Gabe Plotkin acababa de perder cinco mil millones de dólares en solo veinticuatro horas porque, contra todo pronóstico, una ridícula empresa de venta de videojuegos para adolescentes y adultos frikis había multiplicado su valor en bolsa. Era lo último que nadie esperaba que le sucediese a este experto inversor convertido en billonario, cuyo fondo de inversión estaba consiguiendo un 50 % de interés anual para sus clientes. Acababa de hundirle un atajo de gente común, pequeños inversores, que usaban plataformas trading, una app, y compartían consejos, decisiones, datos y gráficos en internet.
Roaring Kitty, gatito rugiente, el streamer que había cohesionado a este grupo de pequeños inversores lo ilustró con un meme. El póster de Avengers: Infinity War, donde los superhéroes de Marvel tenían ahora su cara, y la de otros asesores informales como él. La noticia no tardó en saltar a televisión y entonces el gran público descubrió que los billonarios directores de fondos, los sesudos especialistas de inversión, y otros invitados de la élite Wall Street a los platós, no sabían qué era un meme.
Que unos tipos normales y corrientes y no un gran inversor como George Soros pudieran influir de verdad en los mercados encendió todas las alertas. Plotkin alertó que estos traders y otros como ellos podían poner en riesgo todo el sistema financiero. A este lado del Atlántico Ana Botín hizo un llamamiento para que se regulara urgentemente el trading. Los medios más afines al presidente Donald Trump proclamaron que el populismo comunista había ocupado la bolsa.
Pero no había nada de esto. Ni activismo, ni política, ni un movimiento organizado. Solo gente normal y corriente que quería ganar un poco de dinero invirtiendo en bolsa. Habían acabado juntos en internet, y comprado acciones. Roaring Kitty era el más visible de todos. La única afirmación subversiva del grupo llamaba a remediar una injusticia: que no siempre ganaran los tipos con traje, perjudicando a la gente común.
Algo de razón sí que tenían. A quien habían arruinado era a un hedge fund, un tipo de fondo de inversión que identifica empresas a las que les está yendo regular, empeora su reputación para que cunda el miedo entre sus inversores y crean que las acciones se van a desplomar. Si la estrategia del pánico funciona, y los accionistas venden masivamente, el valor de la empresa en bolsa pasa a ser cero o casi cero, y el hedge fund se forra.
Nuestra cultura nos ha enseñado a odiar a gente como esta. Por lo menos desde su época dorada de ganancias, los 80, cuando el cine y la literatura construyó su arquetipo, el del yuppie. Hombre, materialista, egocéntrico, desprecia como inferiores a todos los que le rodean, y padece un vacío existencial que solo llena ganando más dinero. Dos hitos le retrataron al final de la década, el largometraje de Oliver Stone Wall Street, 1987, donde aparecían como desalmados, y la novela de Bret Easton Ellis American Psycho de 1991, como auténticos perturbados. Esa imagen no ha dejado de empeorar desde entonces. De hecho en los noventa el término yuppie dejó de emplearse, y luego desapareció, solo porque ellos se quejaban a la prensa de que tenía demasiadas connotaciones negativas.
Fueron y son ficciones basadas en hechos reales. En diciembre de 2020 a quien quería hundir el hedge fund era a una cadena de tiendas de venta de videojuegos, figuras de acción, y consolas. GameStop. Televisión, prensa, radio, y medios financieros especializados difundían espacios pagados donde se repetía hasta la náusea su próximo hundimiento, y la necesidad de vender sus acciones, si aún las tenías. Al fin y al cabo eran como aquellos tíos que alquilaban cintas de vídeo y a los que mató Netflix, los Blockbuster. El joven consumidor de videojuegos ya solo los bajaría por internet y los fabricantes de consolas dejarían de incluir en ellas el soporte físico para la pastilla o el disco. Qué futuro tenía esa cadena de tiendas. Ninguno.
Este discurso caló, y las acciones se desplomaron a 2.4 dólares. Ya los tenían al borde de la quiebra. Pero lo que no podían imaginar los gestores del fondo es que había un grupo de frikis que no estaban de acuerdo con ese análisis. Y que estaban esperando que las acciones se abarataran para comprar como locos. Con las compras masivas el rebote no se hizo esperar, así funciona la bolsa. Subieron a 20 dólares. Y luego a 40, porque empezaron a circular vídeos de larguísimas colas que salían hasta la calle, de gente esperando para comprar la nueva PS5. Justo en esas tiendas a las que ya no iba a ir nadie.
