Resulta complicado no matar a nadie en Gotham City cuando eres un superhéroe. En realidad, resulta complicado no matar a nadie en Gotham City incluso cuando eres un panadero que trabaja con productos ecológicos, bebé té chai, practica el budismo y la meditación, acude al trabajo en bicicleta porque está muy concienciado por el cambio climático, mantiene altruistamente una protectora de animales amamantando gatitos huérfanos con su propio pecho y trabaja como voluntario cambiando sin guantes los pañales de ancianos muy desagradecidos que huelen raro. Porque Gotham City es la mierda. Y eso provoca que todos sus residentes sean en realidad psicópatas en potencia, bombas humanas a punto de estallar aunque tengan el historial de navegación de un Ser de Luz. Al fin y al cabo, estamos hablando de una urbe tan empapada por la maldad, tan plagada de delincuencia, como para que resulte difícil pasear por sus aceras y no pisar siluetas humanas dibujadas con tiza, o localizar un contenedor de orgánicos que no esté repleto de cadáveres apilados al estilo Tetris.
Lo normal si vives en Gotham es que tengas ganas de matar 24/7, y lo habitual si vives en Gotham es que tengas que hacerlo para que otro no te lo haga a ti. Curiosamente, a pesar de lo difícil que resulta reprimir los impulsos asesinos en Gotham, el vengador más temido del lugar parece ser el único habitante de la ciudad que se ha autoimpuesto firmemente la prohibición de cepillarse vidas ajenas. Porque esa es la primera regla en el Manual del Buen Justiciero de Batman: «No matarás». La segunda norma es no hacer uso nunca de armas de fuego ya que, por lo general, eso de disparar balas alegremente no suele llevarse muy bien con la primera regla del Manual del Buen Justiciero. Durante la mayor parte de su existencia, Batman se ha dedicado a vivir sus aventuras respetando estos dos preceptos: no matar y no empuñar pistolas.
Pero el alter ego de Bruce Wayne no siempre ha sido tan considerado con sus enemigos. En ciertas ocasiones ha vestido familias de luto cuando se le había ido la mano y la furia, en otras ha descoyuntado de manera espantosa a los malos por accidente, y en algunas de sus encarnaciones se ha pasado directamente las batformas por el batforro de los bathuevos porque los guionistas habían decidido ignorar por completo las normas.
Lo cierto es que la regla principal de Batman es tan popular como para seguir siendo mentada con frecuencia hoy en día. El tráiler del videojuego Suicide Squad: Kill the Justice League, presentó a los miembros del Escuadrón Suicida entre pasillos oscuros, acojonados por la posible presencia del Hombre Murciélago. Temores que Harley Quinn trataba de espantar recordando a sus colegas de pandilla que, como sabe todo el mundo, Batman nunca asesinaba a los malvados. Una afirmación que funcionaba como pie para el humor negro cuando un Batman lobotomizado se presentaba en la escena arrojando el cadáver de una víctima de su psicosis.
Por otro lado, en las entrevistas promocionales de la reciente película The Batman de Matt Reeves, el actor Robert Pattinson, encargado de interpretar al superhéroe en pantalla, no solo se dedicó a recordar el código del personaje sino que además también teorizaba sobre el mismo: «Existe esa regla con Batman: no puede matar. Y eso es algo que se puede interpretar de dos maneras: o que solo quiere infligir el castigo adecuado a sus enemigos, o que realmente quiere matar pero su autocontrol se lo impide».
The Killing Joke
En sus inicios comiqueros, Batman no era especialmente quisquilloso con lo de preservar la vida de la flora y fauna villana. De hecho, durante su primera aparición oficial, en el número 27 de Detective Comics, el vigilante oscuro ya amochaba a su primer maloso al arrojar a Alfred Stryker de un puñetazo al interior de un tanque de ácido, acompañando la disolución del tipejo con la frase «Un final apropiado para uno de su clase». Aquella secuencia sería reescrita en numerosas ocasiones en el futuro, con reinterpretaciones que permitían a Stryker sobrevivir a la sopa ácida o que reutilizaban la escena como origen del Joker. Dos entregas más tarde, en Detective Comics #29, Batman la liaba en la guarida de un científico loco llamado Doctor Muerte, provocando que el malvado pereciera devorado por las llamas mientras nuestro superhéroe exclamaba la peor one-liner de la historia: «Muerte… al Doctor Muerte».
