Vivimos tiempos extraños. Internet se ha convertido en la gran autopista de la información de nuestra era, desplazando a todos y cada uno de los medios de comunicación de masas tradicionales. Y, como consecuencia, los grandes estudios de Hollywood se debaten ante la crisis de las salas de cine, incapaces de atraer al público como antaño. Los nuevos espectadores (potenciales) han modificado sustancialmente no solo sus hábitos de consumo, sino sus propios patrones de comportamiento cotidiano. Cada vez más, las nuevas generaciones prefieren consumir las películas en casa, con el teléfono en una mano y la pantalla del televisor (o, para qué engañarnos, de un ordenador de unas pocas pulgadas) al fondo. La atención se dispersa, las redes sociales pelean contra la obra cinematográfica por la atención del sujeto y, a menudo, ganan. Las series toman la delantera, supuestamente gracias a la facilidad de consumo de sus capítulos, más breves que un largometraje. Las cintas de mayor duración se ven a trozos, incluso en cuestión de días, y con el apoyo o distracción indispensable del móvil (¿recuerdan a aquel usuario que propuso una forma de ver El irlandés, de Martin Scorsese, dividida en fragmentos a modo de miniserie?). La industria musical se ha reconvertido con cierto éxito a este nuevo mundo, aunque haya sido a costa de la creatividad: los algoritmos premian lo breve y lo similar, y proliferan por tanto en los servicios de streaming canciones de duración escasa y creadas bajo la plantilla de otras. En medio de este panorama, los artistas funcionan a base de ensayo y error, a veces plegándose a las exigencias del mercado, y en otras ocasiones (las menos) manteniendo contra viento y marea su visión, aunque eso penalice en el boyante mercado de la visibilidad y la viralidad.
Pues he aquí que Spider-Man: Cruzando el Multiverso se perfila felizmente como la película perfecta para la generación TikTok, y ¡oh, sorpresa!, resulta que eso no es malo, sino todo lo contrario. Porque lo consigue por la vía opuesta a quienes lo han intentado antes. Porque, donde otros reducen la duración de sus obras para buscar un consumo más digerible, el trío de directores formado por Joaquim Dos Santos, Kemp Powers y Justin K. Thompson ofrece una secuela sensiblemente más larga que la primera entrega. Pero, sobre todo, porque donde otros simplifican tramas para permitir la cómoda convivencia de la película con el ocasional mensaje de WhatsApp o el vistazo o posteo en Instagram, Cruzando el multiverso redobla sus hilos narrativos, visuales y sonoros, lanzándole al espectador tal cantidad de ideas, imágenes y estímulos que le resulte imposible desviar la mirada un segundo sin perderse en esa vorágine de creatividad.
Y no se trata solo de abrumar a su público, aunque ciertamente la cinta puede llegar a ser abrumadora en su celeridad, sobre todo en sus primeros compases. Pero, por suerte, ese viaje vertiginoso está al servicio de una película que potencia las grandes virtudes de su antecesora, la ya brillante Spider-Man: un nuevo universo. Aquella primera entrega supo incorporar al lenguaje cinematográfico muchos de los rasgos del cómic (la diagramación de las viñetas, por medio de sobreencuadres del plano; los bocadillos y los textos de apoyo; incluso la apariencia de la vieja impresión en cuatricromía, con punteados de colores superpuestos). Y ahora la secuela va mucho más allá, mezclando estilos que no solo funcionan por contraposición entre sí (la diferencia de diseño entre el universo de Miles Morales y el de Gwen Stacy, o el de la indioestadounidense ciudad de Mumbattan), sino que además permiten crear una exhibición poderosa y libérrima de talento visual. Sirva como ejemplo el estilizadísimo y audaz blanco y negro en los flashbacks que muestran el origen del villano la Mancha, que no desentonaría en alguno de los más prestigiosos festivales de cortometrajes de animación. Y es que los responsables de esta saga animada del Hombre Araña parecen mirar de reojo a los cánones de lo comercial y abrazar sin embargo el carácter lúdico y desprejuiciado de la experimentación. Así, si Un nuevo universo parecía la traslación al cine del proceso creativo de un grafiti, Cruzando el multiverso se asemeja más a una especie de improvisación de jazz, mezclando líneas narrativas (el peso argumental pertenece casi tanto a Spider-Gwen como a Miles), sincopando sus ritmos y desplegando una riqueza cromática verdaderamente deslumbrante. Y todo ello sin descuidar por un segundo el aspecto dramático y emocional, que en todo buen cómic de Spider-Man es el verdadero centro de gravedad del relato. Al fin y al cabo, y que nos perdone Steve Ditko, creador gráfico del personaje allá por 1963, la verdadera alquimia se produjo con la llegada del dibujante John Romita un par de años más tarde, al insuflar a los guiones de Stan Lee el aire telenovelesco de los cómics románticos en los que había trabajado hasta entonces. En ese sentido, este nuevo film mantiene el buen pulso de las recientes entregas live action del personaje, o de los mejores momentos de los filmes anteriores de Sam Raimi y Marc Webb, así que quien espere encontrar sencillamente una solvente historia arácnida en la que «un gran poder conlleva una gran responsabilidad» no quedará decepcionado. Pero, por fortuna, Cruzando el multiverso es mucho más que eso, y mucho más también que una película para la generación Z: también es, por encima de todo, una demostración de lo que el cine (no solo el de superhéroes) puede hacer cuando se alían el talento y la irrenunciable libertad de los creadores.
Me la hizo ver mi hijo de 12 años tras previo pago a Amazon Prime, creo recordad.
Mejoraría si eliminasen el 70% de los chistes malos.
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