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El horror del siglo XXI según sus tres apóstoles: Stephen Graham Jones, Paul Tremblay y Grady Hendrix

Stephen Graham Jones, Paul Tremblay y Grady Hendrix para Jot Down Horror siglo XXI

Allá por tierras avilesinas, en esa meca del imaginario en la que se ha convertido el Celsius 232 año tras año, juntamos en el Palacio de Avilés (antes del NH, ahora del Meliá) a tres maestros del horror contemporáneo: Stephen Graham Jones, Paul Tremblay y Grady Hendrix

Eran los tres invitados de postín, los que cerraron con la última charla a trío el festival. Son también grandes amigos, acostumbrados a cruzarse por medio mundo, de convención en convención, y a compartir charlas y pensamientos en compañía.

Así que, aunque la meta era ambiciosa (esculpir, en una charla de hora y algo, qué es el horror en el siglo XXI), los contertulios parecían los adecuados. Juzgar si lo fueron queda en manos, desde ahora mismo, de los ojos que siguen esta línea. 

Queremos trazar con vosotros el panorama del horror en lo que llevamos de siglo XXI. Echando la vista atrás, parece que los dos grandes acontecimientos han sido el 11S y luego, evidentemente, la pandemia del coronavirus. ¿Cómo creéis que influyó el 11S en las últimas dos décadas del horror norteamericano?

Stephen Graham Jones: Pues creo que ninguno de los tres hemos escrito historias de terror sobre el 11S. En general, me parece que pocos escritores lo han hecho. Pero tienes razón en que se nota su huella en el horror. Creo que afectó más en el norte y en el este que en el oeste.   

Paul Tremblay: [Dirigiéndose a Grady Hendrix] ¿Tú estabas en la ciudad? 

Grady Hendrix: Sí, sí. Fue un vecino el que me avisó. Recuerdo que me dijo algo así como: «Tengo que ver a alguien en el World Trade Center, pero parece que está pasando algo». 

P. T.: Guau.

G. H.: Sí. De hecho, conectándolo con el 11S, una de las razones por las que comencé a escribir horror es porque no encontraba ficciones de terror cuando iba a las librerías. Desde luego, Barnes & Nobles no tenía una sección de novedades de horror. Tal vez películas, pero libros… 

S. G. J.: Películas tampoco demasiadas. Porque acababa de ocurrir lo de Columbine y eso coartó mucho la ficción sobre la violencia. 

P. T.: Es una pregunta difícil de contestar. Es complicado saber el peso que algo así tiene en tu creatividad. Yo estaba dando clase y de pronto saltó la noticia. Vi caer una de las torres y…, Dios, simplemente me fui a casa.

G. H.: ¿Qué les dijiste a tus alumnos? 

P. T.: Honestamente, no lo recuerdo. En mi opinión, creo que ayudó a volver a conectar con las historias sobre el apocalipsis, sobre un apocalipsis cercano.

S. G. J.: Sí. 

P. T.: Muchas de mis historias por entonces eran sobre el fin del mundo. Yo era un padre muy novato en esa época, mi hijo solo tenía un año. Creo que ahora en la ficción, en estos últimos diez años, lo que se percibe es un apetito por que los protagonistas sean gente corriente. Ya no científicos o políticos atrapados en un desastre. Si nos movemos al terror en el cine, pues tenías en 2005 a Eli Roth arrancando el torture-porn [risas].

G. H.: Pues ¡tienes razón! Estaba recordando las historias que tuvieron éxito en el cine o en la televisión después del 11S y pensaba en The walking dead o en 28 días después. Pero es verdad que también fue el momento de Hostel, de Eli Roth. Y un año después apareció Guerra Mundial Z [2006]. Creo que fue el primer libro de terror de esa época que vi a la gente leer en los aeropuertos. 

S. G. J.: Y tiene una prosa buenísima. Es un libro buenísimo.

G. H.: ¿Te leíste el que hizo del Bigfoot?

S. G. J.: Sí. Bueno…, estaba bien.

G. H.: Sí… estaba bien. Corta esto [risas]. 

Ya está grabado. 

G. H.: Creo que ahora Max Brooks trabaja como experto en escenarios de crisis para el Gobierno.

S. G. J.: Tiene ese tipo de pensamiento procedimental que le permite captar la perspectiva global de un suceso.

¿Por qué creéis que el horror estaba en crisis a comienzos del siglo XXI? ¿Tuvo algo que ver con la mayor dificultad para encontrar colecciones o revistas del género en las que publicar relatos? 

G. H.: Pues, mira, esto es un poco aleatorio, pero lo cierto es que yo me ganaba muy bien la vida como freelance escribiendo artículos para revistas y periódicos antes de 2008. Y, ahora, tan solo hablar de revistas parece ridículo [risas]. No lo sé, era un mercado enorme que, simplemente, desapareció. 

S. G. J.: Bueno, tú lo analizaste muy bien en Paperbacks from Hell [ensayo sobre la literatura pulp de los ochenta por el que Grady Hendrix se llevó el Premio Bram Stoker en 2021]. En los ochenta hubo un boom tremendo del horror en Estados Unidos, y funcionó como lo hacen todas las burbujas: hasta estallar. Surgieron estrellas como Clive Barker y eso hizo que las editoriales firmaran contratos millonarios a diestro y siniestro por libros que finalmente resultaron una catástrofe. 

Creo que George R. R. Martin protagonizó una de esas catástrofes con The Armageddon Rag. Se enfrentó a Cujo, de Stephen King, en las librerías y salió escaldado. Y eso que es una novela maravillosa. 

G. H.: ¡Es verdad! Ese es el libro que acabó con su carrera y lo obligó a fichar como guionista en televisión. 

S. G. J.: Guau, esta no me la sabía. 

G. H.: En esos días, un autor de terror podía vender perfectamente ciento cincuenta mil copias de una novela. Es un número que hoy no tiene el menor sentido. 

S. G. J.: Creo que fue a finales de los noventa, 1999 o así, cuando a Stephen King lo atropelló una furgoneta. Ese parecía el aviso de que al terror no le iba a ir bien [risas nerviosas]. 

P. T.: A mí me pasó en 2014. Teníamos como a siete editores muy interesados por Una cabeza llena de fantasmas. Y luego todos decidieron retirarse, por esa percepción de que el horror ya no vendía. 

