El periodista barcelonés se embarca en su último libro, Quijote en el Congo, en una aventura de 4.700 kilómetros para recorrer, entre peligros, asombros y revelaciones, el gran río de África
Hay un momento en Quijote en el Congo (Península), el último libro de Xavier Aldekoa, en el que el periodista paladea el nombre del gran río africano casi con voluptuosidad. Acaso, parece decirnos, los mayores retos comienzan cediendo a la sugestión de las palabras. En su caso, Congo le remite a la infancia, a ese «niño apasionado por África que quería, algún día, intentar navegar el río que era la esencia del continente. Un río que conservaba ese halo de misterio, o de misticismo, y que a la vez sabía que tenía su parte de cultura y tradiciones. Cuando leí Lolita, ese inicio que describe cómo la lengua acaba en los dientes, pensé que Congo es también una manera de explicar esa fuerza. La propia palabra te lleva a tierras lejanas».
También estaban, claro, las lecturas. Especialmente El corazón de las tinieblas de Conrad, y con él la poderosa idea de amenaza, el escalofrío, la adrenalina, lo desconocido. 4.700 kilómetros de peligro y misterio. Aldekoa (Barcelona, 1981), sin embargo, tenía claro que no quería cargar las tintas en el aspecto más o menos aventurero de su proyecto. «Sabía que me iba a encontrar con pobreza, el abuso, el expolio de las zonas mineras, la violencia de las zonas controladas por rebeldes», recuerda. «Pero, por eso mismo, quería hacer un esfuerzo para escuchar ese otro Congo: hablar con intelectuales, filósofos e historiadores, directores de teatro, escritores, Nobeles de la paz. Porque hay varios congos en uno. Para hacer un trabajo honesto, haber atendido solo a lo que se fijaban mis ojos, habría sido un fracaso. Tenía que escuchar a los congoleses, que tienen una fuerza importante. No dejarme llevar por la belleza ni por las tinieblas».
Escuchar es, de hecho, otra de las palabras que acuden constantemente al discurso del periodista. «Para mí la clave es que soy periodista porque escucho. Creo que actualmente sí que viajamos mucho como sociedad, pero no escuchamos tanto. Y a lugares como la República del Congo, que no es un destino habitual de viajes, no se le escucha demasiado. Aun así, es un libro que quizá no invita a visitar el lugar del que se habla, por las complicaciones que surgen en algunos momentos, pero sí despierta ese sabor, ese interés por conocer. Los libros a veces son invitaciones a escuchar otras partes del planeta en los que uno no habría pensado nunca en interesarse».
También tenía claro el autor que este libro no sería un diario íntimo ni nada remotamente parecido. «Hay una cuestión de pudor, cuanto más te colocas como periodista en el centro, más tapas a los demás», comenta. «Para mí este libro es una invitación a que el lector me acompañe, cogerle de la mano y decirle «déjame que te explique cómo es esta tierra, escuchemos juntos a sus pobladores». Ponerse delante solo favorece al ego del periodista, que ya está suficientemente inflado. Yo intento huir de esa posición».
«Este río exigía mucho, había también que mostrar ese vacío que genera, esa desesperación, esa fatiga brutal», prosigue Aldekoa. «Todo eso ayudaba a explicar la dureza para los congoleses. He tratado de viajar como ellos, siendo muy consciente de que viajaba desde el privilegio: yo soy un periodista occidental, blanco, que tenía dinero en el bolsillo como para salir pitando. A partir de ahí, intenté desvestir de cualquier tipo de comodidad el viaje. Intenté viajar como los demás, y eso, que al principio provocó cierta suspicacia de los compañeros -pensaban que al segundo día estaría fuera del barco-, cuando vieron que realmente quería viajar con cierta verdad, me abrió las puertas de una familia. Me tendieron la mano y me ayudaron mucho».
Corresponsal de La Vanguardia, autor de libros como Océano África, Hijos del Nilo o Indestructibles, Aldekoa admite que, a diferencia de lo que el viejo maestro Kaspuscinski hizo creer a sus lectores, «ser corresponsal en África es mentira. Es un territorio demasiado grande, demasiado diverso, para que una sola persona pueda cubrir esa extensión», asevera. «Yo la forma más honesta que conozco es intentar contar a los africanos, quiénes son esas personas que habitan una tierra tan inabarcable. Este libro es un intento de ello, navegar un río que atraviesa diferentes realidades, para ir captando quiénes son esos congoleses, cuál es su Historia y su realidad económica, su cultura. Quienes habitan el Congo son los pescadores, pero también los hombres de negocio de Kinsasa, los escritores de Kisangani o los rebeldes de los alrededores de Kasongo. Todo eso es el Congo, y eso hace también del río algo tan evocador y atrayente».
