«No voy a aburrirme el resto de mi vida haciendo quesos». De esta convicción nacieron las estaciones de esquí modernas, y la afición que mueve a millones de viajeros invernales. Esas personas que suben al techo del automóvil sus «piernas de abedul», el primer nombre que recibieron los esquíes, para aprovechar las ofertas de esquí en Esquiades.com. Pero abres cualquier libro sobre la historia del esquí alpino, y qué encuentras: petroglifos rusos y pinturas rupestres finlandesas con algo alargado en los pies. Podrían ser esquíes, o cualquier otra cosa. Algún día tendremos que cuestionarnos esta obsesión contemporánea por dotar de un origen milenario a las actividades que practicamos en nuestro presente. La afición generalizada a esquiar nace a principios del siglo XX, y está ligada a la historia personal de Hannes Schenider . El niño que soñó con tener unos esquíes, huyó de su destino como fabricante de quesos, y acabó consiguiendo que los veraniegos hoteles de montaña de todo el mundo se llenaran en invierno.
En 1900 el padre de Hannes trabajaba en dos ocupaciones. La principal, hacer quesos, ya que habitar un valle austríaco a principios del siglo XX era como vivir en una postal del Tirol. Vacas, verdes valles, y señores con sombrerito en pantalón corto. Su trabajo secundario era mantener las carreteras, porque entre la nieve, los aludes y los desprendimientos el firme se volvía impracticable incluso para las carretas y coches de caballos. A las autoridades se les ocurrió que el tipo ese que se pasaba la vida por los caminos repartiendo quesos era el ideal para ir arreglando baches al paso. Prosperó, y diez años después, con su hijo crecido, empezó a acariciar la idea de que siguiera sus pasos. Pero Hannes estaba a otra cosa.
Concretamente, se dedicaba a imitar esa inusual locura que había visto practicar a cuatro gatos, los únicos que entonces se atrevían a tirarse por las laderas nevadas, a toda velocidad. Observándoles, hablando con ellos, haciendo dibujos de lo que llevaban en los pies, se le ocurrió que había una persona en su valle capaz de fabricar algo parecido: el tonelero. El mismo tipo que elaboraba los barriles para la cerveza del Oktoberfest fabricó a Hannes sus primeros esquíes. Pero tenerlos solo era el primer paso.
Su primer invierno con ellos resultó infructuoso. No era fácil mantener el equilibrio. Se caía una y otra vez. Y una vez superada esa dificultad, quedaba el descenso por las laderas, esquivando obstáculos. Le puso empeño. No solo ese año, sino los siguientes, hasta que, con diecisiete, le dio a su padre el mayor disgusto de su vida: no solo iba a rechazar el puesto que le había conseguido como aprendiz con un maestro quesero, también pretendía trabajar en uno de esos hoteles de la zona que en invierno estaban casi vacíos. «Sí, papá, mira, es que he pensado que yo puedo enseñar a la gente a esquiar, y entonces vendrán huéspedes en invierno». Al quesero todo aquello le sonó a invención de nini, ni estudio ni trabajo. Estaba inventándose una ocupación que no existía.
Pero el disgusto paterno se aplacó en cuanto a Hannes le ofrecieron trabajo en St. Anton am Arlberg, un destino de esquí como los de Esquiades.com. Seducidos por su idea, la anunciaron en unos grandes carteles, repartidos por el pueblo y alrededores. En ellos se ofrecía a los visitantes aprender el «Método de enseñanza de la técnica del esquí Hannes Schneider Arlberg». Lo que se le había ocurrido a aquel joven austriaco era enseñar sus originales métodos para superar las dificultades que enfrentaba quien intentaba esquiar por primera vez. Lo aprendido desde aquellos primeros torpes intentos que hizo con los esquíes del tonelero a sus diez años, y en todos los siete años siguientes. Un método no es muy distinto a la técnica actual para aprender esquí alpino porque se basa en él. Cuando hoy vemos a un niño inclinar sus esquíes hacia dentro, poniéndolos en diagonal, estamos viendo la postura y posición que Hannes inventó para comenzar a sostenerse.
La magia del cine mudo
Que esto del esquí es algo muy de nuestra época lo demuestra que si el método Alberg se hizo popular fue gracias al cine. Comenzando por un documental de 1920, realizado por Arnold Fanck, uno de los pioneros del Bergfilm, un género que se ha comparado con el Western por su importancia e impacto cultural. El cine de montaña y aventura. Aquel documental se lanzó con el título de Das Wunder des Schneeschuhs -Las maravillas del esquí-. Proyectada en las salas de todo el norte de Europa, y acompañada, como se acostumbraba, con música de piano en directo durante la proyección. El público quedó absolutamente fascinado. No porque no conocieran el esquí, sino porque lo consideraban algo solo asequible a unos pocos deportistas, capaces de dominar la técnica y hacer piruetas. Lo que se veía en el documental era a los huéspedes del hotel Alberg, personas corrientes, iniciándose torpemente con el método de Hannes, y adquiriendo poco a poco, y con aparente facilidad, una increíble destreza.