G. H.: Creo que el horror tuvo esta suerte de duro reinicio a finales de los noventa. En literatura, la cosa se había secado. Y en cine tampoco estaba boyante. Pasaban cosas en las series: Expediente X, Buffy, cazavampiros, etc. Considero que estas series educaron a un nuevo público en la idea de que el terror también podía ser divertido, romántico, protagonizado por mujeres… Creo que ese público se ha hecho mayor y, básicamente, son los lectores que tenemos ahora nosotros tres. 

S. G. J.: Creo que el slasher renació con Scream. Pero, para la gente que estaba por entonces en el instituto, ese fue su primer contacto con el subgénero. No fueron Viernes 13 o Halloween. Fue Scream. Y pienso que eso hizo que la bola rodara durante un tiempo, con sagas como Destino final, Sé lo que hicisteis el último verano… Diría que hasta Cherry Falls.

Stephen Graham Jones, Paul Tremblay y Grady Hendrix para Jot Down Horror siglo XXI

En la World Fantasy Convention celebrada en Brighton en 2013 había un panel sobre Lovecraft en el que participaban Neil Gaiman y Joe Hill. Y ambos autores fueron bastante, cómo decirlo, ásperos con la prosa de Lovecraft [risas]. Se daba la circunstancia de que justo ese mismo año había muerto Richard Matheson y la convención rendía homenaje a su figura. Se elogiaba especialmente su estilo, definido como una lámina de cristal entre el lector y el escritor. Así que, desde el punto de vista literario, me gustaría preguntaros, por un lado, si no os parece que esta preferencia por el estilo cristalino puede eclipsar a muchos autores brillantes que van en otra línea. Y, por otro lado, ¿qué consideráis que está definiendo estilísticamente en este momento al género de terror?

S. G. J.: No hay una manera incorrecta o correcta de escribir, evidentemente. Por ejemplo, Philip K. Dick tenía ese estilo de lámina de cristal. Su obra se puede traducir a docenas de idiomas y no pierde ni una pizca de lo que ofrece. Su arte no ocurre en cada línea, sino en un nivel narrativo, al que la línea meramente te da acceso. Pero este tipo de conversación siempre me hace pensar en lo que Dean Cundey, el director de fotografía de Halloween, decía de John Carpenter: «Este tío no usa la cámara para grabar la narrativa. La usa para contar la narrativa». Y creo que hoy en día hay más autores que usan la prosa para contar una historia en vez de utilizarla como una ventana desde la que observas la narrativa. Pienso que en el horror sobre todo es en los relatos cortos donde los autores experimentan con triquiñuelas extrañas que luego permean a lo que te encuentras en los estantes de las librerías, a las novelas. En mi opinión, en el terror cada vez se está escribiendo mejor prosa. 

P. T.: Pues sí. Es difícil medir cuán influyente fue, pero creo que La casa de hojas tuvo una influencia importante a principios de los 2000. No es algo que haya entrado en la cultura mainstream, tuvo su momento y luego desapareció de la conversación, pero para mí es uno de los mejores libros que he leído.

Recuerdo que, en una entrevista, Mark Z. Danielewski me dijo: «La literatura solo sirve para una cosa: enfrentarse a la muerte». 

P. T.: Es así. Creo que otra de las escritoras que han demostrado un tipo de prosa que nada tiene que ver con la lámina de cristal es Kelly Link. Diría que ella y Danielewski nos han mostrado hasta dónde se puede llegar. Y en cuanto a lo que ha comentado Stephen sobre que los trucos se descubren escribiendo relatos, en mi caso fue exactamente así. A principios de los 2000, durante la primera década, los escritores de horror nos encontrábamos en foros de la Horror Writers Association y de otras páginas. Así conocí a compañeros como Natalie Falcon, John Langan, Laird Barron… Esa época fue como una placa de Petri estupenda para los que queríamos experimentar con el horror. 

G. H.: En cuanto mencionaste La casa de hojas, me acordé de que, en los noventa, Chuck Palahniuk también estaba experimentando con el horror. Nana es básicamente una novela de terror. 

Podríamos decir que también lo es American Psycho, de Bret Easton Ellis, ¿no? 

P. T.: Sí.

G. H.: Me encanta American Psycho… Yo he intentado la lámina de cristal, aunque no sé si realmente soy bueno haciéndolo. Lo intento porque creo que lo que quieren mis lectores es eso: una historia; por tanto, trato de quitarme de en medio. Tú, Paul, te atreves a hacer cosas con la estructura que realmente envidio porque yo soy demasiado gallina para arriesgarme a algo así. Yo voy de A a B e intento quitarme de en medio. No sé si es una buena decisión…

Pero es tu decisión. 

G. H.: [Sonríe] Así es. 

S. G. J.: Yo intenté ser transparente en ese sentido. Pero me encontré tropezando una y otra vez conmigo mismo [risas]. 

G. H.: Pero haces un buen trabajo con esos tropiezos. 

P. T.: Para mí, el asunto se resume en averiguar qué es lo que pide la historia. Ahora estoy escribiendo una que me incita a ser más directo. Pero si otra me pide otra cosa… Lo cierto es que, para invertir un año y pico de mi vida como escritor, una novela me tiene que atraer. Y a mí me cautiva lo que hace La casa de hojas. Soy un friki de ese tipo de trucos. Me encantan.

G. H.: En mi caso, para dedicar tiempo a una novela, lo esencial son los personajes. Gente con la que me interese estar durante el proceso. O también un escenario. Por eso mucha de mi basurilla está ambientada en el lugar donde crecí, porque es una oportunidad para la nostalgia, para volver a casa. 

S. G. J.: Yo quería publicar horror allá a principios de los noventa, pero no volví hasta 2006 o así. 

P. T.: Sí. Recuerdo que, cuando te conocí, me dijiste: «Estoy feliz de estar escribiendo horror al fin». Y te respondí: «Podrías haberlo escrito siempre».

G. H.: Y ¿qué escribías antes? 

S. G. J.: Pues cosas que se tachaban de ficción literaria. También hice un thriller en 2002 o 2003. 

Volveremos a lo literario más adelante. Ahora me gustaría centrarme en los personajes. Hemos hablado de que a principios de este siglo empieza a apreciarse un interés por personajes más apegados a la realidad, más realistas. ¿Por qué creéis que ha pasado esto? ¿Por qué esta tendencia a acercar a los personajes al lector, incluso a la propia cotidianidad? Como, por ejemplo, en esa Ikea encantada de la novela de Grady.

