Lo primero es situarse (mapa de papel en mano o vía Google Maps). En Bosnia, en el paso que va de Herzegovina a Bosnia central, se hallan el lago artificial de Jablanica (con su localidad homónima), el curso del río Neretva y, algo más al norte, hacia Gornji Vakuf y Bugojno, la zona de Prozor, próxima a su vez al lago Rama, donde la curiosa península de Scit y su monasterio católico de franciscanos. Sobre estos enclaves, como en tantos otros de Bosnia-Herzegovina, se funden por igual la belleza de sus parajes naturales y la turbulencia de la historia. A menudo, a los visitantes que viajan por Bosnia les contraría esta dislocación entre naturaleza idílica y tragedia. Cuesta aceptarlo.
Se celebra ahora el 80 aniversario de la famosa batalla del río Neretva (marzo de 1943), quizá el hito que encumbró definitivamente la figura de Josip Broz Tito y, por ende, la de sus partisanos yugoslavos. En este enclave fluvial, tan escarpado y lagunero, Tito consiguió salvar su ejército de la aniquilación. Lo hizo frente al empuje combinado de alemanes, italianos, ustachas croatas y chetniks serbios. El mejunje de enemigos de Tito permitió ver por una vez cómo ustachas pronazis y chetniks, avalados estos últimos por el torpe ejército italiano, combatían impensadamente bajo el interés común de querer acabar con aquella gleba de partisanos, todos ellos reclutados y venidos de distintas partes de los Balcanes occidentales.
Todo aquel episodio histórico, inscrito en la Segunda Guerra Mundial, se recrea en la película La batalla del río Neretva, dirigida por el croata Velko Bulajic en 1968. Continúa siendo hoy la coproducción más cara en la historia del cine de Yugoslavia. Tito dio su plácet aprobando un presupuesto cuya cuantía nunca se ha sabido al detalle. La película se filmó en los propios enclaves de Jablanica, pero también cerca de Prozor, donde se rodaron las largas escenas de la batalla con tanques y donde en 1978 se inauguró, en recuerdo a los partisanos caídos en combate, el gran monumento de El puño (Pesnica), hecho en hormigón blanco a partir de líneas futuristas. El colosal spomenik (uno de tantos que se hallan esparcidos por la antigua Yugoslavia en recuerdo de la Segunda Guerra Mundial), logró sobrevivir a la terrible guerra civil de Bosnia (1992-1995). Pero hoy por hoy solo queda a la vista su armazón. El monumento fue dinamitado en 2000 por unos desconocidos.
Junto a la carretera que lleva de Mostar a Sarajevo, se halla la localidad en apariencia apacible de Jablanica, de seis mil quinientos habitantes, que dará su nombre al lago artificial creado sobre el Neretva en 1953. El visitante se topa aquí enseguida con el Museo de la Batalla del Neretva, cuyo edificio racionalista se alza junto al verde río. En el entorno puede verse un puente ferroviario, construido para la película, y que figura totalmente desplomado sobre el cauce del río. Lleva así más de sesenta años, pero se le considera un monumento histórico.
La vida del puente es la crónica de una destrucción continua, obligada por las circunstancias. En origen fue trazado en el periodo austrohúngaro (Bosnia, tras siglos de periodo otomano, formó parte de la tutela de Viena desde el XIX). Resultó destruido en febrero de 1943 por los estragos de la batalla y fue vuelto a reconstruir por los alemanes en agosto del mismo año. Por necesidades del rodaje, este segundo puente fue hecho añicos de nuevo y se realizó otro más ajustado a las necesidades del guion. Este tercero tampoco funcionó en las tomas iniciales, por lo que se optó por usar, cara a un mayor verismo, un pontón ferroviario hecho en miniatura en unos estudios de cine en Praga. El tercer puente que se construyó, el cual figura maltrecho y caído junto a una locomotora originaria del tiempo austrohúngaro, es el que el visitante advierte sobre ambos ribazos del Neretva.
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Llegado al Museo de la Batalla del Neretva (Muzej Bitka za Ranjenike na Neretvi), el visitante puede hacerse in situ una idea aproximada de cómo transcurrió la batalla. El paisaje alcanza así la cualidad de un diorama bélico. Se puede echar mano de la fantasía, pero sin olvido de la realidad histórica de lo acontecido aquí en plena Segunda Guerra Mundial (otra cosa, como se verá, fue lo que ocurrió en estas mismas instalaciones en la última guerra entre bosniacos musulmanes y croatas bosnios).
A finales de 1942, Hitler dio la orden de aniquilar la rebelión comunista en Yugoslavia. En enero de 1943, un contingente de noventa mil hombres formado por divisiones de la Wehrmatch, italianos y ustachas croatas convergen hacia el montañoso corazón de Bosnia-Herzegovina. El despliegue cuenta con apoyo aéreo y con quince mil chetniks serbios. Ha comenzado lo que se conocerá como operación Fall Weiss (Plan Blanco). Al noroeste de Bosnia, donde Bihac y el río Uma, los partisanos son barridos por el operativo. No obstante, el grueso de fuerzas de Tito no se hallaba por entonces en aquellos enclaves, por lo que el mando partisano decidió concentrase en la zona más abrigada de Konjic y Jablanica. Es aquí donde un ejercito de veinte mil hombres consigue derrotar a las fuerzas italianas. Las comunicaciones enemigas entre Mostar y Sarajevo resultan interrumpidas.
