Frenético ha sido el arranque del año para los cómics. Con las citas de eventos adelantadas en el calendario, las editoriales han abultado el ya apretado volumen de novedades en los primeros meses del año. Costumbrismo con vocación de análisis sociológico, retratos de los tiempos de las redes sociales como conformación de la personalidad y capitalismo sin nadie al volante. El género superheróico analizándose y tomando consciencia de si mismo y su potencialidad. La sátira como base para el manifiesto y las vanguardias asomando la cabeza en obras de gran y pequeño formato. Estas son algunas de las razones por las que vale la pena pararse a ojear todo lo bueno que ya ha aterrizado este año y que vale la pena paladear. Reservamos algunos títulos de este trimestre para la lista del que viene porque la cantidad de títulos interesantes no ha sido precisamente pequeña.
Querido Callo, de Aline Kominsky-Crumb (Reservoir Books)
Hay que recordar cada cierto tiempo que el cómic underground también es cómic y, como tal, forma parte de la historia del medio y merece recuperarse, tanto para estudiar su importancia en el presente como para, simplemente, disfrutar de ellos. El año pasado nos dejó una de las pioneras del cómic autobiográfico, y la reedición de su obra ha servido de homenaje póstumo y, claro, tardío. Aline Kominsky-Crumb fue una autora inquieta tanto en lo argumental como en lo formal. Expuso sus miserias influenciada por los cómics de Binky Brown y, como su marido, Robert Crumb, pronto supo explotar a su persona como personaje en las páginas de sus cómics. La antología recorre un periodo amplio y desordenado de la vida de la autora en la que se tratan cuestiones como el despertar sexual, los quehaceres de la comunidad judía, la maternidad o las relaciones afectivas. Sus viñetas están repletas de crudeza, expresividad y cierta experimentación. Sin duda una madrina para muchas autoras que vinieron después.
En la parte más alta de las nubes, de Sandra Garayoa y Bertol Arrieta (Bang Ediciones)
Del afrontar la depresión a partir de viajes de descubrimiento cuyo contacto con el exterior consiguen resolver (o mejorar) el conflicto interior ha habido ya literatura amplia, hasta el punto de que dicha temática pueda resultar algo adocenada. Por eso la obra de Sandra Garayoa y Bertol Arrieta resulta interesante, por la vuelta de tuerca que supone a varios niveles. Leire es una chica que, intentando superar una pérdida, inicia un frustrado viaje en el que termina atascada en un motel de carretera sin poder avanzar. Su crónica se alterna con otra —en apariencia en las antípodas de la de Leire—, la de Fernando Rus, un alpinista que intentó llegar al polo norte geográfico. Entre un estancamiento inmovilista y la obsesión por avanzar (quizás dos caras de la misma moneda) se desarrolla este relato intimista practicado con un estilo naíf de trazos brutos y juegos de manchas que gusta de jugar a rozar el dibujo abstracto en ocasiones, apto todo ello para narrar dos peregrinajes ásperos de inciertos desenlaces.
Defensores: Más allá, de Al Ewing y Javier Rodríguez (Panini Cómics)
Segunda miniserie que continúa con la recuperación del grupo de superhéroes ideado por Roy Thomas a principios de los setenta, y que forma así un interesante díptico con su precedente —Los Defensores— un viaje alucinante a las esencias temáticas y visuales del Universo Marvel. En esta secuela, con un nuevo elenco protagonista, se plantea también un viaje a los cimientos, si bien más enfocado hacia los orígenes del ingenio creativo que lo sustenta, llevando esta odisea al punto de rozar la ruptura con la cuarta pared. Defensores: Más allá es un relato sostenido en una amplia erudición de la historia del universo, haciéndose gala de una prístina autoconsciencia tanto en lo argumental como en lo formal. Javier Rodriguez, dibujante de la Historia del Universo Marvel, vuelve aquí con un estilo de dibujo versátil, elegante y dinámico que se presta para efectuar juegos narrativos varios, y un empleo de elementos metarreferenciales que le permiten pivotar sobre todo el pasado, el presente y el futuro de los personajes de la Casa de las Ideas.
