Política y Economía

La batalla por la hegemonía cultural en la era de la nostalgia: entre la politización de la cultura y la despolitización de la política (1)

batalla cultural
The Matrix Resurrections. Imagen: Warner Bros. cultura

Uno de los cómics más conocidos de She-Hulk comienza con Hulka, aparentemente desnuda, saltando a la comba. Las líneas cinéticas de la comba cubren oportunamente sus partes pudendas mientras ella rompe la cuarta pared y se lamenta a los lectores de cómo Marvel es capaz de cualquier cosa con tal de incrementar sus ventas; incluso de reducirla a ella misma, exitosa abogada, miembro de los Vengadores y reserva de los 4 Fantásticos, a un mero reclamo sexual, despojándola así de todo el respeto y la dignidad que tanto trabajo le ha costado ganarse.

De repente, su editora entra en escena y le quita la comba, revelando que en realidad Hulka no estaba saltando desnuda, sino que porta un diminuto bikini blanco. Hulka le dice a su editora que esto podría traerles problemas con los lectores, que podrían sentirse engañados ya que la portada del número en cuestión daba a entender que ella aparecería desnuda. La editora le responde tajantemente que todo aquel que haya sido tan estúpido como para creer que realmente Hulka estaba saltando a la comba desnuda merece haber perdido su dinero.

El mensaje es claro y el objeto del chiste también. Hulka se ríe así de todos aquellos lectores pajilleros deseosos de apuñalarse la ingle a su costa como si no hubiera un mañana, al tiempo que critica, no sin incurrir en cierta contradicción, la ya tradicional sexualización de los personajes femeninos en los cómics de superhéroes. Efectivamente, Hulka nos sermonea, nos juzga y nos señala con el dedo, mientras nos dice que si de verdad esperábamos verla desnuda podemos esperar sentados ya que el suyo no es ese tipo de cómic. Porque Hulka, al menos desde que John Byrne reinterpretara el personaje para crear la versión que ha llegado hasta nuestros días, siempre fue feminista, siempre fue combativa y reivindicativa. Hasta el punto de criticar el machismo existente dentro de la propia industria que la creó y de llamar guarros, al menos de forma implícita, a sus lectores. Y por eso resulta tan desesperante escuchar todas las críticas que la serie de Marvel She- Hulk: abogada Hulka ha recibido sistemáticamente por cosas que, salvando las distancias temporales, ya estaban presentes en los cómics del personaje. Hulka llegó a luchar contra un villano de nombre Mahkizmo, una suerte de bárbaro guerrero venido de un futuro alternativo en el que la tierra había sido bautizada como Machus y en el que los hombres habían esclavizado a las mujeres, cuya intención era acabar con todas las mujeres del presente. Como se puede observar, todo muy sutil.

En todo caso, esto no es nada nuevo, ya que, de un tiempo a esta parte, parece haberse puesto de moda criticar amuchos productos de la cultura popular por haberse «politizado» y convertido en «woke», cuando esos mismos productos ya tenían, desde su génesis, intenciones claramente políticas y reivindicativas. Esto mismo pasó con el estreno de la película Black Panther hace unos años: algunos vieron como otro ejemplo más de inclusividad forzada y de «racismo antiblanco», amén de un intento por parte de Marvel de complacer a la comunidad afroamericana. Todo bien, si no fuera porque se trata de un personaje cuyo nombre es PANTERA NEGRA (recordemos que los Panteras Negras fueron una organización política socialista de autodefensa creada para luchar contra la brutalidad policial sufrida por la comunidad afroamericana), y que fue ideado en la década de los sesenta por Stan Lee y Jack Kirby con la única y exclusiva intención de paliar la ausencia de personajes negros en los cómics, no por motivos narrativos. Y es que, por lo general, los cómics de superhéroes siempre han tenido un fuerte subtexto político, cuando no directamente un texto: el Capitán América fue creado como reclamo de propaganda militar, participó en la Segunda Guerra mundial e incluso le pegó un puñetazo a Hitler en la portada de su primer número; Superman es un trasunto del inmigrante que busca un nuevo hogar en un país extranjero, un héroe que lucha por la libertad, la justicia y el estilo de vida americano y cuyo principal enemigo es un empresario megalómano que quiere dominar el mundo; los X-Men son una alegoría tanto de la lucha por los derechos civiles como de la discriminación sufrida por ciertos colectivos como el colectivo LGBTIQ. Existe un sinfín de ejemplos más.

