En busca del tiempo perdido, la obra maestra de Marcel Proust, ha oscurecido con razón su obra breve entre la que se cuenta el volumen de Pastiches et Mélanges (Pastiches y misceláneas), publicado en 1919. En España, sus textos menores se han traducido habitualmente por separado de la obra magna. Merece la pena rescatar, por lo ameno de su lectura y exhibición de genio de Proust, la colección de Pastiches dedicados al conocido como L’affaire Lemoine, El caso Lemoine, o El asunto de los diamantes, un divertidísimo enredo protagonizado en 1905 por Henri Lemoine, un ingeniero que aseguraba haber inventado el modo de fabricar diamantes a partir de carbón e intentó vender su invento nada menos que al director de la mayor sociedad de explotación de minas de diamantes, la De Beer’s. Ejerció de intermediario, en Londres donde se encontraba nuestro personaje, sir Julius Werhner, representante de la propiedad de las célebres minas sudafricanas. Si alguien se pregunta cómo pudo Lemoine tratar con personas tan prominentes, la respuesta es que él mismo formaba parte de la buena sociedad, si son ciertas las afirmaciones que aseguran que su padre había sido cónsul de Francia en Trieste. Según las mismas fuentes, Lemoine empezó apenas adolescente su carrera de estafador, por lo que su familia se desentendió de él dejándolo libre de perfeccionar sus habilidades en salas de juegos y antros del mal vivir donde pudo poner a prueba la credulidad de los parroquianos. En 1905, cuando arrancó el fabuloso engaño que llenó portadas de los diarios franceses, Lemoine ya había cumplido condena por vender participaciones de sociedades inexistentes. Vender nada, hacerse rico vendiendo nada no dejaba de ser una metáfora audaz de los tiempos modernos, aspecto que sin duda atrajo el interés de los lectores, entre ellos Marcel Proust, que acertó a comprender los diferentes significados implícitos en la idea del ilusionismo y la alquimia, la prestidigitación y los diamantes falsos como clave de representación de su época.
La noticia de que era factible fabricar diamantes requería una comprobación, que Lemoine ofreció en París, en una actuación digna de un mago de feria. Convencidos con cuatro pases de manos, un buena humareda y la aparición de diamantes «perfectos», los representantes de las minas comprendieron que era imprescindible evitar la difusión de la noticia, pues tendría efectos inmediatos sobre la cotización de las acciones, un movimiento que precisamente quería aprovechar Lemoine para comprar al precio más bajo antes de anunciar que sus experimentos no daban los resultados previstos, de tal modo que las acciones recuperarían su valor y él obtendría una hermosa ganancia. Los hombres de la De Beers ofrecieran diez mil libras a cambio de la fórmula de fabricación de diamantes, cantidad que Lemoine tuvo que aceptar al no haber encontrado quien le prestara el dinero para comprar las acciones con las que planeaba especular. Incapaz de renunciar a sus trucos de mago, reclamó que la fórmula permaneciese secreta y protegida en un banco, exigencia que la De Beers aceptó. Luego, el pícaro pidió una elevadísima cantidad de dinero para comprar el terreno donde proyectaba levantar la fábrica de la que supuestamente saldrían los más bellos diamantes artificiales, envió imágenes del lugar a sus financieros, que solo al cabo de cierto tiempo empezaron a oler el fraude. El tema de la visita a la fábrica donde Lemoine debería demostrar, esta vez ante los representantes de la ley, la fabricación de diamantes está desarrollado con suma gracia en el pastiche de Renan. Cuando los extranjeros comprobaron que los datos de la ubicación de la propiedad enviados por Lemoine eran falsos y que el terreno y la construcción se hallaban en un lugar distinto no solo se sintieron engañados, sino que se supieron engañados. Denunciaron a Lemoine en París, la estafa se hizo pública, estalló el escándalo, y llevado ante los tribunales, en 1909 el falsificador fue condenado a seis años de cárcel. Sin embargo, De Beers no recuperó el dinero entregado a cuenta del negocio, ya que el oportuno divorcio del truhán dejó la fortuna en manos de su exesposa, que supo desaparecer sin dejar huella. En cuanto a Lemoine, su comportamiento modélico abrevió mucho su estancia en presidio. Su rastro se pierde desde que recobra la libertad, aunque corrían rumores de que con su esposa encontró refugio en América del Sur.
