El anuncio de que Pedro Pascal se ha unido al reparto de la secuela de Gladiator supone la enésima confirmación de que Hollywood está obsesionado con el chileno. En su última serie, The Last of Us, un hongo, de nombre cordyceps, se adueña de los humanos y les convierte en una especie de zombis que buscan otros cuerpos que infectar. Es la metáfora de lo que ocurre con Pascal: un fan contagia a diez, esos diez a cien y así hasta llegar al mundo entero. A Pedro Pascal le aman los niños, los jóvenes, los padres, las madres y, sobre todo, los productores. Hace falta tener unos gustos muy de extrarradio para, teniendo suscripción a alguna de las principales plataformas de streaming, no haberse topado con él en Juego de Tronos (HBO), Narcos (Netflix), The Mandalorian (Disney+) o The Last of Us (HBO). Y, si fuera el caso, todos esos fans infectados se han encargado de llevar memes suyos a cada rincón de las redes sociales. ¿Alguien no le ha visto en coche con Nicolas Cage? ¿Tampoco comiendo un sándwich con la mirada perdida?
A Pedro Pascal le llegó la fama tarde. Hasta su aparición en Juego de Tronos, en 2014, cogía los papeles que le daban porque tenía que pagar el alquiler de su piso en Nueva York. Cuando no llegaba trabajo, su amiga y también actriz, Sarah Paulson, le prestaba dinero para que pudiera mantenerse. Fue precisamente la protagonista de American Horror Story, con quien estudió en 1993 en la Tisch School of the Arts de la Universidad de Nueva York, la que le echó un cable para hacerse con un papel en la serie de moda. Pascal se enteró del casting que había para un papel en Juego de Tronos y le pasó un vídeo a Paulson para participar en la audición. Ella lo movió hasta que llegó a David Benioff, uno de los creadores de la serie, y fue así como Pascal pasó de ser un completo desconocido al personaje más fucker de Poniente.
El éxito le cogió maduro, con cuarenta años, pero su chulería, carisma y masculinidad desacomplejada encarnando a Oberyn Martell calaron entre la audiencia —la Fundación Marca Chile publicó que durante la retransmisión de la serie se buscaba su nombre junto a las palabras clave «icono bisexual Oberyn Martell»—. A Pascal, a diferencia de a cualquier superhéroe o personaje de acción, no le han hecho falta músculos, en una época donde las promociones giran en torno a dietas y gimnasios, para transmitir fortaleza. Ni tampoco, a diferencia de los actores que interpretan superhéroes o personajes de acción, que su personalidad fuera una prolongación de sus papeles en pantalla. La gente percibe —sobre todo por empeño de los departamentos de marketing— que Ethan Hunt y Tom Cruise son la misma persona, igual que Robert Downey Jr. y Tony Stark, Chris Hemsworth y Thor, Dwayne Johnson y cualquier papel que haga. Lo mismo con generaciones previas: Clint Eastwood o John Wayne. Pascal es la excepción, en esa extensa hornada de actores que encarnan papeles de una masculinidad en constante redefinición, que confirma la regla. Un rara avis.
Desde niño aprendió a moverse en ambientes contradictorios. Llegó con sus padres a Estados Unidos huyendo de la dictadura de Augusto Pinochet. Su padre, médico y partidario de Allende, salvó la vida de un cura herido por la milicia y, cuando corrió la noticia, fueron a esconderse a la embajada de Venezuela en Santiago de Chile y, de ahí, se movieron a Dinamarca, hasta que recibieron una oferta de trabajo en San Antonio, Texas. A ellos se unió su prima, líder del MIR en Chile, cuando Allende fue derrocado en el 73. Sin embargo, el actor no rehizo su vida olvidando sus raíces: cada verano volvían a un pueblo llamado Pucón, a ochocientos kilómetros de Santiago, y, cuando en febrero presentó el Saturday Night Live, cerró el programa llevando una camiseta en la que se veía un puño con la bandera de Chile pintada. Un mes después, salía en primera posición en el ranking de iMDB que mide la popularidad de las estrellas.
Desde la explosión de su popularidad, internet se ha empeñado en sexualizarle. La razón es que encaja con muchos estereotipos de masculinidad y con ninguno a la vez. Uno podría meterle en el saco de galanes maduros, como George Clooney, hasta que se le ve vestido en la Met Gala con los leggins cortos que usaría tu amigo el ciclista. Podría ir en el grupo de los tipos misteriosos, atormentados con buena planta, como Liam Neeson, hasta que se le ve haciendo twerking para la promo del SNL. Podría ser un rompecorazones, como Leonardo DiCaprio, pero mantiene su intimidad en un perfil bajo. Podría parecer alguien inaccesible, como Ryan Gosling, hasta que cuenta que trabajó de gogó en Madrid. Podría entrar con Keanu Reeves a esa liga de actores que parecen ser personas tiernísimas y humildes, pero sería llamarlo, de forma sutil, soso.
Que tenga un poco de cada cosa hace que distintos grupos puedan encontrar el paralelismo con el que se sienten cómodos: habrá padres que se vean reflejados en su papel de cuarentón protector, con el cuerpo ya algo cascado, en The Last of Us; amantes del cine encantados con que tenga un papel en el próximo cortometraje de Almodóvar; fanáticos de DC felices con que haya formado parte de su universo; niños que crecen con él y con Grogu; jóvenes que persiguen un sueño con la esperanza de que, en algún momento, todo llega. El mundo quiere a Pedro Pascal porque es un espejo en el que cabe lo mejor de la masculinidad de ayer y de hoy.
Es curioso el boom que ha pegado este hombre. Vaya por delante que desde que lo descubrí(mos) en Juego de Tronos siempre me ha gustado. Su carisma, su presencia en pantalla, su fuerza gravitatoria que atrae miradas e interés es descomunal. Me encanta su versatilidad: verlo desatarse en pelis como la secuela de Kingsman o su contención en The Last of Us demuestran que puede funcionar para cualquier papel. Podría extenderme pero esto es solo un comentario y no un artículo.
Sólo me queda cruzar los dedos para que la perversa maquinaria que puede ser internet (la misma que un día se mofa de Keanu Revés o Ben Affleck y al día siguiente los convierte en lo más de los más) no lo crucifique si sale una foto en la que aparentemente aparta a un niño con desdén, por ejemplo.
Un saludo y gracias por el artículo.
No creo que Sarah Paulson tuviera que mover mucho para hacerle llegar el vídeo a David Benioff, teniendo cuenta que es la mejor amiga del alma de su mujer, Amanda Peet, desde hace casi treinta años.
No tiene nada de especial, de hecho diría que es un don nadie. Solo que está en un lugar privilegiado, a través de las cámaras puede usar eficientemente sus poderes de manipulación mental para ser adorado. Recordemos que en Buffy fue atacado por un vampiro y algo de eso se le debe haber quedado en la sangre.
Ni una sola mención a la serie Narcos (2016), que dio el primer papel protagonista a Pascal, dejando que luciera su bilingüismo (español-inglés) en la pantalla; un papel que pareciera escrito exclusivamente para él; no como el de la mediocre serie Juego de Tronos (2014) donde interpretaba a un espadachín sin gracia…
Narcos fue la carta de presentación de Pedro Pascal en EEUU, coincidió con el boom de Netflix y fue la primera serie a gran escala de la plataforma emitida en español, obligando a los estadounidenses a leer subtítulos.