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Lovecraft: escribir contra el hombre (1)

Lovecraft escribir contra el hombre

Esta es la historia de un hombre que escribía cartas.

No digo que fuera lo único que hacía. Ni que lo hiciera durante la mayor parte de su tiempo. Pero, ahora que tenemos la suficiente información biográfica, sabemos que fue lo que más hizo en su vida.

El hombre del que estoy hablando no tenía vida social, salvo cuando viajaba, y no se puede decir que viajara mucho. No tuvo familia, más allá de un matrimonio fallido que no llegó a los dos años de convivencia. Nunca trabajó, más allá de encargos esporádicos como corrector y algún que otro artículo no retribuido. Vivió casi cuarenta y siete años, y tenemos indicios de sobra para creer que durante la mayor parte de ese tiempo llevó una vida considerablemente solitaria. Ciertamente solitaria, de acuerdo con los estándares de nuestro tiempo. Hoy en día consideramos que la experiencia «normal» de una persona consiste en crecer en familia, educarse en sociedad, trabajar en equipo, disfrutar del tiempo de ocio en grupo, tener múltiples parejas sexuales a lo largo de la vida y enriquecer la propia existencia por medio de relaciones íntimas con otros seres humanos. El hombre del que hablo cumplía con pocos de estos requisitos. Sí que creció en familia, aunque se puede argumentar que la suya fue una familia extremadamente disfuncional. Apenas tuvo contacto con el sistema educativo. No consta que jamás tuviera relaciones sexuales con nadie, y de hecho es poco probable que las tuviera. Y tuvo bastantes amigos, es cierto, pero a la mayoría nunca los vio en persona, o quizá los vio dos o tres veces en su vida.

El hombre del que hablo tuvo una aspiración en la vida. Quiso ser escritor. Más que eso: quiso crear una obra visionaria y radical. Y fracasó rotundamente. O sea, ahora sabemos que su literatura terminó triunfando de manera póstuma. Pero la cuestión es que nunca llegó a ver ningún indicio de ese triunfo. Murió sin haber obtenido nada remotamente parecido al reconocimiento de su literatura. En toda su vida publicó una cincuentena de relatos en revistas marginales y sin prestigio, que él mismo detestaba. Las cantidades que cobró por sus textos fueron siempre exiguas. Sus únicos apoyos estaban entre los amigos escritores a quienes él había ido introduciendo en su círculo literario, pero incluso estos amigos terminaron por no entender su obra última. Jamás encontró un editor que quisiera publicarle un libro. Murió convencido de no haber escrito nunca nada digno. De no haber dado nunca la talla como escritor.

Por tanto, lo que hizo fue escribir cartas. Una modalidad de escritura que no estaba pendiente de la aprobación de los editores y, por tanto, no podía ser rechazada. En las cartas podía expresar sus frustraciones y dar rienda suelta a su rabia hacia el mundo. Y en las cartas podía expresar las opiniones sobre literatura, historia y política que nadie le quería publicar. Y con el paso del tiempo, probablemente sin que él mismo se diera cuenta, pasó a ser un hombre que escribía cartas. Quiero decir que pasó a ser su actividad principal. Todos los días. Durante la mayor parte de su jornada.

I

En la actualidad, los Mitos de Cthulhu son una de las franquicias más exitosas de la cultura pop global. Lo que empezó en la década de los sesenta como una serie de guiños por parte del rock psicodélico terminó expandiéndose al rock, al cine, al cómic, a los juegos y al coleccionismo. En el terreno literario, todo empezó con la humilde iniciativa de un par de amigos de un pueblo de Wisconsin para rescatar la obra marginal de un camarada excéntrico e incomprendido. Hoy en día, Lovecraft se ha convertido en lo más parecido a una lectura iniciática para generaciones sucesivas de lectores. Su nombre es sinónimo de «lo extraño», una forma de entender la literatura y el mundo que prospera a la sombra de la cultura oficial.

A la luz de su fama actual, cuesta cada vez más imaginar cómo fueron la vida literaria y la carrera de Lovecraft. Alguien que solo conociera su magnitud en nuestros tiempos se lo podría imaginar perfectamente haciendo lecturas en teatros abarrotados de Boston, como había hecho Dickens en Londres menos de un siglo antes. O bien viviendo en la opulencia gracias a sus regalías, o firmando dibujos de Cthulhu o pronunciando conferencias sobre el cosmos en sociedades científicas de toda Norteamérica. Nada más lejos de la realidad. Lo cierto es que Lovecraft vivió en el anonimato y padeció dificultades económicas crónicas. Hoy en día recordamos a autores como lord Dunsany o Arthur Machen básicamente gracias a los elogios que les prodigó Lovecraft. La ironía es que Lovecraft ni siquiera pudo soñar con el nivel de éxito en vida que tuvieron aquellos dos. Lovecraft fue un autor ignoto, que nunca estuvo cerca de alcanzar consideración o renombre, ni tampoco de llegar al mercado editorial.

