Si viajas al extranjero y encuentras uno de esos simpáticos asistentes locales que chapurrea mil idiomas con una amplia sonrisa en la boca, después de preguntarte tu nacionalidad te soltará a bocajarro el nombre de uno de estos dos equipos. Barça o Real Madrid. Qué tipo de persona serías si habiendo nacido aquí no te gustase el fútbol. No es una ley universal, pero sí es cierto que este deporte está el primero en nuestras preferencias. Y que el baloncesto es el segundo. Pero a partir de ahí la lista de favoritos difiere. Si se trata de audiencias, le siguen el ciclismo y el tenis, en ese orden. El mismo que refleja otro sector del negocio deportivo en otra parte de la afición, las páginas que se anuncian como el mejor portal de apuestas. Si se trata de los deportes que practicamos, el primero y segundo son también el fútbol y el baloncesto. Pero el tercero es el pádel, y el cuarto la natación o el ciclismo. Los motivos para que la elección entre practicar y ver no coincida están íntimamente ligados a la historia deportiva, política y urbanística de nuestro país.
Hay una ley empresarial que afirma que el primero que llega a un mercado se queda como líder. Eso explicaría lo del fútbol, el primer deporte extranjero y de grupo que llegó a España. Lo trajeron los británicos que trabajaban en las minas de Riotinto en Huelva a finales del siglo XIX. Si organizaron un equipo fue por esa razón primigenia que convirtió el fútbol en el deporte favorito de la clase obrera. Practicarlo resultaba barato. El campo era lo de menos, cualquier descampado o parcela sin sembrar. La equipación tampoco era importante. Lo único elaborado era el balón, un revestimiento exterior de cuero con una costura que servía para cerrar la cámara interior de aire. Donde metían una simple vejiga de cerdo inflada a pulmón. Crearlo tampoco resultaba complicadísimo, bastaba explicarle lo que querías a un zapatero local. Eso sí, no era completamente esférico, y el bulto en la parte llamada tiento, donde la costura cerraba la ranura por la que introducir la vejiga de cerdo, podía lesionar al jugador. Pero eso tampoco importaba demasiado. Los primeros jugadores eran tipos que se preciaban de ser recios, de otro modo no hubieran soportado los extenuantes turnos de trabajo en las fábricas o el manejo de la peligrosa maquinaria. Así que en el campo se comportaban tan brutalmente como brutales les había hecho la vida. Y no pasaba nada.
Desde el sur hacia el norte, el fútbol se fue extendiendo por el país, haciéndose extremadamente popular. Era una alternativa de ocio casi gratuita, en un momento en que la única opción que tenían los trabajadores al final de su turno eran el alcohol y las tabernas. No es que los partidos no pudieran acabar también allí, pero mientras los practicaban no gastaban el salario en vino o aguardiente, y además se divertían. Si trasladamos esas condiciones del juego a un momento muy posterior, finales del siglo XX, y sustituimos obreros por chavales, encontramos un fenómeno similar. Niños disfrutando de su tiempo de ocio jugando en el recreo, en los descampados, en campos de fútbol improvisados y hasta en algunos creados al efecto. Era un deporte perfecto para socializar, integrarse, y crear una pandilla de amigos.
En los noventa las cosas empezaron a cambiar debido alas modificaciones en el urbanismo de las ciudades. Los descampados se convirtieron en parques y comenzó la preferencia por los pisos en urbanización, con un recinto cerrado interior donde se colocaba una piscina y otras equipaciones. No es que fuera un fenómeno homogéneo, pero sí que afectó a las nuevas promociones en las grandes ciudades, así que toda una generación de niños creció jugando menos en las calles que bajando a su «urba». En esto podría estar uno de los motivos del menor interés que muestra la generación Z por el fútbol, pero quizá solo sea un fenómeno temporal. Las audiencias de espectadores continúan siendo masivas, y ahora tanto niños como niñas se apuntan a los clubes de barrio, como a una extraescolar deportiva más. Por tanto es dudoso que el fútbol vaya a dejar de ser el primero de nuestros deportes favoritos.
