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Silvina Giaganti: «No es nada fácil que tu destino esté en una clase social que no es la clase de la que surgiste»

Silvina Giaganti para Jot Down

De Silvina Giaganti (Avellaneda, 1976) se puede decir que es crítica cultural, que estudió Filosofía, que es escritora. Pero eso, además de cierto, sería insuficiente. Es colaboradora habitual en medios argentinos, en 2017 publicó su primer libro Tarda en apagarse, una serie de poemas narrativos que se convirtió en un pequeño éxito inesperado y, como no le gusta forzar a la literatura, cinco años después salió Donde brilla el tibio sol, un libro de relatos con el fútbol y su amor por el club Independiente de Avellaneda como tema y también como excusa para hablar de las relaciones familiares, los tránsfugas de clase, la sexualidad, las traiciones.

Quedamos para encontrarnos en una tradicional y reciclada confitería del microcentro porteño. La cantidad de gente —locales y evidentes turistas— nos disuadió y caminamos hasta un bar más tranquilo, dejándonos llevar por la guía atenta de Silvina que aprovechó para mostrarnos la galería que frecuentaba cuando era más joven, el local de discos, el cine que ya cerró. Durante la entrevista va a decir muchas veces que no es una persona amable. Eso no es cierto. Charlar con Silvina Giaganti es fácil y desafiante a la vez: se toma su tiempo, escucha, revisa sus opiniones y, sobre todo, habla de temas conflictivos prescindiendo de consignas, discursos facilistas y palabras pret a porter.

Cuando dijiste en tu casa que ibas a estudiar filosofía, ¿qué pasó, te preguntaron «y de qué vas a vivir»?

Creo que haber tenido una familia con tan poco contacto con la educación denominada superior, incluso con poco contacto con la educación media —mis padres no terminaron el colegio primario, ninguno de los dos— y haberse dedicado a oficios manuales —mi papá trabajó de soldador toda su vida en SEGBA [Servicios Eléctricos del Gran Buenos Aires] hasta que se jubiló y mi mamá, ama de casa, había trabajado en Alpargatas [fábrica textil] antes de tener a su primera hija, creo que este acontecimiento de poco contacto con la educación superior y con la educación media, hizo que para ellos fuera lo mismo haberles dicho que iba a estudiar filosofía o contadora. Ellos no pudieron orientarme, ni siquiera en la escuela primaria, porque no contaban con recursos, no me podían ayudar a resolver una cuenta o saber cómo se escribía una palabra, no pudieron sentarse conmigo a planificar, todas cosas que yo fantaseo que hacen las familias.  Y, si bien no pudieron eso, yo creo que desde las prácticas y desde cierto respeto sobrio al saber, quizás esto es algo que estoy poniendo yo, pero creo que había un respeto sobrio al saber desde algo tan elemental como los programas de televisión que miraban, dentro de la poca oferta que había mi mamá miraba programas políticos o programas de ficción de calidad. Por ahí es un flash mío, insisto, es como mi reconstrucción para atrás. Creo que para ellos fue importante que yo estudie pero no hubo un mensaje explícito, ¿entendés? 

¿Tampoco había presión para terminar el colegio y salir a trabajar? 

Y… esto es otra lectura, otra mirada retrospectiva… Pero toda mirada es retrospectiva, ¿no? Con relación al dinero, yo viví en una familia de clase media trabajadora, no auto, vacaciones pocas, en un hotel sindical. Y mis tíos compensaban conmigo, me llevaban al Italpark [parque de diversiones que ya no existe], mi tía me compraba ropa, me llevaban al cine, e hicieron algo clave por mí. Cuando yo tenía nueve años mi tío me regaló un libro. Yo iba a la casa de mi tía, que tenía una biblioteca increíble, y me colgaba a leer y ellos lo vieron, me prestaron atención. Era un libro de Elsa Borneman que se llamaba El libro de los chicos enamorados, eran poemas rimados para la niñez, y lo habré leído cinco veces, después lo perdí y hace unos años me lo volví a comprar en otra edición. Y ahí empezaron, para Navidad y para los cumpleaños, a regalarme libros. 

Me gusta eso que decís de tus tíos: que pudieron verte.

Sí, quería mencionar lo de mis tíos porque creo en la idea de que las familias no sean familias nucleares, me atrae mucho la idea de no restringir la familia a lo nuclear. Es una manada, un poquito más grande. ¿Para qué? Porque una manada más grande permite más miradas sobre ese niño, sobre esa niña y permite captar algo que quizá el padre o la madre no pudieron o no supieron captar. Y en mi caso, eso fue esencial para mi desarrollo; mis tíos pudieron ver que a mí me gustaba leer. ¿Qué hubiera pasado si mis tíos no existían o no hubieran visto que a mí me gustaba leer? Me lo pregunto como contrafáctico, qué tipo de niña hubiera sido yo sin eso que se volvió tan constitutivo de mi vida a los nueve años. Por eso creo que hay que desarmar la familia nuclear.

Claramente es algo que tenés muy pensado, no sé si fuiste a análisis…

Sí, hago desde los catorce. Vengo de ahí. Tengo cuarenta y seis, pensá que hace treinta y dos años que me analizo.

Silvina Giaganti para Jot Down

La familia entonces está pensada y además está escrita. En tus dos libros. Cuando te preguntaron qué habían dicho tus padres sobre tu primer libro dijiste que no sabían que lo habías escrito. Cinco años después escribiste el segundo y se los dedicaste. La familia propia como tema ¿fue algo que estuvo siempre presente o se fue imponiendo como algo que tenías que sacarte de encima?

