Primeras experiencias de trance
«¡Atiende! No te lo repetiré otra vez», decía mi primer profesor de trabajos manuales de la escuela. Yo tendría cinco o seis años y quedaba tan absorbido y concentrado por su orden que no podía escuchar lo que en concreto quería decirme. Esta era su frase favorita y fue también mi primera lección de hipnosis.
Pero, ahora que me acuerdo…, estoy pensando que en realidad no fue así: mi primera lección de inducción hipnótica ocurrió cuando tenía alrededor de tres años. Mi madre ponía ante mí un vaso de leche en la mesa y me advertía, en voz baja y mirándome fijamente a los ojos: «¡Derramarás la leche!». Y yo, irremediablemente sugestionado, volcaba el vaso.
Experiencias naturales y espontáneas de trance
En ocasiones visitas espontáneamente la experiencia de trance…
Cuando vas conduciendo y percibes el paso rítmico de los postes que se acercan y, al llegar a tu altura, van quedando atrás… con las preocupaciones. Los amortiguadores del coche te mecen levemente…, el sonido del motor se convierte en una música monótona de fondo que te acompaña…, percibes una temperatura agradable…, logras incluso captar intuiciones claras para algunos problemas, o bien dejas la solución para mañana…, y sientes cómo tu percepción del exterior se afina y tu capacidad de reacción a cualquier estímulo se hace más eficiente en este trance de carretera…
Cuando sabes que el día ha terminado, que hoy ya no tienes más responsabilidades y sientes ese cansancio tan íntimamente conocido que baja la intensidad de tu respiración… notas un estiramiento muscular involuntario y la relajación progresiva de los hombros, la nuca, la espalda… brazos… piernas… A la vez, tu imaginación vuela a asuntos inconclusos y también hacia episodios del pasado muy agradables. Tu atención comienza a ser flotante y divaga de un asunto a otro. Empiezas a sentir que el sueño llega y olvidas todo pensamiento. Sin embargo, aún tienes tiempo de atrapar algún estímulo del día y permites que penetre en tu sueño y se convierta en parte del relato onírico que te envuelve…
Cuando eres consciente de que estás soñando pero la actividad onírica está a punto de finalizar, notas que la conciencia toma el mando justo en esos instantes, antes de saber dónde estás, qué día es hoy y qué tarea te espera…
Cuando prefieres obedecer un mandato psicogenealógico por lealtad antes que seguir tu propio criterio y deriva personal. Repites un comportamiento que te exigían durante la infancia para ser aceptado en el clan y, aunque ahora no tiene sentido, funcionó hace muchos años y seguramente por eso continúas insistiendo…
Cuando te quedas absorto ante la contemplación de la belleza en cualquiera de sus manifestaciones y eso te permite comprensiones profundas y rápidas acerca de la vida…
Cuando, cada hora y media, detienes unos minutos tu pensamiento para revisar inconscientemente procesos vitales básicos, como las rutinas digestivas o la circulación del torrente sanguíneo, fenómeno conocido como ritmos ultradianos.
Al menos en esos momentos estás en trance. Visitas este estado varias veces al día y quizá, en este mismo momento, la lectura de estas páginas te haya inducido a entrar en él.
Trances negativos y positivos
Existen trances que se convierten en experiencias alienantes. Y, por el contrario, existen otros que generan aprendizajes profundos y significativos.
Los trances que podemos llamar negativos nos hacen sufrir porque acontecen cuando nos desconectamos de nosotros mismos y damos la espalda a nuestra propia intuición. Ocurren cuando dejamos de habitarnos y solo atendemos a lo que el exterior espera de nosotros. En esos momentos, nos convertimos en rehenes de los estímulos externos y olvidamos nuestra propia identidad, lo que dificulta el acceso a nuestra creatividad.
Un ejemplo de esto son las ocasiones en las que insistes en repetir una petición a un ser querido una y otra vez confiando en que hará el cambio que le solicitas. Algo que le has dicho cientos de veces y nunca tuvo ningún efecto beneficioso visible. Cuando, aun sabiendo que el mensaje no funciona, lo repites una y otra vez, pues confías en que el otro algún día reaccionará del modo deseado y la felicidad inundará vuestra vida…
O también cuando sigues tomando un medicamento que ya no te hace falta, pero te fue muy bien en otra época. O un protector que te ayudaba a digerir un fármaco que ya hace tiempo que no tomas. Pero continúas con el protector porque ¡cualquiera lo abandona con ese nombre! ¿Quién no necesita un protector?
El trance alienante ocurre cuando el deseo de pertenecer a la tribu se convierte en una prioridad obsesiva y nos ocupamos sobre todo de lo que parecerá correcto socialmente, aparcando lo que destila nuestra propia subjetividad e intuición.
