Anger: hostility towards the opposition
Anger: hostility towards the opposition
Anger: hostility towards the opposition
Anger: hostility towards the opposition
(Rey Oropeza, downset., «Anger»)
El jefe Davis contra Charles Manson
Si esta historia fuese una película, una de esas de David contra Goliat, del ciudadano contra la institución, del pequeño contra el grande, el jefe de policía de Los Ángeles Edward M. Davis podría ser el villano perfecto.
Su nombre le sonaba, a finales de los 60, a toda América: era quien figuraba como asesor técnico policial en los créditos de la serie Dragnet, prácticamente creada por su jefe, el histórico William H. Parker, que con ello inventa (atención guionistas) el police procedural moderno, habiendo sido incluso productor de la citada serie. Quizá por ello había Davis entendido desde el principio el poder de la televisión, y decidió dar un golpe de efecto para ganarse del todo el favor del público.
El 10 de agosto de 1969, miembros de la familia Manson irrumpen en el 10050 de Cielo Drive y asesinan a seis personas, entre ellas a Sharon Tate, actriz embarazada de ocho meses y medio. Los días, semanas, meses pasan y la presión policial por resolver los crímenes es tremenda, como Bugliosi y Gentry describen en su clásico Helter Skelter. En el libro también se describe cómo Davis quería convocar una gran conferencia de prensa incluso antes de confirmarse quiénes eran los asesinos; los detalles empiezan a filtrar a la prensa y un enfurecido Davis obliga a todos los que trabajan en el caso a hacerse la prueba del polígrafo.
Finalmente, a riesgo de perder la exclusiva e incluso sin indicios definitorios, Davis convoca una rueda de prensa ante doscientos periodistas de todo el mundo y anuncia, atribuyéndose de forma indirecta el mérito y obviando cualquier otra colaboración, que el LAPD había resuelto el caso.
Davis sabía, en efecto, manejar a los medios y no se cortaba en soltar escandalosas declaraciones que le salían gratis: pidió «patíbulos portátiles» para «cuando tengamos de nuevo pena de muerte», despreció abiertamente las cualidades de las mujeres policía y cuando fue invitado a asistir al desfile del Orgullo Gay respondió que prefería apoyar la terapia de conversión.
Henchido de poder y deseando poner en práctica nuevas estrategias y técnicas policiales que reflejaría en su libro Staff One, decide enfrentarse al que, a sus ojos, era el mayor problema de la ciudad: las bandas angelinas.
Gangs of Los Angeles… y comunistas por todas partes
Si bien el imaginario de las bandas callejeras toma al asalto el acervo popular en los 80 y 90, el origen de muchas de ellas es casi secular, datando algunas incluso de los años 20. Sin embargo, los años 60, época de los race riots, fueron cruciales para su crecimiento: después del establecimiento de las primeras bandas latinas (18th Street, después su rival la MS-13) es el turno de la comunidad afroamericana: los Crips se forman en esta época en Southeast LA; los Bloods surgen para defenderse de ellos en Compton; solo estas bandas y sus derivados tendrían en el futuro unos quince mil miembros, a sumar en en el futuro a vietnamitas, camboyanas y laosianas.
La estrategia de Davis le hizo ganarse el apodo de «Crazy Ed» por parte de sus compañeros y se resume en el uso indiscriminado de la fuerza policial. Para empezar, autorizó las polémicas terry stops, consistentes en la detención temporal basada en el controvertido término de la reasonable suspicion, inferior a la probable cause, que en areas de tensión racial conllevan un mayor número de arrestos (y agresiones) de personas racializadas. Es en este contexto que el padre de Rey Oropeza, futuro cantante de la banda de rap metal downset. es asesinado por la policía, como cantaría en la citada «Anger»: «I hate L.A. swine with a passion, G / ‘Cuz my pops was killed by the fucking L.A.P.D / Yes they killed my daddy, yup they killed my daddy / And if I don’t blast ‘em back, you know they gonna fucking kill me».
Davis aprobaría el problemático programa T.R.A.S.H. (Total Resources Against Street Hoodlums), que fue contestado desde el propio nombre desde el activismo: terminó cambiándose a C.R.A.S.H. (Community Resources Against Street Hoodlums, visto en películas como Colors); el objetivo era el mismo: crear una unidad especial de inteligencia contra pandillas con una libertad de actuación inusitada.
