Es un fenómeno que apenas existe en nuestra sociedad, tanto es así que cuando intentamos traducirlo literalmente nos sale un término con resabios de cine y novela negra: sindicato del juego. Pero el universo del Chicago mafioso años veinte, de la literatura negra y criminal, e incluso aquella reinterpretación del gánster en Los Soprano son ideas creadas por una ficción que se ha fijado exclusivamente en el negocio delictivo. Cuando en realidad los gambling syndicates son negocios legales, relativamente comunes en países anglosajones, especialmente Reino Unido, Australia y Estados Unidos. Empiezan como grupos de amigos o familias que juntan su dinero y lo apuestan en sitios de juego, como los online casino, o tantos otros. Aquí a eso lo llamaríamos una peña, hace tiempo fueron muy populares las de La Quiniela, o La Primitiva, una cosa propia de pandilla de amigos o compañeros de trabajo, cuya popularidad ha ido decayendo. Nuestro sueño habitual es dejar el curro por un pelotazo de suerte, una quiniela, una lotería, un premio gordo, pero no crear apostando una empresa multimillonaria. En el mundo anglosajón esto de poner pasta en común se concibe de otra manera, el grupo siempre tiene un método para ganar más de lo que desembolsa. La mayoría quiebra o lo deja, pero unos pocos tienen éxito. Y aunque no cabe duda de que algunos habrán tendido a convertirse en organizaciones delictivas, los más conocidos y exitosos acabaron montando multinacionales perfectamente legales.
Es común pensar que cine y literatura se han centrado casi exclusivamente en la parte delictiva de los sindicatos. Pero desde mediados del siglo XX, y debido a la legalización y estructuración empresarial del juego y las apuestas, su alejamiento del mundo mafioso, escritores, directores y guionistas comenzaron a abrir un hueco en la imaginación popular para los buscavidas. Pícaros modernos que hacen todo lo posible para no tener un trabajo y que intentan ganarse la vida con algo menos esforzado y más lúdico, el juego.
Tipos con la cara de Paul Newman. El actor encarnó a Eddie Relámpago Felson en El color del dinero, dirigida por Martin Scorsese. Ya había aparecido interpretando al mismo personaje años antes, en El buscavidas. Esta se había rodado en blanco y negro, y la secuela en color, como su título. Ambos largometrajes coincidían en estar basados en dos novelas de un escritor que muchos encuadran en la ciencia ficción, sambenito suficiente para convertirle en un desconocido. Una vida en la sombra, bastante éxito de ventas en vida y una aparente recuperación en la actualidad. Walter Tevis escribía también en ese género, e hizo algunas obras notables dentro del mismo, como Sinsonte, pero también otras que han alcanzando una gran influencia, como Gambito de dama. Fue sobre todo uno de esos autores cuyo estilo se adapta extraordinariamente bien al audiovisual. Y cuyo mayor valor reside en abordar los dramas humanos contemporáneo, como la discriminación por género, el entontecimiento generalizado, y el de que cada uno es, para sí mismo, el contendiente más difícil de vencer.
Pero antes de entrar en el último, que hace de Tavis el único autor que nos ha acercado a la mentalidad de los creadores de gambling syndicates, hay que hacer un inciso para recordar porqué Scorsese tardó quince años en aceptar hacer la segunda película sobre Relámpago. Se habia fijado e un tipo de la primera que apareció haciendo un cameo, alguien que resultó ser Jack Lamotta. Y claro, acabó enamorado de su historia, y obsesionado con hacer la que sería, según la crítica, una de las mejores películas del siglo XX. Toro salvaje, una biografía de este boxeador que fue excesivo en todo. El color del dinero tuvo que esperar, pero cuando por fin se estrenó tuvo suficiente éxito como para hacer intuir a los críticos de cine que se había creado una categoría, hoy comúnmente aceptada. Las sport movie, películas de deporte, a las que acaba de sumarse Air, aunque también podemos encontrar títulos tan remotos como Evasión o victoria. Difícil llamar género a unos largometrajes donde lo único en común es que la temática deportiva esté presente, de manera directa o indirecta. Pero el caso es que cada vez se usa más.
Regresando a Relámpago y a Tavis, lo que hizo potentes a las películas de Scorsese es que el director supo encontrar esa característica que sí es propia de las sport movie. Muchas veces nos presentan a personas con un talento, pero inseguras, que cuando triunfan lo hacen porque aprenden a vencer al contendiente más difícil: uno mismo. Es la lección que aprende Relámpago de Fats, un corredor de apuestas, que le enseña esa mentalidad ganadora de la que tanto hablan hoy coaches y gurús. La misma lección que Newman enseñará a Tom Cruise en la secuela: que solo pierdes si en realidad quieres perder, y solo ganas si te convences a ti mismo de que puedes hacerlo. Es también el punto de partida de los creadores de sindicatos del juego.
