Viene de «Carmen Martín Gaite, una señorita de provincias (1)»
II. Tirando del hilo de la memoria
La primera obra de Carmen Martín Gaite es la novela corta El balneario, que alcanza una cierta difusión y da a conocer a su autora al ser galardonada con el Premio Café Gijón de Relato Corto en 1954. Es una narración que presenta a una escritora interesada por un universo onírico de ecos kafkianos y los comportamientos y situaciones irracionales. Un relato fantástico que, en algún sentido, anticipa la atmósfera en la que se desarrollará la que seguramente sea la mejor de sus novelas, El cuarto de atrás, publicada más de veinte años después, en 1978.
Unos años más tarde, el éxito de Entre visillos y el espaldarazo crítico conseguido gracias al Nadal le permitiría estabilizar su situación profesional como escritora. Posiblemente se trate de su novela más famosa (tal vez con la excepción de Nubosidad variable, que fue un verdadero fenómeno de ventas ya en la década de los noventa, y, al decir de su editor, Jorge Herralde, el libro más vendido de la colección Narrativas Hispánicas de Anagrama). Aunque Entre visillos dista mucho de ser la mejor de sus novelas, y con toda probabilidad acuse en exceso la relativa inmadurez de la escritora (que era entonces todavía muy joven), sobre todo en comparación con la calidad futura que alcanzaría su obra en las décadas siguientes. De todos modos, es una novela hermosa y sutil que refleja el anhelo de abandonar el universo limitado y opresor de la vida en las pequeñas ciudades de provincias en los años cincuenta. Era un alegato en favor de la libertad de la mujer, pero también, en un sentido más amplio, de la independencia moral y de criterio. De hurtarse al futuro predestinado de joven burguesa, de señorita de provincias, y tomar otro camino. Preocupaciones centrales que dirigirán el devenir de la escritora durante toda su vida.
Muchos de esos temas vuelven a encontrarse en esa obra excepcional que es El cuarto de atrás. La novela se publicó en el año 1978, el mismo en el que morían con apenas dos meses de diferencia sus padres, José Martín y María Gaite. En diciembre de aquel 1978 a la novela le sería concedido el Premio Nacional de Literatura, el primero otorgado a una mujer. En su obra muchos de los escenarios y personajes estuvieron inspirados por lugares y personas reales, pero esta característica de su mundo ficcional alcanza su absoluta plenitud en la minuciosa recreación de los escenarios de la memoria llevada a cabo en El cuarto de atrás, donde el espacio del cuarto de los juegos en la vieja casa familiar simboliza el peso del pasado en nuestro recuerdo. La novela es un ejemplo excepcional de un mestizaje de géneros narrativos que no tiene límites. La obra termina con un final abierto (al final no queda claro si todo ha sido un sueño), y se presenta como un artefacto literario ambiguo: es un texto manifiestamente autobiográfico que, sin embargo, se envuelve en el manto de la ficción novelesca. Mostrando, con todo, una imagen perfectamente coherente de la vida real de la autora, de su personalidad, pensamiento e idiosincrasia. En España desconocíamos aún el término, pero El cuarto de atrás es una autoficción en toda regla, y, dicho sea de paso, una de las muestras más brillantes de las ricas posibilidades que ofrece esta modalidad narrativa cuando se emplea con creatividad y talento. Hoy en día, la moda de la autoficción ha provocado que se abuse del término hasta su inoperancia, y sus procedimientos se han mecanizado un tanto, haciendo predecible y tópico lo que en otro tiempo había sido un novedoso y refrescante enfoque narrativo. Tengamos en cuenta que en el momento de escribir Martín Gaite su novela, el concepto solo tenía cinco años de antigüedad cuando lo acuñó el novelista francés Serge Doubrovsky para describir su novela Fils (aunque, evidentemente, la autorrepresentación autorial en la ficción es algo que viene haciéndose desde hace siglos, y ya practicaron, en nuestra literatura, desde Cervantes hasta Max Aub, pasando por Miguel de Unamuno, por citar solo algunos nombres ilustres).