Conocemos la famosa relación editorial que mantuvo Lovecraft con la revista Weird Tales a partir de 1924, claro, y la asociamos con la edad de oro de la literatura pulp. Ciertamente podemos considerar esta relación exitosa en un sentido literario. A fin de cuentas, de no haber existido Weird Tales y sus dos primeros editores, Edwin Baird y Farnsworth Wright, no habría existido H. P. Lovecraft el escritor. La revista le otorgó a Lovecraft un escaparate que, por muy deprimente que le resultara, lo animó a seguir escribiendo. Pero ese éxito también se tiene que matizar.

En primer lugar, es evidente que Lovecraft no triunfó como autor pulp, ni a nivel económico ni ciertamente entre el público. En este sentido, su experiencia fue radicalmente distinta de la de otros autores de la escuela Weird Tales, como Seabury Quinn o Robert E. Howard (o incluso de algunos a los que Lovecraft apadrinó, como Frank Belknap Long). A diferencia de estos, Lovecraft nunca consiguió entrar en el ritmo de producción que exigían las revistas. A Lovecraft le gustaba escribir poco y despacio, macerando bien sus ideas a partir de imágenes tomadas de sueños o de visiones diurnas. A eso se le sumaba el hecho de que Weird Tales, sobre todo bajo Farnsworth, rechazaba en primera instancia casi todos sus textos; paradójicamente, su literatura era «demasiado extraña» para Weird Tales. En las revistas pulp, por el contrario, triunfaba quien conseguía neutralizar todo impulso creativo personal y escribir dos o tres relatos por semana basándose en las fórmulas que prefería cada revista.

Por otro lado, hay que relativizar el alcance y la circulación de Weird Tales. Sí, hoy en día la consideramos una plataforma legendaria. Pero, justamente por eso, su historia está perfectamente documentada, y sabemos que Weird Tales siempre existió en la precariedad. Su circulación nunca superó los cincuenta mil ejemplares, una cifra que hoy nos puede parecer más que digna, o incluso boyante. Pero hay que ponerla en contexto. Entre 1920 y 1930 se publicaban en América unas cuatro mil revistas mensuales, entre las de interés general y especializado, con un mercado total de veinticinco millones de lectores (que podían ser más, ya que una familia podía estar suscrita a una revista y la leían todos sus miembros). Las cifras medias de circulación de las revistas literarias alrededor de 1920 estaban entre los doscientos mil y el medio millón de ejemplares, unas cifras que casi se duplican a mediados de la década de los treinta. Hacia esa misma época ya había una veintena de revistas que superaban el millón de ventas, entre ellas, algunas que publicaban narrativa, como Harper’s o The Saturday Evening Post.

Weird Tales siempre tuvo unas ventas muy pobres que la mantuvieron en el caos económico continuo. Pese a tener tiradas reducidas, prácticamente nunca las agotó, y ya en 1924 quebró por culpa de una deuda de cuarenta mil dólares y tuvo que ser vendida. Las ventas bajas también influyeron en las tarifas raquíticas que se pagaban a los colaboradores, que solían ir desde el medio centavo al centavo por palabra, y solo a mediados de los años treinta subieron a un centavo y medio para los colaboradores con más renombre.

Así pues, para entender realmente la carrera de Lovecraft tenemos que visualizarla de la siguiente manera. Imaginémonos a un chico solitario y tímido que en su adolescencia fantasea con ser escritor, pero que a medida que entra en la veintena abandona esa aspiración a favor de otras más realistas. Luego pasa algo inesperado. A los veintinueve años tiene la oportunidad de asistir a una charla de uno de sus ídolos literarios1 y eso reaviva su vocación. Decide empezar a escribir cuentos otra vez, y hasta consigue colar alguno en alguna revistilla de amigos. Luego, a los treinta y tres, le surge su primera oportunidad de hacer progresar su carrera (que, aunque no lo sabe, será la primera y la última). La oportunidad es publicar sus relatos con cierta regularidad en una pequeña revista. Lo que le pagan no le llega ni para pipas, y tampoco se va a hacer famoso nunca publicando allí. Pero es algo. Es un primer paso. Y, quién sabe, quizá algún editor especializado llegue a leer alguno de esos relatos publicados en la pequeña revista y se anime a publicarle un libro.