(Se toma su tiempo para responder, mucho tiempo) Yo con mi familia tengo treguas. Tengo momentos de treguas, pero no de paz.

En el epígrafe de Donde brilla el tibio sol hay una cita de Didier Eribon. Yo lo conocía por un libro que sacó hace muchísimos años, un libro que se llama Reflexiones sobre la cuestión gay y, desde la literatura, analiza el tema de la vergüenza sexual. Y me rompió la cabeza, ese libro me estalló la cabeza. Lo tengo todo marcado, yo ya no marco libros, pero quince años después de leerlo, uno de los libros constitutivos de mi vida, tuve una novia que me decía «Sil, vos tenés que leer Regreso a Reims». Yo te juro que te voy a contestar lo que me preguntaste (risas).

Igual, yo te pregunté re largo.

Bueno, «vos tenés que leer Regreso a Reims», después otra gente poeta también hablaba de ese libro, era un libro que aparecía. Empieza la pandemia y digo «bueno, es momento de leerlo». Didier Eribon es sociólogo, discípulo de Pierre Bourdieu —que habla de la clase como determinante de las elecciones— y escribe este libro que es el regreso al lugar donde él nace y se cría, un lugar que es la antítesis de París donde él se nutre intelectualmente y finalmente desarrolla su carrera y sus gustos y donde además puede darle rienda suelta a una sexualidad vivida con libertad y sin las presiones de un pueblo con una cabeza más acotada para aceptar ciertas disidencias. Vuelve a Reims y hace un análisis de esta partición que él siente y que experimentó toda su vida, de estar —valga la redundancia— partido entre dos mundos, ¿no? Un mundo del que surge con el que no tiene nada que ver y otro en el que finalmente, por voluntad y deseo y azar y trabajo se desarrolla, que es un mundo intelectual. Y habla un poco de que este «estar partido» significa también haber sentido vergüenza, y lo dice con palabras textuales, él se considera un tránsfuga de clase. No es nada fácil cambiar de clase, no es nada fácil circular entre clases, no es nada fácil que tu destino esté en una clase social que no es la clase de la que surgiste y, por otro lado, no te vas nunca de la clase de la que surgiste. Por eso estás partido. Y cuando leí ese libro dije «yo no puedo creer que alguien haya escrito esto tan bien». A mí me parecía que eran todas sensaciones mías. 

Alguien le puso palabras a lo que tenías confuso, desordenado. 

No lo podía creer. ¿Esto existe? ¿Existe alguien que se haya sentido partido entre clases y que en el fondo sienta que no pertenece a ningún mundo? Porque él dice «cuando me voy de Reims y llego a París, salgo del closet sexual porque puedo vivir libremente mi vida sexual en una ciudad más liberal, pero a su vez me tengo que meter en el clóset de la clase, porque con la gente con la que me empecé a mover en la universidad tenía que simular que no era provinciano, tuve que cambiar mi lenguaje, tuve que cambiar mis modos. Salí de un clóset para meterme en el otro».

Cuando llegaste a Buenos Aires para estudiar en la universidad, ¿sentiste eso?

¡Re! Re, sentí eso y lo sigo sintiendo porque eso no caduca, sí.

Sí, pero todo eso fue un movimiento que no fue solo ir a cursar, no sólo venir de Sarandí a Caballito, fue muchos años antes empezar a venir, a salir, ir al centro a los boliches de San Telmo a tratar de encontrarme con gente parecida a mí… Y eso significaba muchas cosas: gente que leyera, gente que fuera al cine, gente que sexualmente no fuera estrictamente heterosexual, gente a la que le interesara la política, gente a la que le interesara la cultura. 

Tenías un montón de requisitos

¡Claro! Y todo estaba acá y en Avellaneda no, eso sinceramente no ocurría. Y mucha gente me ha hecho el siguiente comentario «¡Vamos, si Avellaneda está pegada a la capital! 

Claro, está acá no más, no venís de La Pampa. ¿Qué contestás?

No es una cuestión de distancia geográfica, no es que cruzás el puente Pueyrredón y ya está, no es eso. Hay toda una idiosincrasia que es radicalmente diferente a Capital, en donde tenés muchísimos más estímulos que en Provincia. 

¿Explicás, por favor, esto que te decían «Avellaneda está acá nomás»? Cualquier extranjero sabe cómo es Buenos Aires, la Capital, pero ¿cómo es lo que se conoce como Provincia?

¿Vos querés que yo te cuente? ¿Qué Avellaneda querés que te cuente? ¿La Avellaneda que está en el segundo libro con cruces sociales, o querés que te cuente cómo era la Avellaneda en la cual yo abría la puerta y salía la vereda, esa Avellaneda industrial? 

Bueno, la idea que yo tengo de Avellaneda es la de un lugar que fue muy industrializado, muy referenciado con el peronismo, con la masa obrera y las fábricas, un lugar que está muy cerca, pero está muy lejos.

