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La posición del papel de váter, el mayor drama de la humanidad (aplicado al constructivismo social)

papel de váter

Durante décadas, el consultorio Ask Ann Landers reinó como una de las columnas de opinión más populares en las páginas de los periódicos estadounidenses. Un pequeño rincón en la prensa al que los lectores remitían preguntas e ideas sobre cualquier tema posible, desde trivialidades cotidianas hasta dudas existenciales u opiniones políticas, para recibir el consejo de una mujer llamada Ann Landers. Asuntos que habitualmente generaban discusiones de lo más acaloradas entre la población norteamericana, propiciando que los lectores enviasen cartas a las redacciones de los periódicos defendiendo a dentelladas sus puntos de vista sobre la controversia del día. 

Lo gracioso es que, a lo largo de los cincuenta y seis años de historia de la sección, el tema más polémico y dramático, el más tenso y acalorado, el que acabó saturando el buzón y la vida de la columnista al recibir el mayor número de cartas (más de quince mil misivas) firmadas por lectores muy enervados, fue también el asunto más inesperado posible: la posición correcta del rollo del papel de váter en el colgador del baño. Algo que muchos sociólogos acabarían considerando como digno de estudio en las escuelas.

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A lo mejor el único objetivo de este texto es colar tantas fotografías de papel higiénico em un artículo como sea posible. Imagen: CC.

Pregunta a Ann Landers

Lo cierto es que detrás del célebre consultorio no se encontraba una mujer llamada Ann ni apellidada Landers. Porque aquel nombre fue un pseudónimo ideado en 1943 por Ruth Crowley, una enfermera que desde un par de años antes firmaba con regularidad cierta sección en el Chicago Sun-Times ofreciendo consejo médico a los padres preocupados por la salud de sus hijos. Ocurría que Crowley había decidido ampararse en el nombre falso al estrenar la nueva columna, para evitar confundir a los lectores habituales del diario con tanta multitarea. Y perpetró la pantomima pasándose al modo ninja, manteniendo en secreto, durante toda su carrera, que ella habitaba a Ann Landers. Algo que tan solo sabían sus familiares cercanos y la redacción del periódico.

Ask Ann Landers no solo se instaló en las páginas del Chicago Sun-Times, sino que además se exportó a otras veintiséis publicaciones, comandando lo que algunos denominaron la «Conciencia de América» periodística. Los artículos ofreciendo consejos al pueblo no eran una novedad, pero el estilo de Landers sí, porque fomentaba la discusión popular, afrontando las consultas de un modo más desenfadado y menos almidonado que sus predecesores, algo muy atractivo para quienes agarraban el periódico junto al café, el cigarro y cualquier otro compañero de las mañanas. Los temas eran variados, pero la gran mayoría versaba sobre cuestiones amorosas y cortejos, asuntos de etiqueta o relaciones familiares. Gracias a Ask Ann Landers, y a otras columnas contemporáneas en las cabeceras rivales, la sexualidad también comenzó a convertirse en objeto de debate general entre el populacho, aunque aquello ocurría de una manera que todavía resultaba tan leve, candorosa y family friendly como para no sonrojar ni siquiera al alma más inocente y virginal que ojease el consultorio.

El rol de Crowley al disfrazarse de Landers no era el de psicóloga, profesional de la medicina o voz de la razón. Sino más bien el de una amigable interlocutora que ofrecía su opinión y animaba al debate en la calle, alguien cuyos textos ayudaron a popularizar y potenciar las interacciones entre prensa y público. Y su éxito estableció a este tipo de columnistas como unos personajes a medio camino entre la estrella Hollywoodiense, la figura intelectual y la cotilla del barrio. Crowley estuvo al timón de Ask Ann Landers durante nueve años, con un parón de tres por ahí en medio, hasta que en 1955 el hecho de fallecer le impidió, por la razón que fuese, continuar respondiendo personalmente a las cartas.

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Eppie Lederer. Imagen: dominio público.

