Esa noche cayó una gran tormenta en Entre Ríos y, aunque sus padres estaban durmiendo en el cuarto de al lado, nadie escuchó nada. El agua borró también las huellas alrededor de la casa. Nunca se llegó a saber qué pasó exactamente. La chica se llamaba Andrea Danne, tenía diecinueve años y la asesinaron de una puñalada en el corazón mientras dormía la madrugada del 16 de noviembre de 1986. Ella abre la crónica de Selva Almada acerca de los crímenes de chicas que marcaron su adolescencia, aquellos que la hicieron consciente de su propia fragilidad. La autora vivía apenas a veinte kilómetros de Andrea. Y su asesinato, sin resolver hasta el día de hoy, marcó un antes y un después en la vida y la memoria de su pueblo. Especialmente, en la de sus vecinas más jóvenes.
Yo tenía trece años y esa mañana, la noticia de la chica muerta, me llegó como una revelación. Mi casa, la casa de cualquier adolescente, no era el lugar más seguro del mundo. Adentro de tu casa podían matarte.
(Selva Almada, Chicas muertas)
Hacerse mayor, a fin de cuentas, también consiste en eso, en ser consciente de dónde acecha el peligro y de la propia fragilidad, en activar el miedo. Esos son los relatos que nos marcan, los que nos recolocan en el mundo porque mueven las lindes de lo que podemos o no podemos hacer. O, al menos, de lo que no podemos hacer sin dejar de estar en posición de alerta.
Alcàsser, viernes 13 de noviembre de 1992
Fue impactante ver la noticia en la televisión, pero lo que colocó frente a frente a mi generación y, más concretamente, a mi clase de BUP con el caso de las niñas de Alcàsser fue que el cartel con las caras de Miriam, Toñi y Desirée apareciera colgado en la puerta del instituto pocos días después. La distancia es imprescindible para la indiferencia. Las niñas desaparecidas empezaron a ser un tema de conversación habitual en los recreos y en los cambios de clase.
Teníamos claro que una chica sola por la noche está en peligro pero tres pueden defenderse, yendo tres no tienen por qué tener miedo. Por eso, aunque en la televisión y en las casas los adultos se preguntaban en voz alta qué clase de niñas eran estas que se ponían a hacer autostop y se daba por hecho que podían haberlas secuestrado para trata de blancas, por los pasillos del instituto solo se barajaba la hipótesis de que se hubiesen escapado.
Tenía que ser una huida voluntaria, además estaban haciendo autostop para llegar a la discoteca. Seguro que las había recogido algún amigo, es imposible secuestrar a tres niñas que van juntas, haría falta una furgoneta y cuatro personas como mínimo. Los padres siempre aseguran que sus hijos nunca se saltarían una norma, nunca se pondrían en peligro, pero ¿qué saben nuestros padres de lo que hacemos cuando ellos no miran?
Eso lo sé ahora, era lo que queríamos, lo que necesitábamos creer.
Nos fuimos de vacaciones en Navidad y, aunque ya no veíamos el cartel todos los días, la televisión seguía hablando de las niñas. En el programa Quién sabe dónde, de Paco Lobatón, varias llamadas de televidentes apoyaban la teoría de una huida al sur, a Granada. Las habían visto, eran ellas, seguro. La mañana del 24 de diciembre Felipe González recibió a los padres de las niñas en el palacio de la Moncloa, esa fue una de las noticias más importantes del telediario del día de Nochebuena. El que se emitió justo antes del mensaje del rey y de que las familias de todo el país se sentasen a cenar.
Cuando volvimos al instituto en enero, el cartel seguía allí pero ya un poco ajado, empezaba a parecernos demasiado tiempo sin dar señales de vida para una huida adolescente aunque nadie dio muestras de duda.
Pasaron un par de semanas más de especulaciones y amarillismo televisivo hasta que, por fin, el 27 de enero de 1993, unos apicultores encontraron por accidente una fosa de la que asomaba la mano de un cadáver en el barranco de la Romana. Esa noche, cientos de vecinos se agolpaban en la puerta del Ayuntamiento de Alcàsser esperando que se confirmase un temor vivo ya durante setenta y cinco días.