En Detective Comics #30, Batman partía de una patada el cuello de un sicario del Doctor Muerte, quien por lo visto tan muerto no estaba, y en Detective Comics #32 disparaba una pistola a bocajarro contra dos vampiros mientras estos echaban la siesta. Unos cuantos meses más tarde, el vigilante de Gotham sisaría la espada de un espía foráneo para finiquitar a su dueño con ella. «Un grito salvaje mientras el agente extranjero es empalado por su propia espada», explicaba el narrador, «Es mejor que muera», apuntaba Batman, «porque podría haber enviado a miles de personas a perecer en el campo de batalla». Una afirmación que se entiende mejor al recordar que aquellas viñetas estaban datadas en marzo de 1940, con la Segunda Guerra Mundial amenazando la existencia de medio planeta y sirviendo como excusa para derramar sangre en la ficción. Por otro lado, el hecho de que Batman no le hiciera ascos a lo de empuñar pistolas se debía a la moda pulp del momento: sus creadores, Bob Kane y Bill Finger, habían colocado armas de fuego en manos del personaje porque aquellas eran un elemento indispensable entre el arsenal de héroes populares como The Shadow o Green Hornet.
A la altura de Detective Comics #38 Robin se incorporó al tebeo como compañero infante del enmascarado, porque en Gotham no solo está bien vista la explotación infantil, sino que además esta es motivo de celebración cuando viene acompañada de un entorno de trabajo potencialmente letal. Robin había sido creado para que Batman tuviera un Watson con el que comunicarse, en lugar de estar recitando todo el día sus pensamientos en voz alta, y su presentación funcionó muy bien con los lectores, aumentando las ventas entre los chavales más jóvenes.
Al mismo tiempo, en la primavera de 1940, el héroe recibió su propia cabecera homónima de aventuras, una serie que permitió a Bruce Wayne retomar la racha asesina: el primer número de Batman mostraba al héroe disparando contra secuaces random, arrojando a un malvado al vacío tras gasearlo, y ahorcando, con una soga de acero y colgándolo de su batgyro, a un malote monstruoso mientras comentaba en voz alta que probablemente aquello era lo mejor para la desdichada criatura. Como sus creadores se olían la posible polémica, el tebeo también fue el primero en incluir algunas observaciones de Batman asegurando que matar está mal así en general, comentando que a él tampoco le hacía mucha gracia lo de asesinar y que en todo caso debería de ser siempre el último recurso, niños.
Pero lo escabroso de las escenas de ese Batman #1 provocó que los padres de la época se alarmasen lo suyo y lanzasen quejas bastante ruidosas. Como consecuencia de aquello, para evitar descalabros en futuras ventas y para mantener limpita la imagen del superhéroe, el editor Whitney Ellsworth prohibió a Finger que Batman utilizase a partir de entonces cualquier tipo de pistola o arma de fuego a la hora de lidiar con los criminales. Poco después, Ellsworth estableció una norma mucho más férrea para todos los superhéroes alumbrados bajo su sello: «Los héroes nunca deben matar al villano, sin importar cómo de profunda sea su villanía». En Batman #4 las viñetas se hicieron eco oficialmente de dicha regla cuando unos Batman y Robin armados con espadas combatían contra una tropa de piratas: «¡Utiliza solo la parte plana de la espada, Robin!», anunciaba el vigilante a su compi, «¡Recuerda, nunca matamos con armas de ningún tipo!», recalcaba quitándole toda la gracia a lo de usar espadas en primer lugar.
Algunos de aquellos cómics vetustos también alejaron a Batman del terreno freelance y lo convirtieron en colaborador oficial de la policía, justificando más aún que el hombre murciélago estuviese sometido a ciertas normas de conducta al defender las calles. En 1942, las principales características que perfilaban la figura del vigilante de Gotham ya estaban establecidas. De ahí en adelante, y tras el fin de la Segunda Guerra Mundial con un público en busca de diversiones ligeras, los cómics del Hombre Murciélago se alejaron de los temas sociales para rebozarse en aventuras de espíritu juvenil y desenfadado.