Por otro lado, mientras que el mundo se ha ido homogenizando a marchas forzadas, África sigue pareciendo para el europeo medio un mundo realmente diferente. Pero, ¿hasta qué punto lo es de veras? «Hay cuestiones que tienen que ver con la muerte y la violencia que nos alejan de ellos: los grupos rebeldes, los niños soldados, la epidemia de mujeres violadas, la explotación inmisericorde y sostenida a lo largo de la Historia… Todo eso nos aleja de ellos, por suerte para nosotros. Pero cuando hablamos de la vida, nos damos cuenta de que somos muy parecidos. Cuando les preguntaba a quiénes aman, qué nostalgia sienten cuando no ven a sus seres querido, cuando les preguntaba por sus sueños y aspiraciones, todo eso nos iguala. Todo lo que tiene que ver con esa parte de la vida, nos iguala y crea un hilo conductor desde nuestras casas a las entrañas del río Congo».
Hay un momento elocuente en el libro en el que Aldekoa, que -como indica el título- se acompaña del Quijote para hacer más llevadera la travesía, despierta el temor de los demás pasajeros del barco. «Ese episodio en que creen que soy un brujo porque estoy leyendo un libro grueso, fue importantísimo», subraya. “«Me enseñó y me demostró que no solo iba a ser importante mi mirada, sino también la mirada de los demás hacia mí. Y que no lo conseguiría si no les explicaba «esto es el Quijote, yo soy esto». Porque el río Congo no se puede hacer solo. No he viajado solo ni un solo día en los dos meses y medio que he estado navegando. También tenía detrás una familia que empuja cuando la situación era desesperadamente complicada».
Ese fue el libro que acompañó al barcelonés en su travesía, pero antes habían sido otros muchos los que le habían ayudado a planificarla. Y a pesar de todo lo estudiado, el asombro le estaba aguardando casi a cada momento. «El río Congo es exigente, pero a la vez es una sorpresa diaria. Es el proyecto que más tiempo he preparado, a nivel periodístico, mental y hasta físico, porque me preparé a conciencia, me busqué unos mapas belgas de aviación y me los estudié como si me fueran a hacer un examen, las islas, las aldeas, las distancias, me obsesioné hasta un punto en que no pensaba en otra cosa. Pero luego, fue el viaje más flexible de mi vida, porque tenía que ser flexible, tenía que cometer errores. Cuando digo que es un viaje que no podría haber hecho si no llevara 20 años en África, es sobre todo por la gestión del error. Para navegar el Congo te tienes que equivocar constantemente y ser consciente de que hay que seguir. Si no, no lo consigues».
¿Y cuáles fueron las mayores sorpresas? «Me sorprendieron decenas de miles de cosas», reconoce Aldekoa. «La generosidad tan pura e inocente de los congoleses me dejó anonadado. Yo había estado doce veces en Congo, había visto cierto carácter hostil, el congolés por lo general no te regala nada. Pero hubo un momento en que me daban la mano y me estiraban continuamente, sobre todo cuando era más difícil, cuando ya lo había intentado con todas mis fuerzas y sentía que no podía más, me di cuenta de que me sostenían».
En el apartado de amenazas, el periodista reserva un lugar de honor para las inclemencias meteorológicas. «Me habían hablado de que las tormentas en el río Congo eran algo sobrenatural», recuerda. «Probablemente ese fue uno de los momentos en que más miedo he pasado en mi vida, como si dos dragones se pelearan encima de mi cabeza. Alrededor, un mar bravo y revuelto de olas de petróleo. La sensación de ser una pequeña cáscara de nuez en medio de un tsunami que podía acabar con todo en cualquier momento. Y esa sensación de no poder controlar nada, de que lo único que puedes hacer es cruzar los dedos y agarrarte al chaleco salvavidas. Espero no caerme, pero si me caigo, ¿qué hago yo ahí abajo? No esperaba que me provocara tanto terror y que me atrapara tanto. Veía esa fuerza brutal de la naturaleza y me fascinaba, estaba hipnotizado. Es algo maravillosamente aterrador».