La noticia no tardó en llegar, la guardia civil había sacado de la fosa tres cadáveres. Las últimas riadas habían provocado un corrimiento de tierras y la mano de Toñi había quedado al descubierto, Desirée y Miriam estaban enterradas con ella. Ahora quedaba por saber qué les había pasado exactamente. La tragedia ya era considerable, pero aún no teníamos ni idea de la dimensión de lo que se nos venía encima.
¿Dónde vas, Caperucita?
Está mal adentrarse sola en el bosque, no hables con desconocidos, obedece siempre a lo que te digan los mayores, no mientas… La parte didáctica de los cuentos, más allá del puro entretenimiento, es recordarnos que hay peligros ahí fuera. Las narrativas infantiles nos permitían vivir en un entorno de seguridad situaciones que, de darse en la realidad, serían incontrolables. Todo era cuestión de imaginación.
Repitiéndolos una y otra vez, se conseguía introducir esa memoria como una capacidad de experiencia en los niños que fuimos e inculcarnos el miedo a desobedecer, a apartarnos del camino marcado o a que nos devorase una ballena. Hacernos, en fin, saber que hay monstruos y que el mundo no es un lugar seguro.
Por eso, desde antes de ser conscientes de ello, vive en nosotros una necesidad narrativa que nos impulsa a explicarnos todo lo que nos rodea a partir de las historias. Y por eso también, cuando las circunstancias a nuestro alrededor no responden a nuestras expectativas, especialmente cuando el lado más salvaje del género humano nos golpea, no encontramos paz hasta que no damos con una explicación que nos satisfaga.
¿Quién podía no querer saber qué les había pasado a las niñas después de setenta y cinco días haciéndonos preguntas y especulando?
Y la tele nos lo contó todo
La noche después de la aparición de los cadáveres de Miriam, Toñi y Desirée en la fosa de la Romana se batieron todos los récords de morbosidad en la televisión española y se abrió una puerta de la que nunca hubo vuelta atrás. Incluso para quienes lo vivimos en directo y creíamos recordar nítidamente aquella noche volver a ver el Quién sabe dónde, especial Alcàsser que emitió RTVE y el De tú a tú, de Antena 3, es estremecedor. Sigue siendo chocante pensar que nadie en su sano juicio parase aquel despropósito. Ambos programas se trasladaron al pueblo de las niñas para retransmitir en directo desde allí.
… más allá de un planteamiento informativo o periodístico, nosotros, que hemos acompañado a estas familias en la búsqueda desde el comienzo, hace setenta y cinco días, queríamos estar aquí. Y aquí estamos.
(Paco Lobatón en la apertura de Quién sabe dónde, especial Alcàsser)
Uno de los invitados estelares de Paco Lobatón, aparte de dos tíos de Desirée y el famoso forense Luis Frontela, es uno de los empleados de la funeraria que recogió y trasladó los cadáveres desde la Romana. A este hombre se le pide que cuente qué tipo de objetos aparecieron enterrados junto a las niñas y cómo estaban colocadas en la fosa. Ahí ya nos enteramos con detalle de que los cadáveres estaban tan desfigurados debido a las torturas que sus familias tuvieron que identificarlos en un primer momento por los objetos personales.
El programa de Lobatón y el de Nieves Herrero casi se solapan, pero es ella, respaldada por Antena 3, quien rompe todos los límites establecidos o imaginados, y con quien la memoria colectiva se ha cebado más. Seguramente porque ya estábamos acostumbrados a escuchar a Paco Lobatón hablando de desapariciones, pero la imagen de ella era la de una mujer que dirigía un programa ligero. El cambio de registro fue demasiado duro de digerir incluso para una audiencia completamente rendida y en shock. Nieves Herrero, presentadora queridísima y con TP de Oro, firma esa noche su sentencia de muerte televisiva y, al mismo tiempo, paradójicamente, crea escuela.
De tú a tú, un programa que solía ser un magacín de variedades, graba su especial en una plaza a rebosar de vecinos y con los padres de Miriam en primer término.