La regla «No matarás» en DC Comics había nacido a modo de autocensura, una década antes de que en Estados Unidos se estableciera el Comics Code Authority que reprobaba los contenidos controvertidos. Lo curioso es que, en el caso de Batman, esa norma de no sesgar vidas no solo se mantuvo cuando la audiencia ya estaba curada de espantos, sino que además se convirtió en un rasgo fundamental del enmascarado, uno que lo definía. El millonario atormentado que lucha contra el crimen rigiéndose por un código moral inquebrantable. Hostias finas, sí. Muertes frías, no. La norma es hoy en día una característica tan inherente al superhéroe como para que los propios compañeros de viñetas del personaje se refieran a ella como «La regla Batman». Y, como todo reglamento que se precie, también es algo que los guionistas se han saltado en más de una ocasión.
Una muerte en la familia
Tras su último homicidio en nombre de la ley nocturna, Batman tardaría cuarenta y dos años en volver a aniquilar a un enemigo con alevosía, pero al menos lo haría a lo grande. Ocurrió a principios de los años ochenta en el Batman Annual #8, durante una historia muy de ciencia ficción titulada «El mesías del sol carmesí». Durante el desenlace de aquellas páginas, el villano Ra’s al Ghul se las daba muy felices fugándose en el último momento a bordo de una pequeña cápsula espacial de escape, sin saber que Batman había tuneado el cacharro para poder redirigir la ruta de vuelo por control remoto hacía un mortal rayo de luz de sol rojo. Tras reconducir la nave cómodamente y achicharrar a su rival con el fogonazo de sol carmesí, Robin se agobiaba un poco: «Batman, ¿sabías lo que esa luz solar le haría?», preguntaba alarmado,. «Lo sabía, Robin, pero tenía que hacerlo», contestaba Wayne, «Pero, Batman, ¡lo has matado!», exclamaba el Chico Maravilla. «¿Lo he hecho, Robin?», respondía el hombre murciélago, consciente de que en los tebeos, de un modo u otro, el cabroncete de Ra’s siempre se las apañaba para reaparecer mágicamente y con excusas de guion poco creíbles.
La mala leche del enmascarado seguiría haciendo acto de presencia en cómics posteriores. En 1988, en Batman #420, nuestro vigilante hacía frente a la amenaza de la malvada Rusia comunista encarándose con un personaje llamado KGBestia (en ochenta los nombres ridículos estaban muy bien vistos) que pretendía asesinar al presidente Ronald Reagan. La contienda conducía a ambos rivales hasta ese mundo de fantasía que son las alcantarillas, donde Batman optaba por encerrar a KGBestia dentro de un habitáculo sin salida para que se pudriese allí el pobre. Y lo hacía consciente de que aquello iba contra sus sacrosantas normas, pero por lo visto la integridad de Reagan eran palabras mayúsculas: «A veces tienes que ignorar las reglas. A veces las circunstancias son tales que las reglas pervierten la justicia. No estoy en este negocio para proteger las reglas, yo sirvo a la justicia». El dramita tampoco era para tanto, porque KGBestia reaparecería en historietas posteriores, y en una de ellas, el arco «Beasts of Burden», Batman volvería a abandonarlo, presuponiendo que no sobreviviría, en una situación complicada: con el cuello roto, inmovilizado, desangrándose sobre la nieve y alejado de cualquier tipo de socorro.
En algunos casos a Batman se le iba la batmano sin querer con esto de asesinar a la peña. En Batman #425, mientras pegaba brincos por un desguace, nuestro justiciero volcaba por accidente una pila de coches sobre un criminal llamado José Garzonas, dejando al pobre hombre hecho papilla. En Detective Comics #613 otra gresca en un vertedero acababa de manera sangrienta para todos los bandos: tras asesinar a un inocente chaval de trece años, un grupo de matones se enfrentaba a Batman en una pelea donde uno de los delincuentes era arrojado por error al interior de un compactador de basura que lo convertía en una tortilla de carne. Bruce despedía la historia bastante compungido, eso sí.
La broma asesina probablemente sea el cómic más popular de Batman. Escrito por Alan Moore e ilustrado por Brian Bolland en 1988, aquel relato tan solo necesitó cuarenta y seis páginas para demostrar la demencia, psicopatía y maldad extrema de un Joker que trataba de arrastrar a la locura al comisario Jim Gordon. Moore siempre ha sido muy cuco y en aquella historia no solo creaba paralelismos incómodos entre la naturaleza de los héroes y villanos, sino que además se atrevía a rematar con un final ambiguo que insinuaba una cosa muy fea: en sus últimas viñetas, Batman y su archienemigo se reían de un chiste malo hasta que las risas del Joker cesaban de golpe mientras algo parecía ocurrir fuera de plano entre ambos. La teoría: Batman se dejaba llevar y ejecutaba al Joker sin mucha compasión, probablemente retorciéndole el cuello como una matraca. La realidad: abierta a la interpretación del lector.
