De 2007 a 2012 tuve el privilegio de compartir con José María Bermúdez de Castro, Miguel Delibes de Castro y Manuel Lozano Leyva, en las páginas científicas del diario Público, ejemplarmente dirigidas por Patricia Fernández de Lis, una sección titulada La ciencia es la única noticia. La polémica frase es de Stewart Brand (el creador del Whole Earth Catalog), que afirma: «Cuando hojeas un periódico o una revista, los asuntos de interés humano son el mismo cotilleo de siempre; la parte de política y economía, los mismos dramas que se repiten una y otra vez; las modas, la patética ilusión de una novedad… La naturaleza humana no cambia de forma sustancial; la ciencia sí lo hace, y las innovaciones se acumulan una tras otra, alterando el mundo de forma irreversible».
Gracias al proyecto Materia (que acabaría convirtiéndose en la sección de ciencias del diario El País), también dirigido por Fernández de Lis, el vínculo no se rompió tras el cierre de Público, y en diversas ocasiones los cuatro —o cinco— seguimos conversando, tanto en privado como en una serie de encuentros y mesas redondas, sobre el papel de la ciencia y de la divulgación científica en la sociedad actual. Por eso, cuando a principios de la pasada década preparé el primero de los libros basados en mi columna El juego de la ciencia, les planteé a mis compañeros de fatigas divulgativas una doble pregunta, con intención de incluir sus opiniones en el prólogo del libro: ¿cómo hay que entender nuestro lema «La ciencia es la única noticia»? ¿Qué podemos hacer para que esa noticia llegue de forma eficaz al gran público? He aquí un breve extracto de sus respuestas de entonces:
La ciencia es imprescindible (José María Bermúdez de Castro, codirector de las excavaciones de Atapuerca)
¿Nos hemos detenido a pensar que detrás de todas y cada una de las noticias se puede realizar un profundo análisis científico? Verdad es que un informativo no puede dedicar tiempo a dar una noticia y a contar lo que subyace en ella. Pero arrojar las noticias sobre nosotros con titulares llamativos y con un mínimo de análisis (cuando lo hay) no contribuye a nuestra formación. En un mundo donde todo fluye a gran velocidad, no queda tiempo para la reflexión. Detrás de cada suceso digno de noticia existe un porqué y una explicación científica. Sin querer ser pretencioso, la ciencia es imprescindible para dar cuenta de la realidad de todo lo que ocurre en este planeta. Y si la ciencia es predictiva, ¿podríamos tal vez evitar la publicación de muchas de las noticias inquietantes del futuro?
Que la ciencia sea noticia (Miguel Delibes de Castro, presidente del Consejo de Doñana)
Una noticia no es solo la divulgación de un hecho novedoso, cuanto más llamativo mejor, sino que también es noción, conocimiento. Entiendo que por ese resquicio se encauza a la perfección nuestro lema: la ciencia es la única noticia, es decir, la ciencia es el más fiable de todos los modos de conocimiento, aunque no sea perfecta. Por ese motivo la necesitamos, por eso pretendemos que nuestras decisiones tengan una base científica y aspiramos a que toda la sociedad se impregne de racionalidad. Postular que la ciencia es la única noticia no solo es una declaración de amor, también es la expresión de un deseo: que la ciencia sea noticia, que la información científica impregne los medios y despierte el interés público.
La única noticia (Manuel Lozano Leyva, catedrático de Física Atómica de la Universidad de Sevilla)
Sin duda es pretencioso considerar la ciencia como única noticia. Se puede entender tal extremo, rayano en el aspaviento, como que todo lo que no sea ciencia o ingeniería moderna, es decir, técnica basada en la ciencia, es algo relativo y poco duradero en cuanto a sus consecuencias. Podría ser, pero quien tuviera tal sospecha debería meditar sobre los siguientes acontecimientos históricos coetáneos. La guerra de Secesión estadounidense y las ecuaciones de Maxwell. La guerra de los bóeres y el aeroplano. La Primera Guerra Mundial y las teorías cuántica y relativista… Los primeros acontecimientos llenaron los periódicos y todos los medios de comunicación de sus épocas. Los segundos pasaron inadvertidos en su momento. ¿Cuáles, a la postre, han sido los decisivos para el devenir de la humanidad? Todos, no cabe duda, pero seguramente los segundos más que los primeros.