Sin olvidar que hablamos de ficción, no de las apuestas en la vida real. Los que se han jugado su dinero y conseguido más ganancias que pérdidas, hasta constituir empresas, lo han hecho siempre orientándolo como un negocio. Pero también encontrado algún modo de cálculo, algoritmo o fórmula matemática probabilística que les permitiera sacar ventaja. Así comenzó la ciudad de Las Vegas, como un conjunto de familias con dinero que se constituyeron en gambling syndicates para disputarse el mercado del juego en la ciudad. La estructura del hotel casino responde a crear un recinto donde la familia agrupa a sus clientes e impide que apuesten en locales de otra familia rival.
Existe un mito muy difundido, de nuevo por el cine y la literatura, de que estas familias eran mafiosas. Pero en realidad la mafia, que sí participó, lo hizo metiéndose a la fuerza en los negocios ya constituidos. Para 1960 se había logrado apartarles casi en su totalidad del negocio del juego de Las Vegas, que estaba mucho más regulado, y eso se reflejó en una película que ha alcanzado bastante éxito en sus remakes actuales, Ocean’s 11. Su argumento se basa en el robo de varios casinos el día en que más dinero tendrían en caja, algo creíble gracias a una de esas nuevas regulaciones legales del estado de Nevada, que obligaba a tener suficiente efectivo para cubrir las apuestas de todos sus clientes. Y dirigida a limpiarlos de mafiosos.
Aunque lo más interesante, y en eso coincide también con el moderno Ocean´s Eleven, es lo simpáticos que nos resultan sus protagonistas, unos buscavidas a la altura de Relámpago. Con el guiño añadido para los espectadores de haber elegido para el elenco a ese grupo de vividores formado por Frank Sinatra, Dean Martin, Sammy Davis Jr., Peter Lawford, y Joey Bishop. El conocido como Rat Pack, que sí tenía conexiones reales con la mafia y participaciones en los casinos.
El autor del guion también fue un escritor de ciencia ficción. La coincidencia solo responde a que era el momento en que más se demandaba este género, y George Clayton Johnson lo aprovechó escribiendo La fuga de Logan, y después muchos guiones de televisión para The Twilight Zone y Star Trek. Pero en este caso lo interesante es cómo construyó el arquetipo del nuevo jugador buscavidas, distinto del gánster años veinte, precisamente en su novela Ocean ‘s 11. Lo hizo colocando a sus personajes en una posición que despertaba la simpatía del público, pues al fin y al cabo robaban a esas familias constituidas en gambling syndicates y con fama de mafiosas.
Es lo que veríamos, muchos años después, en Los Soprano, la gran serie que cambió definitivamente el arquetipo del gánster clásico, humanizándolo. Inspirado en la historia real de la familia criminal Cavalcante, hoy aún activa como parte de la mafia ítaloestadounidense, uno de los principales ingresos que la policía les descubrió fue la extorsión a bares y clubes sociales donde habían colocado máquinas de video póquer ilegales. Otra vez el juego.
Pero los Cavalcante solo eran una herencia de las viejas mafias de tipo El Padrino, también novela, de Mario Puzzo, y también más conocida por el cine. Los estados habían avanzado decididamente en la legalización del juego, lo que en el mundo real creó magnates millonarios que, eso sí, habían creado su fortuna apostando y luego organizados en un gambling syndicate.
Los ejemplos actuales son llamativos. Tony Bloom, un chico inglés al que le gustaba apostar en locales de máquinas Arcade, acabó comprándose el club Brighton F.C., y haciéndolo ascender de tercera hasta la Premier League. Bill Benter, otro de los más famosos, inició su carrera diseñando un programa informático capaz de identificar las dieciséis variables que hacían ganador a un caballo en una carrera. A Billy Walter, que se retiró en 2014, se le recuerda más por el perdón presidencial de Donald Trump, que le libró de la sentencia de cárcel por haber hecho uso de información privilegiada para la compra de valores bursátiles. Durante treinta años amasó su fortuna dirigiendo un sindicato de juego. Los otros dos siguen todavía en ello.
Hay muchos ejemplos más, pero ninguno ha sido trasladado a la ficción, al menos no con éxito, y quizá por eso el fenómeno de los gambling syndicates sigue moviéndose fuera de la atención del gran público. El delincuente, el gánster, sigue siendo más interesante que el magnate. Nos despiertan más simpatías sus intentos desesperados por vivir en sociedad como si fueran tipos normales, a lo Tony Soprano. Los otros solo son desconocidos billonarios que viven fuera del mundo que nos rodea.
«El buscavidas» se rodó en 1961, 25 años antes de «El color del dinero» y el director no era Martin Scorsese. ¿Tan complicado es contrastar la información?
Justo, palabra por palabra, lo que iba yo a escribir con una hora de retraso.
Mis disculpas, fallo mío, aunque ha sido más por subir el borrador que por contrastar la información, pero en todo caso gracias por avisarlo.
En ningun momento, el autor del articulo dice que, el director de «El Buscavidas» sea Martin Scorsese