G. H.: [Risas].

S. G. J.: Es que esa es siempre la puerta de entrada al horror. Si intentas montar un relato de terror en un castillo, con magos, princesas y dragones, no va a ser aterrador, porque es aterrador allí, pero no aquí, donde estoy yo, es decir, el lector. El noventa y cinco por ciento de las historias de terror necesitan estar ambientadas en alguna versión de este mundo para que te creas a sus personajes. Recupero lo que he dicho sobre la puerta de entrada al horror. Ese es para mí el punto de partida. 

P. T.: Bueno, yo creo que esta es una de las claves del éxito de Stephen King. No fue el único escritor en hacerlo, pero él sacó al horror de lo gótico y lo metió en la fábrica para que cualquiera, como mi madre, pudiera leerlo. Ahora, en esta era de consumo por Internet, tengo la sensación de haber vivido las historias que leo en esas plataformas, porque somos mucho más globales que antes. 

G. H.: En mi caso, algo que aprendí desde El exorcismo de mi mejor amiga, mi segunda novela, es que cuanto más ponía de mí mismo, más le gustaba a la gente. Especialmente si hablaba de las cosas que me avergonzaban; por ejemplo, yo sufrí un problema de acné terrible en el instituto, como mi protagonista. Son situaciones que viví yo. Por tanto, no se trata tanto de pensar en construir personajes realistas, sino de introducir vivencias reales, cosas que me sucedieron, y son esas situaciones las que dotan de realidad a los personajes.

Y en cuanto a la pose que se adopta en Internet, pienso que hoy en día esta clase de ficción honesta es especialmente valiosa para los lectores, porque la gente puede oler cuándo estás siendo sincero. No sé nada del mundo que me cuenta esta novela, pero lo siento real. Y eso es valioso, porque en esta época parece que cualquier experiencia está mediatizada, que la tienes que ver a través de la mirada de alguien. Así que siento que los lectores buscan con ansía estas trufas de verdad. 

S. G. J.: Es un poco lo que buscan los periodistas cuando tras un huracán entrevistan a alguien con los pies en la tierra. Eso es lo que buscamos nosotros, personajes con los pies en la tierra, que padezcan una lesión de espalda crónica o lo que sea.

Probablemente, las redes sociales tengan mucho que ver con esto, ya que en estos tiempos vivimos en un ambiente en el que todo el mundo parece un anuncio de sí mismo [los tres asienten con la cabeza]. Como seres humanos, necesitamos la verdad.

G. H.: No es que esté en contra de las redes sociales. ¡Me ayudan a vender libros! Y reconozco que miro a ver qué se cuece en Twitter por las mañanas. Pero intento recordarme a mí mismo que esa gente no es real, son versiones de gente. Interpretaciones. 

S. G. J.: Es como si todo el mundo en las redes sociales tuviera catorce años y quisiera lucir los carteles más chulos en las paredes para dejar claro que molan.

El concepto mismo de selfie, ¿verdad?

G. H.: Creo que además es mucho más cruel. Ya era bastante duro pasar por un momento embarazoso en tu entorno social y ahora puede permanecer colgado online para siempre. 

Retomemos el tema de la ficción literaria. Cuando Ursula K. Le Guin recibió el National Book Award en 2014, consideró que no solo era una victoria para ella, sino para todos los miembros de su tribu, los «realistas de lo imaginario», como los definió. Vosotros habéis afirmado cosas parecidas en vuestros ensayos y reflexiones. ¿Por qué es tan difícil? Aquí, en España, resulta imposible aliar la alta cultura con el género fantástico. Pero ¿por qué es tan difícil incluso en países con una extensa tradición de autores que escriben gran literatura dentro del fantástico? 

S. G. J.: Si lo miras desde la perspectiva de literatura versus género, creo que lo que te encuentras es que los autores de literatura se llevan el respeto, pero no los cheques, y los autores de género se llevan los cheques, pero no el respeto. Así que veo realmente difícil que alguna vez puedan llevarse bien.

P. T.: Yo pienso que, como todo, es una cuestión de clases y de razas. Las primeras historias de terror, igual que las primeras historias de género negro, se imprimían en papel barato y estaban pensadas para los trabajadores de las fábricas. Y luego en la universidad, quienes podían acceder a esta literatura fueron educados en la convicción de que este tipo de género literario era para gente de baja estofa. Y este es un ciclo que se ha mantenido al menos por un siglo. Esto no quiere decir que no haya historias dentro del género terriblemente escritas, que las hay. Pero la mala literatura no es algo inherente al género. No hay ninguna prueba de que, si introduces algún elemento de horror en tu obra, esta pierda automáticamente su valor literario.

G. H.: Pero también hay que admitir que el horror se jodió a sí mismo a comienzos de los noventa. Hubo una marabunta de asesinos en serie y un exceso de libros de bolsillo de horror. Se pagaban adelantos exagerados por libros que apenas vendían nada. Y todo cada vez se hacía más y más y más gore, realmente misógino. Todo eso explotó allá por el 95. Porque surgió una tendencia a hacer pornografía de la tortura, de una violencia machista extrema. El horror se lo hizo a sí mismo. Y ha llevado esa etiqueta tal vez hasta hace poco. Ahora noto que quizá las cosas están cambiando. Recuerdo cuando le conté a mi madre que había conseguido mi primer contrato literario. Ella estaba feliz. Hasta que le dije que la novela era de terror [risas]. 

P. T.: Creo que ese cambio de reputación se lo debemos sobre todo al cine. Tal vez en el siglo XXI el arte dominante ya sean los videojuegos, pero, en lo que se refiere a la ficción audiovisual, en lo televisivo, el cine y las series dominan. No obstante, volviendo a lo que decías [dirigiéndose a Grady], para esa generación que creció con Expediente X y Harry Potter, el género no es un estigma. Así que creo que muy poco a poco va ganando más respeto. Sin embargo, tengo que contar una anécdota. En un festival literario de Los Ángeles, de camino al hotel estaba teniendo una conversación maravillosa con un poeta que acababa de ganar un premio. En un determinado momento de la conversación me preguntó qué escribía yo. Cuando le contesté que terror: se echó a reír, se dio media vuelta y buscó a otra persona con la que conversar. 

S. G. J.: No, ¿de verdad? 

Terrible. Recuerdo que algo así le pasó a George Lucas con Coppola, Scorsese, De Palma… 

S. G. J.: Cuando les presentó Star Wars.

¡Sí! Se rieron de él.