Un pueblo entero congregado ante las cámaras después de un crimen, un velatorio en directo. No bastó que los padres, con la mirada completamente perdida, hablasen aquella noche, que viésemos la grabación de cómo se le comunicaba a la madre de Miriam que uno de los cadáveres de la fosa era el de su hija o asistir a la reconstrucción de los últimos setenta y cinco días de búsquedas e hipótesis.
Las escenas se sucedían inconexas y terribles como un estrés postraumático. Y los televidentes lo vimos todo, obedientes, conteniendo la respiración. Masticamos cada una de las palabras y de las imágenes de modo que, aún hoy, se recuerdan los planos cortos, los sollozos de fondo entre el público y los gritos pidiendo la pena de muerte entre aplausos.
Hubiese sido suficiente para dejar una huella profunda pero aún nos quedaba mucho por ver y por oír. La detención de Miguel Ricart, que se declara primero culpable y más tarde se retracta, la huida de Antonio Anglés y el misterio alrededor de si está vivo o muerto. Las crónicas del juicio al único acusado, las polémicas alrededor del tratamiento irregular de las pruebas del caso. Las intervenciones del padre de Miriam y el periodista Juan Ignacio Blanco en Esta noche cruzamos el Mississippi, exponiendo teorías cada vez más barrocas acerca de lo sucedido: una película snuff, gente poderosa, ritos satánicos, todo salpicado con detalles de las autopsias y el sumario del caso.
Así, durante años, siempre en prime time, el crimen de las niñas de Alcàsser vuelve a la televisión como un cuento macabro. Las caras de Miriam, Toñi y Desirée aparecen de nuevo en pantalla, las mismas fotos del cartel de la desaparición y tú vuelves a mirarlas con los mismos ojos. La única diferencia es que ahora ya sabes el final de la historia. Y basta una mención para visualizar de nuevo un despliegue de crueldad sin precedentes con tres niñas como tú que solo iban a una fiesta de instituto un viernes por la noche.
La televisión es una narradora casi perfecta, y repite la historia una y otra vez, añadiendo ahora un detalle morboso más o levantando una incógnita nueva, y consigue así mantener la tensión narrativa de un caso que nunca ha estado cerrado del todo. Justamente por eso, cuando a nuestra vida llega internet, el crimen de Alcàsser se convierte en una fuente inagotable de material para blogs y foros que bucean en el morbo y las teorías alternativas. Porque hay algo peor que no tener una respuesta, tener muchas y que ninguna te satisfaga completamente. Ese suele ser el problema, la realidad no es un cuento con un final redondo.
Memento mori o ¿a qué tipo de niña se le ocurre hacer autostop?
Miriam García, Toñi Gómez y Desirée Hernández estuvieron desaparecidas durante setenta y cinco días. En aquel momento, cuando la noticia saltó a los medios y todos los programas de televisión se volcaron primero con la desaparición y luego con el hallazgo de los cadáveres, aún no sabíamos a lo que nos estábamos enfrentando. La fuerza de un relato que, como un tsunami, nos arrasó y cuyo eco sigue entre nosotros y, más concretamente, entre todas nosotras.
Por eso, sé que sonará extraño o demasiado trascendente, pero este artículo empezó a existir un día entre el 13 de noviembre de 1992 y el 27 de enero de 1993. Las que éramos niñas entonces asistimos, sin ningún tipo de protección, a la crónica de la desaparición, búsqueda y hallazgo de las niñas de Alcàsser como si fuese la nuestra o, mejor dicho, la de cualquiera de nosotras. La televisión se alió con lo macabro recreando un juego de espejos perverso que nos puso ante el peor de los memento mori posibles, aquel que no se conforma con recordarte simplemente que en algún momento te enfrentarás a la muerte. Durante todos estos años, la pormenorización milimétrica de las torturas y los detalles de la investigación dio lugar primero a las cotas más altas de telebasura jamás conocidas y, más tarde, a una cantidad ingente de contenido en blogs y foros de internet con todo tipo de teorías más o menos conspirativas.
La verdadera conciencia de las niñas despierta el día que se dan cuenta de que son violables, de que son torturables y de que son mortales. Por desgracia, solemos adquirir esa certeza demasiado pronto. Por eso, cada generación tiene su crimen, aquel que la marcó y la puso cara a cara con una realidad incontestable: da igual el país en el que vivas, siempre hay depredadores.
