Joaquín Gorrochategui nace en 1953 en Eibar, un pueblo guipuzcoano donde, según cuenta, lo suyo era hacer bicicletas, tornillos, armas, llaves inglesas… esas cosas. Serán un tío cura y un profesor de Latín «excepcional» quienes le abrirán los ojos hacia un mundo más allá de esa ensoñación maquinista. Es un chaval de letras. En casa, el euskera es la lengua de todos y para todo; la otra, la de la escuela, tampoco se le da mal. Lee y disfruta de la literatura en castellano, y también busca libros en vasco, textos antiguos, modernos, lo que sea. Pero siguen siendo los años del franquismo. En 1975 se licencia en Filología Clásica (con premio extraordinario) en Salamanca. Entre el año 1996 y el 2000 fue decano de la Facultad de Filología, Geografía e Historia de la Universidad del País Vasco, y hoy es catedrático y miembro correspondiente de la Real Academia Española y de la Academia de la Lengua Vasca. No en vano, Joaquín Gorrochategui se ha dedicado a interpretar textos e inscripciones de las lenguas de la Europa más antigua y a establecer paralelismos entre ellas, de esos que sirven incluso para reconstruir otras que rozan la entelequia. Pero una vez fueron y, en gran medida, siguen ahí. Y aquí, en estas mismas líneas: solo hay que saber mirar. Nieva en un atardecer boreal que se desploma sobre el campus de Vitoria. Desde su única estancia con luz, un científico habla con pasión de eso a lo que ha dedicado su vida.
En esta entrevista, me gustaría diseccionar la lengua para entender sus mecanismos. ¿Te parece bien que empecemos por el latín y vemos a dónde llegamos?
Perfecto.
Lo digo porque el latín me parece ideal para saber cómo funciona el motor de una lengua.
Claro. Al final tienes que tener unas nociones de lingüística que son básicas pero fundamentales. Para mucha gente, el latín supuso la primera confrontación con algo realmente diferente. Traducir un texto y ver cuáles son las relaciones internas de esa sintaxis y de esa morfología es como resolver cualquier problema: un reto intelectual que te produce una gran satisfacción, con independencia del bagaje cultural que eso tenga y de lo importante que sea para entender la historia de Europa. También hay que tener en cuenta que el latín que nosotros leemos es literatura pura y dura, no es la lengua normal que hablaban en la calle. Es la literatura de Cicerón. Es, yo qué sé, como si nos encontráramos con Quevedo.
El latín también puede tener su reverso como apisonadora cultural.
El latín conquistó y se impuso. Los romanos fueron civilizadores sí, pero también muy brutos. Si alguien se les oponía, lo liquidaban. Piensa en los mismos celtíberos: ciudades enteras asoladas, poblaciones desplazadas… No obstante, eso ocurrió sobre todo al principio. Después, el latín se impone porque la gente lo quiere, y eso trae la muerte de otras lenguas, digamos que «por suicidio». Esto sucede cuando uno piensa que con su lengua (la materna, la propia) no va a llegar ningún lado, que tiene que pasarse a otra lengua para que, si ya no él, al menos sus hijos tengan una vida mejor. Este es el motivo principal para que uno cambie de lengua.
Pero hay más, ¿no?
Evidentemente, puede haber presiones políticas, prohibiciones, castigos… Pero eso provoca a menudo una reacción porque, contra el castigo, muchas veces uno se opone. El suicidio es voluntario.
Me llama la atención entonces que los monolingües sean minoría.
Lo cierto es que en el mundo hay muchos más bilingües que monolingües, aunque en los Estados centralistas de Europa, como Francia, España, etc., mucha gente piense lo contrario, que lo normal es hablar una sola lengua en ese Estado en el que viven. Mi abuela era monolingüe en vasco; en Cataluña hay zonas de Girona y de otros lugares que han sido monolingües en catalán hasta no hace demasiado tiempo… Pero el mundo moderno está expandiendo algunas lenguas y, por tanto, está haciendo comunidades todavía más bilingües de lo que eran antes. Esto también conlleva el peligro de extinción de algunas lenguas, que se está dando ahora a marchas galopantes.
Volviendo a las lenguas «suicidadas», se nos fue el ibérico entre ellas, y dejó tras de sí un legado en forma de textos que podemos leer, pero no entender.
Pues sí. Eso es realmente un misterio que a mí y a los que nos dedicamos a esto nos produce cierta desazón, sobre todo cuando vemos a nuestros colegas orientalistas descifrar lenguas que después consiguen entender. El acadio, el ugarítico, el hitita, el sumerio, el elamita… todas esas lenguas y muchas más se han descifrado y decodificado por procedimientos análogos a los del desciframiento del jeroglífico egipcio mediante la piedra de Rosetta. Tienen muchos textos bilingües, diccionarios…
Nos falta una piedra de Rosetta en latín o griego para el ibérico y otras lenguas paleohispánicas.