G. H.: Es verdad, esa historia salió a la luz. 

S. G. J.: De Palma era el que estaba más en contra. 

G. H.: Pero hubo uno que no se rio. ¿Quién fue? 

Spielberg. Lucas le dio un porcentaje de las ganancias de Star Wars de por vida. 

S. G. J.: Intercambiaron porcentajes, ¿verdad? Entre Star Wars y Encuentros en la tercera fase

Justo. 

S. G. J.: Creo que Spielberg sacó lo mejor de ese trato [carcajada general]. 

Spielberg es siempre el más listo. 

G. H.: Conozco una historia similar que me encanta. The Walking Dead. Cuando la AMC estaba valorando comprarla, Matthew Weiner, que acababa de hacer Mad Men y era el rey, se vio el piloto. La AMC no estaba nada convencida de dar luz verde al proyecto. Pero, después de ver el piloto, Weiner les dijo: «Si no lo hacéis, estáis locos. Porque todos los individuos de este planeta están ahora mismo furiosos y quieren matarse los unos a los otros». Así que lo cogieron y se convirtió en el mayor éxito de la historia de la AMC. 

S. G. J.: Continuando con The Walking Dead, cuando Kirkman [Robert, el creador del tebeo en el que se inspira la serie] se lo estaba vendiendo a Image [la editorial estadounidense de cómic que lo publicó], la reacción del sello fue: «Puf, otra historia de zombis». Y Kirkman repuso: «No, pero dentro de nada voy a sacar aliens». Y así se lo vendió.

Hay que llamar la atención como sea [risas].  

G. H.: La verdad es que no me explico por qué ese cómic funciona. Porque, es verdad, es otra historia de zombis, pero funciona. Recuerdo estar completamente absorbido por él, esperaba cada nuevo número con impaciencia. Y, ahora…, no entiendo por qué estaba tan enganchado. 

¿A lo mejor fue un hechizo…?

S. G. J.: ¿De la época? 

Sí. Algo así.

G. H.: Yo creo que hay algo de eso. Es como con Juego de tronos. Me enganché a la serie y a los libros. Y hace poco me puse un episodio y…, bueno, está bien, pero… [risas]. 

S. G. J.: Sí, pero los primeros tebeos de The Walking Dead tenían unos personajes buenísimos. 

Sucedió lo mismo con Juego de tronos. Todo el mundo de pronto podía morir. 

Todos: Sí.

Stephen Graham Jones, Paul Tremblay y Grady Hendrix para Jot Down Horror siglo XXI

Cambiando de tema, creo que la cruz de la moneda que representa el hecho de que haya tal multitud de plataformas de streaming dispuestas a comprar todos los cómics, todos los libros y todos los videojuegos para llevarlos a la pantalla está en el riesgo de empezar a escribir pensando en la adaptación. ¿Creéis que esto ya está pasando?

G. H.: Yo no soy capaz de hacerlo. Ojalá pudiera por dinero [risas]. Pero escribo como escribo y no puedo adaptarme.

P. T.: Creo que es un riesgo para nosotros. Hay un riesgo de saturación. De hecho, me zumba todo el rato la burbuja que estalló en los noventa de la que hablábamos antes [risas]. 

Creo que es algo peligroso, especialmente para los autores jóvenes. Porque encontrar tu propia voz es muy difícil, y es algo que no necesitas hacer si vas por la vía de las adaptaciones o los guiones. 

S. G. J.: De hecho, es algo que he visto muchas veces en Hollywood. No logran mover el guion de una película, reciben el consejo de hacer un cómic para tener la propiedad intelectual y lo hacen. Pero esos tebeos no maximizan las posibilidades artísticas del lenguaje del tebeo. Son guiones con ilustraciones.

G. H.: Son esos tebeos en los que ves un plano contraplano de gente hablando. Además, pienso que hay otra cruz dentro de esa cruz. Me pasa leyendo a mucha gente joven que noto que sus conocimientos narrativos vienen de la tele, de las películas y se acabó. Es algo que me ocurría a mí cuando era muy joven, me leía un guion y fantaseaba con que yo también podía hacerlo. Pero lo que ocurre, hasta que sangras en la página, es que lo que haces se siente… plano. 

S. G. J.: Basado en una serie de televisión.

G. H.: A mí también me asusta ver a tanto adolescente obsesionado con escribir guiones. ¡Vete a vivir! Y luego vuelve y escribe. Antes solía ir a muchas charlas y retaba a los autores jóvenes a pasarme algo que hubieran escrito para leerlo. No os podéis imaginar cuántos primeros volúmenes de grandes sagas de fantasía he leído. Ciento veinte mil palabras, y siempre había un elegido y una guerra.

S. G. J.: Es como los que escriben ficción militar basándose en sus experiencias jugando a los videojuegos. No digo que te tengas que meter en el ejército, pero… es raro. 

G. H.: ¿Y las armas? Mucha gente escribe sobre armas sin más relación con ellas que la que mantiene en los videojuegos. Esto se ve en los libros y en las películas, como si fueran una cosa cualquiera, sin peso. Las armas son algo que da un miedo de la hostia. Tienen como su propia gravedad. 

P. T.: Pero, bueno, yo creo que eso ha pasado siempre. Al principio, imitas. Yo lo hacía con Stephen King. La primera de mis novelas que movió mi agente era muy a lo Palahniuk. Y eso está bien. Pero escribir novelas es algo distinto. Es muy diferente a escribir guiones para películas o series. Es… otra cosa.

¿Y por qué creéis que para esta generación es tan difícil seguir la misma senda que antes? ¿Pensáis que tiene algo que ver con la dificultad de encontrar revistas antológicas estables que publiquen relatos? J. G. Ballard escribía un comentario en este sentido en el prólogo a sus Cuentos completos

P. T.: Es cierto. Pero también me gustaría decir que no hay una verdad inmutable. No hay que empezar escribiendo relatos. Grady es la prueba viviente. Algunos escritores se frustran porque no consiguen vender sus novelas y se dicen: «Debería haber empezado escribiendo relatos». Y no, no es verdad que necesites empezar así. A mí me funcionó, pero no es el único camino. Yo había escrito unos cincuenta relatos antes de animarme con la primera novela y vi que era algo completamente distinto. La primera que publiqué fue la cuarta novela y media que había escrito. 

