Si nos dieran una máquina del tiempo para arreglar única y exclusivamente los problemas del siglo XXI, a qué año viajaríamos. ¿Avisar en 2001 de que esos aviones a punto de despegar iban a destruir las Torres Gemelas de Nueva York? ¿Impedir de alguna manera que se llegara a desarrollar Facebook en 2009 y conocer un presente sin redes sociales? O quizá regresar a 2019 para comprar acciones de Pfizer. Ni se nos ocurriría viajar a una fecha tan poco señalada como 1994. Pero fue entonces cuando las cookies pasaron a formar parte de internet y se pusieron las bases de todos los problemas de privacidad que tenemos hoy, y empezó el reto de cómo limpiar el espacio con que llenan nuestro mac o pc estas cookies y la memoria caché de los navegadores.
Y es aquella decisión aparentemente inocua desembocaría en productos tan sofisticados como los clones de Facebook. La compañía construye con todas tus interacciones, preferencias, páginas visitadas y clics a enlaces externos un clon tuyo. Es un archivo que te define y representa, al menos por tus gustos y preferencias de consumo. Junto a otros muchos clones eres repartido entre packs, que se venden a los anunciantes para que te hagan llegar ofertas y productos personalizados. A ti, y a clones como tú. Pero no solo las marcas actúan sobre tus búsquedas y eligiendo qué anuncios aparecen en tu ordenador, tablet y teléfono. Facebook también refuerza mediante sus algoritmos que solo veas aquello en que estás empaquetado según gustos y preferencias, para que el pack que han vendido a los anunciantes siga siendo válido, y rentable. Solo tu inactividad en la red por abandono o muerte podría sacarte de esos packs comerciales.
Hace mucho que Facebook dejó de ser una red social para convertirse en un canal publicitario. Actividad en que ha ido demasiado lejos, como demostró el escándalo de Cambridge Analytica en 2018. Esa compañía privada obtuvo los datos de 50 millones de usuarios de Facebook para reforzar los gustos y preferencias de los que parecían o se declaraban votantes republicanos y facilitar una corriente de opinión que diera la victoria a Donald Trump. Cincuenta millones de clones que han acabado obligando a la empresa a un lavado reputacional, un cambio de nombre, y mucho ruido con el metaverso mientras continúa con su negocio principal, obtener datos del usuario y venderlos. Facebook, Instagram, WhatsApp, Oculus, Giphy y Mapillary alimentan sus clones. Esto puede preocuparnos o dejarnos indiferentes, pero además de nuestra privacidad afecta el uso que damos a nuestros equipos, a su obsolescencia, y a esa ralentización que notamos en cada uno de ellos después de un tiempo usándolos. Ese momento en que pensamos hay que comprar otro porque se ha quedado obsoleto. Cuando se desata el infocalipsis.
Tiene guasa que fuera Neal Stephenson el que inventara ese término para su novela Snow Crash, que Mark Zuckenberg recomienda leer a todos sus directivos… para que entiendan lo que debe ser el metaverso. En el mundo imaginado por el autor el metaverso es una internet hormonada donde cualquier relación social, laboral o vital está digitalizada. Ninguna de las interacciones de lo que llamamos vida es ya posible en el mundo real. Así que si todo el tinglado tecnológico de servidores y ordenadores que alimenta ese universo digital se viene abajo se produce el infocalipsis. Todo deja de funcionar y ya no es posible vivir. Hoy esta idea nos puede resultar mucho más familiar, porque si se cae internet durante un día no podríamos apenas trabajar, comprar, sacar dinero del banco y quizá ni siquiera llegaría la electricidad a casas y oficinas ni saldría agua por los grifos. Es casi imposible que se produzca una catástrofe así, pero hoy dependemos de los centros de datos para casi todo. Y esos centros no son más que ordenadores haciendo cálculos. Muchos ordenadores que necesitan almacenar datos. Pero que aumentan su eficiencia si parte de sus datos los ponen en tu ordenador, en tablet y en tu teléfono.
Los especialistas se cansan de repetirlo: hoy ya es tan importante el gestor del espacio de almacenamiento como el antivirus. Y lo es porque navegamos por internet todo el día, incluso cuando no pensamos que estamos haciéndolo, como al entrar en nuestro banco con el móvil. Todas esas interacciones meten cookies en nuestros equipos y llenan su caché para ahorrarse costes, aumentar velocidad y darte mejor servicio. Aquella decisión de 1994 sigue presente en nuestras vidas y es totalmente irreversible. La agravan las actualizaciones de seguridad, que ahora son continuas en sistemas operativos y programas, y que suman más espacio en los discos duros, haciendo que nuestra experiencia de usuario sea más y más lenta. Desde luego podemos buscar manuales y recursos para aprender a limpiar los datos basura manualmente, pero además tendremos que acordarnos de hacerlo de forma regular. Y no nos da la vida.
