Escuchaba a Bach de forma obsesiva. Se alimentaba a base de productos precocinados y barritas energéticas. Mitchell Heisman le dijo a todo el mundo que estaba escribiendo un libro sobre la conquista normanda de Inglaterra. Y, en efecto, escribía, sí, pero otra cosa muy distinta. Llegó a dedicarle hasta doce horas diarias durante cinco años. De vez en cuando conseguía un empleo como librero aunque vivía, sobre todo, de la pequeña herencia que le dejó su padre, muerto de un infarto cuando él tenía 12 años.
El sábado 18 de septiembre de 2010, Heisman se duchó, se afeitó y se vistió con un esmoquin blanco. Blancos eran también los zapatos, la corbata y los calcetines. Ignoramos el color de la gabardina pero, según el Boston Globe, no encajaba del todo con el resto. Demasiado grande, tal vez. O lo suficientemente grande como para ocultar un revolver sin levantar la menor sospecha.
Dos días antes, contó a sus compañeros de piso que por fin había acabado el libro. Estaba exultante y la mañana de autos aún parecía durarle la felicidad. Desayunó con apetito: fingers de pollo y lentejas, pero no se molestó en limpiar la encimera. Eso debió hacerles sospechar a todos. Mitchell fue siempre muy pulcro.
18 de septiembre de 2010. Yom Kipur. Día del arrepentimiento y la expiación, el más sagrado del calendario judío. Heisman había sido educado en esa fe, aunque luego renunció a ella. Entró en el campus de la universidad de Harvard. Se dirigió a la iglesia. Subió los once peldaños de la escalinata. Un grupo de turista contempló la escena. El revolver lo había comprado tres años antes. Un 38 especial. Apoyó el cañón en su sien derecha y apretó el gatillo. Tenía 35 años y la historia, la más interesante historia de su triste vida, acababa de empezar. Cinco horas después, cientos de personas recibieron un mensaje de correo electrónico con un documento adjunto. Nada más y nada menos que 1.905 páginas con el título de Nota de suicidio. El récord Guinness absoluto.
El mamotreto arranca con una cita de Platón e incluye una extensísima bibliografía, donde lo mismo encontramos a Rousseau que a Raymond Kurzweil, a Hannah Arendt que a Joseph Goebbels, a Fukuyama, Tocqueville, Heisenberg, George Steiner, Sigmund Freud, Napoleón, Carl Sagan, Schopenhauer y cientos de autores más. Incluso hay un chiste que encabeza esas últimas veinte páginas. Guasa agónica o guasa terminal. Sonrisilla que precede al estertor y se encanta a sí misma. Hasta que llega el disparo y acaba fundiéndose en negro. ¿Qué nota de suicidio —se pregunta Heisman— estaría completa sin una bibliografía?
Tantas molestias —la fatiga de escribir 1.905 páginas— para demostrar que la vida carece de sentido. ¿Seguro? ¿Y si la vanidad o el ego bastaran, al menos doce horas diarias durante cinco años, para paliar el absurdo? Cualquiera puede juzgar los aciertos, o no, del autor. La obra está colgada en internet con una licencia Creative Commons. Mas vanidad: permite la libre distribución siempre y cuando, eso sí, se cite a Heisman y no se haga con fines comerciales. La nota de suicidio más larga y elaborada de historia cuenta también con 209 opiniones y 23 reseñas en Goodreads. La puntuación media es de 3,74 sobre cinco.
«Conocí a Mitch, así que resulta duro disfrutar de su libro cuando lo que querrías es discutirlo con él», dice un tal Jared. Se inscribió en Goodreads sólo para hablar y opinar sobre su amigo puesto que no habla ni opina de ninguna otra obra. Qué hermoso gesto. «De verdad que me hubiera gustado poder discutir el libro con él», concluye Jared su comentario. Un gran tipo. Aunque a la hora de puntuar, le puede la tacañería. No termina de estirarse. Su amigo se ha suicidado, él se supone que se ha leído las 1.905 páginas, ha entrado en Goodreads, se ha abierto un perfil, le ha puesto una fotito lo suficientemente borrosa o alejada como para disimular su fealdad, ha escrito un comentario, ha lamentado la ausencia de Mitch no una sino dos veces y va, y le concede cuatro, apenas cuatro putas estrellitas, y no cinco.
Hay otras notas de suicidio. Escuché hace poco el dato y sentí un escalofrío. Lo contaba un roquero que va por los institutos de Canadá para prevenir que los chavales se maten. Les da una charla, les canta sus canciones. Pide siempre que haya varios terapeutas en el centro para que no dejen solos a aquellos se le acercan al terminar el espectáculo. Más de seiscientas notas le han ido entregado a lo largo de los años. Y cuchillas de afeitar con las que los potenciales suicidas se autolesionan, o se van entrenando, entre clase y clase, para calmar la ansiedad o para cuando llegue el momento. Pero centrémonos en las notas. Los chavales las llevan siempre en el bolsillo, mientras esperan a reunir el valor necesario o a estar tan absolutamente jodidos que ya no puedan más ni vean otra salida. No son ejercicios de estilo ni de falsa erudición. No pretenden demostrar nada ni disfrazar su pena. Son la desesperación más pura y horrible. Luego la policía encuentra los cuerpos ahorcados, envenenados o intoxicados, destrozados por la caída, con los sesos esparcidos por toda la pared, o como sea. El forense coge la nota. Apenas una o dos frases, como mucho cuatro. Perdón. Os quiero. Iros todos a tomar por culo. No aguanto más. El señor forense estudia el tipo de desgaste que ha sufrido el papel. Trata de fechar y averiguar desde cuando lo llevaba en el bolsillo. La media es de dos a tres meses.
