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Espacio SOLO: viaje a lo inesperado en el centro de Madrid

Espacio SOLO
Fotografía cedida por Espacio SOLO.

Cuando María Zambrano regresó a Madrid tras cuarenta y dos años de exilio, el poeta José Miguel Ullán le preguntó si ya había visitado el Museo del Prado, lugar evocado como una suerte de paraíso perdido de su adolescencia. Zambrano, siempre tan lúcida a la par que misteriosa, respondió que no, por un motivo de peso: 

«¿Sabes a lo que le tengo miedo? A que sea demasiado visible. A que me lo hayan cambiado. A que yo no encuentre aquellas penumbras, aquellos rincones, aquellas luces. A que los personajes de ciertos cuadros especialmente señalados, como Las Meninas, vayan a dejarse ver demasiado; que el espejo acuoso del fondo de Las Meninas, que tan revelador es, vaya a estar demasiado claro».

No se equivocaba. 

Si dividiésemos las ciudades entre las que se esfuerzan porque todo quede a la vista (llamémoslas ciudades escaparate) y aquellas otras que prefieren seguir oliendo a naftalina (por continuar con la analogía, ciudades ropero), Madrid estaría a la cabeza del primer grupo. Quizá, incluso, como pionera a nivel nacional desde que en 1935 plantase el cartel de González Byass en el número 1 de la Puerta del Sol, y en 1975 hiciese del letrero de una marca de tónicas su mayor reclamo, vendiéndolo como seña identitaria de modernidad por encima del edificio que aún hoy lo sostiene. Los turistas trasladan ese afán exhibicionista de las calles a los museos, convirtiéndolos en una selva de pies atropellados y brazos en alto que disparan fotos indiscriminadamente, en un intento por exprimir al máximo la experiencia estética tras las largas horas de cola para acceder al recinto. Pero hay un sitio que todavía resiste a la hegemonía de lo translúcido, respetuoso con las penumbras y los rincones que parecen abrirse solo para nuestros ojos. En medio de las aglomeraciones, en el mismísimo corazón de la Villa, mirando de canto a la Puerta de Alcalá, hay un oasis, casi de incógnito: el Espacio SOLO. Así, en mayúsculas: SOLO. ¿Por qué? Bueno, antes de despejar la duda tenemos que presentarles otras cuestiones.

El Espacio es una de las muchas aristas del proyecto ideado por Ana Gervás (Madrid, 1967), empresaria del sector creativo y heredera de Mahou, junto a su marido, David Cantolla (Madrid, 1967), más conocido por ser el creador de Pocoyó. En conjunto, podríamos decir que son grandes amantes del arte contemporáneo y la cultura pop, tanto como para poseer cerca de mil obras en el momento en que escribimos estas palabras; tanto como para salvarlas del ostracismo al que se verían condenadas de amontonarse en depósitos y viviendas privadas. De ese anhelo por darles una vida allende los ojos de sus propietarios, surgió, sin plan previo, la necesidad de construir un ambiente respetuoso con los distintos formatos, uno que se fuese creando orgánicamente alrededor de las obras, y que fuese, en sí mismo, arte. 

Espacio SOLO
Fotografía cedida por Espacio SOLO.

El multigalardonado arquitecto Juan Herreros fue el encargado de diseñar los mil quinientos metros cuadrados inaugurados en 2018 (por los que sumó el premio COAM ese mismo año a su plantel), desarrollando un doble ejercicio de antítesis armonizadas: por el lado técnico, se construyeron salas al uso, de esas cuadradas o rectangulares que acostumbramos a recorrer en otras galerías y museos, sin sorpresas estructurales, mientras que la organización de las salas, junto a los corredores y otros lugares de transición, reproduce un laberinto que no solo invita, sino que obliga al visitante a perderse, sacándole de su horizonte de expectativas, activando la atención a través de la sorpresa constante. Por la parte experiencial, Herreros consigue —gracias a lo anteriormente reseñado y al excelente contraste de materiales e iluminación— transportarnos a lo público, casi a una calle secreta, en vertical, con plazas, edificios y pasarelas de cemento, a la par que evoca la sensación de estar adentrándonos en el hogar de alguien que ha dejado sus puertas abiertas para nosotros. De alguien, indefinido, porque, a pesar de saber que se trata de la casa de Ana Gervás y David Cantolla, ellos tratan de evaporarse en pos de lo expuesto. 