Volviendo a la pregunta original, ¿cómo sería empezar como escritor ahora? Pues creo que muy difícil. Y pienso que lo más difícil sería tener paciencia, a causa de la presión de las redes sociales. Quiero decir, no sé vosotros, pero yo siento esa presión cuando entro en redes y veo a todo el mundo haciendo cosas tan increíbles. Tienes la sensación de que te estás quedando detrás. No quiero imaginarme cómo es para alguien que está empezando. Y de ahí puede surgir la ansiedad de autopublicar una novela que aún no está preparada para encontrar su público. 

Así que creo que lo más difícil hoy en día es tener esa capacidad de ser paciente. 

S. G. J.: Creo que fue James Joyce quien nos transmitió esa idea de que aprendías en los relatos y te graduabas en las novelas. Sin embargo, no creo que ese sea el caso. Volviendo a Grady, él ha demostrado que no tiene por qué ser así. Pese a todo, me encanta escribir relatos.   

G. H.: Algo que realmente cambió mi vida fue ir al taller de Clarion en 2009. 

Lo conozco bien. Mi editora en Nevsky Books, Marian Womack, cursó el taller y ahora ya tiene varias novelas publicadas con Titan Books [concretamente dos novelas, The golden key (2020) y The swimmers (2021), y un relato en la antología Isolation: The horror anthology]. Me contó que esas seis semanas fueron para ella un aprendizaje mucho mayor que todos los años que había dedicado hasta el momento a la escritura.

G. H.: A ver, tener a ese puñado de aspirantes a escritor completamente centrados en prestar atención a tus relatos mientras escribes una historia a la semana marca la diferencia… Y, si lo piensas, los profesores están entrenando a escritores que serán su competencia en unos cuantos años. ¿Por qué lo hacen? No sé cuánto les pagan, pero no será tanto. Sin embargo, ahí están, y contar con ese feedback profesional lo cambia todo.

Durante mi primera semana en Clarion tuve como profesora a Holly Black. Además tienes entrevistas individuales con todos tus maestros en las que te mandan hacer un ejercicio de quinientas páginas.

S. G. J.: ¿Quinientas páginas? [risas].

Parece una buena forma de seleccionar a nuevos aspirantes: quinientas páginas en una semana [risas].

G. H.: Palabras [risas]. Quinientas palabras… Escribí algo ligeramente más largo y en la entrevista Holly me dijo: «Sabes, si realmente quieres, podrías ganarte la vida con esto». Eso lo cambió todo para mí. Por supuesto, no vendí nada durante los cinco años siguientes a entrar en Clarion. Publiqué mi primer libro con treinta y nueve. Pensaba que se me había pasado el arroz, sentía que tenía una pistola en la nuca y nunca tendría una carrera.

Dan Simmons empezó a publicar más o menos con esa edad. Publicó su magistral relato «El río Estigia fluye corriente arriba» a los treinta y cinco. 

G. H.: Bueno, es lo que tú decías [dirigiéndose a Paul Tremblay]. Esa sensación de presión. Creía que mi tiempo había acabado.

S. G. J.: Volviendo a los jóvenes, algo que pasa en los másteres de escritura es que te lees las novelas de los recién graduados y son excelentes en lo técnico y formal, muy pulidas. Pero no tienen sustancia. 

Porque no tienen vida. 

S. G. J.: Justo. Me alegro de que no todo el mundo pueda hacer un máster de escritura creativa porque la gente que se prepara en este tipo de cursos tiende a escribir como la gente de los másteres de escritura creativa. Lo mismo pasa en el terror. Es decir, si solo lees horror, va a ser muy difícil que aportes una perspectiva fresca sobre el horror. 

G. H.: Volviendo a lo que acabas de decir. Aquello de que no tienen vida. 

Sí. 

G. H.: Yo antes dije lo mismo. Sin embargo, creo que estoy equivocado. Estamos equivocados [risas]. Todo el mundo tiene una vida, pero no está dispuesto a compartirla. ¿Por qué? Porque la gente considera que en su vida no hay nada interesante o valioso. Sin embargo, eso es mentira: claro que hay cosas.

Todos los días. 

G. H.: Mi mujer pertenece a una familia canadiense acomodada y yo soy de familia sureña. Cuando hablo con mi mujer sobre mi familia, ella siempre me dice: «Tu familia es una locura. En la mía nunca pasan cosas así». Por supuesto que pasan, pero no hablan de ellas.   

P. T.: ¿Quién dijo aquello de que si has tenido una infancia ya tienes material para todas tus novelas? 

G. H.: ¡Oh, sí! No lo recuerdo. Lo cierto es que yo me gano la vida canibalizando mi infancia [carcajada general].

Stephen Graham Jones, Paul Tremblay y Grady Hendrix para Jot Down Horror siglo XXI

Moviendo la conversación a otro lugar. En la World Fantasy Convention que os mencionaba, tuve la oportunidad de participar en un panel sobre traducción y allí comenté que realmente creo que tanto el Reino Unido como Estados Unidos tienen una gran deuda pendiente con el resto del mundo. Y, aunque gente como Jeff VanderMeer esté intentando saldar esa deuda, el saldo es gigantesco porque estos dos países venden a todo el mundo, pero, sin embargo, traducen migajas.

Todos: Sí.

Me gustaría saber qué pensáis sobre esto. En España, la asociación de escritores de terror, Nocte, vivió un periodo dulce de cinco o seis años. Durante ese tiempo, nos dedicamos a investigar de forma seria con el fin de encontrar a los mejores autores del año, con sus correspondientes novelas, vinieran de donde viniesen. Como yo era uno de los pocos que leía en inglés, me dediqué a leer a todos los galardonados con un Bram Stoker de los últimos años. Pues descubrí que en España al menos había dos novelas al año de ese nivel. Así que pensé: o aquí somos extraordinariamente buenos (cosa que me extraña), o esto mismo ocurre en todos los países del mundo. Y esta reflexión me produjo bastante tristeza porque probablemente nunca leeré esas dos grandes novelas griegas o italianas, con suerte leeré las españolas o las anglosajonas. En definitiva, me gustaría conocer cuál es vuestra opinión sobre este asunto.

G. H.: Dos escritores que realmente me electrificaron de joven fueron Yukio Mishima y Haruki Murakami. Creo que el problema es que la mayoría de lo publicado no cubriría los costes de la traducción. 

S. G. J.: Otro problema es que, al publicar una novela en Estados Unidos de escritores españoles, sudamericanos, africanos…, las referencias culturales se pierden por el camino para el lector norteamericano. Lo estamos viendo aquí mismo. Tú hablas inglés y español. Ninguno de nosotros tres hablamos español. Y creo que eso es terrible. Es como si estuviéramos afirmando: hablamos el idioma que hay que hablar. Considero que parte de esa actitud se traslada a los libros. 

