Decía mi maestro Martín de Riquer que el lector español es un lector miedoso. Y añadía: a los españoles, de los demás, nos interesan básicamente los chismes… Por eso no somos grandes lectores de biografías, en este caso de autobiografías cuando pretenden ser algo más que una lista de anécdotas. Mi interés por el libro de Nuria Amat nace de mi interés por su literatura, desde El ladrón de libros hasta Escribir y callar o Amor y guerra y mi presencia aquí se debe sobre todo a una profunda amistad, desde muy jóvenes con su hermano pintor, que por cierto no queda en el libro muy bien parado, pero como de entrada los amigos o los hermanos de mis amigos son mis amigos o mis hermanos… no he dudado ni un momento en venir a hablar de un libro que me ha conmovido, como me conmueve siempre la desfachatez inteligente. A Nuria la conozco desde hace muchos años, nos hemos cruzado muchas veces desde el primer día como si nos conociéramos desde siempre y la he visto cambiar. Saltar de una etapa a otra. Cada vez que la veía era una Núria distinta… con las mismas convicciones, pero distinta, por decirlo en el buen sentido, más intrépida, y también más determinada. Y, aunque, generalmente hablábamos de Barcelona, de libros o del tiempo la recuerdo siempre, —aunque no sé si lo que voy a decir es políticamente correcto porque se puede considerar un piropo…— como lo que los italianos llaman una bella femina, una hembra esplendorosa y un pelín desafiante, como en la portada. Ser bello o ser simpático, atributos con los que uno nace y vienen con el pack, tienen una influencia definitiva en la vida de un individuo, aunque él no lo quiera. Siempre lo pensé cuando me cruzaba con Nuria.
Leer una autobiografía significa penetrar en lo más profundo de una persona, lo cual te confronta con tu propia intimidad, sobre todo si has vivido tiempos parecidos, y para eso siempre se necesita un poco más de valor. Por eso creo que el lector español es miedoso y poco avezado al género. Pero es que este libro no se lee como una autobiografía únicamente sino como una novela, con un título que los editores han querido remarcar en rojo: mujer libre.
Solo hace falta ver la portada para saber de qué va al libro. Felicito al fotógrafo, al diseñador y por supuesto a la modelo. Las portadas no son fruto del azar. Están siempre muy pensadas, aunque no siempre se acierte. Consideraron que para el libro Memorias de una mujer libre lo más adecuado era poner una foto de la escritora porque nada podía representar mejor la actitud y la mirada de esa escritora para un título tan complejo de definir con una imagen. No hay ninguna duda. Viendo la foto, nadie diría que no es una mujer libre. Un pelín desafiante tal vez. ¿A sabiendas? Una foto de una mujer bella que no es un objeto de nada ni de nadie y que dice: nos ha tocado a nosotras por generación denunciar con nuestra actitud lo que ya era obvio y en este caso ejercer de mujer para poder ejercer de persona y ganarnos la propia libertad. Lo que ahora se llama ser feminista, pero avant la lettre, como le dijo ella a uno de sus psicólogos. Toda esa experiencia está en ese rostro y en esa melena. Y ante todo en esa mirada.
He dicho que este libro se leía como una novela. Parece que alguien con mucho más criterio que yo lo ha dicho también antes. Me alegro. Yo que adoro los libros de memorias, debo confesar que muy a menudo me sentía en este caso, leyendo una gran novela de amor. Y ahí está su gran atractivo. En su viaje a través de la memoria (una gran novela siempre es también un gran viaje) Nuria Amat se apunta a la difícil tradición de la gran novela: la novela de amor.
Porque es de lo que van casi todas grandes novelas de nuestro imaginario, desde Madame Bovary a Guerra y paz; desde La Cartuja de Parma hasta El amor en los tiempos del cólera.
El amor es, creo, el tema fundamental, y de como éste se convierte en impulso y motor para escribir (el otro tema del libro: la necesidad de contarlo, como diría García Márquez) en este caso, la necesidad de escribir. El amor contado por una mujer. Y la escritora contada por una mujer. Y por lo tanto salpicada de los detalles de la vida diaria de una mujer condicionados por el necesario instinto de supervivencia y de sus peculiaridades biológicas donde la maternidad jugará un papel importante. Esta novela va de mujeres y de hombres y como todas las buenas novelas terminan siendo una gran historia de amor, léase de amores. Y también del arte de leer y de escribir, De los sucesivos descubrimientos, a lo largo de una vida, de un libro vivido dentro de sí misma, con el mismo gozo con el que se descubre un embarazo. Nuria Amat es una aventurera. Y para ello necesita hacer maletas a menudo. Y así esas pasiones trasladan a la protagonista a otros continentes, a países desconocidos que provocan más ganas de amar y de aislarse y escribir. El otro gran tema y con esto casi acabamos el abanico de nuestras posibilidades, porque ya van a estar todos, es el poder. Pero no el poder que se ejerce para el sometimiento de alguien, sino el que ha conducido a la palabra «empoderamiento» en el lenguaje feminista. Que no es ni más ni menos que la resistencia a una corriente secular para poder preservar un espacio de libertad propio, personal e intransferible que, como mujer ha querido ejercer siempre, no empujada por consignas, a las cuales no podía acudir ni por situación histórica no por origen, sino de un modo instintivo y natural. Me ha conmovido en su historia de pasiones como cambia de hombre (parecido casi como en las memorias de los hombres éstos cambian de mujeres) según evoluciona y según necesita la autora, sin buscar demasiado. Sus encuentros son tan intensos como estrellas que se cruzan en su camino y ella en el de ellos, por supuesto. Planetas que se encuentran improvisamente y se acercan a una velocidad de vértigo porque se atraen. El sexo es importante en el libro. Dice el tópico que la mujer ofrece sexo a cambio de amor, al contrario del hombre… Sin analizar este odioso tópico y puesto que la palabra amor contiene casi todo, creo que Nuria Amat llega al sexo tras encontrarlo detrás de las palabras que más le pueden excitar: inteligencia y aventura. Sus hombres, sus viajes y sus libros son tres ríos paralelos que juntan sus aguas al final del mar de la memoria.