Por ejemplo, cuando compras un producto sin conocer las bondades de sus efectos, sin interesarte por sus componentes y su eficacia. Simplemente lo haces porque la publicidad logró instalar su imagen en tu cabeza y, cuando alguien te comenta que ese producto tal vez no sea mejor que otros, llegas a exhibir argumentos para defenderlo con vehemencia, como si fueras el propio fabricante. O como si consumirlo te adscribiera a un grupo social de élite exquisita, ajeno a la vulgaridad reinante y afirmas cosas como: «Es que este es el mejor con diferencia de todos los otros…».
Los trances que llamaremos positivos son los depositarios del aprendizaje creativo, nos capacitan para habitarnos a nosotros mismos y seguir nuestra propia deriva personal. En ese sentido, visitamos el trance generativo, que nos permite idear múltiples alternativas de acción.
Momentos en los que paseas por el campo y te centras en las imágenes de la luz penetrando entre los troncos de los árboles del bosque, escuchas el canto de los pájaros y el movimiento de otros animales del entorno, sientes la brisa, el olor de la tierra y la vegetación. Y acomodas tu paso al ritmo del lugar…
Son instantes en los que experimentas la sensación de estar en contacto contigo mismo con una naturalidad relajada y enfocada. Es decir, entimismado. Episodios vitales en los que sientes que no tienes más responsabilidad que respirar y existir, nada se espera de ti, por tanto, puedes afrontarlo todo. Tu atención visita situaciones de tu vida con soltura, en las que eres capaz de afrontar tus preocupaciones desde tu centro, sin dejar que se acerquen demasiado para mantener la perspectiva. Momentos en los que notas la presencia de los tuyos, a los que percibes por su modo de mirarte. La aprobación de tu tribu. Sientes que se alegran cuando las cosas te van bien. En esos momentos eres capaz de generar soluciones eficientes sin demasiado esfuerzo.
Experiencia de trance y el lenguaje hipnótico
El lenguaje hipnótico es el arte de hablar vagamente.
Milton Erickson
El lenguaje hipnótico y la experiencia de trance acompañan al ser humano desde siempre. El egiptólogo Bordeaux encontró un papiro datado en el año 1000 a. C. que muestra a un sacerdote egipcio magnetizando a una persona. Pero existen vestigios anteriores, desde tres mil años antes de nuestra era.
Por otro lado, hasta 1776, con los trabajos de Franz Anton Mesmer, no se prestó a la hipnosis la suficiente atención como para sistematizar el proceso1.
La simbología, por su parte, nos acerca al campo onírico. El origen de la palabra viene de la mitología griega. Hypnos era una deidad menor que personificaba el sueño. Era el hermano gemelo de Tánatos, que personificaba la muerte no violenta. Ambos eran hijos de Nix, la diosa de la noche. El padre, figura siempre discutible, fue Érebo, que simbolizaba la sombra u oscuridad. Tanto Hypnos como Tánatos se desenvolvían en las oscuridades subterráneas, vivían en una cueva con su madre Nix y en la entrada de la gruta crecían plantas de efectos somníferos, como amapolas, adormideras, beleños y borracheros.
Hypnos se casó con Pasítea y tuvieron mil hijos llamados genéricamente oniros porque todos heredaron del padre la misma vocación relacionada con los sueños. De entre todos ellos destacan tres: Morfeo, palabra raíz de morfología y morfina, encargado de inducir sueños protagonizados por formas de seres humanos; Fobétor, que espanta con sueños horribles de animales, y Fantaso, que controla los sueños en los que aparecen seres inanimados, como árboles, rocas o torrentes de agua2.
El trance hipnótico comparte objetivos con el lenguaje onírico en la medida en que favorece el desplazamiento del pensamiento lateral3. Ambos lenguajes buscan el enfoque de la atención en elementos, a veces, muy concretos que permitan al sujeto encontrar soluciones alternativas que den otro sentido a la situación que ahora se manifiesta como conflictiva. Este fenómeno se conoce como búsqueda transderivacional.
Muchas fórmulas lingüísticas que aparecen en los sueños poseen efectos hipnóticos. Como la capacidad de mantener en sueños una conversación con miembros de nuestra familia que murieron hace años. O los sueños en los que estamos en el salón de nuestra casa actual y, al abrir la puerta del comedor, accedemos a la habitación de cuando éramos niños en casa de nuestros padres. También podemos soñar que volvemos a experimentar una situación en la que discutíamos sobre algún asunto delicado con una persona importante para nosotros y le decimos lo que quisimos decirle pero nuestra autocensura no nos dejó expresar en aquel momento.
Aplicaciones prácticas
No existe una definición exacta de hipnosis. El Diccionario de la lengua española define el hipnotismo como: «Método para producir el sueño artificial, mediante influjo personal, o por aparatos adecuados».