P. T.: No sé cuál es la respuesta o la solución a esto. La verdad es que fue bastante descorazonador cuando ayer, hablando con Mariana Enríquez, una de mis novelistas favoritas, le pregunté: «Ey, ¿cuándo vamos a poder leer otra novela tuya en inglés? Y ella me contestó: «Pues depende de cómo se venda esta». ¿Cómo se puede abordar este problema? Hay ejemplos como el de Thomas Olde Heuvelt, el autor de Hex. Pero, claro, él tenía los medios para pagarse una traducción e intentar ser publicado en el mercado anglosajón. A él le funcionó, pero no todo el mundo se puede permitir algo así. 

Sobre este asunto, os puedo hablar de mi propia experiencia personal. Hay diferentes vías. En mi caso, yo aprendí a escribir en inglés para dedicarme a los videojuegos, algo que sí da para vivir, mientras que la literatura de género escrita en castellano, pues no da. En parte, lo veo bien, porque evidentemente dominar más de un idioma expande tu experiencia y tu mente. Pero también tiene su lado triste, porque escribes en inglés. 

G. H.: Bueno, no todo es malo. Cuando estaba en la Universidad, en Nueva York, pasé por un periodo muy negativo, del tipo: la cultura es una mierda. Pero entonces me encontré con una pequeña sala de cine en Chinatown donde, por seis dólares, te podías ver una sesión doble de cine hongkonés. Y me di cuenta de que había toda otra cultura, toda otra industria del cine, con sus estrellas, sus secuencias de acción, sus efectos especiales. Lo único que se requería de mí para acceder a esa cultura era leer subtítulos. Lo cierto es que en Hollywood no caló. Tuvo su momento en los noventa y a finales de los 2000, pero luego se enfrió.

Sin embargo, toda la generación de chavales que se enganchó al manga y al anime le exigió a ese nuevo mercado que los animes fueran siempre subtitulados y que los mangas se maquetaran de izquierda a derecha, tanto en los textos como en las páginas. Y me pasa con mucha gente joven esto… 

S. G. J.: Mi sobrino es así.

G. H.: ¿Verdad? Les hablo de los superhéroes de Marvel y ni siquiera saben quiénes son y tampoco les interesa.

Esto es muy interesante porque nos habla de que Estados Unidos y Japón son los dos únicos países del mundo que no se avergüenzan de contar historias desde una perspectiva global y no solo local. Y son también los únicos que han quebrado el Zeitgeist cultural en todo el planeta. 

G. H.: Diría que Corea del Sur también. Tienen estrellas con un nivel de fandom increíble. Una vez tuve que hacer algo para una compañía de Hong Kong y conocí a Rain en la cúspide de su fama. Era una locura. La cosa ha llegado hasta el punto de que ha conquistado Estados Unidos. La gente de mi familia ve K-Dramas y no solo El juego del calamar, sino historias mucho más recónditas. 

S. G. J.: El treinta por ciento de Twitter parece ser K-Pop [carcajada general].

Una de mis últimas preguntas está relacionada con una hermosa cita de Aristóteles que define la cultura como un río que va conectando, en sus meandros, a seres humanos a lo largo de la historia. Un meandro podría ser Clive Barker y Lovecraft. Tal vez Stephen King y Richard Matheson. ¿Hay alguien así para vosotros? ¿Alguien del pasado con el que sintáis una conexión existencial especial?

P. T.: Pues me gustaría pensar que Shirley Jackson. Para mí, ella es una enorme influencia. En mi opinión, lo estupendo de trabajar en un género (y me gustaría que hubiera más gente que apreciara esto) es que estás trabajando con su historia. No hay manera de escapar de ella, estás inmerso en ella. Ya sea porque usas un tropo del género, porque lo subviertes o porque debates con él… En el horror, desde luego, hay tropos muy específicos. Y creo que se puede decir exactamente lo mismo de la fantasía, la ciencia ficción o la novela negra.

Me encanta la idea de que los libros, de alguna manera, están en conversación los unos con los otros. Y, obviamente, las referencias forman parte de esto. Una cabeza llena de fantasmas está repleta de referencias. Creo que, si hago bien mi trabajo, a lo mejor consigo que la gente que me lee a mí eche la vista atrás y lea también lo que vino antes. No lo sé…

G. H.: No pretendía robarte la respuesta, pero voy a decir también que Shirley Jackson. No puedo escribir así. Creo que, si estuviera viva y leyera mis cosas, pues no serían plato de su gusto [risas]. Pero hay una versión de ella que vive dentro de mi cabeza, sentada en la cocina, con un cigarrillo en la mano y una taza de café sobre la mesa.

P. T.: Pues creo que compartís un cierto sentido del humor en el horror. De hecho, la gente no habla lo suficiente de lo importante que es el sentido del humor en el horror. A veces, es lo que hace que lo terrorífico funcione. Por ejemplo, La maldición de Hill House es un libro muy divertido. 

G. H.: ¿Y cómo se llama ese relato suyo en el que hay un grupo de borrachos de fiesta y aparece una chica adolescente hablando del fin del mundo? 

P. T.: Sí… Es uno de mis favoritos… [pausa larga]: «The Intoxicated». 

G. H.: ¡Ese! Es desternillante. Pero sí, creo que hay una Shirley Jackson en mi cabeza. Parecía una persona muy solitaria. Y siento, no sé, una conexión especial con ella por ninguna razón en particular. 

P. T.: Creo que en mi caso es realmente con Peter Straub con quien siento esto. 

S. G. J.: En mi caso, si tengo que encontrar ese hilo que me une en literatura, en el horror, creo que Stephen King sería la respuesta.

P. T.:  Bueno, yo realmente debería decir Michael Myers. Y no es broma. Mi primer contacto con el género fue a través del cine. Empecé a leer por placer mucho más tarde que la mayoría de los escritores.

G. H.: Solía ser un castigo, ¿no? 

P. T.: [Risas] Era un buen chico. Leía lo que se suponía que tenía que leer.  

¿Y qué hay, pues, de las risas y de los sustos? ¿Cómo los mezcláis?  