Diez años después, y tras el seísmo sociocultural de una pandemia (por no hablar de otras catástrofes sanitarias y medioambientales) que ha exacerbado tanto el interés como la inquietud del gran público por el poder transformador de la ciencia, ¿cuál es el panorama? He aquí las actualizadas y autorizadas opiniones de mis colegas.
Una asignatura pendiente (José María Bermúdez de Castro)
El ámbito de la Prehistoria ha progresado mucho en las últimas décadas. Además del empuje de la tecnología —que ha interesado a todos los ámbitos de la ciencia— se han notado cambios en el modo de enfocar las cuestiones más relevantes. Cierto es que cada generación tiene que luchar por modificar formas de pensamiento que dominan el pensamiento durante años. Pero los hallazgos en yacimientos de muchos lugares del planeta, o la irrupción de la paleontología molecular (paleogenómica y paleoproteómica) están ayudando a cambiar el modo de percibir nuestra evolución.
No obstante, queda una asignatura pendiente: las excavaciones en lugares donde existen conflictos bélicos y problemas sociales acuciantes. Ejemplo del primer caso es toda la región del este de Asia, que también conocemos como Próximo Oriente. Se excava, mucho y bien, en el estado de Israel y en reino de Arabia Saudita. Pero zonas tan extensas como las que se localizan en los estados de Irak, Siria, Irán, Armenia, etc., seguramente muy ricas en información sobre el Pleistoceno, siguen fuera del foco de los grandes proyectos de investigación. Sobre el segundo caso, llama la atención que las investigaciones en el este de África —que dominaron el escenario en la segunda mitad del siglo XX— sean casi residuales. Las investigaciones en China están tomando el relevo y se están abriendo posibilidades vedadas durante los años más duros de la dictadura que cerró las puertas de este gran país después de la segunda guerra mundial. Las excavaciones y las teorías sobre el primer poblamiento del continente americano durante el Pleistoceno también han experimentado un avance importante.
En cuanto a España, el salto ha sido formidable. En cuarenta años hemos pasado de la irrelevancia a dominar varias líneas de investigación relacionadas con la Prehistoria. Durante la primera década de este siglo fuimos el país europeo con un mayor número de publicaciones científicas en revistas incluidas en el selecto grupo denominado Science Citation Index. No obstante, este hito no ha tenido un paralelismo tan destacado en la sociedad. Si bien es cierto que el número de científicos y de profesionales de la divulgación que realizan labores de comunicación de la ciencia ha crecido de manera exponencial, una parte significativa de la sociedad sigue sin conocer cuestiones elementales sobre la evolución en general y la evolución humana en particular. Al menos esa es mi percepción a juzgar por las preguntas que recibo tanto de particulares como de medios de comunicación. El nivel sigue siendo bajo.