Pero por qué el baloncesto ocupa el segundo lugar. Para empezar porque tardó mucho más tiempo en acercarse a las cifras del fútbol. Su introducción se atribuye a un padre escolapio, es decir, a uno de los miembros de esas órdenes religiosas dedicadas a la educación. En los principios del siglo XX la pedagogía ya tenía claro que la práctica deportiva debía formar parte de la educación para formar adultos sanos. Y el padre Eusebio Millán llevó esa idea a las Escuelas Pías de San Antón de Barcelona con un deporte que había conocido en la nueva Cuba. Quiero decir en la isla independizada de España donde la presencia de soldados estadounidenses y su influencia era aún muy grande.
Sus alumnos rechazaron la idea, porque en 1921 ya se jugaba al fútbol en el patio del colegio. Pero ese deporte también se había ganado el sambenito de ser una práctica de obreros, o lo que es lo mismo, de una clase social levantisca, revolucionaria y a menudo anticlerical. Era tolerado, pero no estaba bien visto en los colegios religiosos, que además de ser de pago eran conservadores, en conexión con los padres que llevaban allí a sus hijos. El baloncesto era por tanto una opción deportiva más aceptable, una idea que pronto aceptó la burguesía catalana en otros colegios religiosos, y que no tardó en difundirse por el resto de España.
Pero su salto de popularidad del baloncesto no llegó hasta la década de los 70 y 80, cuando realmente compitió con el fútbol. Para entonces también había canastas en los colegios públicos, es decir, en cualquier patio de colegio alternaban porterías y canastas, así como en muchas instalaciones municipales. Los niños traían de su casa para jugar con los compañeros lo mismo balones que pelotas, y se televisaban partidos de la Liga ACB, creada en 1983, además de algunos encuentros de la NBA, aunque seguir esa liga era todavía imposible desde aquí. Ni siquiera la presencia del primer jugador español en la NBA, Fernando Martín, logró que la cosa mejorara. Al menos hasta 1998, con el programa Cerca de las estrellas, que locutaba, con una emoción rayana en el infarto de miocardio Ramón Trecet. Eso sí, en diferido y un solo día a la semana. En todo caso, y al igual que el fútbol, práctica y contemplación iban de la mano.
Y entonces llegó la era de José María Aznar. No solo fue un presidente insólito porque por primera vez su partido, el PP, gobernase en España. Bastante más joven que Felipe González, representaba a los hombres de su generación, mucho más aficionados al deporte en su etapa adulta que los más mayores. Al país acostumbrado a la afición de su anterior presidente por los bonsáis le llamó la atención que la de este fuera el pádel. Un deporte que ya estaba en España desde los 70, pero que era bastante minoritario y que había quedado asociado a la clase alta. Baste decir que, originario de México, encontró su primera sede española en Marbella y que de allí se exportó a Argentina, siempre vía millonarios. Pero no fue el dinero o la aspiración al mismo lo que lo hizo y lo mantiene popular. Fue el urbanismo.
Porque la etapa de gobierno de Aznar coincide con ese nuevo urbanismo que hacía los pisos en urbanizaciones cerradas hacia el interior. En principio el uso del patio estaba únicamente dedicado a las piscinas, pero en ese momento se incorporó algo demandado, por moda, por los nuevos propietarios. Especialmente de las zonas inmobiliarias más caras. Así que muchos niños crecieron en los 90 con pistas de pádel en sus casas, pero también los espacios deportivos municipales incorporaron con naturalidad esas pistas junto a las de fútbol y baloncesto. Todo esto, junto a la popularidad presidencial, su similitud con el tenis y el frontenis, ya antes muy populares, hizo que hoy sea el tercer deporte más practicado en España, por dos millones y medio de personas.
El cuarto puesto había sido desde siempre para la natación. La razón es en cierta manera política, porque en los numerosos polideportivos municipales que se construyeron en las ciudades desde la década de los 60 siempre se incluía una piscina. El motivo era la recomendación médica. En un país donde las personas mayores de treinta años no practicaban por lo general ningún deporte, lo más fácil cuando había envejecido para ponerlos en marcha otra vez era lanzarlos al agua. Poca exigencia física y la ventaja añadida de aprender a nadar. Una habilidad que hoy casi se da por hecho, pero que las generaciones más antiguas de españoles no dominaban. El calor veraniego también propiciaba el uso y fomentaba que los niños aprendiesen a nadar desde pequeños, así que fundamentalmente fue la presencia de piscinas municipales lo que nos impulsó a todos a nadar. Al menos hasta que la década los 90 comenzaron a construirse dentro de las urbanizaciones.