Una de sus mayores originalidades en el relato es concebir un ámbito intimista que se solapa con lo fantástico, donde el mismo diablo aparece como personaje. La parte sentimental de la historia se conjuga con otra dimensión netamente social, que no ideológica o política en un sentido estricto, pero que se lee como testimonio de la vida cotidiana durante el franquismo y los efectos que la sociedad del régimen tuvo entre las clases burguesas. La autora rememora así la larga posguerra en la que el dictador se erigió en una figura acaparadora del imaginario de todos los españoles, en especial de aquellos que tenían muy escasos recuerdos del tiempo anterior a su gobierno: «yo tenía nueve años cuando empecé a verlo impreso en los periódicos y por las paredes, sonriendo con aquel gorrito militar de borla […] y fueron pasando los años y siempre su efigie y solo su efigie, los demás eran satélites, reinaba de modo absoluto». La memoria personal se suma así a la memoria histórica. La autora parece captar de esta manera las incertidumbres de la coyuntura del momento. No olvidemos que 1978 es la fecha de la Constitución y que el país estaba inmerso en pleno periodo de transición de la dictadura a la democracia. También fue en algún sentido precursora de una renovada utilización de elementos fantásticos en la narrativa española, una tradición que por lo general en nuestro país ha tendido a estar minusvalorada. Siendo así que en El cuarto de atrás Martín Gaite acertó a cuajar un original combinado de autobiografía, metaficción y fantasía.
El argumento de la novela es sencillo. La protagonista, una mujer llamada simplemente «C.», tal vez a evocación del «K.» de Kafka, consigue conciliar el sueño tras llevar muchas horas bregando con el insomnio. Al poco rato, la despierta la llamada telefónica de un desconocido. Es un hombre que viene a entrevistarla porque ella es escritora. Y ella, aunque está todavía un poco aturdida por el escaso sueño, accede a recibirlo. La novela se desarrolla como una larga conversación que los dos mantienen, y ella habla sobre la historia reciente de España y sus propios recuerdos, reflexiona sobre el paso del tiempo, el mundo de los sueños y el de la ficción, y realiza consideraciones sobre su propia obra y sobre la de otros escritores. Al final, C. despierta del todo, con la duda de si la conversación ha sido real o si todo ha sido simplemente un sueño. Además, el diálogo lo preside un grabado en el que se ve a Lutero conversando con el diablo, de acuerdo con la leyenda según la cual el reformador religioso fue visitado por espíritus demoníacos. Entre los libros amontonados por la habitación, se encuentra la Introducción a la literatura fantástica de Tzvetan Todorov. Un libro que, según explica la protagonista, «habla de los desdoblamientos de personalidad, de la ruptura de límites entre tiempo y espacio, de la ambigüedad y la incertidumbre». Palabras que sirven igualmente para describir los recursos literarios de la novela. El inesperado entrevistador se convierte en el interlocutor ideal de C. en aquella noche de tormenta e insomnio. Su presencia es lo que hará aflorar las palabras de la escritora. El interlocutor estará siempre rodeado de un aire de misterio, vestido de negro, adoptando una actitud a veces seductora, parece saber mucho de la vida de la autora, acaso se trate, como sospecha C., del mismo diablo, y se desvanecerá al final de la noche de una forma tan enigmática como lo fue su venida. Ese hombre de negro, ese visitante nocturno, podría simbolizar una especie de alter ego oscuro de la escritora, tal vez una proyección de su subconsciente, un ardid de su imaginación para que deje volar la fantasía, se deshaga del corsé de la razón, y sea por ello una mejor narradora: capaz de derribar los muros que separan la realidad de la fantasía, el sueño de la vigilia. Tras la conversación, el hombre de negro se esfuma. Parece entonces que C. se ha vuelto a quedar dormida. Al despertar descubre tres objetos que parecen dar fe de que ese hombre ha estado realmente en su cuarto: unos folios mecanografiados, dos copas vacías en una bandeja y una cajita dorada que contiene píldoras estimulantes de la memoria. La novela concluye así, revelando una estructura circular que remite a las páginas iniciales del libro:
