Holita, lectorcitas y lectorcitos. Este saludo podría ser pronunciado, en la versión doblada al español, por Ned Flanders, cuyo idiolecto (forma de expresión oral de cada individuo) refleja su carácter afable, que rápidamente identificamos por la profusión de diminutivos, las palabras más tiernas de la lengua.
La derivación apreciativa es un recurso casi infinito para generar matices de significado. Las tres clases de sufijos apreciativos —diminutivos, aumentativos y despectivos— denotan tamaño, relevancia, menosprecio, ironía y otros aspectos que se cruzan entre sí, pudiendo tener una interpretación despectiva o afectiva tanto lo grande como lo pequeño.
En algunos casos es posible acumular sufijos diminutivos (cacho, cachito, cachitico, cachitín) para modular la intensidad expresiva. Los diminutivos tampoco hacen ascos a acompañarse de prefijos diminutivos (minifaldita) o de adjetivos de tamaño (cachito pequeño). Incluso los podemos usar con sustantivos que tienen su justa medida y no pueden ser ni más pequeños ni más grandes, como añito. Esto nos da una idea de que la función expresiva va mucho más allá de la básica del tamaño, aunque siempre esté subyacente.
La mayoría de estas palabras no están en el diccionario, algo que lleva a pensar a algunos hablantes que son incorrectas. Evidentemente no es así, los diccionarios son finitos —no en el sentido diminutivo del término— y no entran todas las palabras, que, siendo consideradas gramaticalmente correctas por su formación, tienden a infinito. De modo que no se incluyen diminutivos (perrito) cuyo significado, en pequeño, se corresponde con el de la raíz (perro), pero sí aquellos que se han lexicalizado, es decir, que tienen un significado independiente o un matiz específico, como perrito caliente, solomillo, abanico o canalillo. Una vez lexicalizados, estos vocablos suelen admitir más sufijos apreciativos (cabrito > cabritillo) y, cuando esto sucede, pueden lexicalizarse, como ocurre en el proceso cola > coleta >coletilla, en el que cola es el término genérico con varias acepciones, coleta es la cola con el matiz específico ‘de cabello’, y coletilla es la coleta con el matiz de tipo, pero también es la ‘adición breve a lo escrito o hablado’ como acepción independiente del sentido figurado. Por otra parte, es posible que una palabra haya tenido dos derivados lexicalizados; volviendo al ejemplo anterior, tenemos otro camino seguido por cola > colilla, en el que colilla adquiere un significado independiente, referido al resto de un cigarro o cigarrillo.
En el español antiguo, las normas para generar diminutivos eran más estrictas y se atenían a criterios morfológicos. La forma más usada hasta al menos la Edad Media fue -illa/-illo, que heredamos del latín -ellus/-ella/-ellum. A partir del siglo XV, las normas y las formas se flexibilizaron y se abrió un amplio abanico de posibilidades de producción con sufijos.
En la actualidad, el sufijo predominante en el ámbito hispánico para las cosas pequeñas o cuquis es -ita/-ito, que es, por así decirlo, el sufijo genérico. El antiguo sufijo por excelencia, -illa/-illo ha perdido terreno en favor de -ita/-ito, pero se conserva en gran parte de Andalucía.
También ha reducido mucho su presencia -ica/-ico, que antiguamente era común en el norte y en el centro de España y ahora sigue siendo frecuente en zonas del Caribe, en alternancia con -ita/-ito, y en zonas de Andalucía, Murcia, Aragón, Navarra y la Mancha (donde convive con -eja/-ejo, también presente en la zona andina). En el resto de la península ibérica encontramos –uca/-uco (Cantabria), -eta/-ete (Aragón, Cataluña y Levante) y los derivados del -inus/-ina/-inum latino: -ina/-ín en la zona noroccidental, -ina/-ino en la suroccidental y la variante palatal -iña/-iño en Galicia. Por último, tenemos variaciones de todos ellos con los interfijos -c-/-ec- en monosílabos como pan > panecillo, en bisílabas con diptongo –ie o –ue (fiestecita), acabadas en –e (hombrecillo), vocal tónica (sofacito) o -n, -r (montoncico), entre otras, con mayor frecuencia en España que en América (fiestita, lechita).
Además del aspecto geográfico, hay factores que influyen en la elección de un sufijo u otro y que diluyen esas fronteritas identitarias de lo pequeño. Los tipos de palabras que admiten sufijos apreciativos con mayor facilidad son los sustantivos, los adjetivos y los adverbios. En el caso de los adverbios hay una producción más generosa en el español de América, apenitas explotada en el europeo. Tampoco se aprovecha en la península la posibilidad de menguar los numerales ni los demostrativos o los posesivos. Aunque cada zona tiene lo suyito en cuanto a preferencias diminutivas, también cuentan la intención, el contexto y el tipo de palabra.
