En uno de los recuerdos más vívidos de mi infancia estoy leyendo El sabueso de los Baskerville, la típica novelita de Sherlock Holmes, cuando llega mi madre y le comento que me está dando miedo. Acto seguido, mi madre coge el libro y lo devuelve a la biblioteca casi sin mediar palabra. No supe cómo se resolvía el misterio hasta que investigué por mi cuenta años más tarde.
Aparte del fastidio de no poder terminar un libro que me generaba mucha curiosidad, sentí que mi madre no me había entendido en absoluto. Sí, el mentado sabueso me daba miedo, pero eso no significaba que no me estuviera gustando, sino todo lo contrario. Quería seguir leyéndolo.
Pero yo, por aquella época, era una niña con terrores nocturnos que no dejaba dormir al resto de la casa cuando sus pesadillas se volvían demasiado intensas. Es comprensible que mi madre quisiera quitarse un marrón de encima para poder pasar la noche en paz. Aun así, no encaró el asunto de una forma activa, solo alejó de mí la posible fuente de terrores. No se produjo ninguna conversación sobre qué parte del libro me aterrorizaba o por qué me sentía así. Sencillamente se me prohibió leerlo junto con cualquier cosa que pudiera sobreexcitar mis sentidos.
Como consecuencia, pasé años con miedo al miedo.
Y la culpa de esto se la echo, en parte, al género (y también a los valores conservadores y dejados de lo que llamaba hogar). Es costumbre meter a las niñas en una burbuja protectora con los mismos cuentos clásicos de toda la vida, en los que ellas son princesas… Y qué guay nos parecía en la niñez, pero qué triste se ve ahora el panorama tras darnos cuenta de que fuimos víctimas de la misma narrativa denigrante de siempre.
Lo que hizo mi madre fue intentar protegerme de algo que creía que me causaría mal a corto plazo. Pero ella también se dejó atrapar por esa tendencia a infravalorar mi capacidad de procesar una historia. En general, se sigue cayendo sin pudor en el tópico de que las mujeres son débiles y no debemos exponerlas a ciertas experiencias «por su propio bien», cuando son las mujeres (y las niñas) las que más terror deberían leer y ver.
(Y si es escrito y dirigido por otras mujeres, pues mejor que mejor).
¿El motivo? Tú, como mujer, vas a vivir una vida terrorífica, tenlo claro desde ya. Cosas como pasear de noche por la calle o hablar con desconocidos pueden producir que tu peor pesadilla se vuelva real. Y el terror, como género, nos puede preparar para la cruda realidad de ser mujer. Porque ser mujer, por desgracia, sigue siendo equivalente a ser víctima… y muchas narrativas de terror aún se centran tanto en este elemento que se ha convertido en una parte intrínseca del género.
Sin embargo, en la actualidad, mucho del terror escrito por mujeres le da la vuelta al tópico y las convierte a ellas en las malas, en las asesinas, en las que causan pavor. El terror, por tanto, puede empoderar, por usar una palabra que sigue en boga. Gracias a este terror, vemos a otras mujeres, llenas de rabia, que no dudan en ser violentas, en verter sangre, en salir a la noche para cazar. Esta narrativa ha existido desde siempre pero escrita por hombres que no solían producirla con la intención de liberar a la población femenina: muy a menudo usaban a las mujeres como monstruos, como las otras, para alertar al varón de turno de que sí, de que somos malas y crueles. No obstante, ahora muchas escritoras se han reapropiado de esta figura malvada para que otras mujeres puedan abrazar dicha narrativa liberadora y reafirmar, en voz alta y clara, que por supuesto, que somos unas brujas y unas arpías, y damos gracias por ello.
Pero volvamos a la parte de la víctima, que sigue siendo la más abundante. El terror también ayuda a conocer esta casilla en la que muchas veces nos meten sin preguntar. Y conocerla puede venir bien tanto para romperla y alejarnos del canon de damisela en apuros que sobrevive hasta el final de pura chiripa como para reconocer cuándo hemos acabado ahí dentro (o para verlo llegar de lejos y salir corriendo en dirección contraria). O hasta para identificar cuándo una de nuestras compañeras vive una pesadilla en la vida real.