Exacto.
¿Qué lleva a un pueblo a escribir?
Estar en contacto con otra sociedad que sepa escribir. Aprendes a hacer cerámica porque has visto que otros la hacen y que es muy útil, pues te evitas andar con esos maderos que no puedes poner al fuego. Las personas se dan cuenta de que escribir es una ventaja: pueden anotar, pueden llevar las cuentas… Para la escritura, uno también tiene que tener un cierto nivel cultural. Si tu sociedad es muy atrasada, es decir, no lleva cuentas, no hace intercambio, no tiene una producción artesanal…, a lo mejor no merece la pena aprender a escribir. Todo está relacionado, pero, una vez que alcanzas un cierto nivel de civilización y de cultura, la escritura te viene muy bien y aprendes rápido. Eso sí, aprendes de una sociedad que sabe escribir, de la cual copias su modo de escritura. Volviendo a los romanos, cuando ellos llegaron a la península, la gente aquí ya sabía escribir.
¿De quién habían aprendido?
De los fenicios. Hacia el año 900 u 800 antes de Cristo, cuando llegaron a la península ibérica, establecieron sus primeras colonias. La más importante fue Gades, hoy, Cádiz. Pensamos que los primeros peninsulares empezaron a escribir alrededor de Gades. Tomaron como modelo el fenicio, adoptaron esa escritura, pero no la emplearon tal cual, sino que la adaptaron a su lengua. Después eso fue evolucionando y dio lugar a toda esa familia inicial de las escrituras de la península ibérica. Cuando llegan los romanos, todo se multiplica de manera industrial: la economía, la minería y también la escritura. Roma está toda llena de inscripciones y, allí donde llegaron, también extendieron el hábito de la escritura y su gusto por escribir.
Sigue llamando la atención el caso de los vascos. Apenas hay rastro escrito de ellos a pesar del contacto que tenían con Roma.
Es que fue un contacto tardío, hacia la segunda mitad del siglo ii antes de Cristo y en las zonas del Ebro. Roma había entrado en contacto con los celtíberos también en ese mismo siglo, pero había encontrado resistencia. Por la zona de los vascones no la debió tener, pero tampoco les interesaba ir más para arriba. Para entonces, la escritura ibérica ya se había extendido. Aquí no parece que llegara mucho, pero algo sí llegó. La mano de Irulegi es la prueba más reciente, pero ya teníamos algunos testimonios anteriores. En cualquier caso, eran muy escasos en comparación con lo que se escribía en Cataluña o el Levante.
Mencionas la mano de Irulegi. ¿Es realmente tan importante?
Es importante primero porque se trata de un texto entero que pone un punto en el mapa donde no había nada. Asimismo, hablamos de un soporte absolutamente desconocido: una lámina de bronce en forma de mano. Las inscripciones paleohispánicas anteriormente conocidas están realizadas sobre soportes de piedra o cerámica, láminas de plomo o bronce, etc., es decir, o bien vasijas amortizadas, o bien material como mero soporte, carente de cualquier simbolismo, algo así como el papiro o el papel para nosotros.
¿No había nada parecido?
Es verdad que hay una serie de inscripciones sobre soporte figurado, las llamadas téseras de hospitalidad celtibéricas, que servían para expresar los pactos de amistad y hospitalidad realizados entre individuos o comunidades, pero tienen una función diferente a la de la mano de Irulegi, independientemente de que estén siempre redactadas en lengua celtibérica. A veces la función viene expresada no por la forma, sino por las circunstancias intervinientes en el acto de la escritura, como ocurre con una defixio, un texto sobre plomo escrito con una finalidad mágica. Se coloca en las tumbas o bajo tierra para ponerse en contacto con los dioses inferus y que actúen contra una persona, es decir, algo mágico. En este sentido, no tenemos nada igual en la península ibérica porque la mano está escrita en dos fases: alguien escribió y después la misma persona, o quizá otra, punteó. Para mortificación nuestra, hay como dos o tres lugares donde el que punteó escribe diferente del que redactó debajo, lo cual nos crea bastantes problemas de interpretación.
Pero es vasco, ¿no?
Por el lugar donde ha aparecido hay posibilidades de que esté redactado en vascónico. Llamamos así a la lengua de los vascones que, de un modo u otro, estaba relacionada con la lengua vasca que conocemos a partir de la Edad Media avanzada. Pero aquí nos topamos con un problema: si conociéramos el ibérico bien, podríamos descartarlo, pero no es posible. Tenemos unas dos mil inscripciones en ibérico, muchas fragmentarias, es verdad, pero algunos cientos con suficiente cantidad de texto. También tenemos algunos formularios ibéricos bien conocidos, nombres de personas ibéricos y los sufijos que van con ellos. No hay nada de eso tampoco claramente en la mano, no hay nada que diga que es ibérico con total claridad. Hay algunos rasgos que apuntan a la lengua vascónica, pero no tenemos una seguridad total. A la vez, tampoco hay unas características ibéricas fuertes. Necesitamos encontrar más textos para poder confirmar estas hipótesis.