Y, con esto, llegamos a la explicación del nombre del espacio y de la colección: SOLO importan los artistas y el arte. No es falsa modestia, ni un mantra que busque retorcer la realidad por repetición. Es el eje que articula y da continuidad al proyecto tras cinco años en activo. Por eso el espacio se desarrolló parejamente a la colección; por eso no puede entenderse ni el uno ni la otra sin hacer referencia al programa de mecenazgo que acoge, en todos los sentidos del término (incluyendo el habitacional con dos residencias, una en Santander y otra en Madrid), a artistas a nivel internacional, consagrados o emergentes, que quieran experimentar con los recursos más tradicionales —como pueden ser la pintura o la escultura—, y con las técnicas ofrecidas por los new media —desde inteligencia artificial hasta animaciones digitales—. También en lo que a mecenazgo respecta tienen varios frentes abiertos: colaboran con la plataforma Onkaos, en la que ayudan —según explican en su web— «a conceptualizar, comunicar y desarrollar sus obras» a artistas como Mario Klingemann, SMACK, Filip Custic, Chino Moya o Koka Nokiladze; ofrecen premios de adquisición en ferias de arte internacionales (ARCOmadrid, Untitled Art o Urvanity) mostrando que el apoyo, además de a los artistas, también va dirigido al sector; y organizan, a su vez, exposiciones extramuros (como El Jardín de las Delicias, un recorrido a través de las obras de la Colección SOLO), a lo largo y ancho del mundo, con algunas  de las obras que en ese momento no están expuestas. Porque (ya lo habrán supuesto) ni siquiera mil quinientos metros cuadrados dan para tener a la vista semejante fondo artístico sin saturar las paredes y a los curiosos visitantes. Igual que sucede en la música, las áreas en blanco, o de descanso de los sentidos, en general, son tan importantes como las piezas a las que rodean.

He ahí el motivo de esa primera sala de estar que el visitante encuentra de frente tras atravesar el portón de metal negro y cristales, ser recibido en la recepción por un cuadro gigantesco de D*Face y subir en un ascensor que funciona como ventana a una de las intervenciones de Grip Face. Todavía no les habíamos contado que para colarse en esa casa museística es necesario reservar cita (razón por la que jamás lo encontrarán abarrotado) y que el recorrido lo harán siempre acompañados de una de sus guías (por eso el laberinto es, después de todo, un lugar seguro). Sin embargo, en este caso, la labor del guía no es simplemente la del conductor que ayuda a llegar de un punto X a otro Y, ni la de reproducir una avalancha de datos técnicos imposibles de memorizar. Son vehículo verbal entre quien llega y lo que hay, un intérprete de las historias propuestas. Las historias, sí, en plural, porque al contrario que en la mayoría de museos, donde las divisiones preestablecidas en torno a los siglos y/o las corrientes artísticas son las responsables de pautar los temas, en el Espacio SOLO se exploran relatos alternativos, con la intención de hacernos «avanzar, descubrir, evolucionar y, en especial, alcanzar lugares en los que antes no habíamos estado», como nos cuenta Óscar Hormigos, director creativo de la colección, quien añade que «esta idea inspira el espacio, por lo que vamos creciendo siempre intentando descubrir, experimentar e invitar a nuestros visitantes a generar dudas, diálogos y conversaciones sobre lo contemporáneo y el tiempo que vivimos».

Aprovechando la versatilidad del laberinto, la colección se distribuye en dos secciones: la primera es la muestra permanente, en la que se puede ver un enorme Companion, uno los famosos juguetes de KAWS, dándole la espalda al cuadro Open Focus Memory de Tim Biskup; o al Astroborg de Coolrain Lee, o la estructura hecha con alambre y diente de león de Antonio Crespo Foix titulada Tetrápodo, a pocos metros de distancia de un Mr. Dob de Takashi Murakami, o cuadros de gran formato ejecutados por Raymond Lemstra en otra de las salas domésticas del edificio. La segunda parte son las exhibiciones temporales, planteadas anualmente, a través de las cuales se transforma por completo la apariencia del edificio y hasta el sentido de las obras expuestas de manera permanente. Un ejemplo antes de la explicación en profundidad: el mural La batalla de Crolla, con el que Juan Díaz-Faes redefinió la sala Moebius (en realidad, una plaza dentro del espacio) no representa lo mismo al estar enfrentado a una instalación —realizada por el mismo autor— de skates que alternan formas geométricas en dorado y negro, que cuando se encuentra mirando a las Anforas Bombs de Dagoberto Rodríguez, una de las piezas de Protection no longer assured, la actual muestra temporal.

Espacio SOLO
Fotografía cedida por Espacio SOLO.

Según nos explican en nuestra visita al Espacio SOLO, las historias nacen a raíz de rotar las obras ya presentes en dicha Colección, tomándolas como personajes que dialogan entre sí y que, bajo la visión artística de Cantolla y Gervás, nos interpelan a reflexionar sobre los motivos de cada representación en particular y de algo que pueden transmitirnos como conjunto. La primera, Mu Pan y otras bestias, divulgó los relatos épicos del artista visual, mostrando la parte más violenta de la naturaleza y lo humano con sus monstruos acuáticos procedentes de otros mundos posibles. Después vino Still human, en la que cien obras multidisciplinares de cuarenta artistas analizaban los nuevos caminos de la creatividad propiciados por la tecnología, el carácter lúdico que nos permiten expresar, pero, ante todo, las diversas reacciones que estos cambios suscitan, las respuestas que generamos condicionados por el miedo ante lo novedoso, y el terror a ser reemplazados por las máquinas, a dejar de ser humanos. 