Ruth Crowley murió en aquel cincuenta y cinco, pero Ann Landers siguió viva para la mayoría de una población estadounidense que no se había dado cuenta de que su consejera favorita estaba más fría y tenía la pata más estirada de lo habitual. Porque varios redactores del Chicago Sun-Times que pasaban por ahí se hicieron cargo de interpretar al personaje de Landers en la famosa sección durante los tres meses posteriores a su desaparición. Hasta que, finalmente y tras un concurso, se le otorgó el honor de interpretar a Landers a la periodista y psicóloga Esther Pauline Lederer, o Eppie Lederer para los amigos. La mujer se hizo cargó de la columna con muchas ganas durante unos espectaculares cuarenta y siete años, desde 1955 hasta su fallecimiento en 2002. Y la fama de sus artículos la convirtió en una auténtica celebridad que, a diferencia de Crowley, reveló sin muchos reparos el pseudónimo bajo el que escribía, algo que le permitió hacer giras por el país y visitar las televisiones con regularidad. Su éxito fue monumental: se calcula que la mujer llegó a sumar noventa millones de lectores, los periódicos se partían la cara entre sí para licenciar sus divagaciones, una encuesta de 1978 en el World Almanac la encumbró como la mujer más influyente de Estados unidos y de tanto vestir el nombre de Ann Lander acabó heredando el copyright sobre el mismo. En un momento dado de su carrera incluso recibió una carta en su consultorio del mismísimo Alice Cooper y eso es un dato que mola mucho más que todo lo anterior, la verdad.

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Ann Landers (Eppie Lederer) comentándole a Alice Cooper que la necrofilia muy jocosa no le parece.

En cuanto a su personalidad, la figura de Lederer poseía ciertas aristas cuestionables. Para empezar, la palabra «modestia» se le antojaba exótica y ajena y, en consecuencia, solía declarar en las entrevistas que fue la pionera capaz de convertir el consultorio de prensa en un arte elevado, olvidándose a propósito de Crowley y de muchas otras predecesoras. Para continuar, sus ideales navegaban por terrenos polémicos, y parecían estar minuciosamente planeados para cabrear a todo el mundo: era proaborto, recomendaba a menudo buscar consejo en sacerdotes, estaba a favor de la legalización de la prostitución, solía lanzar puñales afilados contra aquellos que no creían en ningún dios, y atacaba con una saña especial a Madalyn Murray O’Hair, un famoso ateísta con el que mantenía un beef bien guapo en la sección Ask Ann Landers. También se vanagloriaba de llevar toda su vida defendiendo los derechos de gais y lesbianas, pero al mismo tiempo consideraba la homosexualidad como una disfunción y una enfermedad. Aunque a principios de los noventa reculó en aquellas declaraciones homofóbicas y reconoció que ya no creía que ser gay fuese antinatural. Para, poco después, posicionarse en contra del matrimonio homosexual al considerar que arruinaba el sagrado concepto de familia tradicional.

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Ask Ann Landers y tal, pero sin mariconadas.

Opiniones más que cuestionables aparte, el verdadero don de Lederer era gestionar su columna con gracia, incluso cuando contestaba brevemente a los lectores: en cierta ocasión, su sección recibió una carta firmada por un señoro llamado Mo que rezaba así: «Querida Ann Landers: uno de sus textos me dejó bastante confundido. Usted escribió: «Si el sonido de una bragueta se presenta de manera inesperada, un rodillazo en el lugar correcto rebajará el ardor del chico. Sí, señores, una mujer tiene derecho a cambiar de opinión». Pero ocurre lo contrario, Ann, después de que la rodilla haya sido colocada «en el lugar correcto» no importa si la mujer ha cambiado o no de opinión, porque el chico es totalmente inofensivo», un razonamiento al que la escritora contestó con «Querido Mo. OK, ya has tenido la última palabra: ouch».

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Consultorios de Ask Ann Landers y titulares amables.

Pero de entre todos los jardines en los que osó colarse Lederer, el más divertido, absurdo y notorio fue el asunto de la posición del rollo de papel de váter. El que supuso el verdadero y auténtico drama nacional.

¿Y tú de quién eres?

En 1986, alguien remitió a Dear Ann Landers una pregunta inocente que se convertiría en el inesperado detonador de un conflicto: ¿cuál es la posición correcta del rollo de papel de váter en el colgador del baño? ¿Con el extremo suelto por delante, de cara al usuario de la taza, o con dicho extremo por detrás, de cara a la pared?