S. G. J.: Es que tienes que combinarlos. Si empiezo a leer o a ver una historia de terror y no encuentro una generosa cantidad de comedia, la dejo. Porque no me parece una representación fiel del mundo. Lidiamos con el estrés a través del humor. Pero, en cuanto a la mecánica de las bromas y los sustos en sí misma, en realidad es la misma: tensión-tensión-tensión… distensión. Creo que hay gente que lo hace muy bien, como Jordan Peele y ¿cómo se llama el de Un lugar tranquilo? ¿John Krasinski?

P. T.: Sí. 

S. G. J.: En su caso, creo que lo entiende porque viene de la comedia [Krasinski interpretó al inolvidable Jim Halpert en The Office]. Y la gente que está ahora con Halloween viene también de la comedia… Creo que la gente que viene de la comedia tiene un instinto natural para el horror. Y solo es una cuestión de ajustar el contenido. Yo suelo usar el humor para coger desprevenido al lector. Una historia de terror tiene momentos que sirven para relajar la tensión. Y en esos momentos es donde puedes colar una broma. No algo exagerado como un slapstick, pero sí hay espacio para los chistes. Aunque esas bromas se pueden transformar de pronto en otra cosa y devolverte, otra vez, al terror. 

G. H.: Aparte de todo lo que has dicho, a mí me gusta verlo como en la música. No puedes subir indefinidamente el volumen. Hay que dar un respiro a la gente mientras escucha. No puedes girar el dial más, más y más: horror, horror, ¡horror! Tiene que haber valles para liberar esa tensión. De hecho, me pasó en Hereditary, que es buenísima, pero no tiene ni una gota de humor. Me reí en un momento muy inapropiado y me miraron como si fuera gilipollas, pero es que estaba desesperado por soltar toda esa tensión a la que me había sometido la película. 

Creo que su siguiente película, Midsommar, es mucho más cómica. 

S. G. J.: Y mucho peor [risas].

Y mucho peor. Estoy de acuerdo. 

S. G. J.: No sé. Es una película muy extraña. Lo horripilante se hace menos y menos horripilante según avanza la cinta. Parece construida al revés. 

P. T.: Voy a llevaros un poco la contraria a los dos. Creo que hay historias duras que no necesitan humor, la verdad. Por ejemplo, La noche de los muertos vivientes tiene un poquito de humor al principio, y ya nunca más. Pero, vamos, en general estoy de acuerdo. De hecho, el mejor ejemplo de humor en el horror es el que llevo impreso en la camiseta, ¿no?: «Vamos a necesitar un barco más grande» [frase mítica de Tiburón que destaca en la camiseta de Paul Tremblay]. Todos nos reímos, pero con nervios. Bueno, en fin, para mí es lo que pide la historia. Por ejemplo, en mi novela La cabaña del fin del mundo hay un momento en el que los dos personajes bromean mientras fortifican la casa. Pero eso es todo.

G. H.: Bueno, pero sí que hay cosas… Por ejemplo, la gente que se va presentando en la casa es tan absurda… y peligrosa. También recuerdo esas armas tan extrañas. Para mí, eso se sentía como humor. Algo extraño que se yuxtapone a algo amenazador. 

P. T.: [Emite un sonido apreciativo al pensar en un ángulo que no había valorado en su propia novela] No sé, creo que a lo que vuelvo es a la otra parte de la pregunta, a si el horror tiene que asustar. El horror y la comedia son dos caras de la misma moneda. Y es tan subjetivo… Lo que uno encuentra divertido, otro lo encuentra espeluznante. Y viceversa. 

G. H.: Es gracioso que comentes esto, porque nunca sé si mis novelas son divertidas u horrendas. A veces alguien me dice «¡qué divertida encontré esta escena!», y yo respondo «¿divertida?», totalmente sorprendido. 

P. T.: Recuerdo una anécdota sobre uno de mis editores, que estaba leyendo Una cabeza llena de fantasmas. Yo tenía verdaderas dudas sobre si el libro se consideraría terrorífico. Pensaba que probablemente se consideraría inteligente, pero ¿terrorífico? Entonces este editor, que estaba leyendo el manuscrito, me llamó a las once de la noche, algo bien inusual, porque acababa de leer una escena y estaba acojonado [risas]. Así que me dije: «Pues bien, sí que asusta». 

S. G. J.: Pues, a mí, en La cabaña del fin del mundo, me hace mucha gracia cuando a Gwen le pegan el tiro. Es terrible pero es muy divertido. Esa chica menuda, esa pistola enorme [risas]. Es hilarante [risas]. 

P. T.: Ya lo ves. Nunca se sabe. 

S. G. J.: El quid de la cuestión con el horror y la comedia es no fallar totalmente. Porque es algo en lo que es muy fácil caer.

Por ejemplo, en las películas de Marvel sucede a menudo. Estás totalmente metido en un momento dramático cuando de pronto un chistecito rompe el tono. 

S. G. J.: En Doctor Extraño pasa un montón. Es divertida, pero de un modo totalmente extraño. 

P. T.: A mí con las comedias de terror me sucede que cuando espero que sean terroríficas pasan a ser más divertidas. Parece que el terror se diluye en la comedia. Y me gustan muchas, eh, pero me pasa a menudo. Creo que ese equilibrio tonal es más fácil de conseguir en literatura. 

G. H.: Acabo de pensar que Alien no funcionaría sin el personaje de Harry Dean Stanton y sus bromas con su gato Jonesy y el ambiente festivo durante la comida antes de que estalle el horror. Allí, las bromas funcionan. Las bromas no rompen la película.

P. T.: Pero es que también las bromas en Alien no son simplemente bromas. Están ahí para caracterizar a los personajes. Muestran el conflicto entre la clase obrera y la burguesa. 

S. G. J.: Y luego está el gato, toda la tensión que provoca su presencia cuando, si lo piensas, la situación es hilarante.

P. T.: Deja al maldito gato y sal de ahí. No cites esto [risas]. 

Es un gato muy mono, pero no tanto.

G. H.: Lo fascinante es pensar que, para que esas bromas funcionen en Alien, ha habido que mandar a un gato al espacio [carcajada general]. A ver, es que no tiene ningún sentido. ¿Hay más gatos en la nave? ¿Hay un teatro gatuno?