Je je je je, je, está muy bien eso que dijiste, está bien. En algún momento fue la ciudad industrial más importante de un país que, también en algún momento, fue recontra industrial, con dos equipos de fútbol grandes. Entonces no te voy a hablar de la Avellaneda de la que hablo en el libro, las fábricas, la que en los noventas tuvo el primer shopping del país, no te voy a hablar de la Avellaneda que tenía sus propios cines y sus teatros, no te voy a hablar de los escritores que surgieron de Avellaneda ni te voy a hablar de la masa obrera que Avellaneda empleaba en sus curtiembres, en la fabricación de telas, en los frigoríficos, no te voy a hablar de lo clave que fue para el desarrollo industrial del país, sí te voy a hablar de la Avellaneda de la década del ochenta que es la década de mí de niña, de lo que yo experimenté. Soy de Sarandí que es una localidad del partido Avellaneda, que es grande y es una Avellaneda que en mi niñez la disfruté porque se podía vivir y estar en la calle, aunque fueras una niña de ocho años, sin ningún tipo de peligros y sin que te tuvieran que mirar tus viejos [tus padres] o los viejos de tus amigos, los hermanos mayores o la abuela. Era un barrio absolutamente inmune a cualquier peligro para un chico, entonces yo vivía en la calle. Cuando digo «vivía en la calle» es que habíamos hecho una comparsa, vivía arriba de una bici, jugábamos a la escondida, al quemado, todos juegos físicos, cortábamos la calle para jugar al fútbol, íbamos a explorar el cementerio y hoy, lamentablemente y no por su culpa, los chicos no pueden curtir la calle como se curtía en esa época, es difícil que un chico pueda estar jugando a las nueve de la noche en la calle. Todo a lo que jugábamos estaba a la altura de la capacidad económica de nuestros padres, no hacía falta guita [dinero]. Mi viejo por ahí me llevaba un día al cine, mis viejos fueron muy generosos conmigo, mi papá me daba lo que no tenía.

Al comienzo hablaste de la guerra y la paz con la familia… 

En la adolescencia se empezó a complicar. 

Silvina Giaganti para Jot Down

En tu escritura mostrás las tensiones, sí, pero hay también una mirada amorosa, no edulcorada ni costumbrista de vuelta al barrio, una mirada comprensiva que en tu segundo libro se relaciona con el fútbol: el padre hincha de Boca, la hija de Independiente. 

Sí, sí… (se toma un momento, como no sabiendo si está de acuerdo) Bueno, me olvidé de esto, de que mi viejo me transmitió, no sé si transmitir es la palabra… sí, me transmitió el amor al fútbol, jugarlo y mirarlo. Primero jugarlo, no sé cómo fue el encuentro con eso… Bueno, tenía muchos amigos varones en el barrio y la primera vez que toqué una pelota habrá sido uno de los momentos más felices de mi vida, una verdadera revelación. ¿Viste cuando te preguntan qué momento revelador tuviste en tu vida? Cuando toqué una pelota.

Contás en tu libro que, siendo un poco más grande, tu madre te dice «esto no es para vos». 

No, me pega un grito y me dice «¡vení para adentro!». No fue una charla con fundamentos. Y de hecho yo entendí muchos años después lo que significaba ese grito, que además no era algo propio de ella. Mucho después entendí, y esto es algo mío, que era como «ya tenés doce, trece años y si seguís jugando a la pelota vamos a tener un problema». Y no era un problema por jugar a la pelota, era un problema porque hace treinta y pico de años jugar a la pelota, en una mujer, era considerado claramente tener una orientación sexual que no era la orientación sexual que debía ser. Y, si bien dentro de mi familia tuve muchas miradas que vieron en mí ciertas preferencias como la literatura, esa no la podían ver, esa intentaron no verla y, cuando la vieron, no estuvo bueno. Soy de la generación para la cual su familia no comprendía eso.

En ese momento de la preadolescencia, ¿ya sabías que te gustaban las chicas? 

Lo supe de forma muy temprana y ahí mi vida empezó a perder la gracia porque me daba cuenta de que iba a ser un problema. Además, vos pensá que a la única lesbiana a la que yo conocía era a mí. ¿Sabés lo que es eso?

Y sin referencias ni en el cine ni en los libros…

Nada. Nada. A esa edad, a los once, a los doce, donde yo me empiezo… Me gusta una compañerita y me doy cuenta de que no me gusta porque me cae bien, me gusta. Y por otro lado las palabras o los conceptos usados para designar a las personas como yo, no estaban a mano, ¿entendés? Hasta hace muy poco incluso esos conceptos eran tabú o se usaban peyorativamente. No es que ibas al colegio y decían «Tenemos mujeres que gustan de mujeres, hay varones que gustan de varones». No había una pedagogía que no fuera heteronormada. Y la jerga barrial era siempre peyorativa, entonces claramente yo no tenía interlocutores; era muy chica, estaba sintiendo algo que me daba cuenta de que ya era estructurante de mi persona, que no era un aspecto periférico, me daba cuenta de que era algo que iba a traer problemas. 

¿Luchaste contra eso internamente en algún momento? 

No. Para mí nunca fue una posibilidad. Lo único que pensaba era cómo voy a hacer con esto, te lo juro: ¿cómo hago con esto? Claro, ¡doce años! Y, ¿cómo voy a hacer? Y me deprimí mucho, recuerdo que el primer año del colegio yo me daba cuenta de que estaba deprimida y mi mamá, una persona muy metida para adentro, muy poco… No hablaba con nadie.

Si eso hubiera fluido con más naturalidad, ¿pensás que hubiera cambiado mucho tu forma de ser? 

