Los suertudos con entradas para el US Open Tenis en el año 1975 quizá tuvieron que frotarse los ojos. Oye, espera… qué narices es eso. Eso, sí, la superficie. Mira, mira, si es verde. Verde. Vale, lo de verde guay, porque verde es la hierba, y el US Open se jugaba tradicionalmente sobre hierba. Pero es que ahora no parece hierba. No, más bien… sí, tierra batida, polvo de ladrillo, eso que tienen los franceses en Roland Garros. Qué extraño, qué fantasía es esta.
Hablamos del HarTru.
A ver, en pocas palabras… arcilla verde. Que suena bien guarro, eso de arcilla verde, suena a légamo rodeando la casa Usher, suena a manglares donde te comen los pies entre aligatores y tortugas caimán. Pero no, es cosa bien limpita y sin aparente riesgo. Digamos que polvo de ladrillo, vale, pero un ladrillo particular, un ladrillo de basalto recién traído desde unas minas que hay por Virginia, puro American Way of Life. Así que parecen praos, pero son pistas de tierra batida.
Ojo, tampoco tierra batida como la tierra batida que piensan ustedes. No. El HarTru (HarTru es el nombre de la empresa que, desde entreguerras, se dedica a crear este tipo de asuntos… y ha quedado como sinónimo del resultado… un poco como los donuts o los «krispis» para desayunar) resulta considerablemente más rápido que la tierra de París, o de Roma, o esa que tenemos en los torneos españoles, que parece tenis playa, a veces. Tiene otras ventajas, ¿eh? Es barato, resiste bien a la humedad, desliza menos. Vamos, que buena solución para clubes de gordetes cuarentones y análogos. Lo que viene siendo la mayoría, vaya, que abdominales como Carlos Alcaraz no tiene todo el mundo.
Origen yanqui, desarrollo yanqui. El HarTru aparecía, sobre todo, en Estados Unidos, y tuvo un boom en los años setenta. Si hasta llegó al Grand Slam, sí, sí, como lo oyen. Aquí, aquí quería llegarles yo, al Grand Slam. Los tres últimos años que el US Open se disputa en Forest Hills, antes de mudarse a ese Flushing Meadows donde sigue hoy. Y eso, que cambio… de hierba a tierra batida color verde. O tierra batida color batido detox, que qué malos están, tú, los batidos detox. Una cosa bien rara. Aquel 1975 fue bastante espectacular el torneo, no vayan a pensarse. Hasta tuvo uno de esos partidos que todos ponen entre los cinco o diez más grandes disputados nunca. Al menos allí.
Semifinal. Guillermo Vilas contra Manuel Orantes. Un argentino y un español. A ver, sería verde, pero no dejaba de ser polvo de ladrillo, así que… nos parece hasta lógico. Vilas que lo tiene encarrilado. Encarriladísimo. Ganado de todo lo ganable. Dos sets a uno, cinco cero en el cuarto. Bola de partido. Vale, perfecto, trámite. De acuerdo que estaba medio lesionado, y que podía correr lo justo, pero, oye, hasta la final hay tiempo, y los masajes son milagrosos. Así que eso… amarradete. Bola de partido, globo de Orantes, Vilas que se dispone a golpear la clásica volea, final perfecto, hostión sobre la pista, todos aplauden, qué epílogo más guay. Pasa que no. Pasa que ocurre. Pasa que falla. Bola fuera. Out. Niet. A tomar por saco. Me imagino que saben cómo acaba el asunto. Orantes gana el juego, Orantes gana el set, Orantes gana el partido, a Guillermo Vilas se le queda cara de recogepelotas. Ah, Orantes ganó también la final. Contra Jimmy Connors, nada menos.
(Al año siguiente sí que ganó Connors, ante Björn Borg. Y, dos más tarde, llegó la venganza de Guillermo Vilas, que se impuso al propio Connors. Vamos, que el de Illinois jugó las tres finales que se disputaron sobre arcilla verde. Para que luego algunos elucubren sobre si no hubiese valido para Roland Garros. Ah, Jimmy Connors también tiene otro récord que, intuyo, será imposible que iguale nadie nunca… levantó el trofeo del US Open en tres superficies distintas… hierba, arcilla verde y cemento).
Porque, spoiler, en 1978 volvió a cambiar la zona. Ahora pasamos a una cosuca llamada DecoTurf. Vamos, cemento. Vamos, muy rápido. Vamos, la pelota va endemoniada. Modificación absoluta, quienes dominaban antes pasan a ser comparsas (salvo los buenos-buenos… los buenos-buenos rinden en cualquier lao, porque los buenos-buenos son increíbles, y como si les pones una pala de ping-pong). Modificación salvo en la estética, porque esa pista la pintaron de verde, tradición obliga, y el verde cae fenomenal en verano, es un color que pega mucho. Duro así hasta 2005, cuando echaron encima una capita de azul. La tele, que se quejaba, porque el verde refleja mogollón luces y la bola se veía regulinchi. Y contra la tele pues… nada que hacer, son plenipotenciarios. Ojo, que ni siquiera ese DecoTurf es sobre lo que se juega ahora, porque en 2020 se cambió a algo que le dicen Laykold, que, cuentan, es aun más rápida y tiene menos variaciones entre días (vamos, que la bola corre idéntica si hace frío o si te estás torrando).
¿Saben qué? Al final todo cuenta. Te miras palmareses y, oye… es que los grandes surgen aquí y allá, por mucho que tengamos pasto, hormigón armado o ladrillo recién salido de esa nave abandonada que hay junto a su barriuco, sí, sí, esa, donde van los chavales a echar los primeros cigarros. Hay un ejemplo clarísimo… Jimmy Connors. Seguro que lo recuerdan. El mismo Jimmy Connors de «Jimmy Connors ganó el torneo sobre tres superficies». Pues ese Jimmy Connors, ya sobre cemento, llegó a semifinales en 1991. Tenía treinta y nueve años (que son bastantes), llevaba unas temporaditas fuera del circuito por lesión de muñeca, entró como invitado, su ranking daba para competir en el Grand Prix de Ramón García. Y, miren… semis. Ganando partidos a cinco sets y todo. Semis. Se lo calza Courier, quien pierde la final con Stefan Edberg.
Y es que los nombres grandes… los nombres grandes de verdad, siempre nos acaban apareciendo. Aunque sea sobre arcilla verde.
Jimbo, uno de los jugadores más infravalorados de la historia y uno de los más divertidos de ver. Jugando con esas Wilson T2000 metálicas y golpeando como golpeaba, probablemente ahora le resulte imposible llevarse una cuchara a la boca sin ayuda…