Como si de otro capítulo del mismo libro se tratase, inauguraron el pasado 10 de marzo Protection no longer assured, una revisión del concepto de lo sublime siguiendo la línea de Edmund Burke, como un «horror delicioso», pero ahora a la luz de categorías posteriores a la Segunda Guerra Mundial: lo «sublime químico» y la psicodelia de Keiichi Tanaami, lo sublime tecnológico contemporáneo con Lars Nagler y con las imágenes generadas por IA del proyecto experimental Ulyss3s SOLO, o lo sublime postnuclear con la nube de hongo que nos acecha en cada esquina, la que corona el cartel de la exhibición, elaborado por Ryan Heshka. El título remite a esa ilusoria sensación de seguridad prometida por el gobierno de los Estados Unidos a sus ciudadanos en caso de ataque nuclear, en contraste con las advertencias de John von Neumann sobre la Mutual Assured Destruction (MAD). Aquella posibilidad de aniquilación total irrumpiendo en nuestro horizonte de expectativas alteró la relación que hasta entonces habíamos mantenido con el medio y, consecuentemente, con el arte, tanto para los artífices como para los espectadores. Aún más: los primeros hubieron de aproximarse a la posición de los segundos para poder seguir haciendo lo suyo. Burke (y el Espacio SOLO) lo explica de la siguiente forma: 

«Cuando la pena o el peligro están demasiado próximos, son incapaces de causar algún deleite, y son terribles, simplemente; pero a ciertas distancias y con ciertas modificaciones, pueden ser, y son, deleitosos, como experimentamos cada día».

El vértigo y el asombro propios de lo sublime ya no se encuentra en los mismos lugares evocadores del Romanticismo, sino en el efecto que lo humano es capaz de provocar en la naturaleza, en lo igualmente terrorífico e inesperado que esta nos puede devolver. Hacerla observable —y disfrutable— implica, por tanto, disfrazar el abismo de otra cosa, de motivos psicodélicos, por ejemplo, pintarla de colores pastel o recrear lo que nunca pasó, en lugares que nunca existieron, gracias a los generadores de imágenes y lenguaje de la inteligencia artificial. O, simplemente, creer que estamos manteniendo una distancia radical con los hechos al recibirlos desde un medio de comunicación o una red social. Nos dejamos seducir diariamente por todas esas penas y dolores en torrente, convencidos de que así estamos protegidos por la pantalla o el papel, idénticos a quienes construyeron búnkeres o practicaron cómo esconderse debajo de una mesa en el menor tiempo posible durante los años de la Guerra Fría. 

Espacio SOLO
Fotografía cedida por Espacio SOLO.

El recorrido que el Espacio SOLO propone este año nos recuerda lo frágil que es esa sensación de seguridad con Incendiary discourse, de Glenda León; que somos vez más contingentes, a través de la instalación sonora Koka’s self-applauding machine, de Koka Nikoladze, o con el Objeto luminoso que se hace sombra con su propia luz, de Ampparito; y que aquello que, supuestamente, nos mantiene a salvo implica llevar una máscara susceptible de alterar definitivamente el modo de percibirnos a nosotros mismos y de estar en el mundo, tema de diferentes obras de Grip Face. Nos insinúa que la línea que separa a la perspectiva distante, la del espectáculo, de la banalización o la inconsciencia es estrechísima y, para muestra, Suddenly, out of nowhere de Rinus Van de Velde y El último día a la hora del té, de Paco Pomet.

Pero no todo es angustia y distopía en Protection no longer assured. Están Blue sky bloom y Greet the room de Shigemi Yasuhara, dos bombas adornadas con flores que «evocan el renacimiento y el poder restaurador de la naturaleza». Está La liberación del mito (Premio de Adquisición en ARCOmadrid 2023), de Sandra Vásquez de la Horra, en la que la naturaleza se impone como forma de resistencia política. Y está Pyramid, de David Altmejd, la primera imagen que se ve al abrir la web de la colección: un humanoide, mitad sabueso mitad ejecutivo, que fuma relajado mientras por su cuerpo se extienden zonas de plastilina y agujeros. Geodas, en realidad. Es el reflejo de la descomposición esperanzadora, de lo que se transforma orgánicamente, no para dirigirse a la putrefacción y, de ahí, al ser nada, sino para dejar emerger lo perdurable, lo eterno. 

Un fiel reflejo, asimismo, del tipo de arte en el que están interesados Gervás y Cantolla: agitador, rayano en la incomodidad, con un trasfondo reflexivo tan potente como atractiva es su parte visual (o auditiva). Y del museo. O los museos, si contamos ya ese en el que trabaja Juan Herreros, esta vez con cuatro mil metros cuadrados de superficie, en la Cuesta de San Vicente (Madrid), y que espera ser inaugurado el próximo año.

Al igual que en el ente híbrido de Altmejd, SOLO se revela como una geoda que se abre paso en el corazón de Madrid, exteriorizando desde lo privado —casi íntimo— qué sucede cuando a la multiculturalidad inherente a la ciudad se le presta un espacio de conversación, resguardado de las prisas, los rótulos luminosos y el ruido sin tregua.

Espacio SOLO
Fotografía cedida por Espacio SOLO.

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