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Victor Klemperer: la forma es la persona

Klemperer
Una multitud durante la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de Berlín en 1936. Fotografía: Getty.

Las leyes de Nuremberg, aprobadas en 1935, dos años después de la llegada al poder de Hitler, desposeían a los judíos de su condición de ciudadanos. No eran alemanes, no eran arios. Era el principio del horror. Aunque lo intentaron, no pudieron privar a Victor Klemperer (Landsberg, 1881-Dresde, 1960) de la mejor condición: la de filólogo. Hasta entonces, Klemperer daba clase en la Universidad de Dresde, ocupaba la cátedra de Literatura Francesa, y en ella se refugiaba mientras era testigo de lo que se venía. Klemperer era judío, había combatido en la Gran Guerra y estaba casado con una aria, circunstancias que lo salvaron de la deportación a los campos, pero no, por supuesto, del maltrato ni de las leyes raciales: perdió su cátedra y fue enviado a trabajar a una fábrica; su casa dejó de ser su casa y lo obligaron a trasladarse a una casa de judíos —que, con el paso de los años y conforme se desarrollaba el plan nazi, cada vez eran menos—. Su condición de filólogo lo salvó, «me aferré al lenguaje», dice. Su estudio sobre el nazismo y sobre cómo colonizó el pensamiento a través del lenguaje, de un modo rotundo e insistente, para imponer una visión monolítica es valiosísimo. «En las horas de asco y desesperanza, en la infinita monotonía de un trabajo absolutamente mecánico en la fábrica, junto a las camas de enfermos y moribundos, junto a las tumbas, en los momentos de apuro o de suma humillación o cuando el corazón ya no podía más físicamente, siempre me ayudaba esta exigencia que me planteaba a mí mismo: observa, analiza, guarda en la memoria lo que ocurre —mañana será diferente, mañana lo percibirás de otra manera—; regístralo tal como actúa y se manifiesta por el momento».

Es lo que cuenta en LTI. La lengua del Tercer Reich: Apuntes de un filólogo, un libro, destilado de sus diarios y notas, que se publicó por primera vez en 1947 en alemán. La Editorial Minúscula lo tradujo al español en 2001 y desde entonces no ha dejado de reimprimirse. Sigue Klemperer: «Y muy pronto esta exhortación a ponerme por encima de la situación y a conservar la libertad interna se plasmó en una sigla secreta cada vez más eficaz: ¡LTI, LTI!». LTI son las siglas de Lingua Tertii Imperii, lengua del Tercer Reich en latín. El mundo se desmorona y el filólogo toma nota. Hay dos milagros en esta historia: el primero es que Klemperer no fuera asesinado; el segundo, que sus notas sobrevivieran. LTI. La lengua del Tercer Reich cuenta también las peripecias durante la guerra del filólogo y su mujer, y de otros judíos o no judíos con los que compartieron desventuras, de quienes recibieron ayuda. No todos corrieron la misma suerte. 

El libro se lee en parte como una novela de aventuras, con la tranquilidad que da saber que el héroe sobrevive, con la tranquilidad de que los malos perdieran la guerra, aunque sabemos que el daño que hicieron fue irreparable y que lo que siguió a la «liberación» de Alemania fue la sovietización de la mitad del país y todo lo demás. La historia del siglo XX no es muy edificante. 

Klemperer tiene sentido del humor —nos hace especial gracia a los filólogos, los mismos que respondemos al chiste del asterisco en la fiesta de puntos con las carcajadas más fuertes—, y este se manifiesta sobre todo cuando retuerce el lenguaje y juega con la ambigüedad y los dobles sentidos. Por ejemplo, escribe: «Nunca, nunca en toda mi vida, un libro me hizo retumbar tanto la cabeza como El mito del siglo XX, de Rosenberg [el filósofo del nazismo]. No porque supusiera una lectura extremadamente profunda, difícil de comprender o estremecedora para el alma, sino porque Clemens me golpeó durante varios minutos la cabeza con aquel tomo. (Clemens y Weser eran los torturadores especiales de los judíos de Dresde y se los solía clasificar como el “pegador” y el “escupidor”)». En tanto que judío, Klemperer no tenía derecho a leer ni a pedir prestado un libro en la biblioteca: los judíos solo podían acercarse a libros judíos. Por eso, las notas originales de Klemperer están llenas de posposiciones, como él mismo señala: «¡Determinarlo más adelante!… ¡Completarlo más adelante! ¡Responder más adelante!». Klemperer concibe su estudio como el punto de partida, el bruto de un material por estudiar una vez que «los libros emerjan de los escombros y vuelvan a circular», un punto de partida para futuras tesis doctorales de futuros filólogos. «No solo persigo un objetivo científico, sino también uno pedagógico», escribe, y responde de este modo a la pregunta de por qué hay generalizaciones y no publica sus notas tal cual. 

«El lenguaje saca a la luz aquello que una persona quiere ocultar de forma deliberada, ante otros o ante sí mismo, y aquello que lleva dentro inconscientemente. Ese es también, sin duda, el sentido de otra frase: Le style c’est l’homme: las afirmaciones de una persona pueden ser mentira, pero su esencia queda al descubierto por el estilo de su lenguaje», escribe Klemperer. 