Supongo que es una perogrullada decir que publicar un libro es el sueño de todo escritor en ciernes. Lo que está claro es que fue el sueño de Lovecraft durante toda su vida. Y también que terminó siendo una fuente de frustración constante.

En 1926, por ejemplo, Farnsworth Wright, director de Weird Tales, sugirió a Popular Fiction Publishing, la editorial que sacaba la revista, la posibilidad de publicarle a Lovecraft un libro. Lovecraft llegó a preparar una lista de los relatos que incluiría ese libro, que se titularía The Outsider and Other Stories. Pero las malas ventas del primer libro de Popular Fiction Publishing2 disuadió a Wright de seguir probando suerte en aquel mercado. En 1930, Clifton Fadiman, de Simon & Schuster, escribió a Lovecraft para preguntarle si tenía algún libro que se pudieran permitir publicar, ya que Edward J. O’Brien3 le había mencionado el nombre de Lovecraft como «un escritor muy prometedor e interesante». Acerca de la invitación de Fadiman, Lovecraft escribió en carta a Maurice W. Moe:

Estaba dispuesto a leer con mucha atención cualquier cosa que yo le enviara. Le contesté que no tenía nada con longitud de novela, pero que me encantaría que me publicaran una colección de relatos. A esto, sin embargo, me contestó que no se planteaban colecciones de relatos.

Lo curioso del caso era que Lovecraft sí tenía una novela, El caso de Charles Dexter Ward, que había escrito en 1927 y con la que no había terminado demasiado satisfecho. Ciertamente no parece que la considerara digna de la atención de una gran editorial4. Fadiman le repitió el mismo ofrecimiento a principios de 1931, pero Lovecraft tampoco le mencionó la novela que estaba escribiendo por entonces, En las montañas de la locura.

El más doloroso de todos los rechazos experimentados por Lovecraft llegó ese mismo año. En 1931, Winfield Shiras, de la editorial G. P. Putnam’s Sons, se puso en contacto con Lovecraft para pedirle una colección de relatos y considerar su publicación en forma de libro. Lovecraft mandó los manuscritos de treinta relatos, «todo lo que tengo que sea publicable, salvo “Hipno” y “Erich Zann”, de los que no tengo duplicados». La editorial retuvo los manuscritos durante cuatro meses y finalmente se los devolvió (en mal estado, según Lovecraft). El rechazo de aquellos relatos, aludiendo tanto a la dificultad de vender aquel material fuera de la comunidad de los lectores de Weird Tales como a la naturaleza «barata» y «demasiado llena de explicaciones» de los relatos, coincidió en el tiempo con el rechazo de Weird Tales a Las montañas de la locura (que Lovecraft consideraba su obra más ambiciosa), y supuso un duro golpe para el autor. En carta a E. Hoffmann Price escribió:

Te remito al rechazo por parte de Putnam’s de mis relatos reunidos para su publicación en forma de libro en 1931. Dijeron que el material reflejaba la pobreza del nivel de las revistas populares profesionales, y después de cierto análisis y reflexión tuve que admitir que estaban en lo cierto.

Lovecraft se mostró cada vez más escéptico con todos los demás editores que le pidieron ver su material. En 1933 fue Allan G. Ullman, de Alfred A. Knopf, quien le escribió pidiéndole manuscritos para su posible publicación, esta vez por recomendación de Samuel Loveman, amigo del autor. Lovecraft mandó veinticinco relatos, que fueron recibidos de forma tibia, como puede verse en el informe de lectura que ha sobrevivido: «Está claro que hay mucha gente a quien le gusta esta clase de cosas; la pregunta es: ¿son compradores de libros o lectores de revistas pulp?». Tras el rechazo ya esperado, Lovecraft escribió lo siguiente a Clark Ashton Smith:

La nota que adjunto de Knopf marca el muy esperado estallido de la última burbuja de propuesta de libro. Sabía perfectamente que todo este maldito asunto era otra farsa, igual que los fiascos de Putnam y Vanguard; pero, cuando Ullman me pidió los manuscritos, no quise escatimar esfuerzos.