Patos, de Kate Beaton (Norma Editorial)
A muchos de los que conocimos a Kate Beaton por sus cómics humorísticos sobre figuras históricas y literarias nos ha pillado con la guardia baja leer su primera novela gráfica larga. Patos es el relato autobiográfico que cuenta los años que la autora pasó trabajando en plataformas de explotación petrolífera para poder pagar su deuda estudiantil. Si bien uno de los mejores rasgos de su voz autoral (el manejo de su afiladísima ironía) se mantiene, la presente tiene una vocación de exposición intensiva y detallista de las dinámicas tóxicas relacionadas con el machismo en el ambiente de trabajo. Más allá del relato de su experiencia individual, entra también en el tono de denuncia sobre las pésimas condiciones del trabajo como del impacto en el medio ambiente de la explotación de los recursos naturales. Patos es eminentemente costumbrista y eso no la convierte en un género menor. Beaton conecta el relato de lo vivido con sus reflexiones de entonces, siendo bastante incisiva en los tonos de gris, consiguiendo ahondar y poner sobre la mesa una tras otra todas las cuestiones de una experiencia que es colectiva.
Históries de la Model, de Jordi de Miguel y Susanna Martín (Ayuntamiento de Barcelona)
Una interesante iniciativa es el arranque de la serie de cómics de trasfondo histórico y social que el Ayuntamiento de Barcelona ha puesto en marcha indagando sobre la historia de la ciudad condal. El cómic con el que abren fuego es esta crónica documental sobre la prisión de la Modelo, inaugurada en 1907 como una prisión «moderna» y que a lo largo de su vida ha visto desde el orden más férreo, como herramienta de represión política de la dictadura franquista, hasta el caos más absoluto en los años de los motines cuando la droga campaba a sus anchas por la institución. Históries de la Model, además de ser un excelente ejemplo de cómic periodismo bien documentado y alimentado con significativas entrevistas, también es una crónica visual que emplea diferentes tipos de narrativas, una alternancia de los colores dominantes y un juego inteligente de los marcos para crear un retrato vivo y cambiante, el testimonio del paso del tiempo y los cambios de un centro penitenciario que casi vio un siglo.
Blackhand Ironhead Vol. 2: Consecuencias, de David López y Kike J. Diaz (Panel Syndicate/Astiberri)
David López ha dibujado uno de los mejores cómics de superhéroes del año y de ahí no me muevo. Pocas veces se va a ver una secuela que tome un material ya bastante bueno y lo afine tantísimo como se ha visto aquí. A través de las andanzas de las protagonistas de la primera serie, convertidas ahora en fugitivas antisistema, se cuenta una historia trepidante de intriga política con la savia de nuestro presente: la mentira como herramienta de control social y el control de la narrativa desde el ejercicio de la posverdad. A López, además, le da tiempo para hacer un interesante ensayo sobre el bullying que mira tanto a víctima como a acosador. Y todo ello manteniendo las toneladas de acción gloriosa en un relato con un ritmo muy bien medido. Mención especial al apoyo de Kike J. Díaz al color que consigue compartimentar muy bien los episodios y escenas de la obra con un uso atmosférico del mismo. Un cómic redondo y emocionante que devuelve el género de las capas y las mallas a la actualidad como hacía tiempo que no se veía.
La edad estupenda, de Raquel GU (Sapristi Cómic)
Sería apresurado hablar de tendencia pero entre el Boomers de Bartolomé Seguí y este La edad estupenda, de Raquel GU, continuador de su ¡Estoy estupenda!, podría decirse que asoman en el cómic obras de retrato generacional curiosas por rebelarse contra las características que con frecuencia las pintan desde fuera y quizás de lanzar unos ciertos anclajes ante un mundo constantemente cambiante. Curiosamente, tanto la de Seguí como la de GU tratan a sus respectivas quintas como más cercanas a la incertidumbre que a la certeza. GU lo hace en clave de humor, con unas tiras en las que explora los personajes que ha ido creando durante todo este tiempo y que configuran un mosaico de arquetipos de los que hacer sana autocomedia, y así tratar temas que van desde el hartazgo del mundo contemporáneo, la necesidad de reinvención o las fobias generacionales. La autora hace gala de un estilo de caricatura tan simpática como plástica, jugando ingeniosamente con los elementos del lenguaje del medio y con un gusto especial por el running gag.
Que el fin del mundo nos encuentre bailando, de Sebas Martín (Ediciones La Cúpula)
Sebas Martín lleva ya muchos en lo que se diría la trinchera del «cómic gay». Sin embargo, los tebeos de Martín son cómics que pueden ir más allá de la adscripción exclusiva a un público lector que pudiera sentirse representado por su orientación sexual. Porque al fin y al cabo sus cómics van sobre temas universales. Sobre aprendizaje. Buscarse la vida. Sentirse aceptado. Luchar contra la discriminación. Conocer gente. Y follar. Que el fin del mundo nos encuentre bailando, manteniendo todo ese retrato costumbrista y vitalista de la comunidad gay, traslada la acción a la Barcelona de antes de la guerra civil española. En el furtivo romance entre Tomás, un joven de familia pequeño burguesa, y Basilio, un mozo de almacén, se huelen de fondo libros como los de Paco Villar, que sirven para recrear los nocturnos locales asociados a la restauración y el espectáculo en los que se refugiaba la comunidad gay. Otra memoria histórica que también conviene no olvidar.