A partir del 20 de febrero, la fuerza combinada del Eje irá arrinconando gradualmente a los partisanos en el entorno de Jablanica. El lugar, atravesado por el Neretva, se antoja una encerrona sin salida posible. Entre la locura y la audacia, Tito ordena destruir todos los puentes construidos sobre el río y lanza algunos ataques de distracción por el norte, por donde discurre otro río, el Vrbas, y donde mayormente se halla establecida la fuerza enemiga. En realidad, Tito lo que pretende es evacuar a sus hombres y al contingente de civiles (muchos de ellos heridos y moribundos, alrededor de cuatro mil) por el este, en dirección a la zona del Drina. Para ello ordenó construir en Jablanica, frente al hoy museo, un pontón de madera sobre los restos del otro puente ferroviario anteriormente destruido. Enfrente, en el monte Asuj, los partisanos tendrán que sufrir la fusilería de los chetniks apostados en sus estribaciones. Pero Tito no tiene opción. Además, el mando alemán ha desnudado ya sus verdaderas intenciones y sus unidades marchan a toda prisa posible bajo la ventisca y la nieve.
En la noche del 6 de marzo, un comando partisano cruza el Neretva sigilosamente y consigue hacerse con un búnker chetnik. Oficialmente podría decirse que la batalla comienza a partir de este instante. Tras largas horas bajo el fuego de aviación de la Lutwaffe y de los chetniks, los heroicos ingenieros de Tito logran construir una pasarela de madera que les permitirá atravesar el río para poder escapar al este. Hacia el 8 de marzo han logrado cruzar el cauce varios batallones de partisanos, mientras los aislados chetniks, que se han batido con denuedo, se ven obligados a huir en todas las direcciones. Mientras una parte de su ejército refrena el avance alemán como puede, con el transcurso de los días Tito consigue que el grueso de sus tropas, el hospital móvil y su Estado Mayor crucen el Neretva. La lucha toma ahora su pico de intensidad. Hacia el 17 de marzo, los últimos partisanos cruzan el río por el pontón, el cual hacen volar posteriormente. El contingente de Tito, a modo de caravana trashumante, consigue dirigirse hacia Bosnia oriental, esta vez a las estribaciones del lago Boracko.
Hacia el 21 de marzo, primavera, puede decirse que la batalla del Neretva ha finalizado. Las bajas son cuantiosas: diez mil caídos por cada bando. Pero Tito, sobre todo, ha conseguido salvar sus unidades más vitales. Una lectura ecuánime de la batalla arrojaría este resultado según distintos historiadores. El vórtice en torno al Neretva es visto como una victoria táctica de los alemanes (se recupera el nudo de comunicaciones entre Mostar y Sarajevo). Pero, desde otra perspectiva, supuso una victoria política de Tito, que queda encumbrado, como se dijo, como cabeza y guía de la resistencia yugoslava.
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La entrada al museo conlleva acceder a una suerte de mitomanía: Tito, Tito y más Tito. Sus salas reproducen los hechos de la batalla con fotografías, maquetas, dioramas, banderas de época, maniquíes a escala humana, carteles y fotogramas de la película de Velko Bulajic. La recreación está conseguida, sin que falte cierto aroma a paraíso para frikis de las guerras.
Las instalaciones se construyeron en 1978, con ocasión de los treinta y cinco años de la batalla. Su largo nombre oficial fue el de Museo de la Batalla para los Heridos del Neretva. El matiz no es baladí, puesto que todo debía encajar bajo el halo de grandeza que se le quiso atribuir a Tito (a la postre gran mariscal, vigía y pastor de ovejas en la futura República Federal Socialista de Yugoslavia). Al parecer, su figura entró definitivamente en la leyenda con la frase «No debemos abandonar a los heridos». Se supone que la dijo —no hay constatación real de que fuera así exactamente— cuando la situación se volvía desesperada para su ejército, ya que los cuatro mil heridos y enfermos podían suponer un lastre para poder huir de Jablanica. Sea como sea, esta frase moldeará la conciencia patriótica de los yugoslavos durante generaciones.
Los fotogramas de la película permiten recrear al visitante algunos de sus pasajes. Entre ellos, la lograda batalla de los tanques (rodada en Prozor, como se dijo). O la refriega a cara de perro entre chetniks, dibujados como fanáticos (Orson Welles hace un endeble papel de caudillo serbio), y partisanos, apostados tras las tumbas medievales del periodo de los bogomilos (los stecci únicos en Bosnia) y cuya escena se rodó probablemente en el entorno de la necrópolis de Dugo Polje, a treinta kilómetros al oeste de Jablanica.