Ya estoy otra vez en la cama con el pijama azul puesto y un codo apoyado sobre la almohada. El sitio donde tenía el libro de Todorov está ocupado ahora por un bloque de folios numerados, ciento ochenta y dos. En el primero, en mayúsculas y con rotulador negro, está escrito «El cuarto de atrás». Lo levanto y empiezo a leer:
«…Y sin embargo, yo juraría que la postura era la misma, creo que siempre he dormido así, con el brazo derecho debajo de la almohada y el cuerpo levemente apoyado contra ese flanco, las piernas buscando la juntura donde se remete la sábana…» [Esta es efectivamente la primera frase de El cuarto de atrás]
¡Qué sueño me está entrando! Me quito las gafas, aparto los folios y los dejo con cuidado en el suelo. Estiro las piernas hacia la juntura de la sábana y, al ir a meter el brazo derecho debajo de la almohada mis dedos se tropiezan con un objeto pequeño y frío, cierro los ojos sonriendo y lo aprieto dentro de la mano, al tiempo que las estrellas risueñas se empiezan a precipitar, lo he reconocido al tacto: es la cajita dorada.
En cualquier caso, sea cual sea la interpretación que prefiramos, la fantástica, la simbólica, o la natural, El cuarto de atrás tiene como pilar de su temática la idea de la narración misma. Es una novela donde se aborda el problema de la incomunicación y la autora se centra en la búsqueda y la consecución de la interlocución. Ese intercambio de palabras mediante el diálogo es lo que permite la estructuración de la materia narrada, y el mecanismo que logra, en última instancia, alcanzar la identidad propia y comprenderla. Ese encuentro con el interlocutor ideal es lo que posibilita al personaje narrador habitar el tiempo que le corresponde y reconocerse a sí misma. El interlocutor misterioso es el vehículo a través del cual ha podido acceder a sus propios y más íntimos secretos. Para saber quién es la protagonista debe saber quién ha sido y cómo ha llegado a su situación actual. La palabra como proyección introspectiva que religa el pasado al presente. La rememoración es un ejercicio de catarsis que limpia las cosas y las pone en su justo lugar. Así, poco después de la muerte de Franco, la escritora había por fin encontrado el momento oportuno para tirar del hilo de su memoria y reconstruir un pasado personal y colectivo. Como para cualquier niño de la guerra, para Carmen Martín Gaite el franquismo había sido un telón de fondo represivo, la grisura real de la que se escapaba refugiándose en el cuarto de atrás donde la imaginación podía vagar libremente. En la novela misma se evoca el entierro de Franco. El telón de la dictadura ha caído al fin. Ahora, desde la libertad de expresión es posible para la autora construir su propia subjetividad y aprehender la historia. Porque la historia, tanto la íntima como la pública, a menudo se confunde con el sueño y la pesadilla. Y solo la palabra libre permite explorar sus recovecos.
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Hola, soy Antonio Alba, el autor de la fotografía que encabeza este artículo. No tengo constancia que esta fotografía haya sido utilizada en el documental “Imprescindibles “ de RTVE.
No tengo ningún problema en que se utilice la imagen siempre que se ponga en algún lugar visible el nombre del autor.
En mi web https://www.antonioalba.es y en el apartado “De aquí y de allá” pueden ver la imagen.
Saludos.
Hola, Antonio. Ha debido de ser una confusión de archivo con una imagen de la parte anterior de la serie de artículos, lo lamentamos. Acreditamos bien la imagen y te damos las gracias junto con las disculpas. Un saludo.