Yo sería una persona mucho más amable. Yo sería una persona mucho más amable. A los catorce conocí a una chica por carta, de un modo muy analógico, me escribía cartas. Había una revista que se llama 13/20 porque supuestamente era el segmento de edad al que iba dirigida y una vez escribió una chica y dijo «Estoy buscando chicas a las que le gustan chicas». Y le escribí. Imaginate, una nena recibiendo cartas cada quince días, mis viejos no estaban muy involucrados conmigo pero veían que el cartero golpeaba la puerta… Y esperá porque me interesa mucho responder lo que me preguntaste si hubiera fluido y no hubiera habido una reacción… Bueno, mis viejos se enteran, se entera mi familia y todo mal, todo mal. Los quiero, pero me han dicho esas frases que son el acervo de la discriminación, un acervo, un acervo popular de la discriminación tipo «te vas a quedar sola para toda la vida» o «prefiero que te drogues a que seas homosexual». Claramente ellos no entendían que fueran maldiciones, pero eran como maldiciones arrojadas a otra persona. Es un montón que te digan eso. Quizás entendían que realmente podían disuadir, y la sexualidad no se puede disuadir. Entonces, debido a esta cosa que se empezó a armar a los catorce con tanto rechazo y con tanto poder de fuego desde lo verbal, yo siento que mi personalidad en ese momento cambió y me volví esto. Dejé de ser amable, primero, porque tenía el trabajo de reafirmarme a mí misma contra un discurso que me condenaba al aislamiento y a la soledad, que es a lo peor que podés condenar a un ser humano. Tenía que reafirmarme y tenía que conjurar un poco eso, que además venía de la gente que yo más quería. Quiero que quede claro que yo los entiendo, puedo entender, pero tenía que reafirmar mi sexualidad, pensar ¿cómo me las voy a arreglar? Parecía que no había mundo para mí. Entonces mi pregunta es ¿es posible mantenerse calma frente a eso? Es difícil mantener calma y amor hacia las cosas.

Estabas enojada con las cosas y con las personas. 

Ni siquiera era enojo, era poner toda mi energía en defenderme. Entonces me volví una persona poco amable y también alerta, porque sentía que en cualquier momento tenía que defenderme de cualquier agresión, de cualquier agresión verbal o de cualquier desprecio. Claramente la gente que me despreciaba no era consciente de que me despreciaba, pero eran desprecios. 

¿Imaginás que se puedan deponer las armas, que no haga falta estar siempre en lucha para reafirmar tu identidad?

Deberían darse ciertas condiciones, que son un montón porque a veces una siente que en su pedacito de baldosa las cosas están más o menos resueltas, porque a su pedacito de baldosa una se lo armó con muchísima paciencia y con muchísimo tiempo, porque vive en un lugar privilegiado donde la discriminación es de mucha más baja intensidad que en otros puntos del país y ni que hablar del mundo, y porque una supo construir sus redes. Yo tuve que construir mis redes, mi otra familia y un mundo que fuese amable conmigo y todo eso lo tuve que construir, no vino dado. A otra gente le pasará con otros aspectos de su vida, también tendrá que construirse un entorno amable con ellos. No digo que por pertenecer a una disidencia sexual haya tenido que construir y que al resto les es dado el mundo, lo que pienso es que si no hubiera tenido que laburar [trabajar, en el sentido de luchar] tanto estaría menos cansada. Me siento cansada. Hay un hay un stand up de una mina, que no me acuerdo cómo se llama, que es así como una feminista que dice «no me defino como lesbiana, me defino como cansada» (risas).

Yo me siento cansada más que otra cosa porque son años de lucha y la palabra lucha es una palabra que le cabe absolutamente a esto, porque hay gente que puede ser muy afortunada y nacer en una familia megacopada que te diga «¿te gustan las chicas? Está todo bien. Te vamos a acompañar hasta el fin del mundo, vamos a saltar por vos», pero no es lo común. Aunque ahora las cosas estén más habladas, aunque haya leyes que hayan favorecido y que nunca me hubiera imaginado vivirlas, aunque la gente que sigue discriminando al menos se cuida de hacerlo porque sabe que no nos callamos más, como dice el eslogan, a mí me hubiera gustado no luchar tanto para no estar tan cansada. 

Entonces, dejaste Avellaneda y te viniste a Buenos Aires.

Sí, me mudé a los veintiuno pero a los catorce, con la sexualidad como detonante, empecé a venir acá, a salir…

Silvina Giaganti para Jot Down

Te escuché decir que tus amores, tus novias, fueron tu movilidad intelectual ascendente. ¿Esas chicas que conociste te dieron ganas de salir de lo familiar, estudiar?

Re. Re. A los dieciséis años empecé a ir a un taller de escritura y ahí conocí a una chica que primero fue mi amiga durante muchísimos años, después salimos, pero fue una persona clave para mí. Era dos años apenas más grande que yo y ella veía cine alemán y escuchaba una música que yo no había escuchado nunca y se vestía de una manera que yo nunca había visto y frecuentaba bares y boliches que yo nunca había frecuentado y había viajado a Estados Unidos y se había traído CDs, y nos hicimos muy amigas, claramente había una atracción y era mutua y claramente desbordaba lo erótico porque había como una especie de intercambio,  había como una especie de eroticidad en la diferencia.

Todo lo que ella era y tenía ¿no te apabullaba, no estabas con una especie de complejo de inferioridad?

He tenido complejo de inferioridad y estimo que lo sigo teniendo, pero eso en vez de apabullarme y retraerme, me hizo siempre querer más. Fue una punción vital, claro, no fue algo paralizante sino algo que siempre me movilizó. Y bueno, nos hicimos amigas.

¿Y ahí vos estabas ya viviendo tu sexualidad abiertamente?

¡No, no, no!

Seguías luchando.

En mi casa, después de la explosión me muteé, o sea, muteé mi sexualidad.

