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A propósito de ‘Scream VI’: regeneraciones

Scream VI. Imagen: Paramount Pictures.

Año 1996. Wes Craven, el director que en los ochenta obligó a permanecer despierta a toda una generación con su Pesadilla en Elm Street, irrumpía otra vez con la que terminaría convirtiéndose en una cinta de culto, Scream. Vigila quién llama (subtítulo marca España, of course). Un slasher escrito por un Kevin Williamson que, por aquel entonces, recorría las cadenas de televisión buscando hueco para otro icono juvenil de los noventa, la serie Dawson crece. Pero no sería hasta 1998 cuando el joven Dawson Leery llegara a la pequeña pantalla intentando perseguir su sueño de convertirse en Steven Spielberg, justo después de que su creador hubiese copado el panorama cinematográfico con guiones de terror adolescente: en 1997, Sé lo que hicisteis el último verano competía con el revulsivo que supuso Scream para el género; ese mismo año, quizá de forma demasiado apresurada, se estrenaba Scream 2; y en 1998 era The Faculty la que se apartaba, en parte, de las cuchilladas bajo la dirección de un Robert Rodríguez que se adentraba en un miedo más sci-fi. El final de la década resultó ser un caldo de cultivo para el cine de terror de instituto, en parte gracias a Williamson, que conocía y diseccionaba a las mil maravillas la coyuntura adolescente. Así, el trascendental paso a la edad adulta suponía afrontar ese otro mundo por el que hay que empezar a moverse, donde no hay garantías de encontrarse a salvo. Como si la puerta de entrada a esa madurez implicase atravesarla o bien dando machetazos o librándose de ellos. Surgía de este modo, por qué no, un subgénero interesante: el horror coming of age’.

En todas estas películas coincidían lo que ya eran algunos clichés del género: los peligros del sexo precoz, el abandono adolescente por parte de unos padres siempre ausentes, el instituto (o en su defecto, el pueblo, microcosmos en el que se desarrollan las tramas) como zona hostil en la que ser distinto o despuntar es en sí mismo una sentencia de muerte… Elementos que, a pesar de su reiteración, Williamson hacía convivir en un relato orgánico que ponía siempre el acento en el conflicto interno de sus personajes, y, por encima de todo, convirtiendo las relaciones entre ellos en el eje central de sus películas. 

Han pasado veintisiete años desde que llegase a nuestras vidas Ghostface, y el tiempo ha demostrado que vino para quedarse. Primero se convirtió en secuela, más tarde en trilogía. Después mutó a saga, justo antes de transformase en recuela; y, tras coquetear con la secuela de la recuela, ha preferido por fin asentarse como franquicia. Cada una de estas categorías, siguiendo además sus propias reglas. Un largo viaje que, ya sea producto del azar o de la genialidad creativa, ha dado como resultado una de las más innovadoras sagas que el cine de terror haya visto jamás. Pero, ¿cuál es el secreto? 

A diferencia de otros slashers, hay en Scream una interesante cuestión relativa a su asesino. Ghsotface es cualquiera que, portando el icónico disfraz, cometa una serie de crímenes motivado por algo relacionado en mayor o menor medida con Sidney Prescott (Neve Campbell). Aquí no hay una entidad sobrenatural, ni una justificación mágica que pueda esgrimirse para explicar por qué, un cuarto de siglo después de la primera matanza, se produce una transferencia tan simbólica y real que apenas se aprecia el cambio de asesino tras la máscara. El poder de esta idea radica en lo que podría entenderse como la capacidad de la sociedad para asumir (e interiorizar) sus horrores, un hecho que viene a decirnos que cualquiera puede terminar siendo un loco degenerado con la pulsión de destripar. Es en esta transferencia (nexo común desde la primera secuela) donde más se aprecia ese aire revolucionario que respira Scream, siempre jugando al despiste, estableciendo paralelismos de un film a otro entre los múltiples villanos. Así, en esta nueva cinta el repaso por los asesinos de las cinco entregas anteriores (una escena clarificadora que permite contextualizar Scream VI dentro de su conjunto) es en realidad un tratado de sociopatía donde el deterioro de los vínculos familiares y sociales es el germen de la diabólica locura.

