En la letra de Al lado del camino, Fito Páez revela su teléfono: 49585. Era el número de su casa de Rosario, sobre la calle Balcarce, la misma que es recreada en la serie El amor después del amor que estrenó Netflix hace unos días. La saga cuenta los primeros años de la vida del músico, desde su niñez hasta la consagración con el disco más vendido de la historia del rock argentino, pero puede servir para hacerse una pregunta, ¿hay algo de él que a esta altura no sepamos? ¿Por qué nos sentaríamos a ver la vida de un hombre del que conocemos prácticamente todo? Pocos artistas hicieron una obra con su vida como Fito Páez. Aunque suele ser común entre los autores explorar los sentimientos y las experiencias más íntimas para escribir canciones, nadie llegó al nivel de detalles que Fito manejó a lo largo de toda su carrera. Su música es su propia narración de la historia, pero es desde hace décadas, también, la banda de sonido de las vidas de millones de personas. Todas las metrópolis son esa puta ciudad donde todo se incendia y se va, todos alguna vez nos despedimos diciendo se me hacía tarde ya me iba siempre se hace tarde en la ciudad, quién no se sacudió el recuerdo de alguien con cada vez que pienso en vos, fue amor. Por eso la serie no podía ser otra cosa que un éxito apoyado en el componente conmovedor de volver a vivir las experiencias que nos formaron.
Todo lo que diga está de más
Desde su estreno, «la serie de Fito», como se la empezó a llamar en redes y grupos de WhatsApp, escaló hasta el tope del ranking de lo más visto en la plataforma en la Argentina y en algunos países de América Latina.
Se armó en torno a ella un debate que se fue multiplicando con los días y que saltó a los portales de noticias y a los programas de televisión. Como suele pasar en estos casos, no es posible quedarse afuera de la conversación y se debe disponer del tiempo necesario para ver al menos un rato y no convertirse en un paria durante los próximos encuentros sociales. Entonces, se habla de la delgadez del Fito que interpreta Iván Hochman, de lo parecida que es Micaela Riera a Fabiana Cantilo, que la caracterización tan perfecta de Juan Carlos Baglietto se explica porque su hijo menor Joaquín es el actor a cargo, se debate si Andy Chango logró componer al Charly García que todos recordamos, si Julián Kartún nos convence de que ese hombre gracioso y cariñoso era Luis Alberto Spinetta o si le han dado poco espacio a la Cecilia Roth explosiva y llamativa que interpreta Daryna Burtyk. Para que la narración sea capaz de atravesar fronteras, la historia de Fito Páez es la historia de un hombre. Un hombre extraordinario y precoz. Lo puramente argentino aparece retratado en el comienzo, cuando planta una bandera quizás algo exagerada del rol de la escena de rock durante la dictadura militar como espacio de resistencia, o cuando en una charla con un ejecutivo discográfico este le explica que por la crisis nadie compra discos pero igual le extiende un cheque, y tal vez en las escenas en las que Fito se sumerge en el under porteño y se cruza con artistas excéntricos en pleno renacer cultural tras el regreso de la democracia. Por lo demás, la serie podría cuajar en cualquier país de América Latina, porque lo esencial no es dónde sucede —Rosario, Buenos Aires, La Habana o Madrid— sino a quién. Para eso hace falta una historia poderosa, y ya sabemos desde el primer disco que Fito la tiene. Sus canciones (que son su vida), han atravesado fronteras mucho más que las de varios artistas míticos que son muy poco escuchados pero que gozan de un buen prestigio. Solo por el placer de citar, el escritor chileno Alejandro Zambra, en su libro Tema libre, escribe una crónica sobre un noviazgo de verano que tiene a El amor después del amo» como música de fondo y que, como toda relación intensa y fugaz, deja secuelas. En otro registro, el periodista salvadoreño Óscar Martínez encuentra paz en un concierto de Fito en medio de sus investigaciones sobre las masacres que ejecuta la policía de El Salvador en su lucha contra las pandillas urbanas, y lo relata en el libro Los muertos y el periodista. Fito es el artista que aparece en todos lados. Es la música de fondo de un primer fracaso amoroso y es también lo que suena en las calles peligrosas de Centroamérica.
Todos quieren algo, sangre o no se qué
Con el éxito de la serie, los debates empezaron a tornarse radicales. Que si Fito ayudó a Fabiana Cantilo en esa relación tan intensa que mantuvieron, que Fabiana sube primero una historia en sus redes y pone en jaque algunas cosas y después otra para decir que lejos de estar enojada, ella está contenta con el resultado. Que a Andrés Calamaro la serie le gustó, pero no tanto algunas omisiones. Que la casa de la calle Estomba no era exactamente así, redonda y moderna, sino más bien una esquina estilo Tudor en el barrio de Belgrano, en una zona acomodada de Buenos Aires. Que las búsquedas en Google sobre la causa de la muerte de la madre de Fito crecen día a día. Que en una escena el personaje que lo interpreta tiene una remera que dice Perón, sutil, bien diseñada y que ahora se consigue en internet. Que el mánager no es el mánager, no se llama de esa manera y las cosas no fueron tan así. Las grietas que florecen en todos los países y en casi todos los aspectos de la vida también crecieron a través de la serie. Hay detractores y fanáticos. Y cuando la espuma baja un poco aparecen las opiniones más complejas, las que discuten cuestiones técnicas, las recurrentes inmersiones en el agua del personaje como efecto narrativo, los giros del guion que abren puertas hacia ninguna parte. Y están los que agradecen encontrar en escenas, como revelaciones, lo que siempre estuvo ahí: las letras de las canciones. La bola sobre el piano la mañana aquella que dejamos de cantar, el vómito de ron manchando la pared, una foto de los Rolling Stones, mi vieja nunca los escuchó y no me puse a llorar. O quién puso la yerba en el viejo cajón cuando Fito lidiaba con las intenciones de la policía de la Provincia de Santa Fe de involucrarlo en la causa de las muertes de sus abuelas.