Entré en un período de tristeza muy grande y puse todo eso en suspenso, lo único que quería era tener veinte años, generar mis propios recursos e irme de mi casa. Era una meta que biológicamente yo no podía acelerar y puse en suspenso mi sexualidad.

Tuviste deseos de hacer un taller literario, ¿querías ser escritora?

Primero la lectura. Mi familia era muy austera en cuanto a la comunicación, entonces leer era como que alguien me hablaba, donde yo entraba en diálogo.

¿Qué leías? 

Como te decía, mi tía tenía una biblioteca, la biblioteca de una persona adulta y yo por ahí tenía once o diez años y agarraba esos libros. Por ejemplo, Simone de Beauvoir, no entendía nada pero creo que está muy bien leer así, que hay algo muy interesante en leer no entendiendo. De hecho, no siempre se entiende.

Alan Pauls lo dice en Trance.

Alan Pauls lo dice en Trance, que hay una resistencia y que esa resistencia en la lectura está buena. No es pérdida. Y sí, efectivamente yo realizaba lecturas sin ningún tipo de guía, de hecho mi tía no sabía que yo estaba del otro lado y leía, también tenía Camus y Sartre y ella tenía anotaciones. No me acuerdo si leía dos o tres páginas y me quedaba dormida, pero tenía voracidad. También creo que esa voracidad está no solamente por un amor puro a la lectura sino porque mi familia era austerísima en cuanto a palabras y no tenía quien me hable. No me hablaban. Y me preguntaste por la escritura, cómo empecé a escribir. Si bien empecé a leer por esta especie de silencio que había en mi casa, creo que empecé a escribir porque había tanto en mi cabeza. 

¿Escribías algún tipo de diario íntimo? 

Escribía algo que no tenía un género, algo que después decantó un poco hacia la poesía. Dos o tres años después de escribir cositas accedí a ese taller de escritura y me acuerdo que llevaba lo que escribía a máquina de escribir y eran poesías muy muy muy cortas y a veces algún tipo de relato medio poético.

¿Hay algo de esa escritura en lo que escribiste después? En lo que llevabas al taller, ¿había algo de la poesía narrativa que de tu primer libro?

No, creo que era más… más etérea, más abstracta, era más pizarnikiana porque era a quien leía. A mí me impactó mucho enterarme que Alejandra Pizarnik era de Avellaneda, además no hay ninguna marca en la obra de Pizarnik de Avellaneda. Hay muchos autores en donde su origen está presente, como hablábamos de Eribon.

Pizarnik podría ser de cualquier lugar.

Un no lugar. No hay marcas, no hay marcas. Su biografía indica que nació en Avellaneda pero podría haber nacido en Barrio Norte, en La Pampa o en un planeta diferente porque sus temas no son casi de este mundo, es lo que se considera poesía y es de esos autores que me generaron una conmoción. No la leo en este momento pero no olvido lo que me generó y además fue muy habilitante saber que era de ahí. Vos me preguntabas qué era Avellaneda y para mí no era un lugar en donde pudieran florecer escritores porque no solamente mi viejo era un tipo que se dedicaba a un oficio como el de soldador, el vecino de al lado también y el de enfrente, y el de la esquina era mecánico y las hijas terminaban poniendo una fiambrería. Nadie se iba de Avellaneda. Y ahora que está tan de moda la palabra endogámico para referirse al mundo de la cultura, bueno, en los barrios la endogamia también existe. Vas a mi barrio y los hijos construyen arriba de los padres y los nietos construyen un piso más, no hay esta idea de irse: es sano mudarse de la casa (risas), es sano tomar distancia. Hay una endogamia tan barrial, todo en una baldosa, todos juntitos, todos compartiendo las mismas costumbres toda la vida… Y, para responderte alguna pregunta que me hiciste en algún momento, eso a mí —independientemente de mi sexualidad y de tener que irme para vivir otra vida— me generaba un agobio… Para ser honesta, yo no quería ser como mis padres. 

Hay que romper con ellos para crecer.

Y sí, un amigo me dijo «crecer es traicionar». Es una frase difícil de digerir ¿no?

No hay connotación positiva en la palabra traición. 

Es verdad, es verdad… No hay posibilidad de que sea un término amable y sin embargo parece ser a veces, y no en pocos casos, la condición de posibilidad de ir hacia un lugar mejor. Y eso es un poco lo que a mí me pasó con mi familia que, al querer desmarcarme tanto, no querer hablar como ellos, no querer haber hecho hasta segundo grado como hizo mi mamá, no querer habitar para siempre ese microclima barrial…, querer desmarcarme y desidentificarme es leído como traición. 

Es lo que de alguna manera está presente en tu último libro. El fútbol, ser hincha de Independiente y no de Boca como tu papá, es un modo de marcar…

Una individualidad. Es posible.

Me encantó esa imagen que usás, esa de que el fútbol es el caballo de Troya.

(Repite lo que dice su escritura) «Donde se esconden los aspectos que dinamitan todo». Sí, sí.

Silvina Giaganti para Jot Down

¿Es el fútbol o Independiente en particular?