No obstante, sería muy ingenuo asumir que en esa genial mirada retrospectiva radica su capacidad para reinventarse o que, como tantas otras franquicias, se lo juega todo a la baza de la nostalgia. Porque si de algo entiende Scream es de pasar el testigo. Por eso, a la par que surge un nuevo Ghostface (o varios) con cada nueva entrega, la trama va evolucionando, se ramifica, desviando los focos de sus sospechosos habituales y ampliando la nómina de víctimas. Algo similar sucede con el espacio. El pueblo de Woodsboro es el punto de partida o, si se quiere, la particular boca del infierno de la franquicia. Este es el escenario en el que se desarrollan la mayoría de las películas, pero también el elemento que, orgullosamente (porque así lo expresan ellos), los personajes de esta nueva entrega tienen en común. Los habitantes de esa localidad ficticia conviven con las atrocidades de unos cuantos adolescentes de manera intermitente. De nuevo, se trata de la idea de transferencia: el mal como toxina, una entidad que contamina y condiciona la vida de todos aquellos que residen allí. Es precisamente en el espacio donde más se distancia Scream VI de sus predecesoras, al desarrollarse íntegramente en Nueva York. Porque, a pesar de que la incomprendida e infravalorada Scream III se ambientaba en Los Ángeles, Woodsboro estaba presente en los decorados del plató que reconstruían las casas de Sidney y Randy para el rodaje de una nueva versión de la meta-película Puñalada. Nueva York, la ciudad que nunca duerme, es ahora el destino elegido por las hermanas Carpenter para recomponer y reiniciar sus vidas. Marcharse de Woodsboro era la opción más inteligente, y no solo por distanciarse del peligro al que los personajes clásicos le tienen tanto apego. Sin embargo, la traslación a la gran manzana es en realidad un eficaz mecanismo para potenciar el terror. Ni la luz del día, ni las aglomeraciones (aquí es casi imposible estar a solas), ni la hiperconexión (en la era del smartphone y la hipervigilancia), ni los establecimientos abarrotados ofrecen una mínima garantía de seguridad. Estar a salvo en la esfera pública es imposible.

El metaterror

«¿Cuál es tu película de terror favorita?». La pregunta se convirtió en la verdadera frase estrella de la saga desde los minutos iniciales de la entrega original. La primera conversación telefónica que el asesino mantenía con el personaje de Drew Barrymore giraba en torno a los conocimientos que la joven tenía sobre el cine de género. A partir de este momento, comentar cualquier detalle de las sucesivas muertes llevaba a los protagonistas a mantener encendidos debates sobre las películas de terror. Con asombrosa naturalidad, los guionistas fueron plagando la narración de referencias y guiños cinéfilos, hasta convertirse en valiosas reflexiones fílmicas. Las alusiones al séptimo arte terminaron siendo una constante que no dejó de crecer hasta convertirse en el metaterror definitivo. En Scream todo gira en torno al cine. Se puede trazar una sólida línea que va desde aquella icónica pregunta hasta el «A tomar por culo las películas» que sirve como carta de presentación del nuevo Ghostface. Scream lleva las costuras por fuera, se autoexplica, se delata, deja ver los mimbres sobre los que se edifica la ficción, y más concretamente, el terror. Vuelve, descarada, sobre sus pasos, autoconsciente de sus virtudes y defectos, haciendo evidente su continua obsesión por reinventarse aunque para ello tenga que reírse de sí misma. No es extraño que el clímax de Scream VI suceda en un antiguo cine abandonado: tras convertirse en ficción dentro de la ficción, solo podían subir las apuestas haciendo converger ambas ficciones. Las hermanas Carpenter se suben al escenario conscientes de que aunque las cámaras están fijas apuntando hacia ellas el rol de víctima también se ha actualizado a una versión más combativa. Ser ahora una final girl ya no es un título que ostentar en soledad. Y es que si decíamos al principio que era el vínculo entre los personajes el verdadero corazón de Scream, en esta sexta parte esto es ya una certeza. La convicción definitiva de que sobrevivir es una actividad de grupo.

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2 Comments

  1. Malamadre

    Scream….esa pelicula incluida en todal las listas de mejores films de terror, pero que en realidad es mas mala que una piedra en el riñon.
    Para adolescentes descerebrados.
    Encima un mega refrito. Lo que nos faltaba

  2. Sodapop

    Refrito palomitero que se goza sin culpabilidad desconectando el cerebro un rato, que a veces es incluso necesario. Entretienen que es más de lo muchas ofrecen y se distancian de torture-gore espantoso que no tiene límites y que no da miedo, ni entretiene, solo es obsceno y repulsivo. Mil veces antes un maratón entero de Scream, que cualquiera de esas tipo Saw y similares.

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