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Los extraños viajes de famosos del Siglo de Oro y la consecuente desaparición de sus huesos

Foto Jan Kameníček (CC) huesos siglo de oro
Foto: Jan Kameníček (CC)

Es curioso que coincidieran en el tiempo y en el mismo barrio cinco de los más grandes literatos del Siglo de Oro español, y que encima cuatro de ellos tengan en común que no se han podido identificar sus restos.

El último de ellos en ser noticia, por su búsqueda en 2015, ha sido Miguel de Cervantes, del que se sabe dónde está enterrado: en la cripta del Convento de la Trinitarias Descalzas de San Ildefonso, de rancio abolengo, sito en el número 18 de la calle Lope de Vega de Madrid.

Sesudos investigadores hicieron una buena criba entre los huesos de niños, mujeres y hombres que allí se encontraban, sin embargo, aún no se sabe cuáles de todos ellos son realmente los de don Miguel, aunque han reducido mucho el número de las probabilidades. Y es que poder visitar la tumba del escritor era un objetivo no solo importante para Madrid y España, sino de justicia para el más grande literato español de todos los tiempos, y posiblemente el mejor del mundo (esto puede tener sus detractores, sobre todo si son ingleses).

Volviendo a nuestros famosos literatos, cuando Cervantes muere en 1616 contaba sesenta y ocho años de edad, y es importante saber que en aquel momento era el mayor de algunos de sus importantes coetáneos como Luis de Góngora y Argote (cincuenta y cinco), Félix Lope de Vega y Carpio (cincuenta y cuatro), Francisco de Quevedo y Villegas (treinta y seis) o Pedro Calderón de la Barca (diecisiete), todos ellos de reconocido prestigio, incluso en vida, y para más inri vecinos del mismo barrio madrileño de Las Letras, donde nunca se concentraron tantas mentes preclaras en tan poco espacio como en aquellos años del Siglo de Oro.

Podría pensarse que entre ellos habría una buena relación de amistad; nada más lejos de la realidad porque Cervantes estaba enfrentado a Lope, mientras Quevedo se reía de Góngora llamándolo despectivamente Gongorilla. Y para rematar la faena, Calderón de la Barca, persiguiendo a un actor que hirió a su hermano, entra en el convento de las Trinitarias, donde estaba la hermana de Lope como superiora del convento, sin respetar el acogimiento a sagrado del cómico, lo que enemistó a ambos escritores de por vida.

Cosas del destino: la calle donde nació y vivió Lope de Vega en la actualidad se llama calle de Cervantes, mientras que donde está enterrado Cervantes es la actual calle de Lope de Vega.

Como indica el título, el artículo hace referencia a que hay una coincidencia más entre cuatro de los cinco literatos, excepción hecha de Góngora, además de su arte: se han perdido sus restos y no se sabe dónde están realmente sus respectivos huesos. Ya hemos dicho que podemos ubicar los de Cervantes, pero sin identificar. Los de Lope se perdieron definitivamente en 1635, revueltos en el osario común de la Iglesia de San Sebastián. Allá por el siglo XIX, los de Quevedo se mezclaron con los de otros doscientos cadáveres en la Ermita del Cristo de Jamila, en Villanueva de los Infantes. Y los más viajeros fueron los de Calderón de la Barca, que fueron dando tumbos (y nunca mejor dicho) por varias iglesias madrileñas hasta terminar en la de Nuestra Señora de los Dolores, en la calle de San Bernardo, sin saber en qué nicho reposan. Afortunadamente parece que se tienen localizados los de Góngora en la capilla de San Bartolomé, de la Mezquita de Córdoba, aunque murió en la indigencia y nunca se sabe.

Esta serie de despropósitos no acaba aquí, porque otro famoso artista de la época, nada menos que Diego Velázquez, se perdió bajo la actual Plaza de Ramales de Madrid, cuando la Iglesia de San Juan, donde estaba enterrado, fue destruida por el «Rey Plazuelas», a la sazón José Bonaparte, sin preocuparse ni tener en cuenta que allí estaba enterrado uno de los mejores pintores del mundo. 