«Fuckin’ internet». ¿Recordamos cómo era la vida cuando Tony Soprano podía contestar eso a su psicóloga al oír hablar de existencialismo? Es un esfuerzo tan grande como recordar que la primera máquina del tiempo no fue la de Wells sino el anacronópete, que permitía viajar en el tiempo hacia el pasado sin que su viajero rejuveneciera. Gracias al «fluido García», porque la narración fue de un autor español pero el país en esos momentos estaba más por un Galdós que por un Julio Verne nacional. Como siempre insisten sus autores, la ciencia ficción habla del presente, y en este presente una innovación tecnológica está a punto de dominarlo todo, y de saturar aún más nuestros aparatos. Esa inteligencia artificial que en estos mismos momentos Google y Microsoft compiten por incluir en sus buscadores.
Igual que ocurrió en 1994, las compañías que dan el servicio de las IAs necesitan volcar parte del esfuerzo de computación en los ordenadores del usuario, para ahorrar costes y ser eficientes. Tenemos dos datos que nos lo corroboran, y que no son técnicos. OpenAI, a través de su CEO Sam Altman lamenta el alto coste económico que supone mantener ChatGPT activa y ya ha lanzado una versión de pago. El Foro Económico Mundial ha recomendado que la IA ponga especial atención en respetar la privacidad del usuario. Y si pensamos bien en el nombre de esta organización, caeremos en la cuenta de que no lo dice porque le interesen las personas, sino para que no pongamos oposición a una tecnología que supondrá crecimiento para los mercados. Que no nos preocupe ceder un poco de nuestra privacidad a las inteligencias artificiales. Aún no podemos estar seguros de si lo hace, y cómo, pero sí de que al igual que en el caso de las cookies y la caché, también necesita poner pequeños archivos de información en nuestras máquinas para operar. Podemos tener la opinión personal de a mi qué, como en el asunto de la privacidad usando apps y redes sociales. Pero lo que no podremos hacer es quedarnos al margen, porque en pocos meses estaremos usando las IAs de forma natural, en algo tan habitual como la búsqueda de información con un navegador. Más gigas para llenar el disco duro.
Es un buen momento para recordar lo que dijo Edward Snowden al revelarnos los programas de espionaje masivo e indiscriminado que usaba la alianza Five Eyes sobre la mayoría de ciudadanos de Estados Unidos, Reino Unido, Australia, Nueva Zelanda y Canadá. «Un programa preparado para encontrar delincuentes verá un delincuente, y no una persona, al analizar tus datos». Parafraseándole con la IA, «una inteligencia artificial cuyo funcionamiento se basa en el aprendizaje almacenará tus datos para incorporarlos a su aprendizaje». Y en ese proceso contribuirá a llenar tus dispositivos de más datos, más gigas, más lentitud aún porque ahora estos se sumarán a todos los que ya venían acumulándose. Tenemos que tomar conciencia para protegernos a nosotros mismos, no de la privacidad, o no solo si es que nos importa, sino de la obsolescencia de nuestros equipos. Para los que el uso de programas de limpieza es una tarea más, tan imprescindible como el antivirus. Aunque suene repetitivo insistir.
Además, y aunque parezca ingenuo todos estamos influidos por la ciencia ficción en el uso de la tecnología. Incluso si no nos acercamos a ese género ni con un palo. Porque el discurso de marketing de las tecnológicas es el de las grandilocuentes promesas. En lugar de anunciarte que la IA ayudará a que la suite de Office sea más útil te dice que hará todo el trabajo por ti. Y lo creemos porque nuestra cultura está habituada a una ficción llena de viajes espaciales y ordenadores que hablan como personas. Mientras como sociedad vivimos observando que la NASA vuelve a la Luna, China también, los rovers de ambos países exploran Marte, y hablamos con Siri o Alexa como si fueran personas. En este momento, cuando la depresión y el suicidio son un problema social de magnitud inimaginable, muchísimos usuarios cuentan en internet que se han sentido bien hablando con los chatbots de inteligencias artificiales. Que les han aliviado de su soledad y han sentido que alguien prestaba atención a sus problemas. Es lógico que nos entreguemos con confianza y naturalidad al siguiente invento tecnológico. Pero es absurdo que al mismo tiempo no tomemos una serie de medidas y aprendamos cosas tan elementales como limpiar nuestro mac, pc, teléfono, tablet, y lo que venga. Claro que siempre podemos abrazar el infocalipsis o pagar por un equipo nuevo.
Yo ya he encargado un disco duro extraíble en Amazon. Además, he buscado uno que incorpore Alexa. Lo mejor es encomendarse a la IA para gestionar el espacio de nuestros discos duros.
Me parece extraña la preocupación que con el advenimiento de la IA y todo el universo cookies, el problema sea que el disco duro de nuestros dispositivos esté lleno. Que no es una cosa menor, ojo, pero, no deberían haber debates más profundos sobre nuestra privacidad? Nuestra libertad de vivir desconectados? Nuestra excesiva dependencia de internet?
Acaso los mineros de criptomonedas no usan las GPUs de nuestros dispositivos para resolver la matemática que se premia con Bitcoins? Eso aquí parece que no interesa.
Chat GPT 4 está al salir, Microsoft va a invertir 10 mil millones de dolares (10 ceros, sí) en AI, y el impacto promete ser importante.
No debería ser esa la noticia?