Preocupante mercantilización (Miguel Delibes de Castro)
Agradezco que La ciencia es la única noticia vuelva a salir a la palestra. Me trae muy buenos recuerdos. Pero Carlo no me pregunta por eso, sino por lo que en mi opinión haya cambiado desde entonces. Veamos. En primer lugar, y me parece relevante, es diferente mi perspectiva: cuando escribíamos La ciencia… yo era (o pretendía ser) un investigador muy activo, y ahora lo soy poco; voy cerrando cosas y abandonando otras, atando cabos, pero no me siento impelido a descubrir ni a publicar grandes novedades… Tal vez eso me permita ver la ciencia de hoy con un distanciamiento que antes me faltaba. ¿Y qué es lo que veo? Respecto a mi línea de trabajo, más o menos centrada en la ecología y la conservación de la naturaleza, percibo que los problemas globales, asociados al gran «Ecosistema Tierra», han desplazado como objeto de interés a los problemas de los ecosistemas a menor escala que lo integran. Se investiga y publica mucho más sobre el calentamiento global, la hiperfertilización de los océanos o la pérdida de diversidad mundial, que sobre los espacios naturales o especies amenazadas a niveles locales. Ello lleva acarreado un prestigio mucho más alto para los metaanálisis, los estudios de síntesis y tendencias, que para los trabajos de campo en búsqueda de nueva información. El lema de la Real Academia de Ciencias de España, originario del siglo XIX, es «Observación y cálculo», y lo que creo advertir es que actualmente el cálculo, en gran medida, ha relegado a la observación en mi campo de estudio. En el terreno de la comunicación de la ciencia, me entristece y preocupa la creciente mercantilización de las revistas y libros científicos. Cada vez resulta más claro que el objetivo ha dejado de ser transmitir conocimientos y se trata de ganar dinero (aunque al inicio de la pandemia de COVID hubiera algunos indicios esperanzadores en sentido contrario). Ello se traduce en un oligopolio donde unas pocas empresas poderosísimas deciden lo que se publica y cómo se publica, con poca atención a las normas éticas que deberían regir el proceso (existe un Comité de Ética en las Publicaciones, pero está financiado y controlado por esas mismas empresas). A la sombra de ellas, aparece otra multitud de empresas más o menos sospechosas donde sabes que, si pagas, con toda probabilidad acabarás publicando. La fiabilidad de las publicaciones científicas no es la que era, y el trabajo de los comunicadores de la ciencia a la sociedad se ha tornado más difícil.
La ciencia es la única noticia (Manuel Lozano Leyva)
He tenido las gozosas y azarosas oportunidades en mi vida de participar e incluso idear y dirigir varias aventuras científicas y culturales con éxito variado. Una de las más osadas y creativas fue la planteada por Patricia Fernández de Lis y sus jóvenes colegas de poner en pie una sección ¡diaria! en un nuevo periódico que tenía la osadía de titularse La ciencia es la única noticia. Ahí es nada. Cuando me propusieron colaborar con una columna semanal, acepté sin dudar, pero ella sí dudó en decirme cuáles serían mis otros colegas. De hecho, no dudó: no me lo dijo, quizás porque aún no lo supiera ella misma. Al enterarme de quiénes iban a ser, me hinché de orgullo y agradecimiento.
Las ciento sesenta y una columnas que escribí para Público en la sección que titulé El electrón libre, aún me llenan de orgullo por más que me enfade conmigo mismo al releer algunas de ellas. Pero lo que más me preocupa tras el desagrado es ver cómo ha evolucionado la información científica al público en general. Hace varias décadas, esa información llegaba a tal punto de necedad que me negaba a leerla y, mucho más reciamente, a colaborar con ella. Luego, poco a poco, fue adquiriendo tal grado de rigor y precisión que, en algunas de mis charlas, e incluso conferencias profesionales, he utilizado conceptos y, sobre todo, infografía periodística por lo precisas e imaginativas que eran. Creo, sin pudor alguno, que aquella sección diaria del diario Público al que me refiero estableció el listón de calidad al que habían de llegar todas las publicaciones si querían de verdad transmitir los hallazgos científicos y los problemas de la investigación. Hasta que llegó el marasmo aun manteniendo la esperanza de que no estemos entrando en el declive.
Es lógico en la transmisión científica, como en todos los quehaceres humanos, se llegue a unos niveles de calidad de excelencia, bondad, mediocridad y bodrio. Sin embargo, lo más preocupante es lo que ha sucedido el pasado fin de año con la noticia surgida de un laboratorio estadounidense sobre el logro alcanzado por la investigación en la fusión nuclear.
La larga marcha hacia la conquista de la fusión nuclear para gozo y equilibrio justo de la humanidad y el planeta es una aventura en la que todos debemos participar. Es mi opinión y la sostengo con vehemencia donde se me pide, pero esa magna y justa ambición se puede ver carcomida por una información tan nefasta e interesada como la que se ha generado a escala planetaria. No es este el momento apropiado ni oportuno para analizarla, pero conste que con ella se agudiza la añoranza de un medio, un estilo y un rigor como el que se llevó a cabo en la ínclita y extinta sección diaria de información científica del diario Público.