Esto no ocurre solo con los superhéroes. Por ejemplo, el director y guionista George Lucas ha reconocido que se inspiró en la guerra de Vietnam para crear una de las franquicias más importantes de la historia de la cultura popular, quizás la primera: Star Wars; y que su intención siempre fue la de criticar el imperialismo norteamericano. Nada sorprendente, si tenemos en cuenta que se trata de una franquicia cuya historia va de un grupo de REBELDES REVOLUCIONARIOS que luchan contra EL IMPERIO, y cuyo título contiene literalmente la palabra GUERRA. De nuevo, un subtexto político tan sutil como un martillo pilón y que, sin embargo, parece ser sistemáticamente ignorado por aquellos que se quejan de cómo las nuevas películas de Star Wars han politizado su franquicia favorita. 

Llegados a este punto, resulta importante recordar que ninguna de estas interpretaciones políticas de algunas de las obras más importantes de la cultura popular es fruto de una lectura forzada de las mismas, y que de hecho han sido confirmadas abiertamente por muchos de sus autores. Esto no significa que el autor tenga siempre la última palabra sobre el significado de sus obras. Teorías interpretativas como la de la «muerte del autor» ya han planteado estas cuestiones, pero sí que el subtexto político presente en estas franquicias desde su origen no es para nada un invento de los adalides de la actual «cultura woke». Cabe preguntarse entonces por qué algunas personas tienen esa sensación de que ahora todo el contenido audiovisual está politizado cuando antes no era así. Pues bien, los motivos son múltiples.

Gran parte de nuestra incapacidad para percibir el subtexto político de ciertas obras del pasado tiene que ver con un fenómeno actualmente ubicuo dentro de la cultura popular: la nostalgia. No en vano, la nostalgia es siempre la añoranza por un tiempo pasado idílico que en realidad nunca existió, o al menos no tal y cómo lo recordamos. En palabras de James Somerton en su vídeo Stranger Things and the Dangers of Nostalgia: «Otro de los problemas de la nostalgia es que busca separar la realidad política de su contexto cultural. Y este es el problema de que la gente se queje de que Star Wars o Los Cazafantasmas, o cualquier otra franquicia, se han vuelto políticos cuando antes no lo eran. Convencerse a uno mismo de que ciertos productos audiovisuales se han politizado de repente es, en efecto, una parte de la nostalgia». Muchos de los que hoy se quejan de la creciente politización de sus franquicias favoritas eran tan solo unos niños cuando se convirtieron en fans de las mismas. Y existe una clara tendencia a idealizar todos aquellos productos audiovisuales que se consumen durante la infancia. Pero, además, es evidente que un niño pequeño no suele tener plenamente desarrolladas todas aquellas capacidades que le permitirían poder captar y analizar el subtexto, político o de cualquier otra índole, del contenido audiovisual y/o cultural que consume. Así, es normal que cuando algunos vieron, por ejemplo, The Matrix en 1999, estuvieran más pendientes de los disparos, de las piruetas imposibles y del tiempo bala que de si se trataba de una crítica mordaz al capitalismo, una actualización del mito de la caverna de Platón o una alegoría del transgenerismo. Pero eso no quiere decir que todos esos subtextos no estuvieran, de una u otra manera, ya presentes en la cinta. Simplemente pasaron desapercibidos a los ojos de unos chavales que estaban demasiado ocupados flipando con la, por entonces, innovadora y fascinante puesta en escena de las Wachovski. Y esto mismo es aplicable a cualquier otro producto audiovisual de la época.

También el auge de internet y las redes sociales ha abierto esa ya proverbial «ventana al mundo», que permite contemplar una gran cantidad de fenómenos sociales que antaño permanecían ocultos. La politización de la cultura es un fenómeno que ha existido siempre, e internet simplemente lo ha potenciado y le ha dado mayor visibilidad. La cultura, desde que el mundo es mundo, siempre ha sido utilizada con fines políticos y/o moralizantes. Sucede que antes no se tenía un acceso tan directo e inmediato a las opiniones de los autores sobre sus propias creaciones, ni tampoco a los análisis y las críticas de los espectadores. Antes, para saber cuál era el «verdadero» significado de una película, había que acudir a los críticos de cine y a las revistas o programas especializados, cosa que solo hacían los auténticos cinéfilos. Hoy cualquier declaración del director o del guionista se vuelve viral en cinco minutos, y todo aquel que cuente con un teclado y una conexión a internet es un potencial crítico de cine dispuesto a desgranar los entresijos de la película de turno, suscitando eternos debates sobre su mensaje y su significado. Incluso existe todo un subgénero de creadores de contenido dedicados al análisis y la crítica cultural, los denominados videoensayistas, cuyo papel en la constitución de internet y las redes sociales tal y como se las conoce actualmente ha sido determinante. No hay que olvidar que los primeros vídeos de YouTube que se volvieron realmente virales estaban protagonizados por individuos que criticaban airadamente películas y videojuegos; y que youtubers como James Rolf (Angry Video Game Nerd) o Doug Walker (Nostalgia Critic) fueron de los primeros en demostrar que se podía vivir de crear contenido en redes. De aquellos polvos estos lodos. Actualmente, los videoensayistas dominan plataformas como YouTube con mano de hierro, y canales como el de CinemaSins, dedicado casi exclusivamente a destacar los agujeros de guion de las películas, cuentan con millones de seguidores. Internet y las redes sociales no solo han amplificado nuestro campo de visión con respecto a estos fenómenos, sino que también ha modificado nuestra forma de consumir el contenido audiovisual, hasta el punto de que hoy es casi más importante saber qué es lo que opinan otros de una obra y cómo nuestras propias opiniones encajan dentro de ese contexto que la obra en sí misma. La crítica cultural ha abandonado la marginalidad de los círculos especializados para convertirse, por derecho propio, en un producto de consumo de masas, rivalizando a veces con las propias obras que son el objeto de su crítica, con todas las implicaciones que ello conlleva. 