«El nazismo se introducía más bien en la carne y en la sangre de las masas a través de palabras aisladas, de expresiones, de formas sintácticas que imponían repitiéndolas millones de veces y que eran adoptadas de forma mecánica e inconsciente. Pero el lenguaje no solo crea y piensa por mí, sino que guía a la vez mis emociones, dirige mi personalidad psíquica, tanto más cuanto mayores son la naturalidad y la inconsciencia con que me entrego a él», explica Klemperer. Y a lo largo de sus apuntes de filólogo va desarrollando esa idea —demostrándola— y desplegando ejemplos, situaciones en las que «el judío» Klemperer se topó con la LTI. Ahí va una: si alguien era judío, se decía. Especificar que alguien es un «hombre judío» significa que no es exactamente un hombre, ¿por qué, si no, necesita ese apellido? Todo formaba parte de la deshumanización. Otro ejemplo: el prefijo des- es LTI. Otra palabra que a los nazis les gustaba mucho: pueblo, todo era del pueblo. Convirtieron lo fanático en heroico: el libro se abre con «Heroísmo (en vez de un prefacio)», sobre la idea que el nazismo imponía de heroísmo. Para Klemperer, el heroísmo en la época de Hitler es el que se daba «en el terreno contrario». Y lo fanático ya no era denostado como en la Ilustración francesa, donde está el origen de la palabra, sino que se usaba para decir apasionado. La consideración positiva de fanático nace con el Tercer Reich. «Un fanático es una persona sumida en un arrobo religioso, en estados espasmódicos de carácter extático»; un fanático es alguien que se ha rendido al dogma, que ha suspendido el raciocinio y se entrega a lo que diga el líder, en este caso, Hitler, mesías del nacionalsocialismo. Klemperer explica también que el nazismo, a través del lenguaje, dotó al Führer de características casi sobrenaturales: por ejemplo, la idea de que Alemania ganaría la guerra, que daría un vuelco el día del cumpleaños de Hitler (20 de abril), que Dios no permitiría que Alemania perdiera porque Hitler era el elegido. Los nazis copian de la religión lo de estar presente en los momentos más importantes de la vida de una persona: nacimiento, boda y divorcio. Con la LTI llega la germanización de los nombres. Otro asunto que se ha desarrollado luego es la relación del nacionalsocialismo con el romanticismo alemán: tiene ahí sus raíces. Liquidar —tomada del lenguaje comercial— para referirse al exterminio es otro ejemplo de LTI. «Sistema, como inteligencia y objetividad, pertenece a la lista de lo repelente». Los nazis «no poseen un sistema, sino una organización, ellos no sistematizan con el intelecto, sino que auscultan los secretos de lo orgánico». Aquí una advertencia —y una pista—: «El pensamiento aspira a la claridad, la magia se practica en la penumbra», escribe Klemperer. Las metáforas deportivas eran frecuentes en la LTI, Goebbels —el doctor (LTI, claro)— prefería las de boxeo. 

La principal característica de la LTI es su pobreza: «La LTI no era pobre solo porque todos se veían forzados a adaptarse al mismo modelo, sino en particular porque, optando por una autolimitación, siempre expresaba solo un aspecto de la esencia humana». La neolengua que inventó Orwell en 1984, publicada dos años después que el libro del filólogo alemán, era también pobre. Reducía el vocabulario para reducir el pensamiento. «La intención de la neolengua no era solamente proveer un medio de expresión a la cosmovisión y hábitos mentales propios de los devotos del Ingsoc, sino también imposibilitar otras formas de pensamiento», escribe Orwell. Cosmovisión, por cierto, era una palabra frecuente durante el nazismo. Algunas de las cosas que explica Klemperer —que se siguen perfectamente incluso sin saber alemán— se han desarrollado luego y su valor de verdad no se pone en duda, como la habilidad propagandística de Goebbels o lo que toma prestado el nazismo del cristianismo; de otras que tienen que ver con detalles filológicos nos enteramos aquí, y otras confirman un pálpito: el uso de las comillas irónicas es nazi: «El entrecomillado irónico no se limita a esa cita neutra, sino que pone en duda la verdad de lo citado y declara que son mentira las palabras comunicadas. Ya que en el discurso hablado esto se expresa simplemente tiñendo la voz con un tono de burla, el entrecomillado irónico guarda una estrecha relación con el carácter retórico de la LTI». Dice Klemperer con respecto a la expresión sin duda que «siempre se dice sin duda precisamente cuando se acumulan y se oponen las preguntas»; o sea, que «las afirmaciones de una persona pueden ser mentira, pero su esencia queda al descubierto por el estilo de su lenguaje». Paul Valéry —que aparece mucho en el capítulo que Klemperer dedica a descubrir cómo desaparece la palabra Europa— decía que la sintaxis es una cualidad del alma. 

Pienso a menudo en el principio de Las pequeñas virtudes, el ensayo de Natalia Ginzburg sobre la educación de los hijos. Dice que hay que enseñar las grandes virtudes, que las pequeñas nos rodean. Recomienda, por ejemplo, no fomentar el ahorro para no darle al dinero un valor sagrado. Pienso siempre en ese texto porque creo que con las palabras sucede al revés: no hay que enseñar las grandes, sino las pequeñas. Y hay que desconfiar de quien usa grandes palabras.

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4 Comments

  1. francisco clavero farré

    LTI es una obra maestra. Habría que estudiar, yo al menos no he leído nada, la supervivencia e influencia de la LTI sobre nuestra habla. El tema del lenguaje deportivo aplicado a la política podría ser sintomático.
    Los diarios de Klemperer son maravillosos; quizá lo mejor que se pueda leer sobre la vida cotidiana en el tercer reich.

  2. Excelente artículo. Incluso para un lego en filología como yo.
    Muchas gracias

  3. Por eso el sistema de lenguaje o Inteligencia Artificial, es la firma de pensamiento más capaz jamás imaginada.

  4. Patricio Osses Herrera

    El lenguaje es la persona en el se refleja su ser íntimo,las palabras simples gracias, por favor, cómo está usted qué difícil usarlas, voy a buscar literatura de este autor gracias

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