La adulta que ahora escribe se estremece al pensar que, antes de que todo esto sucediese, mis amigas y yo volvimos algunas veces de la playa haciendo autostop porque nos habíamos gastado el dinero para el bus en helados.
Llegar viva a ciertas edades siendo mujer es, muchas veces, una simple cuestión de suerte.
Selva Almada, Chicas muertas.
Yo comencé a trabajar como profesor en aquella época. Venía de una facultad de humanidades en la que nos alentaba el espíritu de la ilustración y la necesidad de racionalizar el mundo (comenzando por aquella espantosa universidad llena de vestigios del nacional-catolicismo). A mis compañeras de clase las vi como mis iguales. Recuerdo aquel destino en Palencia y quedar atónito escuchando a la mayoría de l@s profesor@s culpar a las víctimas, alegando que la juventud era loca. Se me quedó grabada la estampa de una profesora de inglés (de ventitantos años), diciendo: “las chicas de hoy en día son muy calentorras”. Me batí el cobre ante aquella mentalidad antediluviana… y me tocó aguantar allá años soportando el vacío de mis compañeros. Fue a mí al que le cayó el sambenito. Recibí mi apodo: “loco”. Fui por primera vez consciente que la barbarie no está en otro país, otra región o en provincias. A menudo convive contigo en el barrio, pared por medio, entre quienes crees que son tus iguales. Y un día terminé abandonando la enseñanza… ¡Qué solo estuve durante años! ¡Qué bien me habría venido leer un artículo como el tuyo en aquella época!
Muy cierto lo expuesto, pero por desgracia, aun a día de hoy, muchos siguen pensando igual.
La culpa la tiene quien no la tiene…. según los patrones mentales inculcados.
Triste
Tremendo relato. Gracias.
Dolorosa historia. Cuando recién comienzas a salir al mundo, a crecer; te sientes único, nada te va ha suceder. El peligro está muy lejano, a ti no te llega, sabes cuidarte. Siempre nos preguntaremos ¿por qué? No saber qué sucedió es lo peor que nos queda. La imaginación vuela; pero lo que la gente imagina, se atreve a opinar y juzgar a la víctima…No tiene nombre.
Que a Angles lo mataron alguno de los dueños de los 7 vellos que aparecieron en los cadaveres no lo duda nadie. Solo Fernando García se acercó a la verdad, el unico que no cogió la indemnización que les pago extrañamente el estado, como confensando una culpa.
El dia de la aparición de los cadaveres, es la pistola humeante del caso. Todo el que tenga memoria sabe que ese fin de semana sacaron a Fernando García de España, con el pretexto de un programa en la BBC británica, y ahi aprovecharon el momento para hacer aparecer los cadaveres, cuando Fernando Garcia no pudiera estar delante.
Lo ha contado muchas veces, Corcuera le dijo que lo que tenia que hacer era irse a llorar a su casa alzandole el dedo. Despues en el telediario le enfangaron diciendo que si robaba dinero de las donaciones, más tarde el fiscal de valencia le denuncio y le pusieron 300.00€ de multa por insultos. En definitiva el estado desplegó su fuerza contra aquél que no tragaba con la ridicula version oficial y que incluso renunció al dinero del estado. Parte de la versión oficial la pueden ver en el documental de La Sexta sobre «la huida» de Antonio Angles. Dan vergüenza ajena las chorradas que llegan a contar ahi.
Lo más cercano a lo que ocurrio, está relatado en la llamada «Carta de garganta profunda» que se puede encontrar en internet, supongo que seguira en el colectivo «El Palleter».
En definitiva, un caso que auna todas las corrupciones posibles, la judicial, la politica y la periodistica y unos hechos que si se examinan con detenimiento, tenian una pinta muy negra, tanto como el posterior intento de convencer a la gente de que Anglés huyó.
Es curioso que sea en ese documental que intentar enfangar la verdad, sea donde salga una de las pistas de la carta de «Garganta Profunda». La nueva casa de dos plantas que se compro la madre de Angles…