Sin embargo, la escritura es ibérica.
Sí, pero hay un signo en forma de T que no se usa en el resto del sistema ibérico y que conocíamos por algunas monedas acuñadas en Navarra y en la zona vascona.
Has estudiado mucho el tema del aquitano, una lengua coetánea que se hablaba en el suroeste francés. ¿Qué pistas podemos encontrar en él?
¿Podemos volver a César? Hablaba él de una Galia dividida en tres partes: la de los belgas, la de los celtas o galos y la de los aquitanos, y cada uno de estos pueblos hablaba su propia lengua diferenciada. Pero apenas dice nada más de los aquitanos. Más adelante, Estrabón nos cuenta que se parecían más a los iberos tanto en su lengua como en su aspecto físico. El problema es que sabemos muy poco de los aquitanos. Empezaron a escribir cuando llegaron los romanos, escriben en latín, pero tienen sus propios nombres de persona, a no ser que hayan adoptado uno latino de uso común en el Imperio romano. Precisamente, yo hice mi tesis sobre esa onomástica, nombres como Nescato, Sembe, Cison o Andere, que tienen una traducción desde el euskera actual: «muchacha», «hijo», «hombre» y «mujer».
Se entienden desde el vasco sin esfuerzo.
Porque son los más claros de entre un centenar largo de nombres diferentes que se han clasificado. Hay otro montón de nombres a los que no hemos encontrado paralelos. Sabemos que no son galos, sabemos que no son celtas y que no son de otro lugar. Son de allí, solo de allí, por tanto, son aquitanos, pero no les hemos encontrado relación con el vasco posterior, aunque muestran características fonéticas y un uso de sufijos compatibles con lo esperado en la lengua vasca. También hay que decir que hay entre mil y mil quinientos años de diferencia entre ambos, y que quizá muchos se perdieran o se olvidaran en ese espacio de tiempo.
La teoría vascoiberista, que apunta a una relación de parentesco entre el vasco y el ibero, parece haber perdido arraigo entre muchos expertos. ¿Está descartada?
Hay que matizar. La teoría que dice que la lengua ibérica era la antecesora de la lengua vasca y que se pretendía probar traduciéndola mediante el diccionario vasco de Azkue está claro que no funciona. Pero el vascoiberismo que apunta a que la lengua vasca y la lengua ibérica son dos lenguas diferentes que pueden estar relacionadas genéticamente, eso depende de cómo se tome. Tenemos un problema básico: para decir que dos lenguas son parientes tienes que entenderlas, tienes que comparar sus palabras, saber no solo qué aspecto tienen y cómo se pronuncian, sino también qué sentido tienen. Del ibérico conocemos qué pronunciación tenían las palabras, más o menos, pero no tenemos ni idea de su sentido. Así las cosas, ¿cómo las vamos a comparar? La lingüística comparada, para afirmar que dos lenguas están emparentadas genéticamente, exige probarlo positivamente. En este sentido, como no está probado positivamente, podemos decir que no son lenguas parientes.
Lo cual no quiere decir que no lo fueran.
Eso es, simplemente no somos capaces de probarlo mediante las técnicas habituales de la lingüística comparada. En cambio, comprendemos la lengua vasca, ha sido comparada con una gran cantidad de lenguas con el objetivo de hallarle parientes sin resultados positivos, de modo que se dice de ella que es una lengua aislada genéticamente. No forma parte de ninguna familia lingüística conocida ni tiene otra lengua con la que pueda ser comparada y forme una familia.
Pero sí que existen coincidencias bastante llamativas entre ambas, ¿no?
Digamos que, desde un punto de vista externo, superficial, incluso de estructura, existen algunas cuestiones muy llamativas, pero ¿a qué se deben?, ¿a préstamos?, ¿a una influencia cultural?, ¿a una relación de parentesco lingüístico?, ¿a una larga relación de contacto que desemboca en similitudes reales? No lo sabemos. Insisto en que, desde una posición estricta, no está probado. Ante estas similitudes, unos estarán más inclinados a explicarlas mediante el parentesco, y otros, mediante el contacto. En cualquier caso, las pruebas se consiguen tras establecer correspondencias fonéticas entre cognados.
¿Cognados?