Como con toda autobiografía al lector le queda un sentimiento de agradecimiento porque el escritor se ha ofrecido en sacrificio y se ha colocado el mismo en el ara. Nos ha dejado entrar, no en su mundo sino en su vida, en sus pulsiones para reconocer las nuestras. No hay filtro, no hay más personaje que ella: sólo una verdad tan parcial como intensa.
Y también finalmente como toda memoria fértil y libre el libro de Amat acaba siendo un testimonio de una época, de unos años, de una geografía poblada por unos personajes, muchos de los cuales me son profundamente familiares.
Sin que ella lo diga podemos sentir claramente como pasamos de un mundo en blanco y negro a un mundo en color. Del perfume de las rosas cuidadas en el jardín de Pedralbes por una niña y su padre, al olor fuerte del Caribe, cerca de un amante y de un cuaderno o una máquina de escribir. Me conmueve, especialmente, y hasta me confundo con ella, porque autora y lector hemos vivido experiencias parecidas y paralelas, cuando la veo entrar en un nuevo mundo que ahora recordamos, parece que con recelo, llamado transición democrática y que nosotros sentíamos casi exclusivamente como una liberación. Nuria tampoco se hacía demasiadas ilusiones. Llegaba un mundo esperanzador en el que la tenacidad por conservar su libertad pronto simplemente dejaría de estar oficialmente reprimida por las leyes. No mucho más. En catalán se dice: «La Caritat ben entesa comença per un mateix». Tenía que continuar siendo activista empezando por ella misma, pero su actitud y su lucha personal no le bastaban, debía compartirlo. Y tal vez me conmuevo con nostalgia porque ese momento de su vida evidencia la solidaridad que existió durante unos años en España. Era nuestra manera de salir de un pasado casposo y vivir un presente más luminoso. Y Nuria ha sido siempre una voraz devoradora de presente. Por eso, planea en todo el libro un elegante y cultivado sentido de la amistad que ella haciendo justicia, además, del momento histórico, es una cualidad que pertenece a la génesis de la dinastía de los Amat, por lo menos de todos los que yo he tratado. No se trata de un lícito cultivo de la amistad para evitar la soledad sino de un verdadero interés generoso por el otro. La cantidad de amigos de Nuria y su calidad son una red que sostiene también su vida. Algunos muy conocidos por todos nosotros, otros desconocidos, pero con quienes mantuvo y mantiene el frágil jardín de la amistad. Me gustaría leerles un pequeño fragmento que explica esa manera de ser generosa y esa necesidad de compartir que nace tal vez con su bisabuelo, el creador de la mítica Enciclopedia Espasa, que compartió saber con tantos miles y miles de ciudadanos. Tal vez por ese impulso y ese deseo de compartir, que es un deseo de volar, Nuria Amat detesta profundamente las restricciones y por lo tanto el nacionalismo reduccionista, que paradójicamente al pretende defender una singularidad aplasta y desprecia todas las demás singularidades. Y Amat es una persona y una escritora singular. Entre otros motivos porque es una escritora catalana en lengua castellana. Como lo fue o lo son Terenci Moix, Vázquez Montalbán, o los Goytisolo o Eduardo Mendoza o Javier Cercas, por ejemplo. Pero ese es un tema demasiado complejo para tratarlo aquí y ahora, aunque en el libro quede expuesto con toda su crudeza porque se trata de una parte fundamental de la realidad cotidiana de la escritora y la mujer, no siempre fácil de sobrellevar.
Al cerrar la Memorias de una mujer libre me quedan dos curiosidades. La primera sería: ¿qué pasaba al otro lado? ¿Qué fue Nuria para cada uno de sus hombres? En mi imaginación literaria siempre me hago esa pregunta. ¿Cómo recibe el otro lo que ella le da? A veces la escritora lo cuenta con destellos de lucidez, pero claro está, vivido por ella… no por el oponente que es donde está su otro yo. Me conmueve su esfuerzo constante, con disciplina de escritor ruso decimonónico, para no ocultarnos nada que no se esconda, sin saberlo, a si misma. Ni siquiera sus muchas fragilidades que nos cuenta sin nunca lamentarse. Estoy casi seguro de que incluso en eso le debe hacer trampa hasta al psicólogo. ¿Se puede hacer el amor con la mente, Núria?
Muy interesante y sugerente.Leere está biografía.Gracias.
Sólo conocía de Nuria Amat el nombre
Es lo que tienen los maestros, que escriben bien