Lederer contestó a dicha cuestión explicando que, en su opinión, el modo ideal de colocar el rollo de papel de váter era por detrás, con el cabo libre pegado a la pared. Y tras la publicación de dicha columna se desató el caos entre la correspondencia de la redactora. Centenares de lectores decidieron escribir a Ann Landers para informarle de que colocar el rollo de ese modo era una barbarie propia de seres sin civilizar. Al mismo tiempo, otros tantos remitieron escritos en los que aplaudían la valentía y el sentido común de reconocer en público que esa la mejor manera de lucir el papel higiénico en el excusado, confesando que se sentían menos solos al descubrir que no eran los únicos que situaban el rollete en esa posición. Abrumada por la demencial recepción de algo tan trivial, Lederer repasó las ventajas de cada posición y reculó en su afirmación inicial, llegando a la conclusión de que colocar el extremo por delante quizás era la opción más coherente. Y aquello desató una nueva tormenta de cartas, tanto a favor como indignadísimas por culpa de ese repentino cambio de chaqueta en el lavabo. De repente, todo el país consideraba muy importante defender con argumentos muy serios sus preferencias en cuanto a la disposición del papel de váter.

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Rollo de papel higiénico avistado en los lavabos de una tribu primitiva, salvaje, bárbara y sin civilizar. Imagen: CC.

Los bandos estaban claros: partidarios de colocar el principio del rollo por delante contra partidarios de colocarlo por detrás. Y las dos posturas blandían su propia colección de argumentos. Los fans de «por delante» justificaban que aquello facilitaba agarrar el inicio del papel con más facilidad y rapidez al ser más visible, que evitaba tener que arrastrar los nudillos contra una pared potencialmente abarrotada de gérmenes, que resultaba más fácil cortar la tira por el lugar deseado y que tener ese extremo al aire era útil para que los miembros del servicio en los hoteles dejasen una señal cuando el retrete había sido limpiado. De paso, también apuntaban que las marcas colocaban sus logos en el producto para que pudiesen verse desde dicha posición, asumiendo que los fabricantes eran quienes mejor conocían su producto. Los fans de «por detrás» aseguraban que esa posición era mucho más elegante a la vista, que el papel higiénico estaba así mucho más firme, que en los vehículos con retrete incorporado esa posición impedía que el asunto se fuera desenrollando con el traqueteo por carretera, y que el extremo oculto evitaba que los gatos y perros jugasen a sacar el papel y los niños más pequeños a hacerse un disfraz de momia. La mayor parte de la población, eso sí, se decantaba por la posición «por delante».

El asunto se convirtió en un tremendo debate nacional, uno que en lugar de puntual fue recurrente: durante años, a lo largo de toda la vida de la sección Dear Ann Landers, los lectores volvieron una y otra vez a orbitar sobre el tema y a convertirlo en debate intermitente. En un momento dado, un jefazo editorial le propuso a la redactora visitar casas al azar para preguntar a sus residentes cómo colocaban en papel de váter, y la escritora, que estaba hasta el coño de hablar sobre celulosa para limpiarse las partes pudendas, lo mandó a cagar sin pensárselo demasiado. Años más tarde, durante una entrevista, Eppie Lederer se mostraba ligeramente hastiada por el temita: «¿Te puedes creer que recibo más cartas sobre la columna del papel de váter que sobre la de la guerra del Golfo?», le decía a su interlocutora.

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Fun with rolls. Imagen: CC.

Bathroom politics

El absurdo interés por estos rollos de lavabos no tardó en captar la atención de los estudiosos. A raíz de la polémica se realizaron ciertas encuestas entre las gentes, en las que se determinó que el 70 % de los norteamericanos apostaban por colocar el extremo del rulo por delante, que a un 24 % de esos adeptos a la posición frontal les ponía muy nerviosos ver el papel en la dirección opuesta, y también que un 27 % de los fieles de ese «por delante» había recolocado el rollo en casas ajenas al encontrarlo con el extremo pegado a la pared.