Términos que comparten un mismo origen. Por ejemplo, el Vater alemán, pronunciado fáter, corresponde al father inglés, al pater latino, al pitar del sánscrito, etc.; son cognados. Pero conviene no fiarse de las apariencias. Un ejemplo clásico es el del feu francés y el Feuer alemán para «fuego». Parecen similares, sin embargo, no son cognados, porque feu viene del focus latino, como el fuoco italiano, mientras que el alemán Feuer, al igual que el inglés fire, está relacionado con el griego pyr-pyrós, vocablo contenido en las palabras castellanas pirómano o pirólisis. La semejanza entre feu y Feuer se debe únicamente a la casualidad. Sin embargo, a primera vista es difícil concluir que nuestro venir y el inglés come puedan compartir una raíz común, pero la tienen. Eso es lo que busca un lingüista comparativo, hallar esas correspondencias, porque ahí está la prueba del parentesco lingüístico. La biología evolutiva llama a las relaciones debidas al origen homologías, mientras que los parecidos externos, como el existente entre las extremidades superiores de las aves y de los murciélagos, que son mamíferos, se describen como analogías.
Los lingüistas, mediante la comparación de palabras, habéis sido incluso capaces de reconstruir el indoeuropeo, esa lengua común de la que proceden las lenguas latinas, germánicas, eslavas, indo-iranias… ¿Cómo podemos saber qué aspecto tenía una lengua que se hablaba hace miles de años pero que no deja ni un rastro escrito?
No dejan documentos, pero dejan hijas, herencia. Lo que ocurre con el indoeuropeo es un privilegio porque no todas las familias lingüísticas del mundo se pueden reconstruir con tanta profundidad y hasta con tanta seguridad. Hay lenguas indoeuropeas documentadas desde muy antiguo, eso también es fundamental para la reconstrucción de esa lengua matriz o ancestral a la que llamamos protoindoeuropeo. Piensa en una pirámide: cuantas más lenguas tengas en la base, más capacidad tendrás para proyectarla hacia arriba. La reconstrucción es un proceso que lleva de la variedad a la unidad, y, si tienes muchas lenguas, dispones de mucha información. Por un cálculo de probabilidades, la información antigua se habrá mantenido en una o en otra, no se habrá perdido en todas. Fíjate en el ejemplo de las diez vocales del latín. El sardo pasó a tener cinco, y, en el resto de la Europa occidental, en lo que se llama el románico común, las fusiones se dieron de otro modo, de tal manera que acabaron en siete vocales, que son las que tiene, por ejemplo, el catalán o las que tiene el francés en sílaba acentuada. El rumano se quedó ahí, como una cosa intermedia, con sus seis vocales. Ninguna mantuvo las diez originales, pero, gracias a la comparación, el romanista puede reconstruir un protorrománico con nueve vocales, lo más parecido al latín.
Siri habla veinte idiomas y Google Translate supera el centenar. Supongo que la inteligencia artificial será un aliado para vosotros, sobre todo cuando se trata de comparar lenguas, ¿no?
Los avances de la inteligencia artificial para la traducción están a la vista de todos. Hay programas que producen traducciones muy aceptables, al menos para textos de las lenguas más empleadas. Ha dado buenos resultados también en la identificación de autorías para obras anónimas. No he tenido conocimiento de que se haya usado, o al menos de que haya dado resultados, en el establecimiento de parentescos lingüísticos o en el desciframiento de lenguas antiguas desconocidas. Para lo primero puede ser una ayuda, por la capacidad de la inteligencia artificial para manejar ingentes cantidades de datos, aunque a la larga no sé cómo podrá la máquina distinguir entre lo que es una homología y una analogía, usando la terminología empleada antes. Supongo que sus resultados serán estadísticos. En cuanto al desciframiento de lenguas desconocidas, veo difícil saber cómo podemos cebar sus bancos de datos.
Volviendo al latín peninsular, ¿cuándo se convierte en castellano?
Categorizar con una palabra diferente a un estadio de lengua y con otra palabra diferente a otro es como un ejercicio de prestidigitación. Eso se utiliza entre el latín y el castellano, pero no, por ejemplo, para el griego. Utilizamos la misma palabra, griego, para referirnos a la lengua de Demóstenes y a la actual, pero son completamente diferentes. Lo cierto es que ninguna generación joven piensa que está hablando una lengua distinta de la de sus padres, pero eso siempre es así y en cualquier lengua. Volviendo al latín y ya con la perspectiva del tiempo, hay un momento en el que lo que se hablaba en el siglo iii y lo que se hablaba en el siglo x son lenguas diferentes. En el siglo ii había una unidad. La movilidad dentro del Imperio romano era increíble, es decir, las personas, las mercancías, todo se movía desde un extremo a otro, y, debido a ese movimiento fluido, había una unidad lingüística. Pero en el siglo iii hay una ruptura, una crisis económica muy fuerte y el Imperio pierde esa globalización para ir regionalizándose. Cuando el Imperio cae en el siglo v, la Hispania de los visigodos apenas tiene relación con la Galia de los francos, con la Italia de los ostrogodos… Ese latín va mutando en cada región porque la misma esencia de la lengua es cambiar.