El terror debería ser un arma para las mujeres: con él podríamos aprender a nadar por las aguas turbulentas de la sociedad patriarcal y a huir de los tratos tóxicos que esgrimen los hombres. Con el terror, las niñas aprenderían a no tener tanto miedo y, a la vez, a ser precavidas… Pero no solo de precaución vive una. El terror también podría hacerlas más fuertes y ayudarlas a gestionar sus sentimientos ante situaciones difíciles, terroríficas o victimizantes.
Por ahora, las mujeres seguimos siendo víctimas. Queda muy lejos un futuro de igualdad, de no temer a la oscuridad ni al monstruo que acecha dentro de tu morada. Pero el terror puede enseñarnos, desde pequeñas, a mirar a esa oscuridad, a ese monstruo a la cara, y decirle: «Sé que existes. Y sé cómo combatirte».
Leer cuentos, relatos o novelas de terror, o ver alguna película o capítulo escalofriante con tu hija, además de prepararla para lo que hay ahí fuera, también sirve para establecer una conversación muy necesaria para el crecimiento emocional de la pequeña. ¿Qué te asusta? ¿Por qué te da miedo? ¿De dónde nace ese sentimiento? ¿Es racional o irracional?
(Esto también viene de perlas para que la niña, de mayor, lea y consuma terror en general. Porque, al acercarla a ese género desde cría, no va a tenerle miedo al miedo, no va a sentir que el miedo es algo malo, sino algo disfrutable. Creedme, os lo digo como persona que ha tenido que acercarse al terror con pies de plomo porque era un territorio completamente inexplorado).
Gracias a estas conversaciones, puedes transmitirle a tu hija la idea de que no pasa nada por sentir miedo, de que es algo normal y de que lo importante es comunicar el instante en el que la cosa se desmadra. El miedo (el real, el del mundo exterior) es una carga que, compartida, resulta mucho más llevadera. Contárselo a alguien, y aprender a hacerlo, a no sentir ningún tipo de cohibición ni timidez, es esencial.
Y, encima, compartir lecturas, sobre todo las terroríficas, con una persona con gustos parecidos a los tuyos siempre es divertido.
Mi hijo duerme mal, tiene miedos. No le dejo leer cosas que noto le ponen nervioso, voy a su cama por las noches una dos, tres, cinco veces… Le acaricio para que se calme. A veces me enfado. A veces lo meto en mi cama… hago lo que puedo. Si fuera niña haría lo mismo. Se que no lo hago todo de acuerdo al manual pero lo que no podía sospechar es que soy patriarcal, denigrante y todo lo demás.
¿De verdad no reconoces que a las niñas, históricamente, y probablemente también ahora, se las sobre protege más que a los niños?
Y, sí así lo reconoces (como espero, a no ser que vengas de otra dimensión), ¿no crees que la culpa de ello la tiene una sociedad patriarcal, que siempre ha considerado a las mujeres como más débiles (y por ello las sobre protege)?
Reconozco eso, pero buscar el patriarcado en un gesto tan simple, comprensible y amoroso como intentar que tu hija o hijo duerma mejor por las noches es rizar el rizo, y le hace flaco favor al feminismo.
Es que no es necesario «buscar el patriarcado» en un gesto así (el de proteger más a las niñas que a los niños), simplemente el patriarcado está intrínseco en el gesto, es el que lo explica.
Ya está, tampoco hay que rasgarse las vestiduras. Vivimos en una sociedad aún patriarcal, dominada por el hombre, y eso se nota en infinidad de gestos y hechos diarios. Este es un simple ejemplo más.
Asegurarlo no es ningún ataque ni ofensa al hombre, ni rizar el rizo. Es constatar una realidad.
La mujer que firma el articulo (edad indefinida, dado que un libro de principios del S XX no ayuda a situarla), habla de su experiencia de niña para hablar del patriarcado.
