Política y Economía

La imposibilidad del serbocroata y el croatoserbio

La imposibilidad del serbocroata y el croatoserbio
SSarajevo, 1995. Fotografía: Tom Stoddart / Getty.

Las piruetas ideológicas, el uso de la historia de otros países para justificar posiciones propias en otras latitudes que nada tienen que ver, la tendencia al esoterismo para interpretar lo que pasa en países que están a más de mil kilómetros del Pirulí y, por qué no decirlo claramente, el poderoso cuñadismo internacional han logrado que la desintegración de Yugoslavia sea generalmente entendida al revés de como fue. La creencia es que la federación era un bálsamo de paz y estabilidad, pero que la injerencia extranjera, depende según el caso si fue de Estados Unidos o de Alemania, maniobró para que el país se desintegrara. Sin embargo, basta leer muy poco para entender que los problemas políticos y económicos marcaron la existencia de la Yugoslavia comunista desde sus inicios. Es bien conocido y no es objeto de este artículo explicarlo, pero sí detenernos en un episodio que puso de manifiesto los problemas que experimentó el comunismo para mantener a los eslavos del sur en un solo Estado: el de definir cuál era la lengua común de ese Estado. 

Dominados por diferentes imperios y, al mismo tiempo, inmersos en diversos resurgimientos nacionales, los eslavos del sur no solo se dividían en eslovenos, croatas, serbios, bosnios, montenegrinos y macedonios, sino que existían muchas más subdivisiones entre ellos. El encaje en estas categorías no era tan natural como pueda parecernos ahora que creemos en las naciones como en cualquier otra religión. No obstante, al margen de los diferentes orígenes culturales de estos pueblos, la gran división, la que aún hoy resulta determinante, era religiosa. Los eslavos del sur son ortodoxos, católicos y musulmanes. 

No hace falta irse muy lejos para encontrar un pueblo con estas tres religiones, pero con una sola adscripción nacional: Albania. Entre los eslavos, en cambio, este proceso, a la vista está, fue mucho más accidentado, hasta el punto de que nunca se culminó, pero, en un principio, intuitivamente —por emplear el término usado por la historiadora Marie-Janine Calic—, estos pueblos se sentían relacionados entre sí por una cuestión inequívoca: podían comunicarse. 

La variedad lingüística empleada era el štokavski (que debe su nombre al pronombre interrogativo što, ‘qué’) y fue la que sirvió de base, ya en el siglo XIX, para intentar establecer una lengua estandarizada. Entre ciertos sectores sociales de la época, el nacionalismo protoyugoslavista se expresaba como forma de unión entre unos pueblos que se consideraban divididos «superficialmente» por los accidentes de la historia. Paralelamente, existían otros nacionalismos más homologables a los que cobraron más fuerza en el siglo XX, pero la unión de los eslavos del sur tenía un propósito político importante y realista: sacudirse el dominio imperial. Para garantizar la supervivencia de la nación croata habría servido una recomposición «trialista» de Austria-Hungría, la Gran Croacia o Yugoslavia. El problema era la supremacía. 

Los alemanes, los húngaros y los italianos eran las clases dominantes. Ante eso, las diferencias dialectales entre serbios, bosnios y montenegrinos eran insignificantes. Y las religiosas, que se acentuaron en los años veinte del pasado siglo, en muchos casos eran relativas. Evidentemente, la idea de la nación serbia surgió adherida a la Iglesia ortodoxa, como la croata a la católica, pero en Bosnia, advierte Calic, en una misma familia podía haber una rama de una religión y otra que profesase una diferente para asegurarse siempre un trato favorable de los cambiantes poderes. Otro ejemplo de subdivisión era territorial, por ejemplo, los naturales sudeslavos de Dalmacia se consideraban dálmatas, y no especialmente croatas, aunque fueran católicos. Lo mismo en Istria… Del mismo modo, ante la amenaza de la germanización, las burguesías pensantes eslovenas preferían la unión con serbios y croatas. En el XIX, estas ideas ya se habían pergeñado sobre la base del mito ilirio, una unidad sudeslava que habría existido desde antes del Gran Cisma. 