La nieve recubre a menudo los paisajes que se ven en el metraje, sobre todo cuando vemos cómo la comitiva de partisanos atraviesa esta parte de Bosnia en mitad del invierno más inclemente. Hay rostros de partisanos que aparecen en primer plano con cierto encanto naif. En su día considerado como el más bello de los calvos, Yul Brynner hace el papel de partisano y avezado dinamitero (es él el que procede, ante el pasmo de los suyos, a volar el puente ferroviario en el Neretva por orden de los superiores, cara a ejecutar aquella incomprensible maniobra de distracción). Las iniquidades del ejército croata ustacha, de negro uniforme, solo aparecen casi de soslayo, mientras que de los chetniks sí que se expone su fiereza con rasgos un punto monomaniacos.
En su visita al museo, al turista se le ofrece la posibilidad de hacerse una fotografía junto a un gran retrato del mariscal Tito. El prócer luce atuendo militar, de color azul pitufo, y botas acharoladas. Con una mano señala al dibujo de un paisaje verde con un puente de hierro, caído sobre un río, que es el mismo que se ve justo afuera, en el espacio exterior.
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La recreación de aquel hito histórico merece una visita. No obstante, el encanto divulgativo y un tanto escolar del que goza el museo, la mitomanía en torno a la gesta de Tito, lo que aquí se preserva de nostalgia y vindicación, todo ello se diluye en la letra pequeña que también habla del uso dado a las instalaciones del museo.
En la guerra de Bosnia de los 90, este espacio sirvió para el ejército bosnio musulmán (la Armija) como centro de detención y tortura de los habitantes bosniocroatas que vivían en el entorno de Jablanica. Algunos fueron violados y asesinados. Pero no hay mención alguna de estos hechos en las instalaciones, mientras se enaltece al IV Cuerpo de Ejército de la República de Bosnia-Herzegovina que participó en la guerra. En 1993, sobre todo en la zona de Herzegovina y de Bosnia central, bosniacos y croatas, hasta entonces unidos en la lucha común contra los serbobosnios, se enzarzaron entre ellos en otra guerra de crueldad y odio étnico sin límite.
La Armija y los clásicos irregulares fuera de control cometieron sus desmanes en este paraje de Jablanica, el mismo que en primavera y durante el primer verano rezuma de verdores bajo el sol, con sus vistas de postal, como la que se atisba desde el mirador de un restaurante próximo a la localidad, asomado a la curva de verde pórfido del Neretva. Por su parte pero de igual modo, la región cercana de Prozor y del lago Rama (donde se rodaron muchas escenas de la película) se convirtió en escenario de limpieza étnica, esta vez por parte del Consejo de Defensa croata (HVO) contra la población civil bosniaca (encarcelamientos, deportaciones y asesinatos). Quid pro quo.
Por todo ello, en principio ligado al Museo de Historia Nacional de Sarajevo, en 1997 y recién acabada la guerra, el nuevo Estado forzosamente tripartito (bosniacos, croatas y serbios) decidió desentenderse de este lugar. Se transfiguró en un espacio molesto. Los fantasmas de la guerra civil sobresalían sobre el halo de leyenda que suscitaba la hazaña de Tito forjada en 1943.
Hoy se mantiene el museo por el pago de las entradas de los visitantes y por las asignaciones aportadas por las arcas municipales de Jablanica (la localidad se halla dentro de la federación de bosnios y croatas, frente a la República Srprska de los serbobosnios). Como ocurre en casi todas las ciudades y localidades del país (donde cada etnia predominante expone sus atributos), sobre plazoletas y parterres de Jablanica se alzan monolitos recordatorios del traumático pasado y ondean banderas, en esta ocasión de Bosnia-Herzegovina y del ejército de la Armija.
Esto…¿Guerra civil en Bosnia? No sé si es ignorancia o mala intención.
Entre líneas se sabe que el autor estuvo acompañado de croatas de Mostar o tiene novio/a croata. Un clásico entre la peña que escribe sobre la ex-Yugoslavia sin hablar el idioma, el sesgo se acaba notando.
No entiendo de qué sesgo habla. Y, ya puestos, pues no me disgustaría tener una novia croata.
¿Tiene pruebas de que las instalaciones del museo fueron un centro de detención y tortura o simplemente se lo contaron en Mostar?
Vaya a misa de manera regular, póngale una vela a San Antonio de Padua en la iglesia de los franciscanos en Sarajevo y en la primera cita llévela a la cervecería de enfrente. Luego nos escribe otro artículo y todos contentos.
No entiendo qué quiere decir o criticar.
No entiendo qué quiere decir o insinuar. Disculpe mi escasa entendedera. Pero agradecido de haberme dedicado su tiempo.
El pórfido es rojo
Querido y paciente lector, hay una variante en verde pórfido que se utilizaba para la construcción de algunas mezquitas, sobre todo durante el esplendor del imperio otomano. Cierto es que, por lo común, el pórfido se asocia al púrpura, más que al rojo. Gracias por su lectura
Magnífico ejercicio de relato en la geografia y la historia de un país entre la ignorancia y el olvido. La lectura me ha despertado una increíble avidez por recorrer los lugares que se describen y, por supuesto, de visitar el museo. Gracias por el artículo!