Edgar Alan Burns, un profesor del Eastern Institute of Technology neozelandés, descubrió que los asuntos de lavabos le resultaban asombrosamente útiles en su asignatura de sociología cuando se le ocurrió preguntar a sus alumnos cómo colocaban el papel y aquello degeneró en un debate muy serio durante los posteriores cincuenta minutos. Desde entonces, el hombre iniciaba cada primer día de curso lanzando la misma pregunta y observando el resultado, utilizando la discusión como ejemplo de las construcciones sociales anidadas en rituales cotidianos sin importancia aparente. Burns expuso sus conclusiones en el artículo «Bathroom politics: introducing students to sociological thinking from the bottom up», y otros tantos tomaron nota: los docentes de la Universidad de Notre Dame, inspirados por las políticas de váter de Burns, introdujeron aquel debate en sus cursos de psicología social para explicar con más facilidad las bases de la importantísima obra La construcción social de la realidad de Peter L. Berger y Thomas Luckmann. De repente, colgar el papel higiénico había pasado de ser un detallito trivial a convertirse en noticia en prensa, en una avivada disputa nacional y finalmente en una efectiva herramienta docente para educar sobre el constructivismo social.

El psicólogo Christopher Peterson de la Universidad de Míchigan equiparaba las preferencias en la orientación del papel con la creación de una identidad propia, basada en los gustos personales en lugar de en las normas o convenciones. Para Peterson, la dirección en la que colgaba la hoja del rollo era un interés personal, como las comidas favoritas o los equipos deportivos preferidos, que ayudaba al individuo a sentirse único y especial. La doctora Gilda Carle, una mujer muy mediática especializada en parir libros sobre cómo afrontar las relaciones amorosas, realizó el Toilet Paper Personality Test, una encuesta entre dos mil personas para establecer lazos entre el papel del culo y el carácter. Sus conclusiones fueron que aquellos que tiraban del «por delante» en el colgador del baño eran personas dominantes muy propensas a ocupar cargos de poder, los que se aferraban al «por detrás» eran gente más sumisa y empática, y los que no tenían preferencia eran individuos más abiertos de mente acostumbrados a regatear los conflictos.

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Bodegón barroco (Anónimo, circa 2018). Imagen: CC.

La psicóloga Morton Ann Gernsbacher en una columna titulada «Diversidad neuronal», comparaba  la dirección del rollo en el lavabo con colocar los cubiertos boca abajo o boca arriba en el lavavajillas, o con lavarse antes la cabeza con champú que el cuerpo con gel en la ducha. Actos habituales convertidos en estereotipos que algunos se emperran en romper. Gernsbacher se preguntaba si colocar la solapa del papel de una forma u otra significaba otorgarle más peso a forma que a la función, y aventuraba que aquello podría incluso reflejarse en las neuroimágenes del cerebro. Brian Wecht, un físico que tras currar en Harvard o el MIT decidió retirarse para montar el cachondo grupo musical Ninja Sex Party, apuntó que, desde el punto de vista de las leyes de la física, las dos alternativas suponían lo mismo: «La energía cinética de rotación que imparte al rollo es la misma y requiere la misma fuerza si el papel cuelga por un lado u otro. Son imágenes especulares entre sí, lo que significa que la cantidad de energía que hay que gastar es la misma». Pero el psicólogo Nicholas DiBella de Standford rebatió la afirmación de Wecht al apuntar que aquel estaba ignorando el factor más importante de la ecuación, la vagancia suprema: «Hay una simetría física, pero la asimetría aparece cuando tienes en cuenta la habilidad humana. Normalmente, cuando la gente está sentada en el váter tiende a apostar por el mínimo esfuerzo. Y eso se traduce en que las personas arrancan el papel en lugar de girar el rollo. La tira se rasga tangencialmente de izquierda a derecha, y cuando el papel cuelga por delante es más fácil porque existe más espacio para rotar el brazo».

Usar rollo con polea en medio con colgante de lavabo

Lo del papel de váter como herramienta de análisis sociológico era algo que pilló de sorpresa a todo el mundo, porque por aquel entonces no habíamos vivido un confinamiento al estilo covid y por tanto no entendíamos la psicosis social con eso de obsesionarse con las hojas de limpiarse el culete. En el terreno científico, el temita de las políticas de excusados dio tanto juego como para que hubiese gente en internet que se dedicase a resumir los argumentos de las dos opciones en gráficos explicativos. Evidentemente, la cuestión también aterrizó fuerte en la cultura popular. Durante los ochenta, en pleno conflicto higiénico, la televisiva Oprah Winfrey se enfrentó al dilema nacional, confesando en público que ella era partidaria del «por delante».