Por el contacto con otras.
Sí, pero cambiarán aun sin este. Cada región, cada comunidad desconectada de las demás evolucionará y, tras doscientos, trescientos, cuatrocientos años, habrá diferencias con el vecino.
Pero esas lenguas «suicidadas» de las que hablábamos antes también dejan su marca, ¿no?
Son lo que se llama influencias de sustrato. Como la palabra indica, es la influencia de una lengua que se hablaba previamente. La lengua de sustrato le dará palabras propias a la que se superpone en su territorio; así, el galo pasó vocablos al latín hablado en la Galia, y el ibérico o el celtibérico, al latín hablado en la península. Lenguas que hoy son claramente diferentes, como el portugués, el castellano y el francés, podían ser dialectos de un latín en el siglo vii. La gente aún se podía entender entre sí, aunque ya era posible decir que tal persona hablaba latín «a lo galo» o aquella «a lo africano». Ese hablar «a lo galo» podía deberse en parte a un sustrato celta. Por ejemplo, legua o camino son palabras galas que después han llegado hasta nosotros. Nosotros tenemos palabras propias del español que vienen de los sustratos propios de aquí, como, por ejemplo, páramo o arroyo, una palabra técnica usada en la minería. Hay ciertas características del vasco (algunas de las cuales, por cierto, también existían en el ibérico) que se aprecian en las lenguas peninsulares, como la existencia de dos vibrantes (r/rr), para las que tiene sentido pensar que hay una influencia de sustrato. El sistema vocálico es una de ellas.
¿Y préstamos?
También, pero los préstamos léxicos, a excepción de los que hacen referencia a elementos específicos de la fauna, la flora o el terreno, suelen darse en la dirección contraria, es decir, de la lengua objeto de aprendizaje a la lengua materna. El latín primero y después las romances han dado muchísimas palabras al vasco. El vasco, sin embargo, no ha dado tantas palabras al español. Algunas hay.
Izquierda es la primera que me viene a la cabeza.
Sí, como la «mano mala», la «menos buena». Lo que sí parece que ha dado son hábitos articulatorios de los hablantes de vasco al pasarse al latín o al romance primitivo. Algo parecido ocurre cuando comparas el galés y el inglés. En cuanto a términos, a vocablos, hablamos de muy poca influencia ejercida por el galés o la lengua britónica de sustrato, pero hay algunos lingüistas que dicen que, articulatoriamente y desde el punto de vista de la morfología y de otros ámbitos lingüísticos, sí que ha influido más.
Es curioso, no obstante, que el que se considera el primer texto en castellano, las glosas emilianenses, incluya unas anotaciones en euskera en los márgenes.
Bueno, hay discusión sobre si es el primer texto en castellano o, más bien, en dialecto riojano. Hay poca diferencia, pero alguna hay, porque este riojano es un habla de transición entre el navarro y el castellano que es más bien de la zona vasca, pero un poquito más occidental, es decir, de Álava. Más allá de estas pequeñas diferencias, es una cosa curiosa que los primeros testimonios del nacimiento de una lengua también te muestren el nacimiento de otra lengua, en este caso, del vasco. Probablemente, aquel monje del monasterio de San Millán de la Cogolla fuera vascoparlante e hiciera aquellas anotaciones para aclarar algunas cuestiones, algo que apunta a una situación de bilingüismo en la zona.
El hombre crea la lengua que se convierte en el instrumento que utilizamos para pensar, para ordenar nuestras ideas y para entender el mundo. ¿Puede la lengua también modelar ese pensamiento?
Es muy difícil saberlo. Hay una teoría que dice que la lengua determina tu modo de pensar, pero, en nuestro caso, que somos bilingües, ¿qué lengua estaría modelando ese pensamiento? ¿Piensan y sienten diferente los monolingües de francés y los monolingües de español? Aunque ahí hablaríamos de lenguas románicas parecidas. Lo que sí sabemos es que, para decir lo mismo, las lenguas tienen estrategias diferentes, pero estas estrategias también son, de alguna manera, limitadas, no son infinitas.
Lo comentaba porque durante años se nos intentó convencer de que hay lenguas «torpes», o «arcaicas», incapaces de abordar cuestiones complejas. Por ejemplo, eso de que «no se puede estudiar Física en vasco».
Todavía hay mucha gente que lo piensa. Es un mito, un prejuicio entre, claro, aquellos que hablan lenguas que se considera que son las cultas y civilizadas. Aunque antes comentábamos que los suicidios de las lenguas vienen porque incluso sus hablantes las consideran no válidas, la sociedad ha cambiado y esa lengua tiene que hacer un esfuerzo para adaptarse. El problema está cuando esa lengua, que está perfectamente adaptada para unos usos y unas necesidades, se enfrenta a otros nuevos. Si se encuentra sola y no tiene otras lenguas, se adaptará, no le queda otro remedio. El problema está en que esas nuevas necesidades vienen muchas veces vehiculadas por otra lengua que las satisface bien, que cumple todos esos requisitos de la modernidad, y es entonces cuando empezamos a tener dos lenguas que no están equiparadas.
