Música

Pánico escénico: la procesión va por dentro

 

la guarida del monstruo pánico escénico
Un circo en una ilustración de Le Diable a Paris. Paris et Les Parisiens, Vol. II, 1846. Imagen: The Met.

«Los tres días previos a un concierto son un verdadero suplicio. La multitud me intimida, su respiración me sofoca, me siento paralizado por miradas curiosas. Las caras desconocidas me enmudecen y la presencia de un auditorio me aterroriza, me paraliza su curiosidad y no puedo adaptarme a todas esas fisonomías para mí desconocidas e indiferentes». Con estas palabras le confesaba Frédéric Chopin su pánico escénico a Franz Liszt. Estas sensaciones que relata Chopin son conocidas, en mayor o menor medida, por muchos artistas que padecen el llamado pánico escénico, pánico a presentarse ante un público. Un músico está por lo general constantemente expuesto, necesita dejarse ver, y, en una profesión artística donde a menudo se confunde el hacer con el ser, es habitual que puedan proyectarse miedos, dudas y producirse situaciones de mucho estrés. Exponerse como artista sin garantías a ser valorado y respetado es a veces un ejercicio, cuando menos, arriesgado.

Un músico comienza normalmente su formación a temprana edad. La destreza y el conocimiento del instrumento se van forjando a través de muchas horas de práctica, además de con la exposición al público. En el escenario se aprende a comunicar a través del sonido y del silencio, a generar conexión con la audiencia, a mantener la concentración y a medir el cansancio mental y físico. Para salir al escenario hacen falta, además de la preparación previa, control mental y coraje. Los nervios, por lo general, ayudan a mantener la concentración, a agudizar los sentidos y a permanecer alerta y despierto. Como nuestra mente está diseñada para asegurar nuestra supervivencia, si esta percibe una situación amenazante, activará los mecanismos necesarios para mantenernos a salvo, para poder salir corriendo si fuese necesario. Cuando un artista siente pánico escénico, los nervios se transforman en miedo y pierde el control de la situación. El músico es secuestrado por esta emoción y se bloquea. La precisión y la concentración son imprescindibles para un músico, y en un estado de miedo extremo no es posible desarrollar la actividad artística con garantías, ya que las facultades se ven mermadas. El miedo provoca dificultad para pensar o concentrarse, hace que suden, tiemblen o se enfríen las manos, altera la frecuencia cardíaca, hace que se sientan náuseas o dolores de cabeza, además de distorsionar la percepción de la realidad. Cuando sentimos miedo, la mente nos sabotea y alimenta nuestros temores con pensamientos internos como «no estoy preparado», «no debería tocar», «esto no está hecho para mí», «tenía que haber estudiado más», haciendo que nos comparemos, culpemos y avergoncemos.

Cuando una persona sufre un fuerte impacto emocional a través de una mala experiencia, la mente crea una «cápsula de información» que guarda en un «almacén». Cuando esa persona vuelva a recordar o revivir una situación similar, es posible que su mente la asocie a la experiencia pasada, activando los mismos sistemas de alerta antes de que nada malo suceda realmente. Es la mente la que repite las situaciones y, para protegernos, al recordar algo percibido como peligroso, hará que aflore de nuevo la emoción de miedo y pánico. Muchos músicos se alteran solo con oír la palabra audición o concierto e imaginarse tocando frente a un público, y esto les genera nervios y angustia. Los miedos que proyecta la mente no son reales, pero, como esta no distingue entre fantasía y realidad, los manifiesta físicamente activando emociones que, en este caso, no servirán de ayuda. Como aseguró Séneca, «sufrimos más a menudo en la imaginación que en la realidad». Ser músico frecuentemente se relaciona con la exigencia, con la necesidad de buscar la perfección. Esa búsqueda de la perfección sirve en gran medida para potenciar la motivación y evolucionar, pero, llevada a un extremo, puede conducir al bloqueo y al sufrimiento. Dar un concierto debería ser un disfrute para el músico, pero muchas veces las expectativas y las exigencias del público crean en el intérprete un estrés incontrolable. Grandísimos intérpretes a lo largo de la historia han sufrido algún episodio de pánico escénico, como Maria Callas, Vladimir Horowitz o Arthur Rubinstein. El violonchelista Pau Casals le confesó a Isaac Stern en una ocasión que solo con pensar en dar un concierto le entraban pesadillas.

La tensión que se experimenta al sentir miedo aparece en gran medida cuando el cuerpo se identifica con los pensamientos negativos generados por la mente. El miedo y el coraje son la misma emoción en dos polos opuestos. Todo depende de en qué emoción te enfocas y en cuál pones tu energía. Si te centras en el coraje y lo alimentas con pensamientos empoderantes, vas dejando a un lado el miedo y el pánico y vas generando confianza. Al usar tu mente para enfocarte en la emoción contraria, comienzas a liberarte del miedo. Nelson Mandela, en su autobiografía El largo camino hacia la libertad, cuenta que aprendió que la valentía no es la ausencia de miedo, sino el triunfo sobre el miedo. El hombre valiente no es el que no siente miedo, sino aquel que es capaz de conquistarlo. Theodore Roosevelt, presidente de Estados Unidos y ganador del Premio Nobel de la Paz, en su discurso realizado en la Universidad de la Sorbona de París, alienta al que asume el desafío arriesgándose a exponerse. El discurso dice así: 

No es el crítico quien cuenta, ni el que señala con el dedo al hombre fuerte cuando tropieza, o el que indica en qué cuestiones quien hace las cosas podría haberlas hecho mejor. El mérito recae exclusivamente en el hombre que está en la arena, aquel cuyo rostro está manchado de polvo, sudor y sangre, el que lucha con valentía, el que se equivoca y falla el golpe una y otra vez, porque no hay esfuerzo sin error y sin limitaciones. El que cuenta es el que lucha, el que conoce los grandes entusiasmos, las grandes devociones y se sacrifica por una digna causa. El que agota sus fuerzas y el que, si tiene suerte, saborea el triunfo de los grandes logros y, si no la tiene y falla, fracasa al menos atreviéndose al mayor riesgo, de modo que nunca ocupará el lugar reservado a esas almas frías y tímidas que no conocen ni la victoria ni la derrota. 

Es fundamental aprender a expresarse libremente sin tener en cuenta la aprobación de los otros, las comparaciones y los juicios propios y ajenos, perder el miedo a sentirse desconectado. Para esto es necesario tener confianza y aceptar la vulnerabilidad. Si te ves con recursos ante la amenaza, se fortalecerá tu confianza y afrontarás el miedo. Cuando se cambia la emoción, se transforma la manera de actuar y de sentir.

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