Pero ahora ese cuarto puesto se comparte con el ciclismo, y no desde hace mucho, justo desde la pandemia. Como si el mejor final del encierro hubiera sido salir pedaleando, al final del confinamiento muchísima gente se compró una bici. Los de las mallas ya estaban antes, claro, pero a esos se sumaron los nuevos, los que han optado por usarla como medio de transporte urbano, y los que redescubrieron el placer experimentado en su niñez. Los diferentes perfiles de ciclistas darían para todo un estudio sociológico. Desde los que pasan a toda pastilla en una bicicleta de carbono de diez o quince mil euros, a los muy encanecidos a los que no importa lucir la panza bajo esas mallas tan apretadas del tour en las de mil o menos euros. Y es que en el amor deportivo, igual que en el otro, el corazón tiene razones que la cabeza no entiende.
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Para empezar, el tenis nunca ha sido un deporte popular, ni mayoritario. Las victorias de Nadal fueron más seguidas que las de Severiano Ballesteros, pero el tenis y el golf son deportes de pijillos. Yo jugué al fútbol y al basket, pero al tenis no. Son deportes individuales que ocupan espacio (más aún el golf) y son para hijos de papá. Como la F1. No la practica cualquiera. Te obligan a ser espectador. Más popular que el tenis, el motociclismo incluso.
El ciclismo sí, porque la mayoría de la gente monta en bici de pequeño, pero tras la década prodigiosa del doping, es un deporte que jamás ha vuelto a tener la popularidad que a finales de los años 80 tuvo (a pesar de las crónicas épicas de Pereda). Pasó de fenómeno sociológico a contar con una discreta cuota de audiencia. Ha habido épocas en que rtve no mandó enviados al Tour y los comentarios se realizaban desde el plató.
Al basket como espectáculo lo machacó canal+. Era un deporte muy visto. “La Peña” fue lo más (sobre todo porque el fútbol lo daban en cerrado) hasta que canal+ se hizo con la liga ACB. Los que pagaban prefirieron apoquinar antes por el fútbol o por la NBA. Aquellos años punteros del Joventut coincidieron con la cresta de la ola. Después, la caída.
Así que me temo que el deporte amado sigue siendo el fútbol. Es el único que ha estado más vinculado a un juego de azar constante: las quinielas. Y es un deporte vinculado con la clase obrera. De joven, el equipo de mi instituto competía con los colegios privados de toda la ciudad. Aprovechábamos el fútbol para poner a todos aquellos mierdecillas pagados de sí mismos en el lugar natural que les correspondía. El fútbol era una expresión de la lucha de clases. Ganábamos casi siempre y cuando un árbitro pitaba demasiado a su favor para hacernos perder, el tongo les salía caro: dejábamos nuestros tacos bien marcados en sus inmaculadas pantorrillas.
Puntualizando, el tenis ya no es necesariamente de niños de papá. Una hora de tenis en un polideportivo de Valencia a cuesta menos de 6 €, sin tener que pagar cuota mensual o anual, una raqueta básica poco más de 100 €, pantalón, camiseta y zapatillas menos de 100.
Y respecto del espacio, compárese con el que ocupan – eso sí, en competición – el cliclismo o la carrera ( me niego a llamarle running ): toda una mañana de domingo la ciudad colapsada para que unos cuantos lo practiquen.
¿Y cuánto cuesta tener un entrenador «medio decente», y los viajes a las competiciones, etc. ?
Ya puedes ser un súper talento que sin pasta no tienes nada que hacer.
Las únicas que consiguieron vencer el «determinismo económico» del tenis fueron las hermanas Williams.
Si el tenis tuviera la misma facilidad de acceso y promoción del fútbol, Nadal y compañía no hubieran estado entre los 10.000 primeros de su época.