Sin embargo, era obvio que la iniciativa partía de un principio discriminatorio y de perfilado racial. También, y esto debería sonarnos, Davis autorizó el uso de chokeholds o «enganches de sofocación», es decir, inmovilizaciones por medio de estrangulamientos hasta el desmayo del sospechoso: esta práctica provocó la muerte de quince personas hasta 1982; hasta los tiempos de George Floyd ello no supuso grandes problemas para el cuerpo.
Sin embargo, como todo hombre en una cruzada contra el mal, Davis dio un paso en falso. En su lucha contra contra las pandillas, encuentra una forma de demonizarlas por completo: halla un nexo con ese fantasma que recorre las mentes de los conservadores americanos desde los tiempos maccarthyanos: el comunismo.
En esta conferencia de prensa, Davis expone cómo tras ganarse la simpatía de la comunidad negra, el Partido Comunista estaba infiltrándose en la comunidad latina angelina; sin presentar prueba alguna, habla de cómo miembros extranjeros del partido están repartiendo panfletos entre la juventud mexicana-americana. ¿Dónde está su vía de entrada?
Sin duda, en la universidad.
Policías de incógnito en el aula
Si hay algo en el mundo más opuesto a las letales calles de South Central quizá sean los pasillos de instituciones como Stanford o la UCLA: el tranquilo, plácido y privilegiado mundo de la academia, donde las reyertas se dan en revistas científicas, los diss, beefs y feuds toman forma de ibids y las navajas solo brillan en afiladas notas a pie de página.
Sin embargo, en esta época, fuera de los citados pasillos, los campus no se encontraban particularmente tranquilos: los estudiantes protestaban con manifestaciones y batallas callejeras contra la guerra de Vietnam y a favor de los movimientos civiles. En medio del jaleo se encontraba un profesor de Historia de clase obrera, nativo de Tennessee, a quien sus alumnos pidieron ayuda; él respondió que por supuesto: «No puedo decir que soy un mentor y no apoyarles en lo que considero causas justas».
Como académico, Hayden White es considerado uno de los más importantes historiadores de segunda mitad del siglo XX gracias especialmente a su clásico Metahistoria: la imaginación histórica en la Europa del siglo XIX. Aunque no podemos extendernos demasiado en su aportación historiográfica, cabe destacar que su visión de la historia es fundamentalmente narrativa, literaria y heterodoxa, rechazando la clásica visión de una historia única, cientificista o «verdadera» y prefiriendo una en la que las interpretaciones sean las mayores posibles; una tesis sobradamente probada hoy en día con la aceptación de esas «otras historias» como la del feminismo, lo queer, la negritud…
De la mentoría, White pasó así al activismo, defendiendo a Angela Davis o Vladimir Bukovsky; uno de sus amigos recuerda haberle visto «con las manos apoyadas sobre un coche policial tras encaramarse a él par protestar por la guerra de Vietnam». Es en este contexto donde, según relata, tras la invasión estadounidense de Camboya, las protestas se redoblan en universidades como Berkeley y UCLA.
Según cuenta: «La clásica respuesta policial: llegaron (…) y apalizaron a la gente de forma indiscriminada, asaltaron la biblioteca y pegaron a gente que ni siquiera estaba en las manifestaciones (…) perseguían a aquellos que consideraban criminales».
Un día ocurre algo crucial: en una de esas protestas, White se encuentra de frente con dos de sus alumnos… deteniendo a manifestantes. «Creo que a uno de ellos le había puesto un notable (ríe), y al encontrármelo en la manifestación me enfrenté a él. Al verme, él y su compañero, ambos de incógnito, se subieron a su coche y se largaron a toda prisa atropellando a un par de personas, un obvio delito. Así que, ¿qué hice, inocente de mi? Llamé a la policía y lo denuncié (ríe)».
La realidad se hizo clara: la policía de Los Ángeles estaba infiltrándose en la universidad, matriculándose legalmente como estudiantes, no para tomar apuntes, sino para elaborar informes policiales sobre lo que profesores y alumnos comentaban en clase, en reuniones de asociaciones, debates estudiantiles, etc.