Independiente. Independiente vehiculizó siempre, y lo sigue haciendo, me sigue generando una emoción que no me genera nada. Y acá me pongo racional y tomo un poco de distancia y sospecho de que sea el fútbol, de que sea Independiente lo que me hace llorar si voy a la cancha, lo que me hace llorar si veo a la hinchada, sospecho de que sea Independiente y nada más. Mi historia con Independiente es inescindible de mi historia con mi viejo. Esto lo estoy pensando ahora, ¿viste que te dicen que cuando te estás por morir pasan la película de tu vida? Cada vez que yo entro en contacto con Independiente, que veo un partido, pasa la película de mi vida: mi viejo llevándome la primera vez a la cancha que fuimos a ver un Independiente—Ferro, después llevándome a un partido de la Libertadores [Copa Libertadores de América] con un Independiente exquisito, él dejándome en la tribuna de mujeres, yo abrazándome a una señora muy mayor, me acuerdo de la camisa que tenía puesta mi viejo, otro día yendo a la popular [un sector de la tribuna] conmigo para ver otro partido de la Libertadores… Cada vez que hoy entro en contacto con Independiente a mí se me pasa toda esa película y es con lo único que me pasa eso, por eso digo que es un caballo de Troya que trae toda esta dimensión afectiva. Y es una dimensión afectiva que, si bien implica tensión, igual me parece muy amoroso que mi viejo sea de Boca y yo de Independiente, nunca nos pudimos abrazar en un partido, no pudimos fusionarnos en felicidad, eso es también una definición de lo familiar, de lo familiar mío: la imposibilidad de fusionarnos en la felicidad.

Por eso te hiciste hincha de otro equipo que no era el familiar.

Tal vez por eso me hice de Independiente, por un lado para marcar una distancia: yo no soy esto, yo soy otra cosa y soy otra cosa porque tengo que salir de acá. Me hice hincha a los seis años y no sé si ya intuía que de esa familia iba a tener que, en algún momento, tomar un envión fuerte para irme y traicionarla y tomar un camino para ellos desconocido.

¿También querías jugar al fútbol?

¡Sí, sí! 

Si hubiera habido fútbol femenino, ¿hubieras sido futbolista y no escritora?

¡Sí! Es un paliativo escribir. Es porque no pude jugar al fútbol. 

¿Eras buena jugadora?

(Me gustaría describir ese gesto silencioso, entre el orgullo y la modestia: la mirada hacia abajo, la aserción convencida con la cabeza).

No pudiste jugar profesionalmente pero sí de manera amateur. ¿Sos buena todavía? 

Exprimo. Tengo cuarenta y seis, exprimo… El fútbol es cabeza. 

¿A lo Bochini? [Ricardo Bochini, ex jugador de Independiente]

De verdad juego muy a lo Bochini. Soy muy buena dando pases, soy muy buena leyendo. Ahora.

Para correr menos.

Y, ya sí. Además juego mixto, juego con varones.

¿Y cómo es eso? ¿No es muy fuerte el juego?

Y, es un trabajo de hace años. Somos varias chicas y varios varones y es un trabajo de años pero no solamente desde lo futbolístico sino desde un montón de lugares, con miles de charlas. Yo no podría jugar con cualquier varón.

¿Cómo se llama el espacio donde juegan?

FAP, Fútbol Anti Patriarcado. 

¿Y cómo es? ¿Hay un tipo de fútbol que se juega antipatriarcalmente?

Yo creo que hay un fútbol que se juega antipatriarcalmente, que es el que jugamos nosotros y que me imagino que se replica como en otros equipos mixtos e incluso en fútbol de chicas. Jugué diez años sólo con mujeres y bueno, hay un montón de cosas. Una es no enojarse ni fastidiarse con el compañero. Nosotros jugamos en un lugar donde hay un montón de canchitas, jugamos Fútbol 5, y te ponés a ver un partido de varones y no sabés cómo se fastidian: «¡Boludo, pasamelá, morfón!». Empieza a crecer la intensidad del partido y empiezan a darse fuerte, cada vez más, se desatan pasiones… Tampoco dar órdenes. Nosotros no podemos, no queremos, no nos interesa darle órdenes a nuestro compañero y esas son como especies de reglas, lo cual no significa que no juguemos en serio, que no queramos ganar y que no demos el máximo cada vez que jugamos. Porque hay un malentendido, entiendo que hay un malentendido en el fútbol machista, para oponerlo a esto que venimos construyendo, entonces hay un montón de trabajitos muy micro, muy micro y tiene que ver con que la cancha no sea el lugar donde vas a poner tu frustración. Hay una especie de impostura del exceso de competencia, una sobreactuación, y no se ganan partidos con la sobreactuación, pero bueno, también entiendo que el fútbol amateur es como un caño de escape de la frustración cotidiana. Y el fútbol puede ser absolutamente genial, de hecho lo es, aunque todas esas cosas las vayas erradicando: el enojo, los reproches, las órdenes, las actitudes con el rival.

Recordás el partido Argentina—Holanda durante el Mundial, con algunas de esas cosas. ¿Qué te pasó, como espectadora?

Bueno, ahí había… Messi mismo lo cuenta y después se arrepiente, retrospectivamente dice que él no es eso y que le dio vergüenza. No creo que Messi sea consciente, igual lo estoy subestimando, eso habla de una deconstrucción muy grande, muy grande. Que el tipo, en vez de reafirmar, en vez de redoblar la apuesta y decir «le cabió el Topo Gigio» [con ese nombre se conoce en Argentina el gesto que Messi le hizo a Van Gaal después de su gol]. Que diga «no, eso no soy yo».

Por eso llamó tanto la atención y se dijo «Messi se maradonizó». 

Claro. Messi se maradonizó e incluso el golpe de horno que le faltaba. Como que Messi no tenía esa cosa argentina, que le faltaba el potrero. ¡Qué no va a tener potrero Messi! Tiene potrero. Es como dijo Riquelme «si al mejor jugador del mundo lo desafiás, él no va a pegarte una patada de atrás, va a jugar el doble de bien». 