La idea de Yugoslavia no fue, por tanto, un invento de posguerra en 1918. Cuando ese proyecto cobró impulso, las diferencias dialectales fueron consideradas irrisorias por motivos políticos; cuando ese proyecto se consolidó, esas diferencias cobraron importancia hasta ser capitales. No obstante, durante esta primera Yugoslavia, conocida como la época del Reino, se intentó que la lengua en la enseñanza fuera el serbio. Sin éxito, porque no había suficiente profesorado formado y porque el sistema educativo del ex Imperio austrohúngaro era superior. No fue hasta 1944, cuando los comunistas ya se veían ganadores de la guerra, cuando el Consejo Antifascista de Liberación Nacional de Yugoslavia empezó a publicar todas sus proclamas en serbio, croata, esloveno y macedonio. 

Ya en el poder, cuando, a partir de estas mismas bases, los comunistas trabajaron sobre la identidad nacional yugoslava, la importancia de esas diferencias no había desaparecido y, de nuevo, por motivos políticos, dejaron de ser anecdóticas para constituir un problema de primer orden. En los años sesenta y setenta, el peligro de desintegración yugoslava por problemas reflejados en, o derivados de, las políticas lingüísticas no solo era una polémica interna, sino que el caso saltó a los medios de comunicación de todo el mundo. La unidad yugoslava en la Guerra Fría, tras su expulsión, herejía o escape del bloque comunista dominado por Moscú, ponía en peligro los delicados equilibrios internacionales. 

Un poco antes, en 1954, se alcanzó el Acuerdo de Novi Sad sobre el serbocroata o croatoserbio. Sobre los intentos de estandarización de la lengua del siglo XIX, se llegó a la conclusión de que serbios, bosnios, croatas y montenegrinos hablaban el mismo idioma con dos variantes: ekavian (principalmente, oriental y denominado serbocroata) e ijekavian (principalmente, occidental y denominado croatoserbio), y se podía escribir en dos alfabetos: latino y cirílico. Escritores, universidades y academias se lanzaron a la tarea de crear un diccionario común. Aunque resulte difícil de creer, nunca lo consiguieron. En 1960 se publicaron versiones separadas de una gramática conjunta en Serbia y Croacia. Si bien, siguiendo esta línea, la Constitución de 1963 obligaba a publicar todos los documentos oficiales en serbocroata, croatoserbio, esloveno y macedonio.

La distancia lingüística entre serbios, croatas, bosnios y montenegrinos —eslovenos y macedonios eran casos aparte— no es mayor de la que pueda haber entre el español de España y el español de Argentina. Sin embargo, durante los años sesenta, se puso en duda el Acuerdo de Novi Sad, especialmente desde Croacia y Bosnia-Herzegovina. No por problemas comunicativos, sino de reconocimiento de las diferencias nacionales. Un fenómeno que entraba en conflicto directo con la creación del nuevo hombre que prodigaba el socialismo. A través del idioma, se combatía la ortodoxia comunista.

El momento cumbre de esta disputa estalló en Croacia en marzo de 1967 con la Declaración sobre el estatus y el nombre de la lengua literaria croata. Ciento cuarenta intelectuales firmaron un manifiesto criticando la tendencia hacia la serbificación de su lengua. Exigían que el croata fuese reconocido como una de las cuatro lenguas de Yugoslavia junto con el serbio, el macedonio y el esloveno. Desde Serbia, en lugar de forcejear o de tomar una posición centralista, estuvieron de acuerdo. Un documento titulado Una propuesta para reflexionar, firmado por cuarenta y dos escritores serbios, apoyaba la idea de separar oficialmente la lengua croata de la serbia. Hubo revistas, como Književne novine, que, desde ese día, dejaron de publicarse en alfabeto latino. 