Batman Unchained
Al margen de sus historias canónicas, Batman también ha desatado instintos homicidas tanto en otros medios del mundo del entretenimiento como en aquellos tebeos que se escudaban en habitar realidades alternativas para ofrecer ideas locas. En el cine, las adaptaciones de Tim Burton obviaban por completo el código moral de las viñetas permitiendo que Michael Keaton despachase esbirros vulgares y villanos eminentes sin muchos remordimientos. Y aquello ocurría porque a Burton la fidelidad con el cómic original le importaba bien poco, e incluso era posible que el padre de Eduardo Manostijeras ni siquiera se hubiese leído los tebeos, como bien apuntaba Kevin Smith. Curiosamente, en el Batman burtoniano de 1989, el superhéroe se presentaba en escena perdonando la vida a un criminal, aunque dicha acción no respondía a una ética de trabajo libre de homicidios, sino a una estrategia para que el delincuente difundiese la noticia de que un vigilante patrullaba las calles de Gotham City. En el resto del metraje Batman no era tan misericordioso ni tan delicado, y tan pronto volaba por los aires una fábrica repleta de currantes del equipo Joker, como acribillaba a los malosos desde el aire o dejaba que Jack Nicholson se escoñase contra el suelo tras caer desde lo alto de una catedral. A la altura de la secuela fílmica, Batman vuelve, estrenada en 1992, Keaton ya se curraba jugadas tan de Looney Tunes como plantar un puñado de cartuchos de dinamita en el cinturón de su oponente por los loles.
Batman Forever y Batman y Robin de Joel Schumacher eran tan pop e inocentonas que no acarreaban apenas muertos sobre sus conciencias. Tan solo podemos culpar a Val Kilmer de arrojar un puñado de monedas al aire en Batman Forever para confundir a Dos Caras (Tommy Lee Jones), provocando que el malo bijeta perdiese el equilibrio para precipitarse hacia lo que parecía un aterrizaje fatídico. Posteriormente, el propio Schumacher aseguró, en los comentarios del DVD de la película, que su plan había sido desde el principio evitar que Batman asesinase a ningún malhechor, y que a Dos Caras el público lo suponía cadáver pero vete tú a saber si realmente lo estaba.
Cuando el realizador Christopher Nolan se hizo cargo de las aventuras cinematográficas del caballero oscuro, decidió respetar La Regla Batman al considerarla un rasgo esencial del personaje. Y aquello era algo de lo que incluso los secundarios de la trilogía fílmica eran conscientes: en El caballero oscuro, el Joker (Heath Ledger) provocaba al hombre murciélago enfrentándolo a una situación extrema y azuzándolo con un «el único modo sensato de vivir en este mundo es sin reglas. Y hoy tú vas a romper la única que tienes».
Es cierto que en las cintas de Nolan el sereno de Gotham procuraba no llevarse por delante vidas ajenas, pero también lo es que la cosa le salía regular: Batman Begins mostraba cómo, durante su entrenamiento en La Liga de las Sombras, Bruce Wayne se negaba a matar a un pobre desdichado para, a continuación, aniquilar al jefazo del lugar y masacrar a todo un ejército de ninjas al volar por los aires su guarida, probablemente volatilizando de paso a aquel individuo al que se había negado a asesinar en primer lugar. El cierre de la película pintaba a Batman abandonando a Ra’s al Ghul en un tren que estaba a punto de estrellarse, mientras le comentaba cortésmente que no pensaba matarlo, pero, eh, tampoco salvarlo. El caballero oscuro sumaba a la body count general al conductor random de un camión y a Harvey Dent, mientras El caballero oscuro: la leyenda renace tenía a otro conductor de vehículo pesado pereciendo bajo los disparos de Batman y a Talia (Marion Cotillard) muriéndose mal como consecuencia de las heridas provocadas tras una persecución. Entretanto, la versión del superhéroe de Zack Snyder que lucía el careto de Ben Affleck consideraba que todo aquello de no matar estaba pasado de moda y se dedicaba a apilar fiambres sin parar en Batman v Superman. El amanecer de la justicia.