¿Seguís el fútbol femenino profesional, lo mirás? 

Sí. El Mundial anterior en el que Argentina pierde en primera ronda, pero muy dignamente, lo miré. 

¿Hay buen nivel?

El otro día hablábamos de eso con mis compañeros de fútbol y el problema con el fútbol de mujeres acá es que fue poco estimulado en relación con países que son considerados los mejores, como Estados Unidos, los países nórdicos, Brasil. Estados Unidos es el último campeón y han logrado paridad salarial para las mujeres futbolistas, otra galaxia. Deportivamente, Argentina, en comparación con estas potencias, está lejos pero tiene una explicación muy simple: le empezaron a dar pelota [prestar atención] al fútbol de mujeres hace nada. Es necesario que haya lugares para que las nenas que quieran jugar al fútbol puedan jugar, que la inversión de los clubes en fútbol femenino no sea una impostura. No es algo a lo que se le haya prestado atención y por eso Argentina no tiene la misma presencia mundial que tiene la selección masculina. No tengo dudas de que puede cambiar en unos años, si se sigue invirtiendo y desde una edad cada vez más prematura se le da pelota al fútbol femenino y se legitima que una mujer tiene todo el derecho a jugar al fútbol.

Silvina Giaganti para Jot Down

Está lleno de escuelitas de fútbol para chicos, ¿no pasa lo mismo con el fútbol femenino?

El fútbol de varones tiene eso y además tiene un montón de representantes que andan por todo el país pescando talentos. En Argentina vos no tenés pescadores de talentos de nenas. No. Yo creo que los cambios culturales son importantes. Cuando hace más de treinta años mi vieja me pegó un grito para que me meta dentro, hasta los diecisiete yo no volví a encontrar un espacio para jugar y ahí de a poco me fui metiendo. Los vientos habían empezado a cambiar y alrededor de 2010 encontré un grupo de pibas, después otro y después otro y hoy está re naturalizado incluso que haya un montón de chicas que, no sé si les encanta, pero prueban. Y prueban porque hace unos años eso era inaccesible para su género.

¿Y qué vas a hacer cuando no puedas jugar más?

Voy a tratar de estirarlo. Porque el fútbol para mí es una sociabilidad maravillosa la que genera, porque entablás relaciones de mucho amor casi sin que medie la palabra y yo estoy cada vez más en camino a eso, a una sociabilidad en donde la palabra tenga poco peso porque trabajo con palabras y necesito vincularme más con lo físico.

Volvamos un poco al trabajo con las palabras. El prólogo a tu primer libro lo escribió Santiago Llach y sus talleres son famosos por trabajar con lo que se llaman «literaturas del yo». ¿Vos fuiste a sus talleres?

Después de aquel taller a los dieciséis, en mi cabeza pasé por muchas carreras, me preguntaba «¿qué estudio?», no fue algo muy claro, pensé en Ciencias de la Comunicación primero, pero a su vez leía mucha literatura y para esa cosa tenía que seguir Letras, pero en el CBC [Ciclo Básico Común] tuve como materia obligatoria Filosofía y me tocó un docente muy generoso y dije «me encanta esto» y me anoté en Filosofía, donde tuve unos profesores maravillosos, eminencias… ¿Qué me estabas preguntando?

Sobre las escrituras del yo…

Me meto ahí. Me meto en Filosofía, abstracción cero yo. Cuando vos escribís un trabajo de investigación o sencillamente rendís un final escrito oral, lo que no existe es el yo. Está obturado completamente en cualquier carrera que se atribuya a cientificidad o fundamento de la cientificidad, como la filosofía, que es el fundamento de todo lo que existe, por ende de la ciencia. Y el yo está obturado, no existe, no hay un «yo pienso, yo creo». Entonces eso te vuelve humilde, pero a su vez sentís que nunca estás pensando vos y eso es un dispositivo de reproducción de lo que pensaron otros. Vivís reproduciendo, con un poco más de talento, con un par de luces o de una manera estándar y, cuando terminé la carrera, evidentemente  necesité volver a tomar la palabra, tomar mi palabra y ahí tímidamente empecé a escribir y unos años después empecé en el taller de Santiago Llach y estuve como cuatro años sin ningún tipo de sensación o de intuición de que iba a publicar, pero escribía todas las semanas y todas las semanas llevaba materiales.

¿Y él te alentó a publicar?

Un día llevaba prosa, otro día llevaba poesía y un día él me dice «¿cuándo vas a publicar?» Y así por goteo dejó esa pregunta y yo siento que fue él quien me autorizó. Una autorización que no es falsa humildad, yo no creía que podía, que mi material estuviera a la altura ni que yo pudiera pretender por un ratito jugar a ser escritora. Y eso por todo ese bagaje, por todo ese origen, la idea de que yo no era para eso. 

En ese prólogo, Llach dice que sos una poeta tardía. 

Dice que soy poeta tardía porque efectivamente publiqué a los cuarenta y uno. Quien produce algún tipo de producto cultural, quien pinta, quien escribe, quien hace música… es medio inherente a la producción cultural sentir cierta ansiedad por darse a conocer. Hay, como una ansiedad cultural por publicar. Y además los concursos son para gente joven, hay una orientación hacia la juventud en los concursos, en las bienales, en las residencias y en todo lo que es promovido. A veces me mandan convocatorias y quedo afuera de todo, hay un sesgo por edad. Creo que él se refiere a eso porque las poetas tienen ganas de publicar rápido, apenas tienen un mínimo material reunido, y la verdad es que a mí no me pasó eso.