Ante los problemas desencadenados por la Declaración croata, las autoridades comunistas expulsaron del partido a nueve militantes que habían puesto su firma y despidieron del puesto de director del Instituto Histórico de Zagreb a Franjo Tudjman, uno de los portavoces más activos del nacionalismo croata. Otro tanto ocurrió con los escritores serbios que apoyaban la separación de las lenguas. Sin embargo, la represión no detuvo el problema. Los académicos croatas en 1970 se retiraron de los trabajos de elaboración del diccionario y declararon obsoleto el Acuerdo de Novi Sad. Se quejaron de que el diccionario no señalaba el origen de las palabras. El problema se había visto agravado tres años antes, en 1966, cuando Miloš Moskovljelić publicó un diccionario, al margen de los débiles consensos, que favorecía la variante serbia y subordinaba las expresiones y el léxico croata al nivel de dialecto local, mientras que las serbias eran elevadas a la categoría de lenguaje literario estándar. Semejante ofensa forzó la intervención del Gobierno federal, que secuestró las copias de este diccionario y las quemó. 

La imposibilidad del serbocroata y el croatoserbio
Dos mujeres serbias pasean por Belgrado en 1958. Fotografía: Mario de Biasi / Getty.

Sería ingenuo pensar que un problema entre filólogos destruyó Yugoslavia; aunque sobre el papel pueda parecer que ellos pusieron la primera semilla, lo que estaba en juego era la apertura del sistema socialista. En 1966, la purga de Aleksandar Ranković, número dos del régimen y previsible sucesor de Tito, suponía una victoria de los elementos anticentralistas del partido. Aunque Yugoslavia era legalmente una federación, hasta ese momento, de forma encubierta, imperó primero el estalinismo y posteriormente una autoridad centralizada. Tras la ruptura con los soviéticos y la adopción de un nuevo modelo de comunismo, la pugna entre centralismo y descentralización, serbios contra croatas y eslovenos, en resumidas cuentas, se zanjó con la victoria de los segundos. 

La disputa por la lengua solo se podía entender en ese marco. Igualmente, en Eslovenia, las autoridades comunistas locales legislaron para la preservación del esloveno y su trato de igualdad con respecto al serbocroata. Además, el 3 de febrero de 1967, las instituciones culturales y científicas eslovenas enviaron una carta abierta a la televisión de Liubliana exigiendo que en antena se emplease exclusivamente el esloveno. Hasta entonces, más de la mitad de los programas se emitían en serbocroata. Desde Croacia tomaron nota de estas reivindicaciones y se inspiraron en ellas. 

El efecto más notable de estas disputas políticas fue la Primavera Croata. Con punto de partida en la citada Declaración, desde dentro del propio partido, se exigió también más independencia para su república. En algunos casos, se reclamaba un ejército propio y una política exterior económica y diplomática autónoma. En 1970, la líder del partido, Savka Dabčević-Kučar, que había hecho la guerra con los partisanos, pero estudió después en Estados Unidos y Francia, se puso al frente de este reformismo y, al mismo tiempo, denunciaba públicamente que Croacia se estuviera convirtiendo «en el hogar de los serbios» en lugar del de los croatas. Fue la primera mujer en ocupar el cargo de primera ministra de un Estado en Europa y fue sustituida por la primera mujer presidenta de la federación yugoslava, Milka Plantic, mitad serbia, mitad croata, que se encargó de meter en la cárcel a todos los líderes de la Primavera. Las protestas se saldaron con setecientos cuarenta y un miembros del partido expulsados, quinientas once destituciones de cargos públicos y ciento ochenta y nueve encarcelados. 

En 1971 fueron los lingüistas musulmanes de Bosnia-Herzegovina los que iniciaron unos trabajos para documentar las «formas de expresión literaria» de una lengua musulmana bosnia. Antes de la Segunda Guerra Mundial, los autores bosnios publicaban indistintamente en ekavian o en ijekavian, pues no se había producido la estandarización de una nueva variante musulmana. Como consecuencia de estos enfrentamientos culturales, un escritor de la talla de Meša Selimović decidió marcharse a Belgrado a vivir para no estar sometido a estas nuevas directrices culturales. 