Lo que entendemos como diglosia.
Ese término está muy generalizado, aunque en este caso no está bien utilizado. Diglosia, en origen, se usaba para dos estratos distintos de una misma lengua. Pero, volviendo a la situación que mencionabas, una lengua se usará para usos comunes y familiares, mientras que la otra apuntará a usos, digamos, más cultos o elevados. Cuando hay bilingüismo siempre está presente el peligro de cambio de lengua, siempre. Hay situaciones bilingües muy estables que duran muchísimos años, siglos incluso, y otras que no soportan la presión y se pasan con armas y bagajes a la otra lengua. Pero es una cuestión de la sociedad, no de la lengua. La lengua está perfectamente dotada. Una comunidad monolingüe, ya puede ser la más atrasada del mundo, tendrá una lengua que es absolutamente útil para sus objetivos y sus necesidades. El problema es cuando las necesidades cambian por contacto.
El reto de la globalización.
Sí, pero no es algo nuevo. La globalización moderna empezó ya en el siglo xvi (aunque ha habido otros procesos anteriores de globalización) y se ha ido intensificando de una manera exponencial desde entonces. Eso supuso que en el siglo xix, por ejemplo, muchas lenguas, ante el reto de la modernización social y tecnológica, tuvieran que adaptarse a las nuevas exigencias. Quitando las lenguas cultas, como el francés, el español o el inglés, que se hicieron hábiles para la vida moderna en momentos anteriores, el resto se tuvo que modernizar en el siglo xix, empezando por el checo, el húngaro, el turco, el catalán, el gallego, el provenzal, el vasco, aunque esta última lo hizo más tarde que las demás.
O sea, que no hay lenguas «torpes» per se.
No hay lenguas torpes. Hay desfases entre los recursos léxicos de una lengua, que, como producto histórico, es el resultado de una evolución, y las necesidades derivadas de las novedades de la vida moderna. Pero hay numerosos ejemplos de que las lenguas pueden hacer frente a esas necesidades sin mayores problemas, con algo de esfuerzo y voluntad. Hay, sin embargo, también casos en los que los hablantes, forzados probablemente por razones sociales graves, no luchan por su lengua y prefieren cambiarla en lugar de adaptarla.
En Francia se sigue llamando patois, un término muy despectivo que deriva literalmente de «comer con las manos», a todo lo que no es el francés normativo, sea occitano, bretón o alsaciano.
Es que Francia es un país tempranamente centralista. Esto es así. Francia era muy multilingüe, es decir, esos patois eran despreciados, pero tenían mucha vitalidad y se transmitieron bien hasta la Primera Guerra Mundial. Para Francia, esa guerra fue brutal y todavía se acuerdan más de esa que de la Segunda. Significó la movilización total de todos los jóvenes que hasta entonces habían vivido exclusivamente en su región. Esto significó que la gente de, por ejemplo, Bigorra tenía que ir a las trincheras de Alsacia y cada cual hablaba su lengua y no sabía francés, o muy poco. Muchos murieron y los que volvieron lo hicieron hablando en francés, lo cual dio la puntilla al patois y abrió el camino a su decadencia.
Max Weinreich, reputado sociolingüista del siglo pasado, decía que una lengua es «un dialecto con un ejército y una armada». ¿Lo es?
Sí, en parte es así. Es tener un Estado propio. En Europa, a partir del siglo xvi,
los Estados han ido creando fronteras, pero a la vez hay zonas, por ejemplo,
como los Balcanes, donde bajo el Imperio otomano se hablaban muchísimas lenguas distintas, de familias diferentes, lo que los lingüistas llaman ahora un área lingüística, un Sprachbund, como se denomina en alemán. Teniendo orígenes diferentes, las lenguas se truecan, comparten estructuras, modos de hablar que generan unas particularidades que definen al área. Por ejemplo, muchas de estas lenguas han generado un artículo que, a menudo, se coloca al final. Como en rumano que, para nombrar al demonio, al dragón, dicen dracul. Esa ele final es nuestro artículo la, lo, el, pero ellos lo colocan al final. No es más que un ejemplo de que ahí las lenguas han convivido porque un Imperio y un Estado moderno son cosas diferentes. El primero, que por naturaleza no es uninacional, sabe que dentro de su administración hay pueblos y lenguas diferentes y no las va a machacar. Su postura es más bien la indiferencia.