¿No era una necesidad?

No, de hecho fue una insistencia, casi me tuvo que convencer de una manera muy sutil y diciéndome muy suavemente tres o cuatro veces «¿cuándo vas a publicar?».

Y el libro fue un éxito inesperado.

Tarda en apagarse fue un libro que circuló un montón, que vendió un montón, que la crítica cultural lo recibió muy bien, que fue muy leído. Es muy difícil que un libro reúna esas cosas, que la crítica hable bien y que venda y encima del género poesía que siempre es bastante marginal. Dicho esto, cuando el fenómeno del libro se despliega y sigue vendiendo y el editor reimprime reimprime reimprime y salen notas, bla bla bla, se constituye como una especie de fenómeno, no te voy a mentir pero a mí me apabulló un poco. No estaba preparada. Porque sucedió algo bastante lógico, me preguntaban «¿y el próximo libro?». Que es bastante lógico si escribiste un libro tan comentado y que ha circulado tanto y que lo ha leído gente tan dispar. Fue algo como «ya está, ahora profesionalizate». ¿Y qué es profesionalizarse? Profesionalizarse es no poder permitirte caerte de este mundo por más de tantos años.

Que no se olviden de vos.

Que no se olviden de vos, que es un fenómeno muy de este momento de la cultura, que es como «no me quiero caer del mundo, mi nombre tiene que estar circulando constantemente, no importa cómo».

¿Tuviste ofertas editoriales?

Sí, me pidieron material, hubo acercamientos de más de una editorial y me sentí atraída por algunas propuestas, no te voy a mentir. Y en un momento me dije «acordate cómo fue el proceso de Tarda en apagarse, nadie estaba esperando nada de vos, seguí por ese camino». Que nadie espere nada de mí. Eso, estaba muy cerca de firmar un contrato con una editorial de las grandes.

Traicionaste todas las expectativas que había sobre vos (risas).

No te das una idea. 

Teníamos pendiente lo de la literatura del yo. 

Sí, dale. Preguntame sobre eso.

A veces siento una paradoja. Que hay cientos de escritos, para decirlo en pocas palabras, en las que las figuras de autor y narrador se solapan, relatos de experiencias muy personales. Hay muchísimos autores, experiencias diversas y los libros parecen todos iguales. Me gustaría conocer tu mirada sobre lo que se conoce como literatura del yo.

Te respondo lo que pienso. Dos cosas. Hace poco estaba leyendo la que, se supone, es la mejor traducción al español de los fragmentos que sobrevivieron de Safo y hay un gran estudio preliminar que decía… Bueno, Safo poeta arcaica, siglo siete antes de Cristo, ¿no? Hasta ese momento los poetas tomaban los mitos fundamentales para hacer poesía y ella sustituye los mitos que conocemos, que nos llegaron, y sustituye esos mitos fundamentales por experiencias personales. Si vos leés a Safo,  es literatura del yo. Entonces lo primero que te voy a responder es que la literatura del yo no es un invento de hace diez años porque la cultura nos llevó o las redes nos llevaron a mostrar nuestra vida, no. Safo, siglo siete antes de Cristo. Por otro lado, la otra parte de la respuesta es: el yo no alcanza para hacer buena literatura del yo.

Falta la literatura.

¡Claro! Falta la parte de la literatura. Es que la buena literatura del yo o, para desinflar un poco este concepto de lo bueno y lo malo, la literatura del yo que a mí me gusta es donde el yo es una excusa para hablar de otra cosa. La buena literatura es donde el tema que parece principal todo el tiempo es desplazado y retomado.

Bueno, en Donde brilla el tibio sol hacés eso. Se hace foco en una cosa para iluminar otra como en un fuera de escena. 

Sí sí, y que prime la tensión también, lo agridulce y no el endiosamiento. En la contratapa, Santi [Santiago Llach] dice algo así como la combinación que hace Silvina de fútbol más padre más barrio podría haber salido un desastre. ¡Claro! Son temas que los unís y podrán ser un arma de destrucción del pensamiento porque si los usás mal y los combinás mal, aparece el sentimentalismo junto al culto a no moverte de tu lugar de origen, el culto al padre, a lo patriarcal, a la tradición. Es que nunca se trata de los temas, se trata de no ser demagógica.

Silvina Giaganti para Jot Down

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2 Comments

  1. Pingback: Silvina Giaganti: «No es nada fácil que tu destino esté en una clase social que no es la clase de la que surgiste» - Frases de Amor

  2. E.Roberto

    La vieja le pegó un grito para que entrara, y que dejara de jugar a la pelota pues no era cosa pa’ mujeres; me gustaria pensar que ahí comenzó todo, o sea con las madres que de lógica aristotélica no entienden, pues te echan para que entres al mundo, o que entres a la casa para que salgas luego si tenés ganas y coraje, o sea que gira todo alrededor de las mujeres, de las madres, esos seres incomprensibles y entrañables. Y no te habrá quemado las cosas que escribiste, asustada, como lo hizo la mia pues seguro las pusiste a buen recaudo. Me decía que eran cosas del diablo; yo no tenía un lugar seguro y con ella nada se salvaba. Y supongo que tampoco sabía andar en bicicleta como la mía, por cultura poca y falta de guita mucho, pero se emperró ya de vieja en aprender, eso sí, de noche para que no la vieran los vecinos, y con luna llena pues según ella ayudaba, como con las plantas de su quinta. ¡Y se pegaba cada porrazo!, pero no aflojaba… y no aprendió. Excelente lectura. Gracias.

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