Entretanto, la embajada estadounidense reportaba a Washington toda esta problemática al detalle. Este simple conflicto entre variantes o dialectos de una misma lengua, de agravarse aún más, si bien ya había sometido a un test de estrés a las instituciones federales yugoslavas, podía acabar generando un conflicto, lo que en términos de la Guerra Fría tenía siempre el telón de fondo de que, tras la Tercera Guerra Mundial, estaba el fin del mundo. Y todo esto lo habían empezado unos filólogos. 

El cónsul en Zagreb, Robert Owen, informó a su Gobierno de que gran parte de los croatas estaban de acuerdo con la Declaración, pero que los principales funcionarios del partido y de la república no la habían visto venir. Así lo reconoció el propio jefe del partido en Croacia, Vladimir Bakarić, en la reunión del Presidium del Comité Central. Owen apostilló que el partido, en fase de liberalización en esos años, había sido «demasiado optimista» al creer que con su apertura se ganaría la confianza del pueblo. Además, que la Declaración apareciese y desafiara a la autoridad del partido demostraba que este había dejado de dar miedo. Aunque, señalaba Owen, también existía la posibilidad de que el partido croata conociese su publicación y la permitiera con el fin de crear una «crisis artificial» de cara a debilitar a los comunistas ortodoxos y favorecer al ala liberal. 

Lógicamente, no tardaron en aparecer las teorías de que todo se trataba de una conspiración extranjera, pero eso no supuso el final de las políticas de liberalización, que culminaron con la Constitución de 1974. Desde Estados Unidos había cierto apoyo a que los croatas denominaran su lengua como consideraran oportuno, pero nadie estaba dispuesto a sacrificar las buenas relaciones con Tito por esta cuestión. A Washington no le importaba si Yugoslavia era más autoritaria o más liberal en su original modelo socialista, solo quería que se mantuviese no alineada. Cuando The New York Times cubrió esta crisis, su corresponsal Richard Eder habló con un periodista comunista del ala liberal del partido que le dijo: «¿Sabes cuánto costó armar este país y lo poco que se necesitaría para arruinarlo? Es incluso mejor que mueran unas pocas personas a que mueran miles en el tipo de guerra que se desencadenaría aquí si alguna vez hubiera una lucha por dividir Yugoslavia de acuerdo con las líneas nacionales». Poco más hay que añadir. «Fin» en serbio, croata y bosnio se dice igual: Kraj. Y en un simpático chiste con la lengua castellana, «esperanza» también es la misma palabra en serbio, croata y bosnio: Nada.

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3 Comments

  1. Francisco Clavero Farré

    Interesante artículo y vaya lío. Son los estados e imperios los que hacen las lenguas y no al contrario. La unidad del español de Argentina, Nicaragua, Barcelona o Ciudad de México no se discute porque se reconoce la autoridad, hace tiempo muerta en lo político, que lo impuso. En España el catalán, obviamente inteligible, se trocea en «lenguas» diversas: no hubo autoridad, ni hay, que imponga lo evidente. En Yugoslavia la pejiguera acabó mal. Creo que los dialectos italianos eran mucho más divergentes, pero ahí el poder optó por la unión.

  2. Creo que con ver un paquete de cigarrillos de Bosnia y saber en cirilico se comprede que las tres hablas son una misma lengua. Hablo serbio que aprendí de mi mujer y vivo en alemania donde viven muchos serbios, croatas y bosnios. De hecho tenemos amigos de las tres nacionalidades y jamas nos ha costado entendernos con ellos hablando serbio. Todo esto evidencia que la denominacion de lengua official es mas politica que otra cosa

  3. Pingback: Sometimes a coffee 42 – Klepsydra

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