Como tantos otros rincones de África, Congo sigue siendo una herida en la memoria de los países colonialistas, los que acaso escribieron las páginas más sórdidas en la historia de esta tierra. «No hay un solo congolés que no tenga en su piel las consecuencias de una Historia de expolio continuada», afirma Xavier Aldekoa. «Es un abuso de los más brutales del continente africano. Desde los portugueses donde se empieza a comerciar con personas, hasta Leopoldo II, el rey belga, que convierte la historia del Congo en una cadena con diferentes eslabones de abuso, desde los esclavos de las grandes plantaciones americanas de azúcar y café al caucho, el marfil, el cobre, el cobalto, el coltán… La historia del Congo no tiene un momento de parón en este sentido. Con las independencias, cuando sale [Patrice] Lumumba y dice que las riquezas del Congo deben ser para los congoleses, ponen a un dictador, sátrapa y ladrón. Todo Congo se explica también por esa Historia que llega hasta nuestros días».
Cuando se le pregunta qué pueden hacer aquellas antiguas potencias para restañar esa memoria supurante, el periodista responde de inmediato. «Probablemente, dialogar. Porque incluso ahora, que se habla de pedir disculpas, seguimos hablando los europeos y escuchando los africanos. Quizá ha llegado el momento de dialogar, preguntarnos qué hemos hecho mal, y que nos lo digan. Porque, además, el mundo ha cambiado, y ahora al otro lado de la mesa está China, está Rusia, Brasil, India, que lo que quieren es hacer negocios; tal vez no con las mejores intenciones, pero sí con otras alternativas».
Asimismo, Aldekoa cree que hay un llamativo contraste entre el silencio que rodea por lo general a África en los medios de comunicación, y el interés que las actuales potencias llevan demostrando sobre este vasto y rico territorio desde hace décadas. «El dinero no grita, sobre todo cuando es abundante aspira a la discreción», explica. «Y el continente africano es uno de los grandes tableros de la geopolítica mundial. Grandes recursos naturales sirven para alimentar la maquinaria china, Rusia está echando su pulso y está ganando en algunos lugares como Burkina Faso, Mali, República Centroafricana o Guinea, que son ex colonias francesas y que están llevando a su terreno con campañas de propaganda, pero no solo, porque Francia le ha facilitado el trabajo con su actuación».
«Ocurre también que las generaciones jóvenes –África tiene 19 años de media– se han cansado del paternalismo, la soberbia y el desconocimiento de Europa», agrega. «Esa sensación de que los europeos siempre saben lo que quieren los africanos, tiene un punto de humillación que invita a sublevarse, a decir «se acabó’. Y cuando en el otro lado tienes potencias a las que no les importa la cuestión de los derechos humanos, pero están dispuestos a hacer negocios, a lo mejor te invitan a buscar una alternativa. Y Europa está a punto de pagarlo. Desaprovechar esos lazos de lengua, de Historia, de pasado herido pero común, por ese paternalismo, es una de las grandes torpezas que vamos a cometer, si no la hemos cometido ya».
En cuanto al tema en el que suelen venir asociados en las noticias diarias, la inmigración, Aldekoa propone un cierto cambio de perspectiva. «África no quiere venir a Europa: la gran mayoría, la extraordinaria mayoría, no quiere. Y prácticamente el 80 por ciento de los que se ven obligados a salir de sus casas no van a Europa, sino a países de alrededor», puntualiza. «Luego hay una pequeña minoría que sí, que lo intenta o sueña con ir a Europa. Estuve recorriendo las rutas migratorias desde distintos ángulos, desde los orígenes (Senegal y Gambia, Costa de Marfil, Etiopía) hacia el Norte, y he llegado a la conclusión de que una de las grandes motivaciones, y la que vehicula todo, es el amor. El amor a sus seres queridos, a un futuro mejor para los suyos, también para ellos mismos. Pero si pensamos quiénes de nosotros se arriesgaría la vida por un mejor coche o una casa mejor, seguramente ninguno accedería a atravesar un desierto donde te puedes morir de sed, te pueden abandonar, te pueden colgar del techo por los pies y torturarte para llamar a tu familia y te envíen 500 dólares para tu rescate, o a morir ahogado en el Mediterráneo».