Wall Street intentó frenarlos. Primero por las buenas. Uno de los gestores y fundadores millonarios de hedge fund, una estrella financiera, Andrew Left, concedió muchas entrevistas para hablar en serio de GameStop. Dijo que muy bonito todo, que ya se habían divertido, pero hasta aquí. Las acciones no subirían más, y era momento de vender. De 2.5 dólares a 42.50, muy bien, pues ahora venía el desplome. Gente común, estáis advertidos, no perdáis vuestros ahorros.
El gatito y sus seguidores rugieron medio enfadados, medio divertidos. ¿Iba Wall Street a decirles a ellos lo que tenían que hacer? Rotten Kitty decidió revelar en su programa de streaming que él era también el tipo más famoso de r/WallStreetBets, el mayor foro de inversión de Reddit. Donde los moderadores le habían baneado una y otra vez por defender a GameStop. Así que los dos tipos que eran el mayor referente de los defensores de la compañía contra Wall Street eran la misma persona. Fue el delirio. Memes, vídeos, chorradas varias, el tipo que parecía un gamer y brindaba bebiendo cerveza mientras hablaba de gráficos de bolsa copó internet. Diciendo que él no vendía. Hasta le sacaron en la tele. Sus seguidores también decidieron también no vender.
El globo sonda de Andrew Left no había funcionado. Y para empeorarlo de pronto Microsoft anunció que había firmado un pacto de asociación a largo plazo con GameStop. ¡Los foreros tenían razón, entonces, la empresa no se estaba hundiendo! Una oleada de gente nueva que nunca había oído hablar de la tienda se lanzó a comprar acciones desde todas partes. Y subieron a más de 250 dólares.
Y entonces Wall Street los paró por las malas. Toda esta gente lograba vender y comprar acciones gracias a la app Robinhood, que se anunciaba como los héroes del bosque de Sherwood luchando contra los ricos. La bolsa al alcance de la gente común. Hasta el día en que sin previo aviso, cuando las acciones de GameStop subían y subían, bloquearon en su app las compras de estos valores, aunque seguían permitiendo venderlos. ¿Qué ocurría? La incertidumbre hizo cundir el pánico. Y como es normal en bolsa, eso produjo ventas masivas y un desplome del valor de la acción. Se desplomó hasta 42.50 dólares. Un desastre.
El bloqueo de la aplicación les llevó a todos ante ante una comisión de investigación del Congreso de Estados Unidos. Porque Robinhood, que se anunciaba gratis y sin comisiones, lo era gracias a vender los datos de los usuarios a Citadel. La empresa financiera más importante del mundo y con más participaciones en hedge funds sabía lo que estaba haciendo la gente, simplemente no habían prestado atención. Pero una vez alertados, lo frenaron en seco.
Banqueros, inversores, y multimillonarios embistiendo contra electricistas, enfermeras, parados, estudiantes, streamers, y pequeños asesores de inversión de remotas áreas rurales. Gente que había comprado acciones a 2.50 que ahora valían 42.50. Esa gente común respiró hondo ante el envite, habló por internet, y decidió comprar más acciones, ahora que la aplicación estaba desbloqueada. Creían en el negocio, y punto. Subieron hasta 196.50 dólares. Larga vida a la cadena de videojuegos que tiene más tiendas que locales de comida rápida hay en Estados Unidos. Y a la que hoy se augura un gran futuro. Pero que según los analistas de Wall Street iba a quebrar de un momento a otro.
Qué perfil tuvieron los ganadores. Una mujer en paro que enfermó de cáncer de mama. Una pareja que viajaba en caravana. Un asesor fiscal de una remota área rural de Wisconsin. Estudiantes ahogados por su crédito estudiantil que vivían con sus padres. Y los más importantes: muchísimos trabajadores comunes de clase media y media baja que curraban de nueve a seis, o más. Gente gris, agrupada en un interés común, la mayor parte de los cuales no se hizo rica ni sabemos su nombre. Pero que ganó algo de dinero con sus pequeños ahorros guiada por los Avengers de internet. Ojo, los hubo también que perdieron, así es invertir en bolsa, aunque sea con léxico -ing, trading.