Desde entonces, cada cierto tiempo algún artículo digital rescata el tema y lo engalana con nuevas declaraciones científicas o encuestas, avivando discusiones entre nuevas generaciones de lectores. Aunque el caso más representativo de que este es un dilema que acompañará a la humanidad hasta el fin de los tiempos ocurrió en el mundo de los videojuegos, concretamente, en el de las aventuras de punteros afilados y clics constantes.

En 2104, Ron Gilbert (creador del legendario juego The Secret of Monkey Island) y Gary Winnick (codiseñador junto a Gilbert de otro clasicazo como Maniac Mansion) comenzaron a fantasear con que sería muy divertido fabricar una aventura gráfica a la antigua usanza. Una como las que se creaban en Lucasfilm Games a finales de los ochenta, al estilo de aquel Maniac Mansion que idearon a medias en el 87, o del Zak McKraken and the Alien Mindbenders de su amigo David Fox. Bastante animados, Gilbert y Winnick anunciaron un Kickstarter con el que recaudar fondos para costear un juego llamado Thimbleweed Park que prometía point ‘n click old school inspirado en Twin Peaks, Expediente X y True Detective. Se pusieron como meta optimista recaudar 375 000 dólares y arrasaron: tras los treinta días oficiales de campaña, los fans habían deslizado en sus carteras más de 625 000 pavos.

Como sucede con los proyectos financiados vía Kickstarter, los creadores procuraron habitualmente detalles sobre el desarrollo a los mecenas mientras trabajaban en el proyecto, adelantos entre los que se solían mostrar pantallazos del arte del juego. Y entonces ocurrió: el 10 de enero de 2017, Gilbert escribió un tuit mencionando un artículo que hablaba de la presencia de retretes virtuales en los videojuegos, y lo acompañó con la imagen de una localización de Thimbleweed Park donde existía un lavabo a la vista. Exactamente tres minutos más tarde, un usuario de Twitter respondía al tuit del diseñador comentando que en aquella estampa alguien había colgado el pixelado rollo de papel higiénico de la forma incorrecta, con el extremo suelto apuntado a la pared. En las redes sociales y foros de aventuras gráficas, decenas de personas se sumaron a la queja mientras Gilbert avivaba el incendio con nuevos tuits asegurando cosas como «Cuanto más se queje la gente sobre el papel de váter en Thimbleweed Park, menos razones tendré para cambiarlo sabiendo lo mucho que os molesta» o «Muajajajajaja» y adjuntando nuevas capturas, ampliadas con zoom, del rollito de la discordia. En la revista digital Kotaku Australia le dedicaron una (muy cachonda) página al asunto tildando a Gilbert de «verdadero monstruo» y a su decisión de «error», «maldita desgracia» y «cataclismo».

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Ron Gilbert unleashed. Ron Gilbert desenrollado.

Tres días después, los creadores del juego lanzaron un comunicado oficial: «Tras ser bombardeados con una cantidad de quejas del consumidor sin precedentes, los desarrolladores del inminente videojuego Thimbleweed Park han cedido a la presión y añadido una opción «por delante» a los numerosos colgadores de papel de la aventura. Los jugadores podrán cambiar entre la posición «por delante” y «por detrás” desde una opción en el menú del juego. Al ser preguntado sobre el asunto, Ron Gilbert ha declarado: “*pitido* Thimbleweed Park, me muero por terminar este juego»». Cuando la aventura gráfica se lanzó oficialmente en marzo de 2017, los usuarios comprobaron que aquello era cierto y en el menú de opciones existía un apartado para voltear todos los rollos del juego. Internet celebró la iniciativa y alguien en Reddit sentenció «Observar la dirección en la que se cuelga el papel de WC es nuestra herramienta para distinguir a los humanos de los aliens».

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Humanos vs Aliens.