Esta definición no da cuenta de la actual práctica y desarrollo del hipnotismo. Con la aportación de Milton Erickson4, la práctica del lenguaje hipnótico adquirió un arsenal de recursos y estrategias verdaderamente eficaces y centrados en la inteligencia inconsciente e intuitiva del cliente.
El lenguaje hipnótico se mueve en un terreno delimitado por dos polaridades:
- Por un lado, es entendido como un sistema de influencia sobre el sujeto.
- Por otro lado, se concibe como un modo de ayudar a aflorar el material psíquico del que ya dispone la persona, aceptando que posee suficientes recursos para afrontar sus propias adversidades.
Esta paradoja queda reflejada en el pensamiento de Plutarco cuando se pregunta si el maestro debe llenar cubos o avivar llamas.
También podemos describir el lenguaje hipnótico como un procedimiento para enfocar y desenfocar nuestra atención interna alternativamente. Viajar desde la totalidad de la realidad circundante hasta centrarse en un único elemento y volver a integrar ese elemento concreto en la globalidad de la realidad. Este fenómeno se produce de modo espontáneo en muchos momentos del día. En este sentido, el estado de ensimismamiento es una forma natural y espontánea de trance.
En general, la idea de trance está asociada a un conjunto de técnicas que se practican en unas condiciones especiales de relajación, comodidad física, penumbra y susurro de sugestiones. Sin embargo, la hipnoterapia moderna está ligada al lenguaje hipnótico cotidiano y a procesos usuales de alteración de la conciencia como los que hemos citado al principio de este artículo. La descripción de unas vacaciones de invierno, evocando lugares de montaña agradables, el contacto del aire limpio en el rostro, la sensación plácida al entrar en un refugio caldeado por la chimenea, el silencio del bosque y otras imágenes logran este efecto de alteración de la conciencia y, en consecuencia, de trance.
Como ya hemos dicho, uno de los patrones comunicacionales más usuales y cuyo efecto suele ser el no deseado es el de la madre que le dice a su hijo: «¡Derramarás la leche!», con lo que induce al hijo a concentrar toda su atención en volcar la taza. La utilización de la orden negativa genera en el destinatario una focalización potente de la atención en la situación que deseamos evitar. Podemos citar otras frases similares, por ejemplo: «Cuando vayas al trabajo, no te preocupes por lo que pueda pasar en tu casa porque no tiene por qué ocurrir ninguna desgracia» o «No te preocupes, todo está bajo control».
En consecuencia, podemos decir que es mejor el enfoque afirmativo que el evitativo. El cerebro entiende mejor las frases que afirman lo que deseamos que aquellas que niegan lo que deseamos evitar. Un ejemplo concreto de lo que estamos hablando consiste en afirmar el hecho de que dejar de fumar ayuda a recuperar el gusto por la comida, aumenta la capacidad pulmonar y mejora la fuerza muscular. Y en este sentido es mejor sugestionarse con incrementar todo estos beneficios que darse la orden de no fumar.
La aplicación del trance tiene innumerables opciones en la ayuda terapéutica a las personas. Desde la superación de malos hábitos adictivos, el control de la ansiedad, la superación de miedos, fobias y obsesiones y, sobre todo, la recuperación del autocontrol y la capacidad de la persona para liderar sus propios proyectos y, en resumidas cuentas, su propia vida.
En definitiva, podemos considerar la hipnosis simplemente como un amplificador de la experiencia que tenemos del mundo5. Siendo la atención simultánea una de las capacidades más importantes para nuestra adaptación a la realidad.
También podemos entender el lenguaje hipnótico como un inductor de la experiencia de volver a casa después de una larga ausencia.
Existe otro mundo además del de ahí afuera. No salgas de casa sin él.
(Proverbio apache)
Por la noche
en mi penumbra
amanece
en el bosque
de los pensamientos
y las rayas paralelas
de luz
se pliegan hacia el ocasohaciendo de los sentimientos
trenzas en horizontal.(Trinidad Ballester)
Notas
(1) Martínez Pedrós, J. y Roca Hernández, J. J. Protocolos clínicos en hipnosis: metodología de intervención clínica. Valencia: Colección HPsis, 2007, p. 411.
(2) Persello, A. www.monografias.com
(3) De Bono, E. El pensamiento lateral. Barcelona: Paidós, 1998.
(4) El lector puede consultar: Erickson, M. El hombre de febrero (Buenos Aires: Amorrortu, 1992); Zeig, J. Un seminario didáctico con Milton Erickson (Buenos Aires: Amorrortu, 1992) y Terapia breve. Mitos, métodos y metáforas (Buenos Aires: Amorrortu, 1994); Rossen, R. Mi voz irá contigo (Barcelona: Paidós, 1994), y O’Hanlon, W. Raíces profundas (Barcelona: Paidós, 1995)
(5) Grinder, J. y Bandler, R. Trance-Fórmate. Madrid: Gaia, 1993, p. 139.
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