En 1908 el caso se convirtió en la comidilla del tout–Paris cuando la prensa aireó los detalles y el renombre de los implicados. Según relata Georges Painter, uno de los biógrafos más respetados de Proust, el escritor vio la ocasión de sacarle punta al escándalo a través de unos pastiches que remedarían la manera de algunos de los escritores más conocidos de la época:
«El “caso de los diamantes” le parecía, tal como había dicho Madame Straus con respecto al affaire Dreyfus, un fragmento de Balzac. En realidad, parecía un fragmento de Flaubert, de Michelet, del Journal de los Goncourt, o de casi cualquier escritor».
Painter no puso tanto énfasis como Ghislain de Diesbach, autor de una desmitificadora y a ratos hilarante biografía de Proust, en la pérdida económica que sufrió el escritor por culpa de Lemoine, prefiriendo ceñirse a su proyecto literario. Proust quería a la vez divertirse y divertir a sus lectores practicando lo que llamó «crítica en acción», pues la exageración requerida por la parodia pondría de relieve los vicios de estilo de los autores imitados, mientras el humor amortiguaría el daño sin ocultar su afecto y admiración por escritores como Balzac. Al respecto, se habla de pastiches satíricos, lúdicos o laudatorios; al primer grupo corresponde sin duda el de Balzac y al último el de Saint-Simon, el resto tienen características menos definidas. Proust atribuía al pastiche una virtud purgativa: «es preciso que hagamos una parodia a plena conciencia, para evitar malgastar el resto de nuestras vidas escribiendo parodias involuntarias». En definitiva, los ejercicios de estilo le preparaban para la obra maestra por la que sería recordado. Los pastiches se publicaron, con enorme éxito, primero en el Suplemento literario de Le Figaro y luego en volumen en 1919.
El primer grupo de autores imitados estaba formado por Balzac, Émile Faguet, Michelet y Edmond de Goncourt, la colaboración fue publicada en un suplemento literario de Le Figaro, el 22 de febrero de 1908; en el segundo grupo se encontraban Flaubert y Sainte-Beuve, y el artículo apareció el 14 de marzo; y la tercera colaboración, aparecida el 28 de marzo, estaba dedicada a Renan.
El asunto de los falsos diamantes es un pretexto, el hilo conductor del conjunto, de ahí que cada pastiche aborde el escándalo según un género diferente y desde ángulos diferentes; puede tener incluso una presencia tangencial como en el de Saint-Simon, que es también mucho más largo que el resto. En cuanto a los géneros, ensaya la novela, el diario íntimo, la reseña literaria, la crítica de teatro, el relato breve, el folletín, las memorias… En conjunto exponen la creencia de Proust en que la «imitación satírica implica un ideal de estilo» (Genette).
Proust tenía un motivo añadido al literario para interesarse por la estafa y era que, como inversor en la compañía De Beers, perdió una cantidad respetable. Diesbach relata el episodio explayándose en el «estilo inversor» realmente desatinado del escritor, al que tacha de crédulo, cándido e irreformable. La afición de Proust a invertir en Bolsa en empresas poco rentables incluso en apariencia, con los resultados catastróficos para su fortuna que su consejero financiero, Lionel Hauser, primero alarmado y finalmente resignado, le vaticinaba, nos permiten conocer facetas insólitas de la personalidad de Marcel Proust.
El diamante y el estafador, tropos literarios
El interés de un librito con los pastiches proustianos no se justifica exclusivamente por la gracia de la anécdota y el humorismo que practica el genial escritor sino también por las referencias al momento histórico en que escribe, por el estudio en profundidad de la obra del autor imitado que demuestra haber llevado a cabo, por la intención de establecer un canon personal, que siempre puede ser discutible –como se ve en el artículo dedicado a Renan–, o por cuanto revela del proceso de creación de un estilo propio que dará su fruto más maduro en la Recherche, etc.
El género pastiche puede entenderse como género derivado de otro: es la parodia de un texto o de un autor preexistente. Las definiciones de pastiche coinciden, como señala Paul Aron, en hablar de «la imitación, paródica o no, del estilo de un autor o de una corriente literaria». Esta definición supone que «por lo general, no se pastichea un texto singular sino los rasgos típicos de un conjunto de textos (…) lo cual implica que, como actividad imitativa, el pastiche puede inscribirse en el registro paródico, aunque no necesariamente. De otro lado, a nadie se le oculta que hay parodias que no son pastiches».