P. T.: ¿Llevan comida de gatos para veinte años? 

G. H.: Y ¿dónde caga? Porque tendrá que cagar alguna vez y yo no vi el arenero. 

P. T.: Tendríamos que escribir sobre esto: gatos espaciales desde el punto de vista del alien. 

S. G. J.: ¿Tendrán un pequeño traje de astronauta para el gato por si hay una emergencia? 

G. H.: ¿No tenían una jaula presurizada o algo así? Yo creo que Ripley lo lleva ahí. 

Stephen Graham Jones, Paul Tremblay y Grady Hendrix para Jot Down Horror siglo XXI

Quisiera preguntaros por algo que os asuste en particular. Puede ser un elemento del mundo real o algo tan random como los payasos, las sombras, los vampiros… 

G. H.: Hum… Todo [carcajada general]. 

¿Todo? 

P. T.: No, en serio, todo. 

S. G. J.: A mí me asusta todo. Específicamente, el espectro de una persona con cabeza de animal. Las historias de posesiones también me espantan hasta el tuétano. Grady se ha atrevido a escribir una. Yo no sería capaz. 

P. T.: Me encantaría leer tu novela de posesiones. A ver, en mi caso, la vida es lo que más me asusta. El mundo real. De hecho, siempre estoy buceando en panoramas apocalípticos. Como chaval que creció en los ochenta, siempre tuve miedo de vivir una guerra nuclear. Y ahora es un miedo que se está volviendo a poner de moda [sonríe con tristeza]. No sé, de chaval me asustaba todo. Las pelis siempre me provocaban pesadillas… Tuve pesadillas con Tiburón durante diez años, y, luego, durante otros cinco años con Freddy Krueger. 

G. H.: Para mí, la película fue El amanecer de los muertos porque la vi cuando era demasiado joven. Tenía unas pesadillas terribles con zombis. Y, además, empezaban exactamente allí donde había terminado la anterior. 

Ay, Dios, ¡continuidad! 

G. H.: ¡Sí! Con el tiempo, me olvidaba de ellas, y, de pronto, volvía a tenerlas un año o dieciocho meses después. Recuerdo que en el sueño pensaba: «Oh, mierda, estamos de vuelta». Hace cinco o seis años estaba pasando por una etapa en la que me sentía muy infeliz, estaba muy estresado, y volví a soñar con eso. Para mí, los zombis. La idea de que te coman vivo… es terrible. Por eso nunca me he atrevido a escribir un libro de zombis. Me los tomo demasiado en serio. 

P. T.: Igual que yo con las pesadillas de horrores nucleares.

G. H.: ¿Te dan terrores nocturnos? 

P. T.: Sí. Por eso no puedo leer La carretera, de Cormac McCarthy. Me encantan sus libros, pero ese no puedo leerlo. Por cierto, ahora mismo estoy pensando en slashers. Tengo un par. Me encantan los licántropos.

G. H.: ¡A mí también! No sé si alguna vez seré capaz de hacer algo con ellos. 

S. G. J.: A mí me gustaría escribirme una de las largas, a lo King. Sé que puedo medirme en esa distancia, pero quiero hacerlo con algo que a la gente le pueda interesar. 

G. H.: A mí lo que me gustaría es escribir algo tan perfecto como La semilla del diablo

T. y S. S. G. J.: ¡Sí!

G. H.: Es que me lo acabo de releer y es relojería. Y apenas son sesenta mil palabras. 

Bueno, la última pregunta, de verdad. Pensemos en lo que pasa ahora: la guerra de Ucrania, el cambio climático, otra crisis económica amenazando. ¿Qué puede hacer el horror por nosotros ante este panorama? No solo para reflejar nuestros miedos, sino también para ayudarnos con ellos. 

P. T.: No lo sé… Nosotros dedicamos toda nuestra vida al arte… Hace poco leí algo que me dio una perspectiva sobre el tema que nunca había tenido. Hay un autor norteamericano, George Saunders, que ha escrito un libro llamado A swim in a pond in the rain. Él es profesor de Literatura y en este ensayo analiza siete historias rusas, y, en su reflexión final, llega a la conclusión del efecto balsámico que posee el arte. 

A veces creo que el arte puede desvelar una verdad terrible y hacer reflexionar sobre ella. Y, no lo sé, ¿tal vez de este modo ayudar a que la sociedad cambie? No lo sé…

S. G. J.: Pienso que el terror transmite la experiencia de unos personajes atrapados en el interior de un túnel, pero que, al final, ven esa mota de luz en la oscuridad: la esperanza. Y regresan a la luz del día. Cuando el horror se hace bien, creo que puede infundir en el lector un sentimiento de posibilidades, de esperanza, de mañana. Creo que eso es lo mejor que podemos ofrecer. 

G. H.: Yo creo que, simplemente, vamos todos juntos en un tren hacia el infierno. Así que, por lo menos, nos echamos unas risas por el camino, ¿no? [carcajada general]. Pero también pienso que leer es un acto de empatía. Cuando lees, te pones en la piel de alguien diferente a ti. Diferente género, raza, país, edad…, lo que sea. Te pones en su piel y experimentas lo que experimenta. Hay algo en la lectura que no es capaz de replicar ningún otro medio. 

Tengo otra pregunta más. ¿Hay algo que queráis probar en estos próximos años? ¿Un reto, en el horror o en lo que fuere, que nunca hayáis acometido? 

G. H.: Estoy escribiendo una obra de teatro. Apestará, porque nunca he logrado escribir una buena. Pero, de verdad, deseo no cagarla. 

S. G. J.: Veamos, ¿qué quiero hacer? Me encantaría escribir una suerte de libro sobre pacientes de una dolencia que parezca real, pero sea totalmente inventada. Es algo que llevo masticando años, pero nadie me ha dado permiso aún para hacerlo.

P. T.: No me importaría escribir un guion sobre alguno de mis libros. Pero, dejando a un lado eso, me encuentro ahora en una encrucijada. Casi todos mis libros van sobre padres con críos pequeños o adolescentes y mis hijos se están haciendo mayores. Así que no sé sobre qué voy a escribir ahora. ¿Sobre lo vacío que se queda el nido? También me he tomado un sabático del instituto, así que no sé cuánto tiempo voy a seguir dando clase… La verdad, creo que no tengo ni idea de cómo serán mis próximos libros, pero intuyo que serán algo distinto. 

S. G. J.: Voy a añadir otra respuesta. Me encantaría escribir una rom-com [el género de Friends, Cómo conocí a vuestra madre, etc.]. Es uno de mis sueños. Creo que, cuando una comedia funciona, es lo que mejor funciona, pero es muy difícil trabajarla con honestidad. 

Tal vez una sobre escritores de terror.

S. G. J.: Sí, eso sería divertido [sonríe].

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