Meses más tarde, la compañía Fangamer publicó en vinilo la banda sonora del juego compuesta por Steve Kirk, una partitura bien maja con aroma a Twin Peaks que se puede escuchar aquí. La edición final de dicho álbum tuvo el detalle de rememorar el intensísimo drama propiciado por los lavabos virtuales: la cara A se llamaba «por delante» e incluía una ilustración del papel de váter en dicha posición, mientras la B se titulaba «por detrás» y mostraba un dibujo del rollo volteado.

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Banda sonora de Thimbleweed Park en un formato arcaico y pasado de moda. Si el vinilo os hace gracia no os molestéis: está agotadísimo. Si os sobra uno: el buzón de mi caverna es amplio y yo muy agradecido.

La verdad

La respuesta correcta a la hora de decantarse por una posibilidad u otra al instalar el rulo en el retrete es evidente: que cada uno lo haga como le salga de la trasera. Pero aun así hay muchos investigadores y articulistas que aseguran que en caso de querer conocer La Verdad, la cosa es sencilla tirando de hemeroteca en tiempos de Google. Pues, según dicen, bastaría con acudir al origen, a la patente oficial que Seth Wheeler firmó en 1891 para adquirir los derechos sobre el papel higiénico y los dispensadores del mismo. En la mentada licencia es posible observar que, en el dibujo de ejemplo, el producto apuesta por dejar el cabo suelto por delante. Desde entonces, el ecosistema de internet, tras descubrir la existencia de esta patente hace unos pocos añitos, ha decidido adoptar como única y verdadera dicha posición.

El problema es que eso no es del todo correcto. Por un lado porque los dispensadores de papel ya se utilizaban antes de que Seth Wheeler los registrase como propios y, como eso nos remonta cien años más atrás, está difícil encontrar a un contemporáneo de esa época que nos confirme cómo se limpiaba el culo. Por otra parte, porque la patente que se suele utilizar como argumento no es la primera, ni sería la última, que formalizaba el hombre. En 1889 había firmado otra donde se pueden ver rollos con el papel suelto por detrás. Y en 1893 formalizaría otra con el rollo colocado en esa dirección blasfema. Demostrando que ni siquiera el dueño del copyright tenía claro cómo colgar la cinta en casa. O que, muy posiblemente, el asunto se la traía más floja que al resto del planeta.

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Extractos de diversas patentes de Wheeler.

¿La respuesta correcta? Que ambas lo son. Eso u optar por enfocar la higiene íntima a la francesa: utilizando el bidet para remojar los bajos.

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7 Comentarios

  1. En los años 80 del siglo pasado, mi esposa y un servidor fuimos a cenar con un guionista de comics creador de uno de los más famosos personajes del medio a nivel mundial. En un momento dado de la agradable reunión y sin saber muy bien por qué, la conversación recaló en ese crucial tema de la posición del papel. Habría que haber visto las carcajadas de esa pareja al asistir al acalorado debate (entre risas) que mi costilla y yo manteníamos sobre la imprescindible cuestión. Al final, todos acabamos casi llorando de risa al ser conscientes de lo fútil y grotesco de la cháchara.

    • Y bueno qué? Aquí no ha quedado claro cual era la oción defendida por ti rijoso. Asín sabriamos qué prefería tu mujer tanbién y ya de paso la opiñón de ese gionista y su pareja. Por cierto ¿quién era?

  2. Gran artículo, divertido e informativo (ahora se que no soy un alien, una gran duda existencial que he arrastrado años). Sólo le falta una encuesta final para comprobar las preferencias de los lectores!

  3. Paco Josen

    Teniendo en cuenta que mi dispensador es vertical…. ¿donde me deja eso?

    • Lareon Falken

      Dado que por delante es de este mundo (humanos) y por detrás de otro mundo (aliens), creo que a usted le corresponde el averno.
      La otra posibilidad es analizar si su rollo rota en el sentido de las agujas del reloj o en el contrario, y así decidirnos si su lugar es el cielo o el infierno.

  4. «En 2104, Ron Gilbert…» ojalá esté diseñando videojuegos o lo que se haga en esos años, y nosotros disfrutándolos.

  5. Pingback: Enlaces Recomendados de la Semana (N°714) – NeoTeo

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