La Unión Europea reconoce veinticuatro lenguas oficiales, pero las que se hablan son casi el triple. ¿Es un corte insalvable o se puede aguantar?
Esa oficialidad hace referencia, me parece, al ámbito de la administración comunitaria. Muchas de ellas son oficiales en sus respetivos Estados, y estos han firmado la llamada Carta Europea de las Lenguas Minoritarias por la que se comprometen a facilitar y fomentar su uso. Otra cosa es el cumplimiento.
Dicen que, de unas siete mil lenguas que se hablan hoy en el mundo, la mitad desaparecerá en los próximos cincuenta años.
Eso dicen, sí, y no parece que estemos muy descaminados. En cincuenta años no sé, pero en cien años… probablemente.
Muchos no lo ven como un drama. Al final, la lengua no deja de ser un instrumento de comunicación y, sea en una u otra, nos seguiremos entendiendo.
Quien piensa así habla por lo general una lengua mayoritaria y cree que no le va a tocar. Pero es una pérdida brutal, como la de las especies, ¿no? Si no te importa que se pierdan las especies, pues ya está. Yo creo que la pérdida se ha de sentir, sobre todo si hablas una de esas lenguas que no tienes garantías de que sobreviva… Cada sociedad ha de saber qué es lo que necesita para que su lengua sobreviva. Si está situada en Europa, necesitará escuelas, periódicos y televisión, todos los recursos para desenvolverse en la vida actual. Si está en algún lugar remoto de África, igual no los necesita.
A veces ni con escuela, periódicos o televisión.
Así es. Fíjate en lo qué ha pasado con el irlandés: es lengua oficial en Irlanda, la de la administración, se dictan leyes en ella, se enseña en las escuelas… pero no se transmite. El mundo prefiere hablar en inglés. Es un buen ejemplo de que, aunque tengas todas las herramientas sobre la mesa, puede fallar lo fundamental: que la lengua se transmita de padres a hijos, o de una generación a otra, porque sabemos que los niños no aprenden exactamente de sus padres, pero es un modo de hablar. En Irlanda ha pasado algo que no me gustaría que pasara con el vasco, por ejemplo, o con ninguna otra lengua. Hay que adaptarlas, dotarlas de herramientas para que se desarrollen, unificarlas si están dialectalizadas, etc.
¿Y sacrificar la riqueza que aportan los dialectos?
Sí. Seguramente los dialectos vascos van a desaparecer, no sé, en dos, tres generaciones. No tengo ni idea de en cuánto tiempo desaparecerán, pero será el precio que habrá que pagar para que la lengua vasca se mantenga. Esto no es nada extraño, de hecho, es lo que ha ocurrido con los dialectos castellanos. Se hablaba diferente en Burgos, Valladolid o Béjar, cada cual tenía sus particularidades. Yo, por ejemplo, he conocido a gente mayor que decía «trujon», «trajon» y cosas así. A veces, la estandarización viene dada por la historia sin mayores problemas y la gente va adoptando unas formas u otras. En la historia del castellano se ve muy bien que ha habido por lo menos tres normas: la de Burgos, la de Toledo y la de Sevilla. Lo que se llevó a América fue la norma de Sevilla, mientras que la norma de Toledo es la del español clásico de los siglos xv y xvi. La de Burgos ha quedado muy marginal, pero esto ha sido un proceso desarrollado durante muchos años. Las situaciones dramáticas se dan en lenguas con pocos hablantes.
Y sin apenas tiempo para invertir el proceso, ¿no?
Ahora hay muchos lingüistas que lo pueden gestionar para cualquier lengua en poco tiempo, estableciendo una gramática normativa, decidiendo cuáles son, digamos, las variantes más centrales, las que habla más gente, las que son más comunes, más fácilmente inteligibles… Cuando estuve en Cerdeña y vi que cada cual se empeñaba en mantener su dialecto, les dije que podían aprender un poco de nosotros, porque creo que hemos tenido éxito. Estábamos mal en los cincuenta y los sesenta, pero hemos conseguido una modernización de la lengua vasca y un estándar que sirve para hacer absolutamente todo. El mundo sabe de la modernización que ha sufrido la lengua vasca en muy poco tiempo; es un éxito sobradamente conocido. Por otra parte, el vasco es una lengua referencial para los lingüistas profesionales porque, de entre las lenguas aisladas, es seguramente la más conocida del mundo junto con el burushaski en India y el ainu en Japón. Esa es la tríada, estamos en el pódium de las lenguas aisladas.
Al final es tan sencillo como que la gente quiera mantener su lengua.