«Nadie hace eso por un coche o por una casa», añade. «Pero si hablamos de un futuro, de una vida mejor para tus hijos, de libertad, de esos conceptos, ya empezamos a entender por qué hacen todo lo que hacen. Porque el amor hacia los tuyos es la energía que mueve el mundo, y África no es una excepción. Cuando un chico te dice que quiere llegar a Europa para mejorar su vida, al final habla de sus padres, y de su hermano pequeño, y de formar una familia con la chica que le gusta».
Pero hay algo más, una cuestión matemática que no suele tomarse en consideración cuando se analizan las crisis migratorias del Mediterráneo. «Con lo que se gastan en llegar a Europa, esas personas podrían comprar un billete en clase business, viajar sin riesgo, llegar hasta aquí, trabajar y regresar en business. Podrían generar riqueza en Europa, regresar con conocimiento y generar riqueza de vuelta. No hay una crisis de migrantes, hay una crisis de acogida, en la que no sabemos gestionar esa necesidad que tenemos de una manera controlada para que beneficie a todos, y no tenga que pagarse con la vida de los africanos».
En este sentido, Aldekoa no duda en señalar a los agitadores del miedo al migrante para sacar rentabilidad política. «Veo que el discurso del odio, el intento de colocar en la posición central de víctima a quien no lo es, reporta beneficios a algunos. Cómo va a ser que unos chicos, unas familias que atraviesan el desierto y vienen hechos polvo, nos van a quitar nada a nosotros, como si fuéramos las víctimas. Eso no es inocente, hay unos poderes políticos, una extrema derecha, que intenta sacar beneficios de ese miedo a perder tu identidad. Y si te pones en la posición de víctima, eres inocente».
Después de dos décadas recorriendo África, Xavier Aldekoa se siente en condiciones de dar algunos buenos consejos a los jóvenes periodistas que sueñen con seguir sus pasos y traten de informar sobre este fascinante continente. «Hay un cierto desconocimiento que nace del miedo, otro del paternalismo, que nos ha llevado a una visión distorsionada de África», dice. «Intentar entender un continente solo a partir de sus heridas desdibuja la cuestión, y a los estudiantes, o a quien quiera trabajar en África le recomendaría, además de la pasión, que la va a necesitar… Les diría que en este oficio te define tanto lo que haces como lo que te niegas a hacer. No te dejas vencer por un clickbait absurdo, cuando intentas perseverar, permanecer, hacer un trabajo con calma, también es una forma de activismo en la profesión. Ejercer el oficio con toda la verdad posible es algo que me emociona, sea el periodismo o quien decide hacer un queso artesanal».
Lo que el periodista asegura es que cualquiera que se asome con los ojos y los oídos bien abiertos a África, correrá el riesgo de quedar enganchado para siempre, como ha sido su caso. «El continente africano es un regalo para un periodista, para quien tiene curiosidad. Allí te encuentras personas que constantemente te ponen por delante del tiempo, y que te explican, y que te cuentan. Eso no es tan común, es un privilegio que te despierta el compromiso de hacerlo bien. Genera un pacto invisible, en el que dices: voy a contar esto lo mejor que pueda».
Antes de concluir la conversación, una última pregunta: ¿Se animaría Xavier Aldekoa a profetizar cómo será Congo, y África en general, dentro de otros 20 años? «Soy mu mal oráculo, pero seguramente vamos a ver una Kinsasa desbordada por el trasvase de gente de las zonas rurales a la ciudad. Tienen, además, una autopista líquida y barata. Por lo demás, no me atrevo a especular demasiado, pueden pasar miles de cosas. Congo es un país complejo, pero también con un vecino como Ruanda que tiene intereses en su riqueza. Podría haber una guerra regional… No sé si ser optimista, pero esa fuerza de juventud de la que hablaba antes es una fuerza renovadora que puede traer también muy buenas noticias. Lo seguro es que dentro de 20 años el que habrá cambiado seré yo».
«No hay una crisis de migrantes, hay una crisis de acogida…»
Cuando piensas de una cierta manera, a veces te desesperas. Oyes sin parar cosas que al parecer todo el mundo da por supuestas y con las que te martillean hasta que te planteas si eres tú quien está loco. Y entonces viene un periodista con conocimiento de causa y dice alto y claro lo que desde hace tiempo te parece evidente. Gracias de corazón.
Escuché a este señor hace no mucho en la radio, en Más de uno de Alsina, creo. Si pueden busquen el podcast y escúchenlo. Gracias por el artículo/entrevista.