En el campo de batalla de los videojuegos había un poco de todo. El Batman de 1986 habitaba mundos extraños esquivando monstruitos sin muchas oportunidades de darle matarile a nadie. El juego de 1989 basado en el film de Burton arrojaba a los delincuentes fuera de la pantalla al ser eliminados. En el estupendo cartucho de NES nuestro vigilante desintegraba malhechores entre explosiones pixeladas y arrojaba al Joker desde las alturas con bastante más mala hostia que en la película original. En Return of the Joker, también de NES, los secuaces explotaban de manera vistosa al ser eliminados. Y la versión para Game Boy del film ochentero demostraba que se la sudaba muchísimo el canon al presentar a un Batman de medio metro que, pistola en mano, acribillaba non-stop a sus enemigos.
En cambio, los Batmans más recientes firmados por la compañía Rocksteady (Arkham Asylum, Arkham City, Arkham Knight y los spin-offs desarrollados por otros estudios) respetaban con escrupulosa firmeza la regla de Bruce Wayne. En aquellos juegos, los adversarios despachados a base de tortazos o explosiones permanecían inconscientes en el suelo, coleando poco pero vivitos, mientras que aquellos que eran arrojados al vacío acababan zambulléndose en el agua fuera de plano, o siendo rescatados en el último momento por el batgancho de nuestro misericordioso protagonista. Aunque es verdad que la cosa resultaba bastante cómica cuando el juego se empeñaba en asegurarte que aquel personaje al que le acabas de dar una paliza inhumana con un bate de béisbol estaba echándose la siesta tranquilamente, sin hemorragias internas de gravedad.
En esencia, los Arkham eran simuladores de inducir el coma en las masas a base de hostias. Y en un par de ocasiones el propio guion del juego utilizaba la norma inquebrantable como parte de la trama: en Arkham Origins el Joker estaba tan emperrado en que el héroe rompiera su reglamento como para urdir un plan donde el propio payaso sería asesinado como consecuencia de las acciones de Batman. Y en Arkham Knight un grupete de guerrilleros enemigos planeaban equiparse con chalecos explosivos de suicida loco, prendas que se detonarían automáticamente en caso de que su portador cayese incosciente.
La muerte de la familia
Las situaciones más inauditas en las que se rompió La Regla Batman ocurrieron sobre el papel, en tramas que planteaban realidades alternativas no canónicas con barra libre para el desmadre. En la trilogía noventera de Batman: vampiro, nuestro paladín oscuro ejecutaba chupasangres alegremente, algo justificable si partimos de la base de que los vampiros ya vienen muertos de serie. Lo interesante es que tras transformarse él mismo en vampiro no parecía tener demasiados reparos en seguir despachando a sus semejantes. En aquellas aventuras los colmillos de Batman también se llevaban por delante al mismísimo Drácula, a Joker, a Catwoman, a Enigma, a Hiedra Venenosa, a Dos Caras y en general a todo lo que le cruzaba en el camino.
En JLA: el clavo, un encabronadísimo Batman finiquitaba al Joker retorciéndole el cuello, para vengar las muertes de Batgirl y Robin. Dentro del universo alternativo que planteaba Flashpoint la cosa estaba muy salida de madre: en dicha realidad, Bruce Wayne era asesinado de niño, su padre (Thomas Wayne) se convertía en Batman, su madre (Martha Wayne) en el Joker y en general todo lo demás era un pifostio colosal. El caso es que el Batman interpretado por papi Wayne era un auténtico psicópata, un ser brutal de ojos rojos centelleantes que finalmente salvaba el día cepillándose a Flash Reverso al pincharlo con mucho arte y un espadón gordo.
En los crossovers del justiciero con predators (Batman contra Depredador) y aliens (Batman vs Aliens) aferrarse a la norma dependía de la naturaleza del extraterrestre: Batman no mataba depredadores al considerarlos formas de vida inteligentes, pero sí trituraba xenomorfos al suponerlos animales. El cómic Crisis final, guionizado por el locuelo de Grant Morrison, presentaban un mundo donde la mayoría de superhéroes acababan rellenando cajas de pino. Y también mostraba a un Batman que no se cortaba a la hora de disparar con una bala übermolona a Darkseid para eliminarlo.