Es así. La gente quiere conservar su lengua porque quiere mantener, yo qué sé, sus canciones, su gastronomía, sus relatos, sus casas, lo que la une con su historia, con sus padres, con sus abuelos, con lo que aprendió en la niñez… con todas esas cuestiones. La lengua es como lo de la emigración: nadie quiere abandonar su casa. Y, si la abandonas, es por necesidad, porque igual no tienes otro remedio. Pero las lenguas también se pueden recuperar cuando hay verdadera voluntad para ello. Fíjate en el ejemplo del hebreo, una lengua que llevaba siglos semimuerta, reducida a un estatus de lengua litúrgica. Ese ha sido un éxito aún más grande que el nuestro, un milagro que demuestra cómo lingüísticamente se puede recuperar una lengua y no para colocarla en una vitrina, sino para que sea de uso cotidiano en una comunidad y para todas las funciones. Hoy el hebreo se habla y se transmite como una lengua normal.
Resucitar una lengua es ciertamente un milagro, pero modificarlas es más factible, ¿no es así?
La lengua tiene una flexibilidad muy grande, pero también te pone unos límites muy fuertes. Intentar cambiar la lengua por decreto es muy difícil. Por ilustrarlo con un ejemplo del español, no creo que vayamos a cambiar los géneros por mucho que algunos se empeñen en hablar de «hermanes» en lugar de hermanos y hermanas y cosas así. A mí, eso me parece una locura. Si la sociedad lo quisiera sí, pero no creo que sea el caso. No obstante, el vocabulario puede ir cambiando mucho y por muchas razones, pero la gramática es otra cosa. Puede transformarse, pero a un ritmo muy lento y, desde luego, no por decreto. Decía que la lengua tiene unos límites fuertes, pero, por otro lado, observar cómo se producen lenguas mixtas, como las criollas, ofrece una idea de su versatilidad y flexibilidad.
Tú mismo mencionabas antes de la entrevista que, cuando estuviste en Alemania y aún no dominabas el idioma, conseguías hacerte entender con tus colegas en una mezcla de latín, italiano y alemán.
Eso sería la idea de un pidgin, sí. Como el sabir que hablaban los marinos en el Mediterráneo entre el siglo xvi y el xix, o el de los balleneros vascos para comunicarse con los islandeses o los algonquinos de Canadá en el siglo xvii. Fíjate, estos últimos, cuando les preguntaban cómo estaban, respondían con un apaizak hobeto, «los curas mejor», en vasco, sin saber qué estaban diciendo exactamente. En cuanto a Islandia, hay dos glosarios de vasco e islandés, pero con muchas palabras, quinientas o seiscientas. Ahora, son situaciones sociales muy especiales. En condiciones normales, uno hereda la lengua de sus padres, no la crea ni la hace, sino que la recibe porque nuestra cabeza está diseñada para aprender, y la aprende rápidamente, sin darse cuenta.
De hecho, Noam Chomsky habla de la lengua como algo «innato», ¿no?
Sí, pero antes tenemos que escucharla. Si no oyes la lengua, es imposible, tiene que impregnarse de alguna manera. Esto lo que viene a decir es que el mecanismo está ahí. Tenemos esa capacidad que nos aporta la especie porque somos Homo sapiens. Algunos animales también se comunican, pero necesitan estar presentes, necesitan tener un estímulo. Nosotros no, podemos hablar de cualquier cosa sin que nos estimule nada, podemos hablar de lo que estamos viendo, pero también de lo que no vemos o de lo que ya pasó. Y podemos mentir, hacer ficción y contar relatos que no tienen nada que ver con la realidad. Es un sistema lingüístico increíble que, como utiliza ondas de sonido, nos permite hasta comunicarnos por teléfono y estar hablando durante horas. Imagina otro sistema que consistiera en mover las piernas o la cabeza. Te agotarías enseguida.
El mayor invento de la humanidad.
Sin duda. La lengua es una capacidad humana común a todos que no distingue de razas, ni de estatus social, ni siquiera de inteligencia. Después, cada una de esas lenguas es el producto de ese sistema humano en una sociedad concreta. Piensa en las flores: surgen de la misma manera, todas tienen más o menos los mismos elementos, pétalos, pistilos, polen, todas comparten los mismos sistemas, pero esa fascinante diversidad de colores, de olores… ¿Te imaginas tener solo tulipanes en un jardín? ¿No sería una pena?
Un placer escuchar o leer a un sabio. Comparto con él el amor al viejo latín. Que el vascuence, bueno, euskera, no comparta la triste suerte del irlandés debería ser alegría y orgullo para todos los españoles. No fue la relación entre vascos y el estado español como lo fuera entre irlandeses y el británico; aunque dictadores y alguna banda terrorista hicieran lo suyo para empozoñarla. No sería tan absurdo que en las escuelas de toda España, en algunas clases específicas, se enseñara un sumario de la gramática, expresiones y algún vocabulario de la lengua vasca. A los profes de latín no ha de ser tan rara esa sufijación aglutinante del euskera, ni tan difícil.
Tiene usted toda la razón. Lo comparto
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