En general, los diminutivos conllevan intenciones afectivas, pero, por su relación con el tamaño y la relevancia, pueden tener matices despectivos. El sufijo -ita/-ito es el más neutro, el más productivo, el que se adapta a más categorías gramaticales y el que menos connotaciones peyorativas tiene. Entre los muchos ejemplos de valoración positiva que añade un sufijo está el que podríamos llamar «diminutivo apetitoso» por la cantidad de términos del campo semántico de la comida que lo reciben: cafetito, paellita, cocidito, fritito, picadito, cebollita, ajito, sopita, etc. Cualquier alimento es susceptible de ser más apetecible con un sufijo. El lenguaje empleado con los niños también utiliza este registro y se extiende a los adultos al servir el valor atenuante de los diminutivos para convertirlos en eufemismos (braguitas).
El menosprecio con sustantivos de persona, en el español europeo, está más ligado a la terminación -illa/-illo (listilla, famosillo) y se hace más evidente con profesiones u oficios (maestrillo, jefecillo).
La ironía, la complicidad y la atenuación son frecuentes con -ete (cabroncete, amiguete, guapete, vejete, grupete), aunque no se encuentran pares femeninos en -eta por alguna razón de la que debemos excluir motivaciones antropológicas que apunten a que las mujeres no somos objeto de colegueo, porque existe chochete, pero es masculino. De hecho, amiguete está lexicalizado y amigueta, de usarse, tendría un uso dialectal. Podemos inferir que el rechazo lo provoca la terminación y no el género, probablemente por una cuestión fonética: porque no nos suena bien, que es, en definitiva, uno de los principales mecanismos de evolución de las palabras.
El sufijo -eja/-ejo también tiene una consideración despectiva que se observa en lexicalizados como tipejo o calleja; sin embargo, no se percibe necesariamente así en las zonas en las que es natural usar diminutivos con esa terminación, como sucede en general con los sufijos dialectales.
Además del lugar, el tipo de palabra y el contexto, hay que tener en cuenta la intención. Una cosita puede tener una gradación de matices que van desde el atenuante por pudor o cortesía hasta la hostilidad, dependiendo del tonito. Si son dos cositas tienden a amenaza. Teniendo en cuenta este aspecto subjetivo, se deduce que es imposible intentar sistematizar todas las connotaciones apreciativas.
La sufijación es un mecanismo muy productivo del español y, aunque hay terminaciones más vivas que otras y algunas palabras no admiten diminutivos por razones fonéticas o semánticas —como algunos sustantivos que designan conceptos abstractos (por ejemplo, fe)—, lo cual establece ciertos límites, es frecuente la creación libre y de ello hay muchos ejemplos en la literatura, si bien es cierto que su hábitat natural es la lengua coloquial. De esa producción nacen nuevas palabras lexicalizadas que pasan al diccionario con entidad propia, como rebujito, incorporada recientemente, o disfrutón; pero esta es otra historia, de palabras más gruesas.
Los diminutivos implican ternura en varias de las acepciones del término, por su relación con lo pequeño, con la infancia y con lo afectuoso, aunque tengan un lado oscuro, como los vecinos amables.
«En el resto de la península ibérica encontramos –uca/-uco (Cantabria), -eta/-ete (Aragón, Cataluña y Levante) y los derivados del -inus/-ina/-inum latino: -ina/-ín en la zona noroccidental, -ina/-ino en la suroccidental y la variante palatal -iña/-iño en Galicia.»
Me están llegando recuerdos de cómo el chapapote afectaba a Galicia, Cantabria y el País Vasco con aquella sorprendente capacidad para saltar. No soy muy de conspiraciones, pero la tendencia es alarmante (https://www.jotdown.es/2019/01/patria-querida-de-quien/). ¿Está prohibido mencionar Asturias en un contexto no negativo en JotDown?
Muy bueno. Una que me deja locquito es el diosito que cada vez se usa más en latinoamérica , eso debería ser blasfemia o blasfemilla , por lo menos
Verdad? Tendría que ser diosecito pero…
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ES FUERA ESO SERIA DIMINUTIVITO UNMENTIVITO INDIVIUITO
A mí, uno que siempre me ha dejado picueto, porque ni en mi casa ni en el resto de mí entorno jovenzuelo se usaba, por no hablar de su dudosa morfología, es «cafelito». ¿Qué pinta ahí esa ele? Ahora ya no me lo pregunto tanto, pero no por falta de curiosidad.
Me ha faltado en el artículo una referencia al arcaico pero aún usado, al menos por mí, – uelo, con esa diptongación tan inconfundiblemente castellana, que se suele aplicar a palabras ya de por sí diminutivos como chicuelo, pequeñuelo, pero ojo que también existe mujerzuela