Hubo un par de desencuentros más que apenas afectaron ya al desengañado Lovecraft. En 1935, August Derleth hizo que su editorial, Loring & Mussey, le escribiera para pedirle textos. En esta ocasión, la editorial no solo rechazó los textos, sino que se los perdió, lo que provocó que Lovecraft escribiera a Derleth: «Ahora sí que he terminado con la escritura. Se acabó mandar textos a editoriales». Y, en efecto, cuando a finales del año siguiente, 1936, la editorial William Morrow se puso en contacto con él para pedirle una novela, Lovecraft ya ni siquiera se planteó mandar nada, y por carta le dijo directamente al editor Wilfred Talman:

No puedo garantizar que vaya a producir nada con longitud de novela en el futuro inmediato; el hándicap que suponen los requisitos acerca de la «trama» puede hacer que me resulte imposible escribir un libro aun en el caso de que sin ellos hubiera podido; y es posible que no pueda producir un libro en absoluto, ni siquiera en un futuro remoto y en condiciones de la más perfecta independencia.

A Lovecraft le quedaban cinco meses de vida cuando por fin consiguió publicar un libro, el relato largo escrito en 1931 La sombra sobre Innsmouth. La experiencia, sin embargo, terminó siendo más un revés personal que el cumplimiento de la ilusión de toda una vida. Para cuando el libro estuvo listo, las circunstancias del proceso de publicación habían sido tan desastrosas que Lovecraft prácticamente se desentendió del proyecto.

La cosa fue de la siguiente manera. En la primavera de 1935, a Lovecraft le llegó la oferta de hacer una edición «en tapa dura» de algún relato largo suyo, preferentemente de En las montañas de la locura o de La sombra sobre Innsmouth. El editor en cuestión era William L. Crawford, un fan de Weird Tales afincado en Pensilvania que el año anterior había montado dos revistillas «semiprofesionales» (hoy en día las llamaríamos fanzines) de relatos extraños tituladas Unusual Stories y Marvel Tales. La cuestión era que la ambición de Crawford era inversamente proporcional a sus medios y a sus capacidades como editor amateur. Así pues, montó un sello editorial, rimbombantemente llamado Visionary Publishing Company, y a finales de ese mismo año inició el accidentado proceso de publicación de La sombra sobre Innsmouth como libro.

A juzgar por sus cartas, parece que en realidad Crawford no podía permitirse pagar la encuadernación en tapa dura y con papel de calidad libro, de manera que intentó mil triquiñuelas para rentabilizar la edición. Por fin, el libro salió en noviembre de 1936, pero tenía tantos errores tipográficos que Lovecraft insistió en incluir una hoja de erratas (que también salió con erratas). Lovecraft se quedó horrorizado con la producción del libro; en carta a Lee McBride White, el 30 de noviembre de 1936 escribió:

Mi Sombra sobre Innsmouth ya está disponible, pero como primer libro encuadernado en tela no despierta ningún entusiasmo en mí. De hecho, es uno de los trabajos más pésimos que he visto en mi vida: treinta errores tipográficos, formato descuidado y encuadernación suelta y descuidada. La única característica redentora son las ilustraciones de [Frank] Utpatel, una de las cuales, en la sobrecubierta, salva la apariencia del libro…

Crawford había planeado inicialmente una tirada de cuatrocientos ejemplares, pero tenía tan poca fe en que el libro se vendiera y su interés en el proyecto se había enfriado tanto que finalmente solo encuadernó la mitad de la tirada. Los otros doscientos ejemplares fueron destruidos poco después. De los doscientos que sí se encuadernaron apenas se vendieron unos pocos, pese a que el precio de venta era un dólar. Lo más seguro es que solo un puñado de amigos del autor llegara a tener un ejemplar en vida de Lovecraft. En cualquier caso, este se había desentendido en gran medida del proyecto, y en sus últimas cartas apenas encontramos menciones a él. Lo único positivo del episodio es que el fracaso de ventas disuadió a William Crawford de seguir adelante con la editorial.

Lovecraft nunca manifestó públicamente una gran estima por su propia obra, algo que se puede apreciar a lo largo de todo el corpus de sus cartas. Ni siquiera en los años de su gran eclosión creativa (los que pasó residiendo en el 10 de Barnes Street de Providence, entre su regreso de Nueva York en 1926 y su mudanza al 66 de College Street en 1933) llegó a mostrar más que un desdén ligeramente condescendiente cuando hablaba de su literatura. Cada vez que terminaba de escribir un relato, lo tachaba de fracaso. Por poner un simple ejemplo, esto es lo que escribió en 1934 después de terminar uno de sus textos más memorables:

Por cierto, la semana pasada terminé «La sombra que salió del tiempo», pero no creo que sea lo bastante buena para pasarla a máquina. Por alguna razón, no parece encarnar del todo lo que yo quería que encarnara, y es posible que la rompa y vuelva a empezar.