Nota del editor
Este texto es un capítulo suprimido de la novela Tan difícil como raro que el autor, Juan Vilá, al reeler, pensó que tenía que publicar en Jot Down, porque es aquí donde, a veces, se encuentran artículos «tan difíciles como raros».
Muy bien, diver, lo del amigo que le dio un 4 estrellas pero no los 5 nos capta a todos…somos así de viles….
En todo caso, en cuanto a suicidios, nadie supera a Horacio Quiroga… lo de ir a una farmacia y pedir arsénico y cuando la dependienta le pregunta – para que lo quiere usted? – a responder, – pues para matarme, que va a ser..
Su mujer ya se había suicidado y Quiroga de joven había matado a su mejor amigo tonteando con una pistola…. Luego todos estos cuentos fronterizos….
PD: No sé si Quiroga inventó la autoficción, o algo por el estilo, en todo caso, es de los primeros que yo sepa que recurre a ella. Ese arranque de «Los Perseguidos»…
«Una noche que estaba en casa de Lugones, la lluvia arreció de tal modo que nos levantamos a mirar a través de los vidrios….»
Qué casualidad, compré ese libro hace dos días (el de Juan Vilá, digo) y lo empecé ayer.
Hay más literatura en una sola página de Horacio Quiroga que casi todo lo que se edita hoy en día… hay una textura literaria en todo lo escribía… luego J Calvo se desvive para Lovecraft… Buf… Quiroga le da 30,000 vueltas a Lovecraft por favor…
Para gustos, los colores, pero Quiroga, que tampoco es de la primera fila de escritores, sino es un escritor más bien de segunda fila, es un pedazo de escritor que solo con esa frase que cito arriba ya se nota que es un escritor…. Que frase más evocativa…
La autoficción nos ha matado… lo de normalizar una escritura banal y no literaria, una escritura de andar por casa… es una plaga de nuestros tiempos… yo soy extranjero y compro alguna novela contemporánea y no tengo que recurrir al diccionario ni una vez… No es normal eso… Se supone que a los escritores nos gustan las palabras…
La literatura ha quedado en una cosa insípida, sin personalidad… Yo lo siento, pero asi es como lo veo… Alucino con lo que se publica hoy en día… A mi me daría vergüenza… prefiero no escribir…
Pero se nota el declive – inevitable, no hay que sufrir, vivimos en tiempos de la imagen – cuando vuelves a atrás y lees, por ejemplo, «Un Alojamiento Por La Noche» de Robert Louis Stevenson (que en Escocia le decimos RLS). Es un cuento supuestamente menor de Stevenson, y sin embargo, a mi me parece sobresaliente…
Es una escenificación de la vida del poeta francés François Villón, un canalla, un tipo de la hampa de París de entonces, que sin embargo era un gran poeta. Stevenson era muy francofilo por supuesto. Villón está en un antro con otros canallas como él y creo recordar, están jugando a las cartas…. Un de los presentes mata de un navajazo a al tipo que ha ganado, y dividen el dinero…. Villón es uno de los que coge su parte….
Pero al huir todos por aquello asesinato y separarse, Villón se queda a solos, y se da cuenta de que le han robado a él también, que alguien le ha quitado su dinero del bolsillo… Tiene una herida en la mano y está sangrando… Paris del siglo XII está cubierto en nieve y hace mucho frío… Villón necesita encontrar un alojamiento por la noche, porque si no a) se va a morir de frío, b) le van a acusar de aquel asesinato si no desaparace pronto, con el rastro de sangre que esta dejando atrás…
Va a casa de su madre, que le rechaza, no le deja entrar… va a otra casa que también… Y luego por fin, encuentra un sitio donde le abren la puerta… y encuentra a su Obi-Wan Kenobi por así decirlo… Es un cuento magistral… Lo veo todo en la mente….
Se lo decía a un amigo director, pero no creo que me haya hecho caso… Un alojamiento Por La Noche, de Robert Louis Stevenson…
También, esta atribuido a RLS ese verso a todos los exiliados escoceses en el mundo:
Aunque nos dividen montañas y un mundo de mares
Todavía nuestros corazones son fieles
Nuestro corazones son «Highland»
Y nosotros en sueños
Vislumbras a los Hebrides…
Es un poco sentimental, pero bueno…
O The Tale of Wandering Willie, que esta recogido en esa antología de cuentos fantásticos de Borges y Bioy Casares….
Steenie – nombre tan escoces – es un campesino simple y va a pagar su alquiler a su rentista,the Lord of Blackness, y nada mas que hacerlo, se muere este de un infarto fulminante…
Steenie se va sin recibo conmocionado por la muerte, pero cuando llega el hijo heredero, se le reclama el pago del alquiler que ya ha hecho pero que no puede demostrar…
Se coge una depresión Steenie y va por ahí al campo y allí encuentra a un hombre un tanto extraño que le ofrece una forma de solucionar el problema: bajar al infierno y buscar a su viejo rentista, the Lord of Blackness, y pedirle el recibo. Steenie lo hace…
Baja al infierno y allí encuentra una enorme fiesta, y el diablo, el viejo Nick (auld Nick) como se le dice en Escocia, tocando la gaita, y todos los rebeldes sangrientos jacobitos allí, los que montaron no se sabe cuantas rebeliones contra a los ingleses y la Casa de Hannover, en plena forma…
Steenie se hace con su recibo y vuelve al mundo real…. es un cuento absolutamente brillante, y debería hacerle a Walter Scott invulnerable a la critica y la descalalaficacion, por mucho que Irvine Welsh lo llamase a «a Tory cunt»… je je je….
Que maravillosa historia, la de Steenie…