El error no es señalarlo, si no subrayarlo como si la vigencia de este hecho fuese la misma y con la misma intensidad que cuando ocurrió su anecdota, que ademas enmarca en una familia de corte conservador, y encima constatando que era una niña con terrores nocturnos.
La sociedad ha tomado consciencia, la sociedad está avanzando, y coger ejemplos del pasado es hacerse trampas al solitario. hay ejemplos mucho mas vigentes que pueden poner la mira en el futuro en vez de en el pasado.
No me rasgo las vestiduras, solo me parece un tema interesante y por eso lo comento.
Sí, la sociedad es patriarcal, pero ese gesto no lo es, tal y como lo presenta no hay ninguna prueba objetiva de la sociedad patriarcal en él. La autora deduce que su madre le quita el libro por egoísmo («para quitarse un marrón de encima») y machismo («la culpa se la echo en parte al género») en lugar de pensar que lo hacía porque creía era lo mejor para ella, y que hubiera hecho lo mismo con un niño. Pero es una suposición, no un hecho, porque no sabemos lo que habría hecho su madre con un niño. Después extrapola esa suposición a la sociedad entera, argumento que en sí es falaz aunque la conclusión sea correcta.
Si la autora lo que quiere es hablar de la sociedad patriarcal, el miedo y su relación con el género de terror me parece perfecto pero la aproximación del artículo es muy mala. Seguro que hay sociólogos, psicólogos, estudios que puede citar sobre el tema. Puede darnos un argumentario. Pero en lugar de eso vapulea a su madre para arrancar el artículo. Está dando armas a los que hablan de feminismo violento.
Estoy con la primera comentarista: qué manera de mezclar churras con merinas. Sea niño o niña, es esperable que un padre o madre no quiera que su prole lo pase mal porque sí. Creo que eso está en la mente de cualquiera, antes que la desigualdad de género. Y sermonear a un niño con valores que hasta a un adulto cansan, es matar buena parte del disfrute que puede tener una buena historia. Si además a una niña se le trasmite desde pequeña que es una víctima -pues tal es lo que dice el artículo: que las mujeres siguen siendo víctimas-, ¿no parecería que se consigue el efecto contrario al, ejem, empoderamiento? Que este, además, venga de personajes asesinos crueles, monstruosos… pues qué quiere que le diga. Dudo mucho que los hombres nos hayamos sentido reafirmados en nuestra masculinidad ante los Hannibal Lecter o Norman Bates de turno. Otra cosa es que nos fascinen… pero poco tiene ello que ver, me parece, con el género. En fin, qué mundo más raro, en el que un ser horrendo -de ficción, para más inri- puede ser un modelo de conducta. ¿No pierde también el adulto la diversión cuando lo lee todo en clave figurada, llevándolo a su visión de las cosas y, en este caso, a las particularidades del ser hombre o mujer?
Pues le podemos dar la vuelta a la tortilla fácilmente al argumento expuesto (dándolo por válido, que ya es gran concesión: a lo mejor lo que se está haciendo es desproteger a los niños dándoles la responsabilidad de tener que afrontar sus miedos independientemente de su capacidad de comprensión de la situación.
La autora pinta un cuadro familiar en el que se hace dificil pensar que a un hijo varón con terrores nocturnos le fuesen a dejar el libro en la mano, mucho menos a dar la capacidad de expresar el por qué de sus miedos.
El feminismo es necesario y el feminismo es importante, pero buscar patriarcado en todo como si fuesen pepitas de oro en el lecho de un río sólo desvía la atención de debates mucho más importantes dentro del feminismo.
Que si, señoros lectores de JotDown, que ya sabemos que os molestáis muchito cada vez que se escribe «patriarcado» en la revista o cuando una columnista escribe un articulo que hiere vuestros rancios valores.
Menos mal que, a pesar de que hagáis mucho ruido, cada vez sois menos.
Y ya veis que a pesar de vuestros llantos y gimoteos, cada vez leemos mas sobre estos temas.
Guau, «señoros», «muchito», «rancios valores»…
Qué empoderadx está estx joven woke…
Mucho hate es lo que tienen algunxs.
El que se pica . . .