Yo te conozco de antes, desde el antes del ayer
No es una noticia nueva que Fito Páez sea el dueño de su propia narrativa. Cuando en la cima de su éxito con el álbum El amor después del amor el periodista Enrique Symns, habituado a transitar los bajofondos de Buenos Aires y a retratar con crudeza los aspectos más oscuros de las calles, recibió el encargo de parte del propio Fito de contar su historia, no sabía que iba a tener que cortar tres capítulos antes de publicar. Eran tiempos en donde su cara aparecía en las tapas de las revistas del corazón, en los canales de videos, su voz opinaba sobre todos los temas y su rotación era altísima en las radios. En esa presencia constante él siguió intentando controlar su palabra. Después aparecen algunos títulos sobre algún disco en particular y recientemente el libro de Federico Anzardi Hay peores cosas que estar solo, que cuenta en detalle el asesinato de las abuelas a ritmo de thriller y la gestación posterior del disco Ciudad de pobres corazones. El resto de la bibliografía es obra del propio Fito. Desde sus novelas hasta el diario de gira, con fotos en papel ilustración de la vida de una estrella de rock en la ruta. Este cuidado por el detalle de sus propios recuerdos no lo pone, como podría pasarle a otros, en el plano de la melancolía perpetua. Fito se nutre de eso y fuga hacia adelante. Los treinta años de El amor después del amor —el disco—, la gira de celebración que le siguió y el estreno de El amor después del amor —la serie—, lo encuentra cerrando una nueva edición de El amor después del amor —el disco reversionado con otros invitados—, pero también a punto de subir a tocar en el Teatro Colón como parte de la celebración de la obra del compositor y pianista Gerardo Gandini, o escribiendo un ensayo sobre la música del siglo XXI. Y viene de años salvajes, con un ritmo de edición en promedio de un álbum por año (en 2022 completó una trilogía que incluía un disco conceptual inspirado en el escritor argentino Roberto Arlt), música para películas, más giras y shows en toda América y Europa, el trabajo como director y guionista de cine, se puso al frente de los homenajes a su ídolo máximo Charly García y la publicación de Infancia & Juventud, su libro de memorias donde no se lee a Fito Páez: se lo escucha. Escribe como habla, habla como crea, crea como recuerda. Hay quienes discutirán si esta etapa creativa es superior o inferior a las anteriores tomando, acaso por decir algo, el suceso de su álbum emblema, pero a dónde va llena teatros, gana premios internacionales, suena en las radios y en las plataformas musicales y es uno de los pocos músicos de América Latina al que se le permiten las licencias de las que gozan las estrellas de rock.
Nadie puede y nadie debe vivir sin amor
Fito gozaba de la cumbre del éxito personal y profesional en 1993, cuando se estrenó Tango Feroz, la película de Marcelo Pineyro basada en la vida de Tanguito, un mítico personaje de los inicios del rock argentino que murió trágicamente en 1972. Aquella ficción no llegó a conocer la palabra biopic y tal vez el tiempo no la deja envejecer como quisiera, pero también fue un éxito en las salas a pesar de que carecía de algo de lo que la serie de Fito tiene de sobra: la música original. Las comparaciones con la película de Freddie Mercury o con la serie de Luis Miguel no son azarosas. En ambos casos la música original atraviesa la pantalla y reconecta a la audiencia con ellas. No hay otra cosa que un efecto multiplicador que beneficia a todos. Y en el universo de Fito incluso hay una amplia variedad, porque aquí y allá se dejan ver los guiños a la bossa nova, al tango, a las composiciones clásicas que tanto lo formaron a través de su padre o del legado de su madre. Para la narración es un premio poder contar la historia de un rockero con semejante bagaje musical a cuestas. No hay cómo fallar en el disparo al corazón de los espectadores.
Si nos rendimos ante la serie de Fito es porque ahí estamos retratados nosotros. Él se adueñó de nuestra adolescencia, de las primeras salidas en la noche, de los amores que tuvimos, de los golpes de la adultez, la violencia y las angustias, de los hijos y las separaciones, las crisis económicas, sociales y políticas y los momentos de paz. De los que ya no están. De los que extrañamos y de los que esperamos que vengan. En sus últimos conciertos había chicos y chicas que no habían nacido cuando se lanzó El amor después del amor. Gente que nació sin saber qué eran los cables de Entel que menciona en el tema que le dedica a Fabi, Fue amor. Fito Páez ahora es un legado. Es la música que le dejamos a nuestros hijos y por eso los llevamos a verlo en vivo, lo sentamos frente a la pantalla, compartimos su historia. Tal vez porque los más grandes sabemos que esos emblemas musicales no estarán arriba de un escenario para siempre. Charly ya no es el que era. Se fue Spinetta, después Gustavo Cerati, antes Pappo. El siglo XX nos dejó sin Luca Prodan, sin Miguel Abuelo, sin Federico Moura. Siempre aparecen artistas nuevos, músicos innovadores y capaces de contar nuestra historia a través de la suya. Pero Fito tiene una vitalidad arrolladora y con sesenta años no solo está dispuesto a contarnos su/nuestra historia sino también a seguir escribiendo, de cambiar por cambiar nomás, porque él sabe mejor que nadie que todavía estamos vivos.
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