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Navegación real y literaria por el Tajo en Lisboa.

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A beautiful shot of MAAT, Lisbon, Portugal

Para conocer Lisboa ayudan dos escritores, Fernando Pessoa y Antonio Tabucchi, que dejaron en su obra la mejor carta de navegación para conocer la ciudad. Si les añadimos además el paseo en barco por Lisboa, contemplaremos su belleza desde el agua, descubriéndola en toda su plenitud.

Los barcos que llevan a los visitantes por el Tajo hacen un recorrido que toca las dos orillas, la que no es propiamente Lisboa, donde está la Plaia Fluvial do Samouco. Allí donde toca tierra el larguísimo Puente Vasco Da Gama. Es una de las populares playas de Costa da Caparica, donde el monumento a Cristo Rey, también visible desde el barco, supone uno de los grandes atractivos. Recordando al Cristo del Corcobado en Río de Janeiro, aunque debería ser al revés y este quien recordara aquél.

Pero a estas playas de Lisboa se viene no solo por los monumentos, ni por el trío de bañador, arena y chiringuito, sino por los atardeceres. La luz del sol poniéndose sobre Lisboa enardece primero, y luego trastoca, todos los colores urbanos que la caracterizan. El resultado es tan atractivo que los barcos ofrecen un viaje especial al atardecer, cuando sus monumentos más populares, como la Praça do Comércio, el Padrão dos Descobrimentos, o el Faro y la Torre de Belem viran al dorado y al rojo mientras el sol se pone sobre el río.

Pessoa, que vivía en La Baixa, el distrito más céntrico y comercial, cuenta en el Libro del Desasosiego, el único que escribió en prosa, que baja a contemplar el Tajo, mirándolo primero de lejos desde los miradores del barrio de Graça, y luego desde la orilla, contemplando cómo parten los barcos hacia lo que hoy es la playa fluvial. El río es capaz, nos cuenta, hasta de hacerle olvidar el hambre: «Un día en vez de almorzar (…) me fui al Tajo y me volví deambulando por las calles sin suponer que iba a ser útil para el alma verlo».

El escritor portugués, que había pasado su juventud en Sudáfrica y se había educado allí, decidió no volver a salir de la ciudad cuando regresó, de joven, a su lugar de nacimiento. Un absoluto enamorado de Lisboa y su río solo comparable a quien es su compañero literario, el italiano Antonio Tabucchi, portugués de adopción. Que también procuró no abandonar nunca la capital portuguesa.

La historia de Tabucchi no es separable de Pessoa, y no solo porque en su obra esté muy presente la ciudad. La razón para que el italiano se viniese a Lisboa fue el encuentro casual con un libro abandonado en un banco de la estación de Lyon, en París. Al ojearlo comprobó que era de Álvaro de Campos, uno de los muchos heterónimos de Pessoa. Esas personalidades literarias que creó para firmar sus libros. Llamado por este encuentro literario, Tabucchi acabaría convertido en lisboeta por derecho propio.

Hoy la ruta de los barcos del Tajo es la de Pessoa y Tabucchi, y tanto sus vistas, como los puntos que nos permite contemplar, son una evocación del Libro del Desasosiego, y de Réquiem: una alucinación, donde ambos escritores nos dejaron una carta de navegación por Lisboa.

El punto de partida es la Plaça de Comercio. Allí el antiguo Palacio Real nos descubre, visto desde el agua, su verdadera naturaleza. Un conjunto de tres edificios color oro que enmarcan el estuario, porque los reyes de Portugal fueron, sobre todo, monarcas de lo marítimo. Y a su territorio de conquista y exploración se abría el palacio en que residieron.

A este punto venía a menudo Pessoa, allí se olvidaba de comer, real o literariamente. Tabucchi dejó dos pistas de lo mucho que le gustaba, un pasaje de su novela Sostiene Pereira, considerada una de las mejores del siglo XX, y otro de Réquiem son prácticamente idénticos. En ambos sus protagonistas vienen a sentarse en un banco de la plaza a la caída de la tarde, uno queda hechizado con el atardecer, el otro oye a un músico interpretar fados con el acordeón.

La siguiente parada, el Ponte 25 de abril, permite contemplar uno de esos puentes colgantes de acero, como el de San Francisco, capaz de embellecer por sí mismo el paisaje. Pero enmarcado además en la belleza de Lisboa, aporta desde el barco una seductora perspectiva.

Lo que no pudieron ver Pessoa ni Tabucchi, ambos muy del siglo XX, y apegados también a lo tradicional, fue el Museo de Arte, Arquitectura y Tecnología (MAAT), nuevo centro de diálogo cultural entre la arquitectura, el arte contemporáneo y la tecnología. Desde ningún lugar como desde el río se aprecia que su blancura ha sido concebida como una ola. Y efectivamente, eso parece desde aquí. Una ola que viene hacia nosotros desde tierra.

La ruta sigue por ese trío de hitos que resumen la propia historia portuguesa, y que dan sentido a su río, no solo por esa belleza única de aquí, sino porque son el mismo alma de Pessoa, de Tabucchi, y de todos los que se hayan sentido cautivados por Lisboa.

Son el Monumento a los Descubrimientos, el Faro de Belém y la Torre de Belém. Su imagen es tan popular que los visitantes no caen en la cuenta de que nunca los contemplan tal como fueron concebidos, para verse desde el agua y navegando. Los descubridores avanzan decididos como a punto de embarcar, el faro guía, la torre parece seguir defendiendo la entrada del Tajo.

Si se ha elegido la tarde, no se olvidará el cielo que se pinta sobre la desembocadura del Tajo, ni la visión de las playas al regreso, como mirador privilegiado para contemplar Lisboa, y la disposición de sus edificios en escalonado, en refulgir de azulejos y en las mil tonalidades de sus fachadas.

Precisamente Tabucchi escribió Réquiem para recrear un día entero de recorrido por Lisboa, de encuentros, de comidas en restaurantes, de visiones en el Tajo, que terminan en un rencuentro con el fantasma de Pessoa. Rendido homenaje al escritor que, como profesor de de lengua y literatura portuguesa, no solo admiraba, sino que le había guiado para venir a la ciudad desde una estación en París.

Pero ambos escritores no solo se encontraron en su pasión por la ciudad y en la literatura. Cuando el italiano murió sus cenizas fueron depositadas en el Panteón de los Escritores del cementerio dos Prazeres, junto a Pessoa, y a otros tantos autores.

Pessoa sigue en la ciudad, inmortalizado en una estatua de bronce, frente al que fue uno de sus cafés favoritos. Al atardecer, entrecerrando los ojos, uno puede soñar que se levanta, dividiéndose en tres heterónimos. Uno va a conversar con Tabucchi. El segundo sube por la rúa Garret camino de la librería más antigua del mundo, Bertrand, abierta desde 1732 en la esquina con la rúa Anchieta. El tercero baja a la orilla del Tajo para sentir ese frescor elevándose de la orilla que describió en el Desasosiego. Y seguramente se embarca para ver el atardecer desde el agua.

Y es que la navegación literaria, en Lisboa, lo mismo que la que surca el Tajo, lo soporta todo. En palabras de Pessoa, «amo el Tajo porque una gran ciudad se levanta a su orilla». Y en las de Tabucchi, «esta noche hay luna llena y porque estás aquí solo mirando el río, tu alma está sola y llena de anhelo, y yo te podría contar una historia».

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