Me parece una estupidez acusar al patriarcado también de esto. En nuevo mal de todos los males, hasta de no querer que tus hijos lean libros de medios para evitar que tengan pesadillas.
Yo me crié en un hogar muy machista por motivos bastante más claros y patentes que éste y me bebí toda la colección de Pesadillas, de la que nadie me previno.
Qué hartazgo de querer achacar al género cualquier cosa .
Empezó bien el artículo señalando el peligro de la sobreprotección pero al poco ya se empezó a contradecir cayendo en lo mismo que denunciaba.
Y la verdad, como padre de dos hijas me enfada bastante el constante discurso victimista que les bombardea con la idea de que están en peligro, que los hombres que conozcan probablemente son malvados, que la sociedad las va a oprimir y tienen un techo de cristal que les impedirá prosperar, que andar por Madrid de noche es muy arriesgado para una mujer y que necesitarán ayudas para conseguir objetivos que otras personas no necesitan. Por mi parte las educo para que no tengan miedos, para que sean independientes, para que sean libres. Esos techos y barreras sólo están, en la España de hoy, en la cabezas de quienes han sido machacados con la doctrina del patriarcado opresor, un concepto que solo los iluminados sienten, como la fe religiosa del fanático en el Espíritu Santo. Nadie garantiza que no van a pasar cosas malas pero, por dios, vivimos en la época más segura de la historia y solo se lee por todas partes mujeres víctimas mujeres víctimas, mujeres víctimas, es una cantinela tóxica que está volviendo paranoica a la sociedad. Que mueran más hombres asesinados que mujeres parece no importar, a ellas siempre van a asignarles el estigma de víctima perpetua y así lo único que hacen es tratarlas como a niñas o como a minusválidas, fomentando sin querer el rancio concepto de la damisela que necesita ayuda.
Los hombres mueres mayoritariamente en manos de hombres, y las mujeres, abrumadoramente. No me parece del todo inexacto considerar a los hombres peligrosos. Y quizá la literatura de terror no sea el mejor ejemplo, pero de toda la vida se ha considerado la prudencia, y el inculcarla, más propio de mujeres que de hombres. Y a los niños se les instaba a no tener miedo a nada, un discurso que las niñas no recibían. No me ha parecido un mal artículo, aunque sí algo superficial por la forma de encararlo. A mí también me quitaron de las manos a Edgar Allan Poe y nunca lo había interpretado como un gesto patriarcal, solo ignorante.
Los que tengan los años suficientes se acordarán de un ciclo que, creo recordar, pusieron durante un tiempo la noche de los lunes en lo que entonces era la segunda cadena. Se llamaba Mis terrores favoritos y creo que lo presentaba Chicho Ibáñez Serrador. Clásicos del cine de terror. Drácula, Los crímenes del museo de cera, Psicosis, y joyas por el estilo. A mí me alcanzaba a ver diez o quince minutos de película antes de que me mandaran a la cama, pero era suficiente para no pegar ojo.
Vistas hoy son magníficas películas, pero miedo no me dan. Así que la cosa tiene más que ver, creo yo, con la edad en las que las ves que con el hecho de si eres hombre o mujer. Y evidentemente que trates de evitar que tus hijos pasen miedo tampoco tiene mucho que ver con su sexo.
Pero parece que siempre es un buen momento para soltar lo de maldito patriarcado…
Por cierto, el miedo a la oscuridad y al monstruo que acecha en ella es común a toda la especie. Un arma evolutiva. No es patrimonio de las mujeres. Y la capa de barniz que recubre la burbuja de civilización en la que vivimos es tan fina, que en cuanto se resquebraje estaremos en la selva. Todos.
Disculpad, soy hombre y tengo una hija muy pequeña.
Detención preventiva para mí, de acuerdo al retorcido argumentario del artículo, para evitar seguir impulsando una sociedad patriarcal y, lo que individualmente me parece peor, que eduque a mi hija en el miedo y en hacerle sentir, desde la cuna, que es inferior, más débil y más miedosa, por el hecho de intentar transmitirle tranquilidad a través de abrazos cada vez que tiene algún mal sueño.