Algo parecido ocurrió con los huesos de san Francisco de Borja, del que dicen que además de santo era un buen compositor. Reposaban tranquilamente en Roma, cuando se trasladaron a la iglesia de los jesuitas que estaba en la calle Flor Baja y un voraz incendio casi acaba con la urna en que estaban depositados. Estos al menos se salvaron y están completos en el altar de la iglesia homónima madrileña de la calle Maldonado. 

Después de estas referencias descritas podría pensarse que era más que suficiente para cerrar esta especie de lista negra, aunque solo hay que escarbar un poco para descubrir que tampoco se sabe dónde se encuentran los huesos de Tirso de Molina, el autor de El burlador de Sevilla, también coetáneo, que murió y se enterró en el soriano Convento de la Merced, en Almazán, pero se perdieron entre los avatares que sufrió el propio convento y no pudo descansar en el Panteón de Hombres Ilustres, desde donde lo reclamaban. 

Tampoco se libraron de este triste álbum los huesos de Baltasar Gracián, el autor de El Criticón, para muchos equiparable a El Quijote, que murió en el convento jesuita de Tarazona y fue enterrado en una fosa común con otros fallecidos del convento, con lo que también es otro de los que ha sido imposible poder saber cuáles son sus huesos al estar mezclados con otros muchos.

Después de visto todo lo anterior cabría sospechar que no fueran casos únicos, y efectivamente es más corriente de lo que parece porque, puestos a investigar, no parece que hayamos sido muy cuidadosos con los huesos de nuestros próceres, incluso antes de los hechos citados del Siglo de Oro. Es de destacar el caso de Cristóbal Colón, cuyos restos caben en una urna que contiene una mezcla de cenizas y huesos, por lo que se podrían formar varios «colones» si se atiende a lo que dicen en Santo Domingo, que aseguran que los tienen ellos, y otro tanto creen los cubanos. Afortunadamente, en el caso de Colón sí parece que los que custodian los cuatro heraldos que representan a Castilla, León, Aragón y Navarra, en la Catedral de Sevilla, sean los auténticos del almirante, sobre todo después de los análisis de ADN hechos por la Universidad de Granada en 2006, comparándolos con los de su hermano Diego. Ahora los restos los reclaman en ultramar porque dicen que era la voluntad del fallecido, y también los italianos si se da pábulo a que era genovés. En definitiva, que fue tan viajero y polémico antes como después de su muerte. 

En cualquier caso, somos reincidentes porque tampoco se sabe dónde está la cabeza de Francisco de Goya, aunque en este caso sí tenemos el resto del cuerpo a buen recaudo en la ermita de San Antonio de la Florida, bajo la cúpula que él mismo pintó.

¿Y qué hay de otros famosos fuera de nuestras fronteras? Pues no parece que eso de las tumbas sea algo que sea muy sagrado, sobre todo si no conviene que se sepa dónde están por razones políticas o de seguridad: véase el caso de Gengis Kan, Atila, Hitler o incluso los faraones egipcios dentro de sus pirámides. En otros casos los desastres naturales se han encargado de revolverlo todo y dejar que no se sepa dónde está, por ejemplo, alguien tan importante como Alejandro Magno. Los restos de Leonardo da Vinci también andan perdidos, así como los de Mozart, por citar solo dos de los muchos que hay en estas condiciones. Quizá en otro artículo ampliemos esta tétrica relación de personajes.

Conclusión: Los huesos de estos ilustres españoles del Siglo de Oro están localizados en parte, pero nadie sabe cuáles son, como los de tantos otros en este mundo cruel.

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2 Comments

  1. Miguel Ángel García Olmo

    «un voraz incendio», qué valor tenéis…

  2. Abruptus

    He flipao
    Desconocía todo esto

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