Por mi parte, solo añadiré a las autorizadas —y no muy halagüeñas— opiniones de mis colegas que la progresiva matematización del conocimiento sigue coexistiendo, paradójicamente, con una generalizada y profunda ignorancia matemática: vivimos en un mundo alfanumérico poblado por anaritmetos funcionales. Efecto secundario, a la vez que factor coadyuvante, de la creciente acumulación de poder en las peores manos, puesto que la ignorancia sigue siendo la mejor aliada del sometimiento.
¡El horror! ¡El horror!
Joseph Conrad, El corazón de las tinieblas
Querida Eva, exclamado dos veces seguidas, «¡El horror!» adquiere una fuerza singular (Conrad tardó varios días en encontrar esta fórmula tan sencilla y contundente para rematar su obra maestra). Pero repetido muchas veces se vacía de significado. ¿Podrías ser más explícita?
Muy oportuno, y muy relacionado con mis últimas lecturas. Por un lado las grandes novedades en el campo de la investigación prehistórica que señalan también Graeber y Winslow y que apenas tiene relevancia en los medios. Y por otro el vergonzoso oligopolio por parte de unas pocas editoriales de las publicación de los trabajos científicos, cuando lo que hacen es leer y publicar privativamente y cobrar de lo público mientras que los científicos de todo el mundo son los que deben no sólo publicar sino replicar y hacer la revisión correspondiente.Unos trabajan y otros se benefician. El negocio por encima del conocimiento que además hace muchas veces que publicar sea el fin y no un medio.
Magnífico, por cierto, el libro de Graeber y Wengrow. Gracias, Arryn.
tristemente sí: es la maldición de los intermediarios.
la única razón de ser de un intermediario es servir de catalizador, de lo contrario, es un parásito.
De catalizador y de nexo, añadiría yo. Pero, como apuntas, el típico intermediario/parásito comercial que compra barato y vende caro tiene su equivalente cultural.
Una lectura estupenda. Gracias.
Sí que lo es. Por una vez puedo elogiar un artículo mío sin incurrir en flagrante inmodestia porque en realidad no es mío, sino de mis ilustres colegas. Gracias a ti, Martín.
La ciencia nos determina; pero yo, que tengo una formación en humanidades, querría indicar algo. Se habló del excelente libro de Graeber y Wengrow; cuando gente trata de historia, pongamos esta parte de humanidades, cree poder emitir las opiniones más absurdas y que se consideren aceptables y válidas, por desgracia muchas veces así se aceptan.
Las humanidades, sin ser ciencias exactas, han de estar sometidas a la misma inteligencia crítica y cúmulo de datos, el libro citado es un buen ejemplo, si no, es mero flatus vocis y griterío inútil.
Lamento muchísimo mi burricie matemática y envidio muchísimo la serenidad e inteligencia del debate científico. También en otros ámbitos de la humana inteligencia debería ser posible.
Gracias, Francisco, una observación tan lúcida como oportuna. Algunos -incluso en el ámbito académico- se comportan como si el rigor y la precisión solo tuvieran que ver con las fórmulas matemáticas y el pensamiento cuantitativo.
Egidio Feruglio, naturalista, académico de las ciencias y con más campo que Martín Fierro, cuando en su Descripción Geológica de la Patagonia propone una interpretación sobre algún fenómeno, a continuación transcribe una distinta de otro autor, si por entonces la había (1ra mitad del s. XX). Por su parte y en este siglo Rosa Compagnucci, meteoróloga y oceanógrafa, en Historia del Cambio Climático o Calentamiento Global (buscar) describe las tesis opuestas que existen sobre este asunto. Mientras tanto los medios, muchas veces con créditos de «ciencia», contrariando estos dos ejemplos de lo que me gusta llamar la «visión de Egidio» (por lo menos con dos ojos), presentan la noticia de muy diversos fenómenos con el título tuerto de Cambio Climático o Calentamiento Global.
El horror!, el horror! :)
El gran Egidio, estrechamente vinculado al Instituto Geológico de mi Bolonia natal. Gracias, Jorge, por traer a estas páginas tantos nombres queridos. A Rosa Compagnucci no la conocía, pero la buscaré.