. El otro día escuché en un podcast algo que me encantó, un escritor decía que para escribir una novela hay que tener la capacidad de hacer una digresión y luego volver, que las novelas son eso, que sin digresiones serían un cuento. Me encantó. Pero acá no hace falta volver a ningún lado. Creo que terminamos.