Cómo salvar la industria del cómic (sin tener ni puta idea), de Javier Marquina y Rosa Codina (ECC Ediciones)
Acerca de la precariedad de la profesión, llevan los autores y autoras de cómic reclamando mejoras desde hace ya bastante tiempo, incluso bajo las proclamas de que vivimos en la Edad de Oro del cómic español. A falta de que el resto de actores y las instituciones escuchen sus quejas —y se debería, en tanto parte esencial de la industria sin la cual no hay tebeos—, Javier Marquina y Rosa Codina se propusieron canalizar los qués, quiénes, cómos y porqués en este ensayo —y manifiesto— que pone los puntos sobre las íes en un drama que ya ha retirado a muchos de la profesión. La seriedad de la cuestión no se riñe con que los autores, ambos de un notorio trasfondo reivindicador y un poco gamberro, expongan sus tesis y demandas con una narrativa de dirigirse de frente al lector en una suerte de sátira de los cómics didácticos que hizo Scott McCloud precisamente para hablar del medio.
El gran vacío, de Léa Murawiec (Salamandra Graphic / Finestres)
Si actualmente la ciencia ficción en el cómic se revuelve constantemente entre los mismos lugares comunes, códigos e imaginería irónicamente ya nostálgica, las socioficciones —las pocas que nos llegan— se leen frescas tanto en forma como en fondo. La francesa Léa Murawiec ha sorprendido con esta fábula de una megalópolis en la que sus habitantes ganan esperanza de vida cuantas más personas conozcan su nombre, lo que los impulsa al delirio de alcanzar una visibilidad que les lleve a la fama. El delicioso regustillo añejo de cuento clásico de ciencia ficción se lleva de maravillas con un estilo vanguardista que, partiendo de la línea clara y el gusto por los diseños geométricos, se dota de mucha plasticidad para potenciar una narrativa que cambia de marcha insospechadamente. En esta montaña rusa, Manel Naher, la protagonista, hace un interesante viaje de ida y vuelta que se configura en una suerte de parábola sobre la vida condicionada por el yugo de las redes sociales.
Ronson, de César Sebastián (Autsaider Cómics)
El de Ronson es, probablemente, uno de los debuts más sonados en el mundo del cómic. César Sebastián ha salido a la palestra con un cómic biográfico sobre las memorias de la infancia que parece poder codearse sin problemas con autores ya veteranos que han trabajado este género con profundidad y en diversas formas. El joven autor ha proyectado los recuerdos de su padre en una obra que destaca por construir un discurso maduro y honesto a partir de un mosaico de momentos que quedan envueltos en unos marcos reflexivos sobre la memoria y cómo nos relacionamos los seres humanos con ella. El cómic destaca por su prosa fluida, que habla al lector con un eco infuso, y en lo visual, por su forma pulida y elegante, que no riñe para contar lo escatológico o sucio. Todavía más, brilla por sus composiciones equilibradas y un pertinente bitono de dorados que se relaciona con el blanco y negro de la obra para alcanzar un espectro de posibilidades muy amplias.
Nadie como tú, de Catalina Bu (de Catalina Bu)
Si el surrealismo se pergeñó como una forma de realidad aumentada —«superrealismo», que nos recordaba Max— entonces este Nadie como tú, la obra con la que la chilena Catalina Bu ha regresado al cómic después de diez años. Este slice of life recorre la cotidianeidad de una vida con la carga de las incertidumbres y miedos que acarrean un trastorno depresivo, historias reminiscentes en tema a las de la autora Keiler Roberts, que también recomendamos por aquí. Sin embargo a este «Ulises» pocas equiparaciones podemos hacerle en referencia a su excepcional y esquiva forma, de estilo parco y bruto con variaciones, con la acción moviéndose de forma secuencial o a viñetazos, impidiendo que cualquier ritmo se afiance más allá de unas pocas páginas. En este maelstrom gráfico, la autora resuelve a contar una existencia con penas y cierta angustia, pero lo mismo consigue también recoger algo de estoicidad por el camino, lo que la hace una historia valiosa por su valentía de mantener el barco a flote en unas aguas siempre inciertas.