A los espectadores de inicios del siglo XX ver imágenes en movimiento les resultaba una experiencia fascinante. Eran personas capaces de asustarse con la pantalla si veían venir a un tren de frente. Sumar a esa magia el imaginarse a sí mismos convirtiéndose en consumados esquiadores fue un rotundo éxito. Y los hoteles veraniegos explotaron, literalmente, creando las primeras estaciones de esquí, dando inicio a una tendencia que no ha hecho más que crecer hasta el día de hoy. Aunque todo esto no hubiera pasado de ser un fenómeno limitado a ese área geográfica, la del norte europeo con tradición de esquiadores, si no es por los estadounidenses. Ni los inventores del cinematógrafo, ni los creadores de sus primeras películas, acabaron sabiendo sacarle el mayor partido.
La importancia de un buen título, y de una buena publicidad.
El problema de la popularización del método de esquí de Hannes es que nadie lograba memorizar su nombre: «Hannes Schneider Arlberg skitechnik lehrmethode». Comenzaron a abreviarlo en «curso de esquí» sin más florituras, lo que suponía inventar la marca blanca, y darle la oportunidad a cualquier otro imitador y hotel invernal a publicitarlo. Hannes, que tenía olfato para los negocios, cambió en 1925 el nombre de su método, reduciéndolo a un simple «La técnica Alberg», limitándose a publicitar el hotel en que trabajaba. Después convenció a Arnold Fanck para que volviese por la estación de esquí de Arlberg y rodase allí por segunda vez; en esta ocasión una película con guion, Der weiße Rausch –El éxtasis blanco-, donde el protagonista es el propio Hannes, al que acompañaba una actriz en el papel de alumna enamorada del profesor de esquí. Era ni más ni menos que Leni Riefenstahl, la directora que pasaría a la historia por la peli de propaganda que le hizo a Hitler y a sus nazis desfilando al paso de la oca, El triunfo de la voluntad.
Pero Leni aún no estaba en esas cosas nazis, sino en ponerle un bonito rostro al argumento. Que, salvando las distancias, era un Flashdance, es decir, la típica historia de amor entre alumna y profesor en un resort paradisíaco. Hannes, para completar la promoción de su método, convenció al director de que la película se distribuyera acompañada de un libro. Un volumen que aparecía en la propia película, con el instructor haciéndole a la alumna indicaciones sobre sus páginas. La técnica Alberg, impresa por primera vez, e ilustrada con fotografías del propio largometraje, muchas de la propia Riefenstahl posando con sus monos de esquí resultó ser un éxito editorial, y pronto todos los hoteles de montaña ofrecían el método Alberg para sus huéspedes invernales, haciendo aún más famoso a su creador.
Todo tuvo un final muy nazi.
La película romántica con ambiente de esquí y la fama de Hannes cruzaron el Atlántico, y los estadounidenses le llamaron para que hiciera demostraciones de su técnica en Boston. Luego, al poco de regresar a su país, se produjo la Anschluss, la anexión de Austria por la Alemania nazi. Y fue detenido por asuntos relacionados con su sangre o sus antepasados judíos. Todo hacía presagiar que el inventor del método del esquí moderno, que es como acabaría conociéndose, iba a terminar sus días en la cámara de gas.
Pero esta es una historia con final feliz, aunque sea por un motivo un tanto pijo. El presidente del Holding Manufacturero, uno de los más importantes bancos estadounidenses, llamó en 1938 al recién nombrado ministro de economía de la Alemania nazi, y futuro gobernador del banco central alemán, Walther Funk para preguntarle si quería que usase su influencia para perjudicar las exportaciones y flujos de capital alemán a Estados Unidos. ¿No? Nein? Pues ya me está usted poniendo en libertad a Hannes Schneider, que se va a venir para acá, porque tengo pensado un negocio de resorts de esquí de lujo. Y, ¿sabe una cosa, señor ministro nazi? Todas las señoritas bien de Boston están deseando enamorarse de ese profesor de esquí de su película. Son como su Leni, ¿le suena, Leni Riefenstahl?
Como tantos otros exiliados y refugiados, Hannes se la devolvió multiplicada a Hitler. Ayudando a crear la división de montaña del ejército de los Estados Unidos, que atizó a base de bien a nazis e italianos en los Alpes gracias a su dominio de los esquíes durante la Segunda Guerra Mundial. Nunca regresó a Austria.
Ni Schwarzenegger tampoco.