El lector no hallará gracia en la parodia, imitación o pastiche si desconoce la referencia de partida. Afortunadamente, la mayoría de los autores imitados por Proust han sido traducidos al español, por lo menos sus obras principales; por lo tanto, si no es posible acceder a los originales franceses, en la obra traducida se encuentran pistas de sus argumentos, estilo, ideología, inflexiones, motivos recurrentes, etc. El éxito de la imitación deriva de la agudeza con que Proust detecta y destaca en cada autor dónde se concentran las cualidades y vicios de su estilo, pero también el fondo ideológico o la teoría literaria, elementos que van a resultarle muy provechosos en la maduración de su propio proyecto. Siendo como son en la mayoría de casos simultáneamente una crítica y un homenaje, la colección de parodias conforma una obra distintiva de Proust.
En los Pastiches, el diamante es, además de la piedra preciosa de valor sometido a especulación, una figura estilística que hemos visto ampliamente explotada a lo largo de los siglos en todos los estilos literarios, sobre todo en el Renacimiento y el Barroco, sin desaparecer nunca y por eso aquí es la sonrisa radiante de una mujer, las gotas de agua al chispear de una fuente; su brillo equivale a la mirada ardiente de una bella, a la gota de rocío o… un rastro de moco en la solapa.
La imagen de las piedras preciosas, auténticas o falsas, y el personaje del estafador, embaucador, pícaro, alquimista, mago, piden una interpretación en el marco de la creación artística, y más específicamente literaria. Aunque Proust practicó el pastiche desde sus años escolares –cuando era un ejercicio habitual—hasta el último volumen, El tiempo recobrado, y su correspondencia abunda en imitaciones, bromas y pastiches, el ejercicio que desarrolló en torno al escándalo de los diamantes le permitió sumarse a la nueva corriente cuando este género menor ganó cierto prestigio –a partir de la serie de Paul Reboux y de Charles Muller, À la manière de… (1908). Biógrafos y ensayistas coinciden en subrayar el talento imitativo de Proust, y seguramente él mejor que nadie comprendió los riesgos que esa faceta de su talento implicaba en vista a crear una obra importante que pudiera llamar verdaderamente suya; estaba, por lo tanto, obligado a dominar esa facilidad y someterla a su proyecto, en lugar de permitir que sirviera para rellenar vacíos de inspiración o para ganar lectores.
La traducción
En España existen un par de traducciones relativamente recientes, aunque publicadas hace al menos una década, que he preferido no consultar, pues me planteé mi traducción como continuación del interés que suscitó, mientras cursaba la asignatura de La imitación en el Doctorado de Literatura Comparada de la universidad Pompeu Fabra, esta obra de Proust, en apariencia tan alejada del tono y estilo del ciclo En busca del tiempo perdido.
El añadido de las notas y los artículos comentando diversos aspectos de cada pastiche quiere facilitarle al lector contemporáneo la comprensión de referencias, oscuras a falta de contexto, además de introducir información sobre cómo plasma la teoría literaria proustiana en cada pastiche. La bibliografía acredita las citas e invita a profundizar al que lo desee, si bien casi siempre se trata de textos en francés, inglés o incluso catalán, hecho que justifica integrar en los artículos que siguen al pastiche la información que el lector no puede encontrar en español.
Para llevar a puerto el trabajo de desentrañar referencias y buscar fuentes de inspiración de los pastiches, me ayudó disfrutar de varia becas de estancia en la Casa del Traductor de Arles (Francia), en tres ocasiones diferentes y en tres estadios diferentes del proyecto. En su nutrida y heteróclita biblioteca encontré y consulté obras de la mayoría de los autores imitados, ausentes de las bibliotecas españolas; también descubrí ediciones de referencia de la obra completa de Proust, incluida la correspondencia editada por Kolb, las Sept conférences sur Marcel Proust, de Bernard de Fallois –publicadas en español en 2022–, las biografías de Diesbach, Tadié, etc. A estas alturas, cumplido el centenario de su muerte, es interminable la bibliografía sobre cualquier aspecto de la obra de Proust o del propio escritor. He tratado de ceñirme a lo esencial porque entiendo que el erudito o el aspirante a especialista leerá la versión en francés y optará por la senda académica.
Seguirán nuevas traducciones de los Pastiches, con o sin notas, y quiero creer que la mía va a encontrar lectores que la disfrutarán como he disfrutado yo traduciendo.
Este texto pertenece al libro Pastiches de Marcel Proust. El caso Lemoine publicado por Jot Down Books.
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