Fenómeno, de Cynthia Alfonso, Francesc Estrada, Hugo Espacio, José Quintanar, María Medem, María Ramos, Roberto Massó, Rubén Romero y Óscar Raña (autoedición)
El cómic experimental y de vanguardia continúa por su travesía en el desierto de una industria —ya precaria para los autores en general— que rara vez parece estar interesada en poner en primera fila sus obras. Sobreviviendo a través de las autoediciones nos llega este año esta iniciativa colectiva que reúne a artistas de este ámbito, y que al llegar a manos del lector se antoja como un muy completo globo sonda que atesora las mejores piezas de una civilización extraña y lejana que llega a un planeta no sabemos si preparado para ella. Fenómeno, en sus seis piezas, recoge algunos de los ejes en los que se mueve este tipo de cómic. Abstracto, onírico, surrealista, críptico, ambientalista. Cómics sin personajes pero con protagonistas. Cómics expresivos que provocan sensaciones para las que es difícil poner palabras. Cómics de puntos y líneas. Cómics matemáticos. Cómics de un ¿sentido del humor? posthumano. Cómics sin principio ni final. Todo ello en un continente sencillo que aspira a mostrar que, todo lo que puede suceder en una página de papel, aún puede ir más allá.
Por culpa de una flor, de María Medem (Apa Apa Cómics / Blackie Books)
Si decíamos que pocas veces la obra de autores y autoras con intereses en la experimentación formal y narrativa sale a flote en el océano de las cuatro mil novedades copadas por el mainstream de origen americano o japonés, la de María Medem podría ser algo cercano a una excepción. Siendo habitual en sus cómics un gusto por el surrealismo y el onirismo, su último trabajo es su relato cercano a un escenario más real, si bien afianzado con una tímida ancla. Por culpa de una flor es la crónica discursiva de una soledad frágil que se pregunta a sí misma y que inicia un viaje de exploración íntima que al final lo es también de experimentar con cierto sentido de relación con el otro, en un ámbito en el que comunidad y comunión van de la mano. Con ese propósito, crea un mundo en el que su característico estilo de contrastes y sus narrativas de poesía visual se mantienen, jugando con los tiempos, y dando la atención a detalles nimios en unos espacios liminales en los que sus juegos de colores saturados crean lugares nuevos para sensibilidades muy afinadas.
La alegre vida del triste perro Cornelius, de Marc Torices (Apa Apa Cómics)
Que Marc Torices poseía un talento proteico para ofrecer diferentes estilos de dibujo lo sabíamos desde su portentosa biografía del escritor Julio Cortázar, con Jesús Marchamalo al guion. Pero la presente, compuesta por capítulos y escenas en los que varía constantemente la forma, resulta desbordante. Y todo ello sin que se resienta el magnífico thriller psicológico que es la obra en conjunto. La alegre vida del triste perro Cornelius, cómic del que ya se habían visto publicadas algunas historietas en autoediciones, se aleja del ejercicio de estilo homenaje a la historia del medio por su variación amplia en la forma y por la selección precisa de aquellas que se remiten a obras o autores específicos. Bajo todas ellas, destaca un autor que no tiene piedad para con su protagonista, recordando en muchas ocasiones por su mala leche al Haneke de Funny Games, que acaba vistiendo su tensa historia con visos de tragicomedia.
Amalia, de Aude Picault (Garbuix Books)
Pocos autores se me ocurren más detallistas poniendo los ojos en los tiempos modernos de una forma tan atenta. Aude Picault, después de diez años sin sus tebeos en España, regresa con una obra de un fuerte cariz costumbrista que desnormaliza las dinámicas tóxicas del coaching instalada en los puestos de trabajo, la búsqueda del éxito pueril en redes y el cortoplacismo arrasador del turbocapitalismo. Con ecos de su Travesía, en cuanto a su mensaje de la necesidad de parar y desconectar, Amalia goza de una perspectiva más holista, generando un relato más completo y comprensivo de los porqués y los cómos. Lo hace con su particular estilo de caricatura dúctil y expresiva, influenciada por Quino y Sempé, desplegada en una narrativa que rechaza el corsé de la viñeta para fluir orgánicamente por las páginas del libro. Diría que se lee del tirón pero al hacerlo contravendría su mensaje esencial. Léanla de poco a poco y disfruten de la miríada de detalles aquí contenidos y su necesaria sabiduría para sobrevivir en la actualidad.