Algo parecido podría decirse de fenómenos como el de la «cancelación», que tan de actualidad parece estar. La gente lleva siglos organizándose para protestar en contra de ciertas obras y productos culturales, sucede que antes nadie se enteraba, y además las redes sociales han facilitado dicha organización. Sin ir más lejos, las protestas suscitadas por el estreno de una película pidiendo su retirada es algo que lleva produciéndose casi desde que existe el cine. Películas como American Psycho, El silencio de los corderos o Cruising, todas ellas anteriores a la era de internet, generaron una gran controversia en su momento, y varios colectivos se organizaron para exigir públicamente su retirada de las salas. Pero sin duda el ejemplo más paradigmático se remonta casi a los orígenes del cine: se trata de la película El nacimiento de una nación, bautizada por muchos como «la película más controvertida jamás hecha en los Estados Unidos». Estrenada en el año 1915, hace más de un siglo, la película había generado mucha controversia incluso antes de su estreno, hasta el punto de que su director, D. W. Griffith, decidió incluir una advertencia al inicio del metraje recordando a los espectadores que la película no buscaba ofender a nadie. Sin embargo, los esfuerzos de Griffith fueron en vano, y su estreno desató las protestas del colectivo afroamericano, motivadas por la representación de los negros y de la historia de la guerra civil norteamericana contenida en la cinta. La Asociación Nacional por el Avance de las Personas de Color incluso llegó a organizar una campaña para tratar de prohibir la película, aduciendo que incentivaba la tensión racial y podía llegar a generar violencia en las calles. Finalmente, la campaña fracasó, la película fue un rotundo éxito de taquilla y hoy en día es considerada uno de los grandes clásicos de la historia del cine, así como un hito en el desarrollo del lenguaje cinematográfico. Sin embargo, muchos siguen considerando que el film fue el principal responsable de la refundación del Ku Klux Klan, que se produjo en 1915, poco después del estreno de la cinta. En cualquier caso, e independientemente de la opinión que se tenga con respecto a la obra de Griffith y su posterior repercusión, valga esta anécdota como demostración de que la politización del arte y la cultura ni mucho menos son un invento de la actual «cultura woke». Como de costumbre, nada hay nuevo bajo el sol.

(Continuará)

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5 Comments

  1. javibaz

    Hay que ahondar un poco más.
    Marvel es pro-stablishment. Todo lo que afecte al “statu quo”, al modo de vida americano, posee la categoría de delincuencia.
    Pero Star Wars es también pro-stablishment. Lo que combate es la dictadura socialista. La reducción del imperio a uniformes y grados posee una estética nazi-soviética. “Matrix” o el juegazo “Terminator Resistence” poseen idéntico cariz.
    No es una politización sin más de lo cultural, sino que está ideológicamente condicionada en función del interés del tío Sam. Poder blando, amigo.

    • Matias Preller

      Pues estoy bastante de acuerdo con lo que dices, mi intención era subrayar el mensaje político subyacente a casi todas las obras culturales, no tanto dirimir si ese mensaje es de izquierdas o de derechas. Precisamente lo que dices no hace sino apuntalar mi argumentación. Y sí, la maquinaria cultural norteamericana es muy poderosa, y lleva cargando sus productos de mensajes políticos e ideológicos desde hace más de un siglo. De hecho, no se entiende el cine como industria sin el western, un género que ha consistido en un blanqueamiento sistemático de la historia de los Estados Unidos y cuya influencia cultural, que llega hasta nuestros días, es incalculable.

  2. «Hay que ahondar un poco más». A continuación, da tres pinceladas que no llegan ni a la categoría de superficiales.

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