Disertando hace unos días con amigos no futboleros, traté de buscar una explicación a porque el fútbol es tan popular. Creo que buena parte de la culpa de que enganche tanto, la tiene que los partidos suelen tener marcadores cortos y ajustados, pudiendo incluso acabar sin anotaciones por parte de los equipos. Pese a que pueda sonar a algo poco atractivo, esto en realidad supone que cada gol sea celebrado con una intensidad y produzca un subidón de alegría que no se puede comparar con las anotaciones de otros deportes de equipo similares. Y eso hace que enganche. Además, los marcadores cortos, hacen que en cualquier momento, en una jugada o dos, un partido pueda darse la vuelta, manteniendo la emoción hasta el final, otro factor que lo convierte en un deporte emocionante. Y si esto se aplica a un torneo eliminatorio a uno o dos partidos, creo que nos da uno de los factores por lo que el futbol es tan popular.
Creo que lo que engancha del fútbol es que se trata probablemente del deporte con mayor desviación típica con respecto al resultado esperado.
La probabilidad de ganar jugando peor (o perder jugando mejor) es bastante más elevada que en otros deportes. Creo que ésta es precisamente la salsa del fútbol.
Como tú bien dices, esto tiene que ver con lo corto de los resultados.
Por poner un ejemplo.
-Si un equipo de fútbol de nivel 8 (sobre 10) juega 100 partidos contra uno de nivel 6, ganará 80 y perderá 20
-Si un equipo de baloncesto de nivel 8 juega 100 partidos contra uno de nivel 6, ganará 90 y perderá 10
-Si un tenista de nivel 8 juega 100 partidos contra uno de nivel 6, ganará 95 y perderá 5
Nací en 1973, deportes que he practicado con amigos o en el colegio / instituto o también con mi padre o luego con compañeros de trabajo (de más a menos practicado hasta donde alcanza mi memoria): fútbol callejero, fútbol sala, baloncesto, tenis, fútbol, pádel, ciclismo, natación, voleibol, bádminton.
Bueno, y salir a correr a partir de los 35 o así.
Comentarios más interesantes que el artículo.
Por decir algo:
– El criquet!, viví 4 años en Londres y tenía un compañero de casa de Nueva Zelanda. Yo no entendía el criquet hasta que vi como funcionaba: los partidos duran horas, días y los espectadores se emborrachan poco a poco viéndolos. Las cogorzas son impresionantes.
– También me resisto a usar la palabra running, por favor, periodistas, ayudadnos.
– Con todo el respecto para el fútbol, estoy contentísimo de que mis hijos practiquen judo y balonmano. Todavía sigue siendo el deporte donde el público es más soez
-Ahora quieren meter el fútbol femenino con calzador, es increíble, te tiene que gustar sí o sí, las chicas hablan y se retuercen en el césped igual de rastreramente que los chico. Ayer me interrumpieron el atletismo en TDP para poner si previo aviso los penaltis de España-Alemania de sub19 femenino, Dios Santo!, los penaltis peor tirados que he visto. De verdad, si algo no genera interés hay que meterlo en la sopa??!.
– Madrid o Barcelona, Izda o Dcha?. Me alegro de nunca haber elegido y entender que no hay que elegir
Según la Encuesta de Habitos Deportivos publicada por el CSD el senderismo y el montañismo son las actividades deportivas más practicadas. Unos 8.352.000 de personas divididos entre un 49% mujeres y un 51% hombres, lo que lo hace tambien el más igualitario. Siendo el segundo pais más montañoso de Europa no extraña demasiado. Para los que piensen en que no es un deporte competitivo les recordare las actividades de carreras de montaña y la escalada deportiva. En ambas disciplinas contamos con varios campeones del mundo e incluso olimpicos. Y es más antiguo que el hipervalorado futbol. Hace siglos que subimos y bajamos montañas. Como siempre los britanicos inventaron y crearon la moderna vision de esta actividad. Gracias.
Interesante artículo, en particular en lo relativo al pádel, cuyo éxito yo también atribuyo (aquí me cubro con un escudo para protegerme de las pedradas de sus practicantes) a su menor exigencia física y técnica respecto a su hermano mayor (el tenis).
Sobre el ciclismo, es interesante constatar cómo su declive como espectáculo de masas (aquellas audiencias millonarias de los Tours y Giros de Induráin) ha sido parejo a su auge como práctica deportiva, no sólo entre hombres sino muy particularmente entre mujeres, que en los años 80 y 90 eran una rara avis en esas carreteras nuestras, a diferencia de hoy…