A su muerte, dejó dos novelas completas en un cajón pues le parecían demasiado fallidas para intentar publicarlas. De hecho, ni siquiera se había dignado a pasarlas a máquina. Eran El caso de Charles Dexter Ward y La búsqueda en sueños de la ignota Kadath, ambas escritas en 1927 y consideradas hoy en día de lo mejor de su producción.

Pero lo que siempre había sido una especie de extraña negativa patricia a reconocer los méritos de su obra (o quizá una incapacidad genuina para ver esos méritos) se fue agravando con el paso del tiempo. La falta de éxito profesional obviamente jugó un papel en su fatiga. Alrededor de 1931, Lovecraft empezó a expresar en su correspondencia un deseo de alejarse de los modos de la literatura popular. La elección de los modos y fórmulas favorecidos por las revistas pulp, decía, había perjudicado a su estilo y a su práctica literaria. Al mismo tiempo, cuestionaba su propia capacidad para expresarse en un modo «realista», es decir, sin los elementos «extraños» que él consideraba que habían caracterizado su literatura hasta la fecha. Esto se agravó, como ya he mencionado, a partir del rechazo por parte de Weird Tales de En las montañas de la locura. En principio, Weird Tales la rechazó alegando la misma razón que había justificado rechazos previos: el hecho de que Lovecraft se negaba a ajustarse a las extensiones idóneas para la publicación en la revista. El rechazo, sin embargo, tocó una fibra más profunda en Lovecraft, como explicó en carta a E. Hoffmann Price:

[Las montañas de la locura] fue mi intento de plasmar los vagos sentimientos acerca del sur blanco, letal y desolado que me han perseguido desde que tenía diez años. La escribí en 1931, y el hostil recibimiento que le prodigaron Wright y otros a quienes se la mostré fueron los factores de mayor peso que he tenido para acabar con mi carrera de narrador. La sensación de no haber conseguido cristalizar la atmósfera que estaba intentando cristalizar me despojó sutilmente de la capacidad para abordar esa clase de problemas de la misma forma.

A partir de entonces, Lovecraft empezó a hablar directamente de abandonar la narrativa. No dejó de escribir relatos por completo, pero sí se ralentizó su ritmo de producción. En cuatro años escribió tres últimos relatos breves («Los sueños en la casa de la bruja», «La cosa del umbral» y «El que acecha en la oscuridad») y uno largo («La sombra que salió del tiempo»). Y por la correspondencia de esos años planea constantemente el fantasma del abandono. De regresar al silencio voluntario, como ya había hecho entre 1908 y 1917, cuando abandonó su obra de adolescencia para volver al cabo de una década, renacido, con «La tumba», su primer texto adulto.

Qué clase de escritor habría resurgido de ese segundo silencio es algo que solo podemos intentar imaginar.

(Continúa aquí)


Notas

(1) Lord Dunsany, la mayor inspiración de la primera época de la narrativa de Lovecraft.

(2) La antología de 1927 The Moon Terror.

(3) Editor de The Best Short Stories of 1928 and The Yearbook of the American Short Story (1928), que contenía una mención de tres estrellas a «El color que cayó del espacio».

(4) La absurda negativa de Lovecraft a pasar aquella novela a máquina podría ser señal de la poca fe del autor en el texto o quizá una simple excusa para no tener que hacer frente al temido rechazo de un potencial editor.

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8 Comments

  1. Jose Heredia

    Una excelente remembranza de un autor que nunca conoció el éxito literario en vida. Igual que Jane Austen y quizá docenas de otras personas poco reconocidas en vida. Muy buen artículo.

  2. Miguel Mendoza

    Hermoso artículo. Buen trabajo.

  3. Niklaus

    Excelente artículo, facil de leer y directo al punto, no había encontrado uno que se enfocase casi completamente en la carrera de Lovecraft en vez de su vida más personal!

  4. G. V. R. J.

    Es una pena que no conociera el éxito que logró y a los autores qué inspiró.

  5. Una lástima que este artículo no tenga un final y en la citada que continúa la historia no funciona.

  6. José J. Rodríguez

    Es raro encontrar textos tan claros, objetivos y bien redactados sobre literatura, y más cuando se trata de un autor como Lovecraft, que posee muchos claroscuros. Enhorabuena por el texto, que se nota que está muy pensado y trabajado.

  7. Pingback: La visión de William Butler Yeats (1) - Jot Down Cultural Magazine

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