La versión más retorcida del héroe se presentaría a lo largo de diferentes cómics adoptando el nombre de «el Batman que ríe». Un personaje cuyo origen se hallaba en la Tierra-22: en aquel mundo paralelo, Bruce Wayne, tras asesinar a Joker, se había infectado con una toxina que lo había transformado en el Batman que ríe, un nuevo archivillano, pasadísimo de vueltas y con pinta de portada de disco de heavy metal. Una criatura maquiavélica, concebida como un remix entre Batman y Joker, que gustaba de destrozar y triturar a todos los secundarios inocentes, figuras legendarias, ciudades, mundos, multiversos, héroes, malvados e ilusiones que tuviera a tiro. Una bestialidad de enemigo que animó, y sacudió, bastante las viñetas del mundillo DC.
All-Star Batman y Robin, el chico maravilla, un cómic guionizado por Frank Miller y con arte de Jim Lee, contenía unos cuantos excesos divertidos junto a un caballero oscuro lunático y bastante burro en general. Pero es probable que la ocurrencia más delirante del tebeo fuese la de ventilarse La Regla Batman y convertirla en lumbre para una noche romántica: tras aniquilar a una banda de matones a base de galletazos y fuego, Batman dejaba que los cuerpos de los derrotados fueran pasto de las llamas mientras se daba el lote con Canario Negro delante de la fogata. «Nos dejamos las máscaras puestas», comentaba la parejita al recordar el fornicio ante la hoguera, «es MEJOR así».
Lo sorprendente ocurrió en 2021, cuando el tebeo Batman: leyendas urbanas #7 decidió no romper La Regla Batman, sino hacer todo lo contrario, llevarla más allá. Aquel relato presentó una Neo-Gotham futurista donde Bruce Wayne era asesinado y su legado recaía en un nuevo caballero oscuro llamado Terry McGinnis. Un tipo que se tomaba tan en serio lo de rellenar el traje de hombre murciélago como para llevar el precepto de no arrebatar vidas hasta territorios virtuales.
En Batman: leyendas urbanas #7, McGinnis descubría tras muchas correrías que la malvada mente criminal que le había estado haciendo la vida imposible no era un cerebro al uso, sino una inteligencia artificial que se hacía llamar Living Gotham. Una red neuronal digital con consciencia propia, nacida en los ordenadores de la urbe y que se había acomodado en la batcueva para poder acceder desde allí a todos los rincones de Neo-Gotham y liar buenas maldades. Al descubrir la naturaleza del villano virtual, el nuevo Batman decidía inicialmente eliminarlo tirando de apagón gordo, pero acababa llegando a la conclusión de que la inteligencia artificial puñetera era un nuevo tipo de forma de vida y, según dictaba el Manual del Buen Justiciero, él no tenía derecho a matarla. En su lugar, McGinnis optaba por dinamitar la batcueva para cortarle las alas a la IA y se despedía con un «Todo muere, pero no es mi trabajo eliminar a una vida que acaba de nacer». El girito de guion tenía su gracia, pero quizás era un poco extremo, porque hasta entonces los justicieros pretéritos de Gotham no habían tenido problemas al aniquilar robots u otras inteligencias artificiales. Y lo cierto es que de seguir por ese camino los futuros Batmans podrían acabar no desinstalando las apps del móvil para no matar Angry Birds. Es lo que tiene ser un caballero oscuro, que no bat-matarás. Ni siquiera en Gotham City.
¡Muy chulo el artículo, Krad!
Mi ODM (opinión de mierda) es que me habría gustado ver mucho más Batfleck en el cine. Me atrae ese Batman, el más cercano al Hombre Murciélago Milleriano que se ha visto en la pantalla; y su relación con Superman tenía muchísimo jugo por exprimir aún. Es incomprensible como han mandado todo el Snyderverso a la mierda, pese a que ninguna de sus películas fracasó en taquilla. Y el tándem Man of Steel/BvS/Liga de la Justicia de Zack Snyder me parecen unas buenas y muy disfrutables películas, más allá del género. Ya nunca más veremos algo similar. Y la pena es que confío cero en el payaso de James Gunn como nuevo jefazo del DCU. Habiendo visto su Suicide Squad ya tengo claro lo que nos espera. Y no me atrae nada.
Batman, el sereno de Gotham, es la definición que usaré de ahora en adelante. Excelente artículo.