¿Y los malos? Pasada la tormenta, el valor de Robinhood se disparó, y no hubo gran daño para Citadel, ni siquiera después de pasar por la comisión del Congreso. Plotkin cerraría su hedge fund un año después, arruinado y con 450 millones de dólares en pérdidas. Pero en el mar de los grandes blancos no importa la pérdida de un solo tiburón. El statu quo había vuelto a recomponerse, y los gobiernos se han apresurado a regular el trading.
Hay una lección cultural en todo esto. Ya no estamos en aquel tiempo cuando las cosas de la bolsa se explicaban en la prensa seria y luego se hacía el libro o la película. Ahora el hueso de una historia corre disperso en internet, en base a memes, vídeos, canales de streamers, tiktoks, etc. Las teles siempre se enteran después, replicando internet. El canal tradicional aún intenta sacarle partido. En septiembre se estrenará la película Dumb Money, basada en un libro de ensayo, La red antisocial, de Ben Mezrich, y a finales del año pasado salió el documental GameStop: Rise of the Players. El producto ha sido procesado y reutilizado por los mercados, la gente común hace trading y los millonarios fortunas porque ya saben qué es un streamer. No ha habido ninguna revolución, ni siquiera un taquillazo o un bestseller. Definitivamente, vivimos la era del meme.
Aquí una de esas personas grises que hizo algo de dinero (no mucho) en la fiebre Gamestop pero con otro «valor meme» que se vio impulsado por la misma dinámica. No fue tan espectacular (creo recordar compré a 4 , vendí a 7) pero fue muy divertido y emocionante, y de postre me dejó algo de cash (unos 250 tras 5 meses, nada espectacular). Además invertí en algunos de lo que llaman «pennystocks», compañías pequeñas con valor de acciones muchas veces por debajo de 1$, que te atrae su idea (en mi caso farmacéutica que investiga el LSD y las setas en microdosis para problemas mentales) y no cuesta mucho comprar. digamos 50. Y si suena la flauta consigues un dinerito bueno, y si no suena al menos no te dejaste el sueldo de 2 meses en el intento.
Pero al fin y al cabo esto es una ruleta, es apostar como quien juega la quiniela o se juega quien es el primer jugador que marca en un Celta-Real Sociedad.
El punto negativo que veo sobre esto es el de la gente que realmente se cree lista o que su habilidad y sus instintos valen algo solo porque han dado con un par de valores meme, y empiezan a jugar al juego en plan serio. A la larga es como los que consiguen un premio en la máquina de 50€ y a lo largo de las siguientes semanas se han gastado 300€ sin saber ni como.
Esos caen en las redes de los tiburones (irónico) muy fácilmente, una de las muchas tretas es coger un valor cualquiera e inflarlo por Internet a base de posts, reddits, incluso programas de tv (CNBC como claro ejemplo de medio vendido a hedge funds), se infla su precio a base de la gente que lo compra, no por un valor real de la empresa. Cuando el precio está suficientemente inflado, los que «saben», los que «manejan el cotarro» son los que venden, y la gente de a pie que se creía muy lista es la que se queda, como dicen en US, «holding the bag», esto es «sujetando la bolsa», esto es .. se quedan con un activo muy por debajo del precio que tenia cuando compraron y se subieron al tren, muchas veces no es ni siquiera injusto, solo que compraron un producto inflado a base de mentiras y «hype»
Estupendo artículo pero… ¿Qué es atajo y hatajo?
Camino más corto que el principal para llegar a un sitio’ : «La niña se fue por el atajo de los arbustos» (Alberto Eternidad [Cuba 1992]). Pertenece a la familia de atajar, que proviene, a su vez, de tajar ( ‘cortar’ ). Es incorrecta, con este sentido, la grafía hatajo.
Aunque sí es la apropiada para el sentido que le ha querido usted dar en su texto, Sr. Sacristán.
Gracias, Olivia, por tu apunte, esta es la maravillosa diversidad del español, que es, como dijo el director del Instituto Cervantes, un lenguaje americano. A veces se me pega la grafía de ese hatajo de juntaletras americanos a los que leo tanto y con tanto cariño. Dicho sea hatajo como eufemismo paralingüístico, naturalmente. (Los de edición, eso sí, han corrido a corregirlo). Saludos.