Esa misma noche, en previsión de un escándalo, el jefe Davis sale en televisión y explica que ambos policías huyeron porque temían por sus vidas, e incluso enseñaron una chaqueta hecha jirones, obviamente falsificada. «Siempre ocurre», recuerda White, «si acusas a la policía de algo, ellos te acusan a ti de cometer un delito: resistirte al arresto o alguna cosa así».
El descubrimiento de los agentes de incógnito en la universidad llegó a los medios; los estudiantes, por su parte, siguieron protestando y: «diversos grupos de extrema derecha comenzaron a amenazarme (…) con llamadas a las tres de la madrugada por parte de [la asociación ultraconservadora] John Birch. «Siempre sospecho de la policía», comentó White. «Mucha gente no sabe que es un concepto creado solo hace unos ciento ochenta años, en Inglaterra (…) Fueron creados para proteger la propiedad de los ricos frente a los pobres. No era ningún secreto»».
Ya que no podía confiar en la policía, White decidió hacerlo en los tribunales.
Un profesor contra la policía
En este momento, y apoyado por la ACLU (American Civil Liberties Union) White va a juicio, directamente contra el responsable último de la decisión de infiltrar a la policía en la universidad, el temido Edward M. Davis.
Sin embargo, la primera demanda fue fallada en contra del demandante: la base para la denuncia fue «el escalofriante efecto que podía tener sobre la libertad de expresión la sospecha de la presencia policial en las aulas». Sin embargo, la corte local consideró que la mera sospecha no restaba libertad de expresión. «No era lo mismo que un policía amenazándote por decir algo en clase».
White y la ACLU decidieron recurrir y el caso pasó a la Corte Suprema de California, donde se convierte en el caso hoy técnicamente considerado White v. Davis, 13 Cal.3d 757, 533 P.2d 222, 120 Cal. Rptr. 94 (1975). El juicio fue ganado por White por unanimidad, al entender la corte que la presencia policial en las aulas no solo infringía el recién establecido derecho a la privacidad, sino que constituía un mal uso de fondos públicos. Creó jurisprudencia: partir de entonces la policía tiene prohibido realizar actividades de incógnito (undercover operations) o de vigilancia de actividad política alguna en ausencia de una sospecha razonable de la comisión de un crimen.
El caso White tiene consecuencias hasta nuestros días post 11-S; es sobre él que se elabora en 2003 el llamado Manual Lockyer, según el cual aún hoy la policía no puede recabar información sobre ningún tipo de actividad ciudadana mientras no esté articuladamente conectada a acciones ilegales que pongan en peligro la seguridad del público.
En su decisión judicial, la corte había estipulado que «en el curso del debate en clase, algunas reflexiones serán lanzadas como globos sonda de teorías nuevas. Pero esas tentativas [si la policía está presente], serán igualmente registradas por los agentes, filtradas por las mentes de los informadores, a veces citadas de forma incorrecta a sus superiores y otras veces maliciosamente exageradas. (…) El aula universitaria debería ser un foro de libre expresión; esta función sería destruida por las practicas descritas en el caso que nos ocupa».
«El crisol del pensamiento nuevo», continúa la sentencia, «es el aula universitaria; el campus es la tierra consagrada de la libre discusión. La censura de los regímenes totalitarios que con tanta frecuencia condena los desarrollos en las artes, ciencia y políticas está a un solo paso de la incipiente vigilancia de la libre discusión en la universidad; una intrusión así reprime la creatividad y en gran medida encadena a la democracia».
Después de una victoria histórica White continuó su carrera académica.
Los Ángeles no encontró la paz; las tensiones raciales explotaron, una vez más, tras la paliza a Rodney King por miembros, una vez más, de la policía de Los Ángeles.
Davis siguió siendo jefe hasta 1978, en que se presentó a las primarias republicanas para ser gobernador de California. Las perdió, quién sabe si por su anterior derrota judicial.
A su muerte en 2006, un policía del LAPD declaró: «sus ideas y conceptos policiales seguirán siendo válidas durante los próximos cien años».
«Edward M. Davis podría ser el villano perfecto…» Creo que aparece bajo el nombre de Duddley Smith en la Trilogía de L.A. del gran James Ellroy, que al final es más un escritor de «novela histórica» que de «novela negra»
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